El quince es un número importante para mí. Suelo tomar decisiones alrededor de esa cifra porque la vida se cuenta en secciones separadas cada quince años. No tiene ningún sentido, pero me gusta esa frontera. Durante los primeros quince años de vida, aprendemos casi todas las cosas que nos permitirán sobrevivir: caminar, comer solos, leer, escribir, mentir, hacernos la paja, enamorarnos y conseguir dinero. De los quince a los treinta, empezamos a hacer uso imprudente de todo ese aprendizaje, y aunque mejoramos la práctica, no conseguimos nada bueno. En el tercer tiempo de quince (de los treinta a los cuarenta y cinco), aparece una energía vital extraordinaria (que casi nunca merecemos, pero ahí está, es fisiológica), entonces aprendemos dos o tres actividades que nos salen bastante bien y seguimos bastante estúpidos en las restantes. Después viene la cuarta etapa, de los cuarenta y cinco a los sesenta… En esos años (creo yo, porque todavía no concluí el período), surfeamos los altibajos de la vida con una herramienta a la que llamamos, por pereza, «la experiencia», pero no se llama así. Se trata solo de un catálogo de acciones que podemos repetir sin errores groseros. La experiencia llegará realmente en la etapa posterior, la que va de los sesenta a los setenta y cinco años. Después de eso, se acaba todo. Entiendo a los que creen en la existencia de una sexta etapa, pero no estoy interesado en lo que ocurre de los setenta y cinco a los noventa. La ciencia se puso pesada con la durabilidad del cuerpo… A mí no me interesa respirar, comer o cagar por un tubito, y esa etapa viene, necesariamente, con algún tubo que te meten sin consultar. Me alargué demasiado, creo, pero lo que quiero decir es que el número quince me apasiona como frontera, y este año la revista se aproxima, inexorable, a sus quince años y al final de su segunda temporada. La sensación que tengo es la de estar llegando a tiempo. A dónde, no sé. Pero es un lugar elegido. Esta revista, la que ustedes hoy tienen en las manos, junto con la del bimestre anterior, configuran las primeras dos partes de un final de cinco. Mientras escribo esto, ya estamos preparando la siguiente, y luego de esa quedarán dos más para cerrar una época. Y la sensación, repito, es la de una alegría serena. Sí. Es la revista que habíamos soñado. Y cuando digo «habíamos», hablo, como siempre, en el plural que inventamos Chiri y yo para este proyecto y para nuestras sobremesas, los descansos entre cada contenido. Quince años es un montón de tiempo y una frontera natural. Yo no creo que las revistas tengan la misma extensión que una vida humana, pero les aseguro que, si la revista Orsai renueva por una tercera temporada, será porque evaluamos que podríamos hacerla quince años más. Por ejemplo, de 2026 a 2041. Me marea pensar tan lejos… Chiri y yo, en el supuesto de estar vivos para entonces, tendremos setenta años. No está mal. Estaríamos cerca del tubito, sí, pero aún a salvo.