Las formas del humo
Karla (psicoanalista) y José Luis (paciente), en el consultorio de un colega de Karla. Hablan un momento de pie, revisan el sitio, buscan dónde sentarse. Hay un diván, pero ninguno de los dos se coloca ahí. Ella se ubica en un pequeño sillón, y él, en una silla. Dialogan frente a frente. Karla toma la palabra.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace tiempo, tú y yo todavía nos hablábamos «de usted».
—¿Por qué lo dices ahora?
—No sé, la especialista en la mente eres tú. ¿Por qué estamos aquí?
—¿De veras me parezco a Aurora?
—¿Eso qué importa?
—Se lo dijiste a Uribe y me lo acabas de decir. ¿Me parezco a la mujer que quiere vengarse de ti?
—Te mueves como ella… Como se movía antes del accidente. ¿Por qué estamos aquí?
—Cambias de tema cuando algo te afecta.
—Me afecta estar en un consultorio que no es el tuyo. ¿Qué pasó?
—Esto es más seguro.
—La policía sabe que te visito, tu papá está en contacto con ellos, mis problemas personales no son un delito…
—Pero traes a otro paciente a terapia.
—El Doc está muy jodido. Tengo miedo de que vuelva a tratar de suicidarse. ¿De quién es este consultorio?
—De mi supervisor.
—¿Te analizas con él?
—De algún modo.
—¿No te parece genial? Traigo a un paciente imaginario al consultorio de un analista invisible.
—La situación no es genial, José Luis, todo se complicó. Desde el principio era obvio que nos iban a vigilar. Cada jueves, un Grand Marquis negro se estacionaba enfrente de mi consultorio. Pero eso era de rutina.
—¿Entonces?
—Me mandaron una señal.
—¿Qué señal?
—No lo sé, de eso trata esta sesión.
—No sabía que teníamos ese tema.
—Piensa bien lo que te voy a decir: Uribe habla para ti, pero también para los que escuchan en la cárcel. Quiere que lo vean jodido, derrotado, pero la pregunta es: ¿cómo está de verdad?
—Emputado con el mundo, le tiemblan los dedos; si le das un cigarro, se lo fuma en un minuto. Lo veo humillado.
—Dices que es autoritario, controlador, como un entrenador de perros.
—Sí, pero no puede actuar, y eso lo está matando. Lo peor es la actitud de su familia; también ellos lo quieren torcer. No sé quién inventó esa chingadera: el «llamado de la sangre». ¿Crees en eso?
—No importa lo que yo crea, José Luis.
—Su familia hizo una escena de telenovela antes del juicio. Dijeron que harían todo por su hijo, pero, cuando el juez le puso cargos de terrorista, les ganó el instinto de clase. Dejaron de pagarle al abogado. ¿A ti te siguen pagando?
—Eso no importa. ¿Lo ve alguien de su familia?
—Lo vio Aurora, te lo estaba diciendo. Eso lo hizo mierda.
—Por eso pregunto por Aurora. ¿Cómo se movía? Antes del accidente, quiero decir.
—¿Quieres que la compare contigo?
—Ya la comparaste conmigo: ¿cómo se movía?
—No sé, es una impresión abstracta.
—Trata de describirla.
—Soy malo para eso, ya lo sabes.
—Eres bueno para recordar.
—No es que sea bueno: me obsesionan los recuerdos.
—Piensa en una imagen, algo se mueve…
—La última vez que fui de campamento con mi padre, me enseñó que no todas las ramas echan el mismo humo. Hay maderas diferentes. Las frutales y las maderas de nueces arden mejor porque tienen poca savia. El roble de clima seco es distinto al roble de clima frío… Mi papá era experto en eso; el humo indica qué tipo de leña tiene una fogata. Él me enseñó a distinguir esas siluetas. Puedo hacerlo, pero no puedo explicarlo; es un conocimiento inútil. Lo mismo pasa con la forma en que se mueve la gente.
—¿Seguiste acampando?
—El viejo enfermó y no volvimos a «agarrar monte», como él decía.
—Pero recuerdas lo que te dijo: las formas del humo.
—Distingo esas siluetas, pero no puedo explicarlas. Caminas como caminaba ella. ¿Pero qué chingados importa? Esta es la terapia de Uribe.
—Hace rato que no es solo su terapia. Trabajamos en dos pistas, José Luis. Es raro, pero está funcionando. Aurora es un vínculo con él y conmigo. ¿Qué dijo Uribe cuando la comparaste conmigo?
