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12 cartas

Escribe
Javier Ramos
En formato epistolar, un hombre se contacta para convencer a otro de que asista a la reunión que celebrará con todos los compañeros de curso del colegio.

Carta 1

El escritor recibe de manos de su madre la siguiente carta:

«Querido F. J.: Te acordarás de mí porque es justo cuando somos adolescentes lo que parece más intenso y más lleno de buenos recuerdos, por lo menos para mí, encima cuando entre tú y yo hubo algo más, que tú fuiste el primer chico que recuerdo que me gustó o, si no fuiste el primero, sí que eres el primero que recuerdo.

En fin, soy A. M.. Supongo que la vida nos ha llevado a muchos sitios distintos. Yo no me he movido de aquí y ya he estado mucho casada y con dos hijos que ahora son lo único que me importa. Después he cogido y me he divorciado. No sé tú. Pero cuando te das cuenta de cómo pasan los años, echas la vista atrás y ves que los mejores años a lo mejor ya han pasado y he pensado, claro, que a lo mejor ya no vivías en tu casa pero que seguramente tu madre sí que vivía. Como no me he movido mucho del barrio, todo comenzó el verano pasado cuando me puse a hablar con T., a la que no he dejado de ver. Tiene también dos chiquillos y está divorciada también y nos pusimos a hablar de lo bonito que sería reunirnos todos los de la clase de E.G.B. con lo fácil que es con Facebook. A ti no te he encontrado y he pensado que no te gustaba. La única solución ha sido ir a ver si aún vivías en tu casa y darle esta carta a tu madre que espero que te llegue y la leas. Nos hemos estado viendo algunos pero yo quiero que a finales de febrero nos juntemos todos a los que hemos encontrado. Las que nos hemos juntado somos las divorciadas pero ya estamos encontrado sobre todo a los chicos. Parece ser que uno, que no sé si te acordarás que se llamaba P., se ha muerto porque así es la vida.

En fin, que nos haría mucha ilusión que tú y si quieres tu hermana vinierais a la cena el veintiséis de febrero, te doy mi teléfono y tu hermana se puede venir porque sólo iba un curso por detrás y no se hablaba con nadie ni con mi prima que iba con ella. Yo confío en que tú puedas venir porque entre nosotros además pasaron más cosas, aparte de que te hayas hecho escritor. Espero tu llamada o vuelvo a pasar por casa de tu madre a hablar con tu hermana porque de verdad que me haría muchísima ilusión.

A.M.».

Carta 2

Sólo por desprenderse de la preocupación de que A. vuelva a casa de su madre, el escritor decide contestar a la carta que le ha sido entregada del siguiente modo:

«Querida, A.:

En efecto has dado conmigo, F. J. Decirte en primer lugar el desconcierto que me ha provocado una reaparición de este calibre, lo mismo que no encontrar en ninguna parte de tu carta tu número de teléfono. He recurrido a contestarte, pues, por correo porque, aunque no ibas a franquearla, la carta venía providencialmente encabezada con tus señas. Estar escribiendo una carta, precisamente, me parece ahora al vuelo una idea en verdad tan antigua como esos tiempos y asuntos que refieres. Una idea quizás romántica. Y caduca.

Me he apresurado a escribirte, pues, a fin de evitarte la molestia de desplazarte de nuevo fuera de tu barrio para llegarte a casa de mi madre. La edad la impide digerir bien este tipo de visitas, lo mismo que la carne roja, la inmigración o el feminismo. Me es del todo imposible, tanto como a mi hermana (pero con distinto énfasis), acudir a la cena que mencionas, sin entrar en detalle de si semejante encuentro hubiera de ser acaso más grato que las encerronas que me hacían los matones de tus novietes en aquel callejón tapiado que había detrás del colegio, de los que guardo un doliente recuerdo.

Me ha alegrado mucho y me ha remembrado muy gratas cosas saber de ti y lamento mucho, tanto como no acudir a la cena, el que, como dices, la vida nos haya llevado por muy divergentes derroteros hasta el punto de privarme del tiempo que pudiera requerir mantener algún tipo de contacto contigo. Con mis mejores deseos para ti y para tu familia, recibe un cordial saludo de F. J. »

Cuando el escritor desliza la carta en el buzón de la plaza, no sabe que ha cometido el error de facilitar sus señas en el remite.

Carta 3

«Querido J:

Es que yo te llamaba J. a secas. Desearte feliz año nuevo, no como tú. En tu carta no estaba tu teléfono y tu madre ya me dijo que ella no lo sabía ni lo tenía apuntado, por esos problemas que a veces hay madre hijo. Me dijo que Facebook no tenías si es pagando. Así que te pongo esta carta urgente, que se nos echa el tiempo encima.

