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Mi fútbol privado: un diccionario

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Quintín
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Powerpaola
Futbolero hasta la médula, Quintín no hizo un diccionario: creó un artefacto personal que es historia, verdades filosas y una guerra abierta a lo políticamente correcto.

Me había propuesto que estas notas para Orsai fueran contra la corriente, y esta lo es de un modo distinto a las anteriores. En primer lugar, porque no estoy muy seguro de que le interese a nadie que no sea un envenenado del fútbol, una pasión masoquista y malsana que comparto con algunos millones en el mundo (por suerte, hay muchos más inmunizados, aunque a veces, en lugares como la Argentina, parezca obligatorio). Pero también, como diría Frank, veo el fútbol a mi manera, y eso hace enojar a mucha gente cuando se da cuenta de que no pueden contar conmigo para algunas manifestaciones gregarias. Me volví loco por el fútbol cuando tenía cinco años y todavía no había visto un partido; sigo loco por él setenta años más tarde, cuando hace tiempo que solo lo veo por televisión y decidí excluir el fútbol argentino de mi extenso menú semanal, aunque no los recuerdos de él, sobre todo de los años en los que iba asiduamente a la cancha, no necesariamente para ver a mi equipo. Elegí este formato solo para poder desparramar de un modo desordenado la mezcla de emociones acumuladas durante tanto tiempo, aunque hayan quedado muchas en el tintero.

A. Esta letra condensa mi trayectoria dentro del fútbol entendido como actividad física. Por lo pronto, es A de arco, porque de chico jugaba en ese puesto, haciendo honor a la tradición de que ahí juegan los troncos. En realidad, apenas jugué al arco, si se entiende por eso el rectángulo de 7,32 metros de largo por 2,44 metros de alto: lo mío era, sobre todo, atajar en la playa durante los largos meses de vacaciones con mis abuelos en San Clemente. También A es por árbitro, actividad que ejercí durante diez años con enorme vocación, escasas condiciones y menor suerte. Y es también por Amadeo Carrizo, el mejor arquero que vi.

B. El veintiséis de junio de 2011, River descendió a Primera B, y desde entonces los hinchas de Boca lo llaman «RiBer». De modo que B es también por Boca. Boca me hizo sufrir mucho. El día que más me hizo sufrir fue el nueve de diciembre de 1962, cuando yo tenía once años: Roma le atajó el penal a Delem, y yo lloré por radio. Pero en 2011 no lloré. No porque fuera un adulto, sino porque me puse contento. Estaba harto de ver a un equipo tan miserable, que jugaba con un miedo espantoso. Sentí que River necesitaba irse a la B para renacer y no pensar más en el descenso. Así ocurrió y, de paso, disfruté mucho viendo a River en la B. En principio, porque ganaba casi siempre.

C. Todos los hinchas tienen cábalas. Yo en 1986 recurrí a una bochornosa. Como dije arriba, siempre fui un hincha atípico. No siempre hinché por River. Tampoco hinché siempre por la selección argentina. Para mí, el equipo por el que hincho —y más si se trata de la selección— debe merecer mi aliento. Y los equipos de Bilardo no lo merecieron: en los años en los que estuvo a cargo de la selección, el equipo jugó bien muy pocos partidos, aunque reconozco que la actuación en el mundial del 86 fue impecable. Pero con Bilardo nunca pude hacer una excepción, igual que con el Cholo Simeone, que hoy es mi bestia negra. Así que el día de la final, con mi gran amigo Osvaldo Espinoza, decidimos mufar a la Argentina y vimos el partido con sendas camisetas de Boca dadas vuelta. De nada sirvió.

D. Hasta los treinta años, jamás había oído hablar del Deportivo Riestra. Yo era un hincha fino: veía muchos partidos, pero solo de Primera, alguna vez de la B. Debajo de eso, para mí estaba la fosa de los leones. Cuando en 1980 empecé el curso de árbitro en la AFA, tuve de profesor a Humberto Dellacasa, un referí famoso por lo estricto, como lo sería más tarde Castrilli. Solo que don Humberto era auténtico y transmitía pasión por el arbitraje. Siempre decía que era tan importante dirigir River-Boca como Sacachispas-Riestra. Durante mis años de árbitro oficial, no dirigí ninguno de los dos. No logro hacerme a la idea de que Riestra esté en Primera División con otros veintinueve equipos.