—No confía en mí por lo que le hice a ella. De todos modos, se atrevió a pedirme que manejara el coche en el atraco. No se lo perdona. Me dio la oportunidad de fallar.
—No fallaste.
—En la cárcel, no puede acusarme de eso, no puede decir que participé en el asalto.
—Lo hace para protegerte, no quiere implicarte.
—Me acusa de otras cosas, de no devolverle dinero o un libro. Es una manera de decirme que la cagué en el asalto. No quiere implicarme en eso porque me necesita fuera. Es más egoísta de lo que piensas, Karla.
—¿Te necesita fuera para esta terapia?
—Y para otras cosas. Supongo. Con él nunca puedes estar seguro.
—Dices que no confía en ti, pero te confió el coche.
—Y arranqué antes de que ellos salieran del banco.
—No podías hacer otra cosa, lo hemos analizado mil veces.
—¿Le hablas a tu supervisor de nosotros, Karla? ¿Te acuestas en ese diván?
—No soy el tema de la terapia, José Luis.
—«Eso mata la transferencia». (Pausa). Aurora y el Doc se llevan pésimo. Por mi culpa. Él me perdonó, siguió siendo mi amigo, y ella lo odia por eso.
—¿Uribe te perdonó o te necesita? Dijiste que, si fuera el papa, te escogería para que le tocaras los huevos. ¿Eso es amistad o subordinación?
—¿Conoces la sociología de la dependencia?
—¿Cómo se relaciona con Uribe?
—Hay relaciones que existen porque son desiguales. Perú le vende guano a Estados Unidos; si no fuera un país jodido, le vendería armas.
—¿Uribe te necesita para que le vendas guano?
—Tal vez. Ha sido generoso, no lo niego.
—¿Compra el guano a buen precio?
—No te burles.
—No me burlo, sigo tu comparación. ¿Nunca quisiste romper esa dependencia?
—La verdad es que no, supongo que necesito su aprobación.
—¿Lo ves como alguien superior?
—Es superior, en todo.
—Y eso no te molesta.
—No.
—¿Sustituyó al papá que te llevaba de campamento?
—Pinche terapia: cuando no es la teta de tu madre, es la ausencia de tu padre. Los problemas no son tan básicos.
—No puedes eludir algo, José Luis: los padres existen.
—Por desgracia.
—Hasta que alguien más toma el liderazgo, como Uribe. O como Aurora.
—Fue a la cárcel a hundir al Doc. Le dijo hasta de qué se iba a morir.
—¿Por eso temes que se suicide?
—Aurora lo acusa de traicionar a la familia. En su cabecita burguesa, es un drama que hayan dejado de invitar a su papá al country club porque tiene un hijo terrorista, y no le perdona que sea mi amigo.
—Ella te cortó antes del accidente. ¿Por qué lo hizo?
—¿No lo he dicho?
—No.
—La terapia es del Doc, por eso no lo he dicho.
—Es de los dos, ya quedamos en eso.
—¿Estamos haciendo un trío? Supongo que no puedo preguntar eso.
—Supones bien. ¿Qué dijo Aurora antes del accidente?
—En su versión, yo era violento, un hijo de puta, un animal.
—¿Y en la tuya?
—Ella tenía razón, no controlaba mi agresividad, rompía cosas. Nunca le pegué, pero me vio hacer pedazos el primer refrigerador que compré en mi vida. No cerraba bien porque era usado y quise cerrarlo a la fuerza. Me emputé tanto que me quedé con la puerta en la mano. Ella me miró como se mira a un energúmeno. Yo estaba mal. La célula me ayudó a canalizar la violencia de otro modo.
—¿Lastimaste a alguien?
—Nunca. Pero aprendí a estar alerta, a desconfiar de todo, a hacer cálculos. El Doc me ayudó en eso. Concentré mi energía.
—Te entrenó.
—Si lo quieres ver así…
—Perfeccionó la dependencia.
—Eso me convenía, ¿no te das cuenta? Yo tenía la mecha muy corta, estallaba por cualquier cosa, y entré en un mundo donde todo depende de tener control. El Doc me conocía, pero confió en mí incluso después del accidente con su hermana.
—¿Fue tu último arrebato?
—Creo que sí.
—¿Aurora rehízo su vida?
—¿A qué te refieres?
—¿Se casó, tuvo hijos?
—¿Te parece que eso es rehacer una vida? Se casó con un troglodita y tiene dos hijos idiotas. Una tragedia normal. Lo que se esperaba de ella.
—La tragedia que evitaste. Con otra tragedia.