Por favor, tienes que venir preciso. De chicos vienen: A., L. el bajito, y L. que es entrenador y M. y G., y de divorciados: M. A., R., I. y C. A., y yo creo que los chicos os lo vais a pasar muy bien aunque vaya a ser una cena de todos juntos. Como dices que estás un poco derrotero por la vida o algo, no pierdo nada y el no ya lo tengo, y a mí es una cosa que me ha devuelto la ilusión de vivir, pensar que nos vamos a ver y a contar las vidas de después de cuando no éramos más que unos niños. Y lo del callejón de la tapia serían cosas de niños, y ahora hay un burguer y ya está. Igual lo que hago es ir a ver si convenzo a tu hermana para venir los dos. El día de tu madre le pregunté que si estaba y yo creo que no quiso salir o al menos eso le gritó a tu madre, será que no oye bien. Mi madre está también pachucha pero me hace un favorazo con los niños para organizar la cena. Será que tu hermana no se acuerda de nosotros porque no hablaba con nadie. Te pregunto directamente tu Facebook, a mí sí que me puedes localizar porque yo soy de dar la cara. Mi chiquillo me ha dicho que sí que estás. Ahora sí que te doy mi teléfono y me puedes localizar después de acostarse los niños pero también cuando te vaya bien pero pronto porque corre todo mucha prisa y mira si puedes decirme si celiaco, intolerante y eso porque la chica del restaurante está muy nerviosa aunque luego no vengas. Del muerto vendrá su hermana a leernos una cosa. Yo te quiero convencer porque lo que había entre nosotros era muy especial y muy bonito y ha pasado muchísimo tiempo y muchas cosas además de lo de escritor que se nota un montón en tu carta. Me arrolla la nostalgia. Me quedo aquí con la esperanza.

A. M. »

El escritor toma de inmediato papel y bolígrafo, se apresura a contestar.

Carta 4

«Querida A.:

Me ha sorprendido recibir de nuevo noticias tuyas, ahora en mi buzón. Ruego entiendas, pues, que el tiempo (e ibuprofeno) que robo a mis ocupaciones, es el que no puedo emplear en acudir a la puñetera cena: ningún tipo de interés en recalar en el penumbroso escenario de mi candorosa pre-adolescencia. En relación al incidente del callejón, sólo puntualizar que lamenté poco verme privado de la excursión al planetario con la profesora de Ciencias, cuando tu pandilla de cuatreros ya me había hecho ver las estrellas y encarado a ojo a la constelación de Orión, comandados por aquel noviete tuyo (homo neanderthalensis) espoleado por la noticia de que yo te había tocado las tetas, cosa que sólo era verdad en la medida en que tú me lo habías pedido. A los trece años, era inocente y mis sentimientos, meramente platónicos y distantes a satisfacer tus primeros apetitos, lo que no justifica que te tomaras la revancha de contarlo a todo quisqui. No puedo dejar de aventurar lo emotivo que resultará que dediquéis parte de vuestro infecto cónclave a la memoria del malogrado P., y elogiéis la simpar entereza con que soportaba el las vejaciones que sufría cada vez que entraba a clase, excusadas en el seguramente lancinante hecho de ser de Madrid, haberse incorporado a mitad de curso, tener lo que se dice poco empuje y aún menor queja ante tales humillaciones. Mira a ver si es que la hermana os va leer un informe forense o una carta de suicidio, no vaya a ser que la cosa se os tuerza y os toméis los chupitos en el juzgado. Dale recuerdos a Z., O., R. R. y A., en el caso de que vayan (y existan). Sin más que decir, animarte a que disfrutéis mucho el reencuentro (ponte un buen escote) y tomes esta carta como un punto final a nuestra comunicación. De acudir a tu mente la mala idea de volver a casa de mi madre, avisarte de que entre ésta y mi hermana juntan mucha medicación y, no teniendo el rigor por costumbre, pudiera mi hermana estar pero que muy bien de la tensión arterial pero fatal de otras dolencias que podrían predisponerla a un reacción indeseada contra tu estampa y crisma.

Atentamente, J.»

Carta 5

Días más tarde, el escritor descubre otra carta de su corresponsal, cuyo contenido desdeña y, en realidad, no averiguará hasta mucho tiempo después, entendiendo que no puede sino sumar nueva, mortificante e infructuosa insistencia:

«Querido J.:

Por mí tampoco hablamos más, pero no he podido contenerme para escribirte porque lo que vamos a hablar en la cena son cosas bonitas y nada de lo que tú me estás diciendo porque lo bueno que podemos hacer es recordar las cosas bonitas y no los traumas, que es lo que me diría la psicóloga del colegio del chiquillo si fuera. No si fuera yo. Ni ella, que sí que es, y el niño fuera. A ella, no al colegio.