E. Esta es para El Gráfico. Desde que era el único chico del barrio que iba contento de que lo mandaran a la peluquería porque podía leer la revista dirigida entonces por Dante Panzeri, El Gráfico fue mi guía futbolística, pero también me formó como crítico. Más tarde, al escribir sobre cine o sobre literatura, siempre traté de imitar el modo en que Julio César Pasquato (Juvenal) me explicaba los partidos. Recuerdo desde luego a Panzeri y también a Pepe Peña como escritores destacados. Pero Juvenal, que tenía un estilo sobrio y no era afecto a las metáforas ni a la sociología, veía el fútbol como nadie que yo haya conocido, es decir, directamente, lo más difícil de hacer cuando se comenta un libro o una película.

F. La fidelidad se supone la virtud más importante de un hincha. Sin embargo, la fidelidad hace que el fútbol se reduzca a la repetición de partidos y campeonatos que hacen felices a unos y entristecen a otros gracias a sus respectivas fidelidades. El fútbol empieza a ser un tema de genuino interés solo cuando esa fidelidad se rompe, aunque sea parcial, hipotéticamente. No se trata de alentar mentalmente a los contrarios (aunque eso no está descartado, como vimos arriba), sino de reconocer que la belleza, la armonía o el genio no están asociados a una camiseta: solo a partir de allí se puede hablar de fútbol. Sin embargo, es muy difícil ser fiel a la infidelidad, y uno termina apelando en cada discusión a defender los colores. Los periodistas son las principales víctimas de este dilema porque se los supone imparciales.

G. Esta letra es para Gales, un país que no tiene la menor importancia futbolística. Es tan irrelevante que sus principales equipos compiten en la liga inglesa. No sé si a los galeses les interesa el fútbol. Creo que allí el rugby es más importante. Como lo era en Francia, solo que los franceses ganaron dos mundiales, mientras que los galeses clasifican de vez en cuando. Gareth Bale, el jugador galés más famoso de todos los tiempos, prefería jugar al golf en lugar de entrenarse en el Real Madrid. Sin embargo, cuando empecé a mirar asiduamente la Premier League, me hice hincha de un equipo galés, el Swansea, aunque lo perdí de vista cuando bajó a la B (igual celebro que nuestros archirrivales, los del Cardiff, se hayan ido ahora a la C). Pero, además, Gales dio un jugador que entendía el juego como nadie: Ryan Giggs.

H. Esta es para René Houseman. En los setenta hubo en la Argentina tres delanteros exquisitos: Alonso, Bochini y Houseman. El más completo fue Alonso, pero nunca fui su fan, por lo que me peleé muchas veces con mis amigos Ricardo y Gustavo Noriega (que, de paso, se hicieron de Vélez cuando el Beto fue a jugar ahí). Bochini tuvo la trayectoria más regular y más dilatada, era un gambeteador y un pasador de los mejores que hubo. Sin embargo, mi corazón siempre estuvo con René, campeón en el 73 con el Huracán de Menotti. El alcohol no lo ayudó en su vida, pero Houseman tenía un toque de genio único para inventar. Y además tenía un plus fuera de la cancha: era de una sencillez, un encanto y una sinceridad desarmantes.

I. ¿Por qué me volví un adicto al fútbol inglés? Sinceramente, no lo sé. Fue antes de que estuviera de moda decir que la Premier es la mejor liga. Es cierto que produce (o producía) los partidos más leales y más disputados, pero el secreto de los ingleses es la tradición, y en eso son campeones, aunque solo hayan ganado un mundial (de locales y con un gol dudoso). La gracia de la Premier League es que es apenas el vértice de una pirámide interminable de categorías y ligas. En cada pueblo y en cada barrio hay al menos un equipo que compite, que sube, que baja, que tiene su estadio, sus colores, su historia bien documentada y su hinchada, siempre capaz de llenar medio estadio de Wembley cuando les toca jugar una final allí por cualquier torneo. No hay en el fútbol una máquina proveedora de nostalgia como la Football Association (desde 1863).

J. Julián Álvarezme provoca sensaciones encontradas. Es que, a pesar de lo que anuncié más arriba, soy incapaz de una visión imparcial. No entre equipos, sino entre los jugadores o técnicos que aprecio y los que detesto. Fui superjulianalvarista en el mundial, contra los lautaristas. Lautaro Martínez no me cae, no veo por qué un goleador tiene que poner cara de malo, aunque todos los goleadores italianos lo hagan. Por supuesto que es un gran delantero, pero Julián es mejor: tiene más recursos, más serenidad y cara de bueno. Aunque, desde que abandonó a Guardiola para irse con el Cholo, le tomé un poco de idea. Sobre todo, porque estoy seguro de que lo convenció De Paul, que me parece una mala influencia hasta para Messi. Lo gracioso es que a Julián le fue bien en el Atlético y, en cambio, con el Cholo perdió todo.