—Tal vez.
—Y que ahora te persigue. Los persigue. Cambiaron de celda a Uribe.
—¿Cómo sabes?
—Te dije que me mandaron una señal.
—¿Cómo?
—Aurora fue al consultorio.
—¿Te fue a ver?, ¿qué te dijo?
—Te tengo que decir esto porque no es un asunto de terapia, sino de seguridad: Aurora no soporta seguir enamorada de la persona que le destruyó la vida.
—Eso no es un tema de seguridad.
—También me dijo otras cosas: habló del Colorado y de Fermín. Dijo que te parecías a los dos: el Colorado escapó del asalto porque traicionó a sus compañeros y Fermín cometió la pendejada de matar a un niño.
—¿Crees que me parezco a ellos?
—Ese no es el punto, José Luis. ¿Cómo supo Aurora lo que me contaste del Colorado y de Fermín? ¡Pusieron micrófonos en mi consultorio!, es obvio, por eso estamos aquí. Pero lo raro no es eso.
—¡Puta, pues ¿qué es lo raro?!
—Que le hayan dado la información a Aurora. ¿Quién está detrás de eso? Alguien mueve los hilos y utiliza a Aurora. No pueden usar lo que grabaron en mi consultorio como evidencia, pero ¿de cuándo acá importan las evidencias? Su familia es poderosa.
—Igual que la tuya, Karla.
—«Cuídate de tus enemigos, pero más de tus amigos», eso dijiste en una sesión. El Colorado los traicionó. Si pudiera, Uribe sería su verdugo. No lo dijiste, pero lo implicaste. La lucha clandestina incluye ejecuciones.
—Hablas como la policía: desaparecen a un compañero y dicen que fue una purga de la guerrilla.
—A veces sí es una purga. El enemigo no solo está enfrente, a veces está al lado: la guerrilla ha matado comunistas.
—¿De qué hablas?
—Hablo de lo peor, de lo que no quiero que pase. Para impedir una desgracia, necesitas saber que puede ocurrir. Aurora quiere que la Liga se haga cargo de ti. Por eso vino.
—No entiendo: ¿qué tiene que ver la consulta con eso?
—Aurora camina mal, pero actúa rápido. Movió influencias y logró que pasaran a Uribe a una celda de máxima seguridad: ya no podrás verlo.
—¿Qué hiciste cuando ella vino?
—¿Qué crees que hice?
—No sé.
—Imagina qué hice.
—¿Le mentaste la madre? ¿La sacaste de aquí de las greñas?
—¿Crees que hice eso?
—No, la verdad es que no.
—¿Qué crees que hice?
—Te gusta mantener la calma, nadie sabe lo que piensas, pero los ojos te brillan cuando se te ocurre algo importante. No a todo mundo le brillan los ojos. A veces piensas en algo que no dices, algo irónico, y la boca te tiembla un poco, apenitas. Te gusta hacer pausas, cruzas las piernas y te recargas del lado derecho. No te tocas el pelo, nunca te tocas el pelo, me pregunto en qué circunstancias te tocas el pelo.
—No puedes describir el humo, pero sabes ver.
—En las primeras sesiones usabas un delineador más fuerte, pero lo cambiaste, tal vez porque te maquillas de prisa, con descuido. Una vez tenías el rímel corrido, solo en un ojo. Pensé que habías llorado, tal vez una hora o dos horas antes habías llorado, y te volviste a maquillar a la carrera. Tuviste otro paciente y luego llegué yo. ¿Habías llorado?
—Sabes que no voy a contestar. ¿Cómo crees que reaccioné cuando vino Aurora?
—Llevo meses viendo tus signos, pero no sé cómo eres.
—¿Cómo quieres que sea?
—¿Con Aurora? La escuchaste con frialdad. Le dijiste algo duro, que no va a olvidar. La dominaste.
—¿Qué te parece eso?
—Me gusta, me gusta que lo hayas hecho.
—No sabes si lo hice.
—No importa, en mi mente lo hiciste. Estuviste genial.
—¿No quieres saber qué pasó?
—Sí, pero no vas a decirlo. ¿O sí?
—Fui pedante. No sé si la dominé. Se presentó como una heroína, y le dije un verso de Octavio Paz: «Familias, criaderos de alacranes».
—No lo va a olvidar, es el único verso que va a memorizar en su vida.
—Perdón, José Luis, crucé una línea, no debo hablar de mí, pero esto me rebasó. Por suerte, mi terapeuta ya casi no atiende y podemos estar aquí.