K. Esta es la letra de Mario Alberto Kempes, héroe del Mundial 78 y un crac que no tuvo la carrera que merecía. Su único título de liga lo ganó jugando para River en 1981 en cancha de Ferro, con la hinchada enojada porque Di Stefano no lo ponía a Alonso. Pero Kempes y Tarantini alcanzaron ese día para darle el campeonato a River. Fue su último partido con la banda. El mayor recuerdo que tengo de él fue verlo jugar para Central contra River en 1976. Fue en cancha de Boca, Central ganó tres a uno, Kempes hizo los tres goles y la rompió. Jugó tan bien que la hinchada de River lo aplaudió calurosamente y poco después lo compró el Valencia. Ahora vive en Florida, comenta partidos para la audiencia latina en Estados Unidos, y me alegro cuando lo escucho.

L. Esta letra es para Ángel Labruna, a quien nunca vi jugar: salió nueve veces campeón como jugador con River y seis como entrenador. Nadie como él merece que una avenida lleve su nombre. No sé nada de Labruna por fuera de la imagen colectiva, pero dirigió a River en 1975 y rompió dieciocho años de sequía en materia de títulos. Tras esos dieciocho años —en los que me hice hombre—, quedé con el trauma de perder la ventaja acumulada en un campeonato o en un partido, un trauma que se agravó en 1966, cuando perdimos la Copa Libertadores contra Peñarol en Santiago de Chile después de ir ganando dos a cero. Desde el 75, ningún hincha de River puede quejarse en materia de títulos, pero ni ganar la Copa Intergaláctica a perpetuidad podrá compensar mi padecimiento infantojuvenil. El fútbol es más llanto que risas.

M. En un diccionario público, esta entrada debería estar reservada a Messi o a Maradona. Pero como es mi diccionario, la dedicaré a la palabra mundial y a José María Muñoz, el relator que me contagió el entusiasmo por los mundiales mucho antes de que la Argentina ganara uno, cuando «mundial» era sinónimo de desinterés y deshonra nacional. Vengo viendo todos los partidos televisados de los mundiales desde 1962 y hace mucho que escribo sobre cada partido. Sin embargo, recuerdo aquella época en la que Brasil era el dueño de la fiesta y la Argentina hacía papelones chauvinistas —como en el 66— o futbolísticos —como en el 58, el 62, el 70 y el 74—. No obstante, hubo alguien que ayudó mucho a que fuera un placer y un orgullo ver jugar a la Selección: César Luis Menotti, otra M.

N. Después de Pelé, Maradona, Messi, viene Neymar. Pero la distancia en cuanto a logros entre los tres más grandes y el hipotético cuarto es superior a la diferencia de talento. Neymar se equivocó cuando se fue del Barcelona para competir con Messi y cuando se dedicó a simular una falta en cada jugada para convertirse en caricatura. Si Brasil hubiera ganado los cuartos de final contra Croacia con un gol suyo —que, inexplicablemente, no fue reconocido como el mejor del torneo—, podría haber sido campeón, y el prestigio de Neymar sería hoy muy superior. Claro que es un contrafáctico de los peores, ya que le estoy dando por ganado a Brasil un partido que perdió, y otros dos más. Nunca ganaré esta discusión.

O. Letra reservada para orsai u offside,la regla once del fútbol, un asunto que cambió con el VAR (no en todos lados, recordemos que en Suecia no hay VAR, como no hubo represión covidiana). El VAR está cerca de decidir sobre el fuera de juego sin cometer errores y de hacerlo rápido. Es un hecho. También es un hecho que con el VAR hay menos goles, porque el asistente es incapaz de ver lo mismo que la cámara lenta. Antes, el reglamento le aconsejaba abstenerse ante la duda (disfrazada bajo el concepto de «misma línea» que la tecnología volvió obsoleto). Y no es menos un hecho que ya no podemos celebrar a pleno los goles hasta que el VAR se expida. Hay un cuarto hecho: los cambios propuestos hasta ahora en la regla (Wenger incluido) no sirven. No queda más alternativa que joderse.

P. Tras pensarlo un poco, decidí que esta entrada fuera para Pedri. Tengo una pregunta sobre Pedri: ¿es Pedro González López, nacido en Tenerife hace veintidós años, el mejor volante de todos los tiempos? Hay un candidato que le puede pelear el puesto y del que Pedri es el sucesor: Andrés Iniesta. También tenemos a Rodri o a Modric o a Zidane (cuánta letra I). Tal vez Pedri no sea tan bueno. Pero ¿qué jugador que no sea un goleador o un diez hace levantar al público del asiento? Aunque, más que levantar, lo hace murmurar y, cada tanto, cantar «Pedri, Pedri». Cuando uno ve jugar a alguien que sabe lo que va a pasar en las próximas jugadas como si fuera un ajedrecista, tiene que admitir que no es un caso normal.

Q. Podría autohomenajearme dedicando esta entrada a Quintín, pero será para Qatar, así escrito, porque si decimos que vamos a Catar o hablamos del mundial de Catar parece que estamos hablando de tomar vino, y este es un diccionario abstemio. Bien. En Qatar se jugó un mundial que debió jugarse en Inglaterra, y sucedió algo sin precedentes: que a un equipo le nacieran cracs y figuras en medio del campeonato. Hubo antecedentes: por ejemplo, Pelé en 1958, Beckenbauer en 1966, Mbappé en 2018. Pero acá nacieron a la gloria varios a la vez: Dibu Martínez, Alexis Mac Allister, Enzo Fernández y Julián Álvarez, que no tenían ninguna fama importante y acompañaron a Messi en su largamente postergada victoria. Creo que las multitudes que celebraron el triunfo nunca fueron conscientes de este milagro.

R. Esta entrada complementa de algún modo la anterior. El tercer mundial de la Argentina coincidió con la sequía de Brasil, que ya venía —con papelón incluido— del mundial anterior. Sin embargo, si uno se remonta unos años atrás, descubre que hubo un solo gran crac argentino entre Maradona y Messi: Juan Román Riquelme. En Brasil, en cambio, hubo muchos más. Para empezar, los tres «RO»: Romario, Ronaldo, Ronaldinho. Pero se puede agregar también a Rivaldo o, saliendo de nuestra letra, a Kaká. En esos años, Brasil produjo también laterales como Roberto Carlos o Cafú. La Argentina esperó en vano a jugadores de esa jerarquía hasta la llegada de Messi. Si alguien quisiera investigar el fútbol sudamericano de las últimas décadas, tendría que explicar este extraño fenómeno.

S. Acá vamos a hablar del «siga-siga», el principio fundamental del referato y del fútbol mismo: los árbitros se inventaron para que los partidos no terminen en una gresca, pero también para que se jueguen «con el menor número posible de interrupciones, para no enervar a los jugadores ni al público», como decía explícitamente el reglamento antes de que la IFAB —el organismo que está por sobre la FIFA y se ocupa de actualizar las reglas— deviniera en un foro represivo. Los ingleses, por suerte, todavía creen en el «siga-siga», expresión que en la Argentina se remonta a la época del gran Ricardo Calabria y sus discípulos Lamolina y Biscay. La contra del «siga-siga» era entonces el horrendo castrillismo alentado por Víctor Hugo.

T. No quería dedicar esta entrada al Chiqui Tapia, un personaje demasiado siniestro para cualquier diccionario. Pero aprovecho la T de tramposo para observar que Tapia es el destilado final de los males del fútbol argentino, que terminó siendo una metáfora perfecta del peor país que podemos ser: el caudillo de un ensamble mafioso de grupos de interés que se benefician indebidamente mientras perjudican a la mayoría. El torneo de treinta equipos, los ascensos amañados, el silencio de dirigentes y periodistas, la corrupción en los clubes, la mala calidad del juego, la violencia en las canchas sin visitantes, el sistema de playoffs, los cuestionables arbitrajes, la politización del deporte. Esto no empezó con Tapia, pero Tapia justifica con creces mi decisión de huir para ver solo fútbol europeo.