—Sigo sin entender por qué Aurora vino con ese cuento de la traición.
—Para que la Liga Roja actúe.
—¿Y por qué te lo dijo a ti?
—Porque sabe quién soy.
—¿Qué quieres decir?
—Hace rato te hice una pregunta.
—¡Haces tantas!
—Te pregunté cómo quieres que sea.
—Estabas hablando de Aurora, de la forma en que la enfrentaste.
—Repito la pregunta. (Se pone de pie). ¿Cómo quieres que sea? ¿Cómo quieres que sea la persona que usa mal el delineador? (Se acerca un poco a José Luis).
—¿Te molesta que sea observador? Estoy entrenado para eso, en un operativo los detalles te salvan o te condenan.
Karla le tiende la mano, hace que José Luis se ponga de pie.
—Dime algo, José Luis: ¿qué otros detalles ves en este operativo?
—¿De veras quieres que te diga?
—No, no hace falta.
Se besan apasionadamente.
—Perdón, Karla, jodí la terapia.
—Yo empecé.
—La jodimos.
—¿Te importa?
—Para nada.
Se vuelven a besar.
—No volverás a ver a Uribe, no en la cárcel.
—Aurora es una hija de puta.
—¿De veras me parezco a la persona que te quiere joder la vida?
—Te mueves como ella se movía, todo lo demás es diferente, aunque no sé nada de ti. Te tengo confianza: la transferencia funcionó; funcionó demasiado bien.
—¿Nada más me tienes confianza?
—Me gustas, es obvio. ¿Te puedo preguntar algo?
—Be my guest.
—¿Me besaste para que no siguiera hablando de Aurora?
—Nos besamos, querido.
—¿Sabías que nos íbamos a besar?, ¿lo sabías desde el principio?
—Fue un impulso. De los dos.
—¿Qué sabe Aurora de ti? Dime la verdad.
—Nos besamos: eso es verdad.
—Hay algo que no entiendo, Karla.
—¿Qué?
—Es lógico que me gustes, y eso ayuda a la transferencia, pero todo lo que te he contado de mí es desastroso.
—¿Y eso qué?
—Es la peor propaganda de mí mismo.
—No viniste a una entrevista de trabajo. Las debilidades pueden ser sexis, sobre todo en un hombre. Estoy hasta la madre de la vanidad masculina; todos hablan para demostrar que la tienen grande.
—Yo no, por lo visto. ¿Eso me convierte en alguien que la tiene pequeña?
—¿La tienes pequeña?
—¿Estamos en terapia?
Karla lo besa.
—¿Pasamos a la praxis?
—Eres rara, Karlita. No sabía que usaras esa palabra.
—Hay cosas que no sabes.
—¿Cómo qué?
—La Liga Roja no está sola.
—Es obvio, tiene contactos con otros grupos. Hasta hubo un congreso de grupos armados. Eso solo pasa en este país. Fue clandestino, pero fue un congreso.
—No hablo de otros grupos. Conozco a Uribe.
—Por la terapia.
—Lo conozco de antes, bobo.
—¿De qué hablas?
—Él quería que vinieras conmigo.
—La célula arregló eso, su familia te paga.
—Te atendí gratis.
—¿Por qué?
—Teníamos que saber si podíamos confiar en ti.
—¿«Podíamos»? ¿Quiénes?
—Estoy en esto desde el principio, querido. Hay células activas y células dormidas.
—No entiendo un carajo.
—Creo en las mismas cosas que tú. Estamos en el mismo barco. Aurora lo sabe. Por eso vino. Quiere que nos hagamos cargo de ti.
—¡No mames! ¡Me manipulaste!
Karla intenta besarlo, José Luis se resiste.
—Pinche Karla: ¡deja de fingir!
—Esto es real, José Luis. ¿No te parece real? ¿Hablaste mierda de ti y me gustas? ¿Cuál es el problema?
—El problema es el engaño.
—Todos tenemos una agenda oculta. El Doc me pasa información a través de ti, me la estoy jugando. Mi padre es íntimo del secretario de Gobernación. ¿Sabes lo que pasaría si supiera que ayudé en el asalto?
—¿En qué ayudaste?
—Recibiste las llaves de un coche robado en el buzón de tu edificio. ¿Quién crees que las puso ahí?
—¿Tú?
—El coche es de mi tío, uno de los diez que tiene en su rancho. La célula dormida hizo el operativo. Ya conoces la regla: una célula no sabe lo que hace otra, eso dificulta que haya delatores.