U. Esta letra es para United, palabra que suele identificar al Manchester United (salvo para el Bambino Pons, que llama al equipo «el Manchester», como si desconociera que de la misma ciudad es el City). Sin embargo, hay muchos United en Inglaterra, más de veinte. En la Premier League, por lo pronto, hay otros dos: el Newcastle United y el West Ham United. Cuando vi que había un libro y una película llamados Maldito United,pensé erróneamente que se referían a los Unidos de Manchester. Pero no, era sobre los Unidos de Leeds y el breve pasaje del entrenador Brian Clough por el club en 1974, una historia apasionante y absurda. La novela de David Peace es muy buena, una de las pocas novelas recomendables sobre fútbol. Solo se me ocurren otras tres, las de Philip Kerr: La mano de dios, Mercado de invierno y Falso nueve.

V. La V es la de la victoria, lo único indiscutible que tiene el fútbol. En particular cuando se habla de técnicos: para ser siquiera considerado en una conversación, un técnico tiene que haber ganado muchos títulos o, en su defecto, títulos importantes. Aunque ni Menotti ni Bilardo hayan ganado mucho, un mundial y alguna liga local les alcanzó para ser bandera. Solo Bielsa logró ser bandera sin ganar casi nada. Y no hay un caso como el de Scaloni, que ganó un Mundial, dos Copas América y prácticamente no perdió nada. Al principio se le objetaba su falta (nulidad) de experiencia. Vaya uno a discutir a Scaloni ahora, que dirige un equipo que gana y hasta juega bien. En realidad, me proponía hacerlo, pero no tengo espacio, porque el diccionario es tirano. Quedará para una próxima oportunidad.

W. Empecé a pensar jugadores con W y se me ocurrió solo uno destacable: Daniel Willington. Nació en 1942 en Santa Fe, pero fue siempre cordobés, en Talleres y luego en Vélez, donde fue ídolo entre 1962 y 1971. Le pregunté a la inteligencia artificial, y no tenía idea. Hizo una lista paupérrima que excluía a Willington. Le pregunté a nivel mundial, y fue peor. Parece que la W no tiene mucha suerte en el fútbol, así como yo nunca tuve suerte con Willington, de cuya calidad hay sobrados testimonios (hasta de Pelé), pero nunca le vi una actuación destacada. Se decía de él que era tan vago que en verano solo jugaba del lado de la sombra. Leo en la Wikipedia que fue muy amigo de Ringo Bonavena.

X. Esta es para X, la red social antes conocida como «Twitter». Le propongo al lector un ejercicio: que cuando quiera leer opiniones sobre algún asunto futbolístico consulte, por un lado, los medios tradicionales a su disposición (aunque sea en formato digital) y, por el otro, X. Advertirá que hay mucho más material en X. También, que los tuits serán, con mucha frecuencia, estúpidos o violentos, pero entre la escoria habrá destellos notables de inteligencia, además de clips de jugadas destacadas, actuales o históricas. Más arriba hablé de El Gráfico, y dudo que hoy haya algo parecido. No niego que existan buenos periodistas deportivos, pero el pequeño comentario del tuit suele dar la impresión de estar más vivo que la nota larga. Sin embargo, sigo escribiendo cada lunes una nota interminable sobre fútbol.

Y. Esta letra no puede ser más que para Lamine Yamal, probablemente el gran crac de los próximos años, a la altura del trío Pelé-Maradona-Messi. Nacido en Europa de padres africanos, será el primero no sudamericano. Es poco probable que yo pueda ser testigo de toda la carrera de Lamine Yamal, pero creo que para decidir sobre su lugar bastarán los próximos años. Por otro lado, se me ocurre que la cantidad de dinero que hay invertida en el descubrimiento y el desarrollo de futbolistas hará que la calidad de los jugadores mejore indefectiblemente en un lapso relativamente breve. Hasta ahora, la aparición de superjugadores era consecuencia de alguna combinación genética inesperada y de la suerte, pero hoy es más difícil que una futura estrella se pierda en el camino.

Z. La última letra podría corresponder a Zidane, un gran futbolista del que no hablé como se merece. Pero, como premio a los que llegaron hasta acá en la lectura, quiero hacer una autocrítica y contarles que, en el próximo diccionario, la K será para el Kun Agüero o para Harry Kane, dos excepcionales goleadores como Kempes. Hay muchas otras omisiones: no hablé de los defensores, que son la mitad del fútbol. Y por no hablar de defensores, tampoco hablé de Italia, la patria de los defensores. No hablé de grandes cracs europeos: de Platini, Cantona, Benzema, Cruyff (el jugador y entrenador más inteligente de la historia), Pirlo… Será la próxima vez. Hasta es posible que, para entonces, aparezcan grandes futbolistas con W.

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