—Todo este tiempo me estuviste investigando.
—¡Te investigué para bien! No eres el Colorado, no trabajas para la Federal de Seguridad. Tampoco eres Fermín, eres incapaz de matar a alguien por descuido. Conozco tus complejos y me gustas. ¿Me vas a enseñar qué tan pequeña la tienes, compañero?
—Espérate tantito. ¿La visita de Aurora sí fue real?
—Sí.
—¿Y los micrófonos en tu consultorio?
—También. En estos momentos, la policía sospecha más de mí que de ti. El Doc me mandaba mensajes contigo. Él no podía decir nada concreto porque los estaban escuchando, pero tenemos claves. Me dijiste que le quitaron las pastillas; eso significa que le regresó la enfermedad. Tiene un problema en los riñones. Si se pone grave, lo van a mandar al hospital. Es la oportunidad que tenemos de rescatarlo, o la oportunidad que teníamos, ya no lo vas a ver. Tenía que darte una fecha.
—¿Una fecha?
—La fecha del traslado al hospital, mencionada como algo distinto.
—Me dio solo una.
—¿Cuál?
—Me recordó el cumpleaños de la hija de Lucrecia, la mujer de Fermín.
—¡¿Qué te dijo?!
—Que le comprara un regalo, para el veintidós.
—¡¿Y por qué no lo dijiste?!
—No me pareció… relevante.
—¡Tenías que decirme todo!
—Te dije todo.
—¡No dijiste eso! Tenías que decir absolutamente todo. Cada palabra dicha por el Doc significa algo importante para mí. ¡Estamos a diecinueve! Tenemos tres putos días para montar el rescate. Ahora sí la cagaste, José Luis, esto es peor que lo del asalto.
—¡Cálmate!, ¿cómo iba saber? Me hubieras dicho que no me querías como paciente, sino como informante.
—No podía decirte; nos vigilaban, más a mí que a ti.
—Tienes la protección de tu padre.
—Aurora acabó con eso: su padre es más cabrón que el mío. A una niña rica le fascina hacer mierda a otra niña rica.
—Eres una manipuladora; y te crees lo máximo por eso.
—No me creo lo máximo, y sí, me aceleré, perdón. No estaba preparada para esta sorpresa. Tres días son muy pocos días.
—No sabía que la fecha fuera importante…Te puedo ayudar.
—¿Manejando?
—No seas cabrona.
—Tenemos que mantenerte aparte. Estás limpio. Montamos el teatrito en la cárcel para que me pasaras información, pero también para que la policía supiera que estás limpio.
—¿Para qué?
—Te necesitamos.
—¿Quiénes?
—La Liga.
—¿Te estabas cogiendo a Uribe?
—No es posible que seas tan primitivo.
—Para alguien que engaña, como tú, la verdad es primitiva. ¿De qué sirve «estar limpio»? Hablas de mí como si fuera un traje en la tintorería. ¿Me limpiaron para usarme? ¿Uribe te lo ordenó?
—El Doc es el líder, ya lo sabes.
—¿Eso incluye penetración?
—No seas pendejo, deja de pensar con el pito.
—Okey, soy un pendejo, y también soy tu títere. ¿Tanto trabajo te cuesta entenderlo?
—Me gustas, eso es real, aunque olvides fechas importantes.
—Es el cumpleaños de una niña, yo le debo dar un regalo, no lo olvidé, le compré un peluche.
—¿Un castor?
—No soy tan obvio.
—¿Qué le compraste?
—Un osito.
—¿Hay algo más obvio?
—Un oso de peluche es neutro, sobran osos de peluche. Un castor es raro, era el peluche de Uribe.
—La fecha era una clave.
—Pero yo no lo sabía.
—Hay muchas cosas que no sabemos. (Lo besa). Debí preguntarte más. (Cariñosa). ¿Me vas a dejar que te interrogue?
—Tal vez, no sé, estoy confundido.
—Necesitas terapia, Joe Louis.
—Ya no soy tu paciente.
—Te di de alta, con unos besos.
—¿Ahora qué somos?
—Cómplices, cómplices clandestinos. (Se dirigen lentamente al diván). Me gustó lo que dijiste del humo.
—Digo tantas pendejadas.
—Las maderas arden de manera diferente, sueltan humo de distintas formas.
—Eso me pregunté cuando te vi por primera vez… Vi cómo te movías…
—¿Y?
—Pensé en el humo, me pregunté de qué madera estabas hecha.
—Vamos a ver.
Se tienden en el diván. Oscuridad.