De lo que dejas claro, yo ahora te pregunto si por lo de mis senos te has hecho así, o eras así y por eso lo de mis senos. No quiero criticar a nadie porque a mí, mira, que cada uno lleve su vida, pero que sepas que tengo muchos conocidos que también son pero yo no voy por la vida de moderna. Y ahora me tienes que decir si vienes a la cena o no al final porque hay una razón por la que vas a venir seguro y que no me puedes fallar: después de que me llegara la carta tuya del principio me puse como una loca a enterarme bien de lo tuyo de escritor y ver el libro tuyo “El señor Gro y la hija de la viuda Stern” porque me hacía mucha ilusión. No lo tienen en ninguna papelería pero ahora he vuelto a ir a ver a tu madre un poco por lo de Facebook. Qué casualidad que entre las cosas que tu hermana me lanzó por la ventana estaba “El señor Gro y la hija de la viuda Stern. Yo lo que quiero es darte la sorpresa de enseñártelo en la cena y si quieres me lo firmas, porque, aunque no tengo mucho tiempo para leer, por culpa de los niños me hace muchísima ilusión. Así que no me puedes decir que no. Me estoy volviendo loca porque la cena es en dos semanas y ya está todo preparado. También me han dicho que A. F., el chico aquel, que ahora le llaman  “La Complementos” viene con “su chico, así que no tienes que preocuparte por nada ni sentirte mal. Por favor, llámame lo más pronto que puedas, aunque sólo sea por lo del libro tienes que venir. O me buscas por Facebook o puedes buscar:  “La Comple”, y hablas con A. F. No quiero entrar en la fruslería de quién le debe una disculpa a quién.

La cena saldremos más o menos a veinte euros, la bebida se paga cada uno lo suyo.

Atentamente, A. M.»

Carta 6

Un mes más tarde, una segunda misiva definitivamente inesperada se suma a la que el escritor dejara sin abrir en cierto rincón poco riguroso de su atiborrado escritorio:

«Querido J.:

Como a mi carta ya no hiciste caso, primero me he enfadado mucho pero me he decidido a escribirte para que veas lo que te has perdido no viniendo a la cena porque ha sido un éxito total y no te puedes imaginar lo feliz que estaba la gente. No sabes lo que es ver lo que le han hecho los tragos del tiempo a la gente en su propia cara.

Como C., que se ha divorciado, trabaja de administrativa en el colegio, había conseguido la lista de octavo A y nada más llegar todo el mundo pasamos lista. Yo iba diciendo los nombres. Te has perdido lo que es decir el nombre de un muerto porque su hermana sí que había venido en representación y que te conste que el tuyo ni lo dije. La gente iba diciendo “¡presente!” y luego A., que se ha divorciado y es gracioso, dijo, cuando le tocó, “¡pasado!” y luego T. va y dice: “¡pretérito pluscuamperfecto!” y nadie se acordaba de lo que era y nos reímos un montón. La hermana del muerto había pensado leernos una página del diario de él de cuando venía a clase, pero, con tanto lío de celiaco y bebiendo, no nos enteramos mucho de que se tomaba o quería tomarse unas pastillas. Pero bueno. No te voy a invitar a la cena que hemos quedado que volveremos a hacer en verano pero dicho está. Homosexuales son A. F. ( “La Comple”), que ya te lo dije, y M. M. y C., o sea que no hubiera pasado nada y hubieras estado a gusto, porque ellos se sentaron un poco aparte con T., que se lleva muy bien con vosotros. Yo no, y te quiero explicar que es un poco por lo que pasó cuando éramos niños y tú eras el que más me gustaba de todos y tu hermana, por ejemplo, lo sabía de sobra. Yo creo que todo al final es una cosa un poco delicada pero yo tengo derecho a decirlo por la parte que me toca, que es que por supuesto no me tengo que sentir culpable pero sí que me siento, lo tengo que decir, muy decepcionada, aunque tuviésemos trece años. Y decepcionada es una forma suave de decirlo por no decir estafada. Lo he pasado muy mal y también me separé porque mi marido era un cafre, así que tengo derecho a estar estafada con los hombres. Y lo que tengo son dos chicos y yo no sé qué va a pasar aunque son lo más importante de mi vida.

Atentamente, A.»

Carta 7

Semanas después, la aparición, junto a numerosísimas facturas en el buzón, de una tercera carta susceptible de acabar en el desapercibido rincón del escritorio y finalmente, junto a prospectos de ansiolíticos y fallidos poemas, en la papelera, provoca en el escritor lo que acaba siendo una fastidiada curiosidad:

«Querido J:

Cuanto menos contestes, menos pierdo en escribirte y ten en cuenta que por culpa de los chiquillos todo sería más fácil por Facebook. Sólo te quería decir una cosa que se me ha quedado en el tintero y ya te dije que soy de dar la cara. Aunque te dé igual, que se sepas que por si al final venías me llevé tu novela “El señor Gro y la hija de la viuda Stern” a la cena. Porque L. es entrenador de fútbol y se puso a hacer toques de cabeza y patadas y todo el mundo aplaudió, y si tú hubieras venido yo hubiera sacado el libro porque me parece que nadie lo sabe que eres escritor y yo lo hubiera explicado y hubieran visto que de clase hay gente que ha triunfado.

Si no viniste a la cena ni lees mis cartas porque estás muy ocupado o viajando pero en plan trabajo, me lo dices y punto y que sepas que me he empezado a leer la novela. Me cuesta mucho leerlo por culpa de los chiquillos, pero se presienten un montón las palabras que utilizas, y los líos que hay con cosas que no son importantes. Cuando lo acabe te voy a dar mi opinión, pero tú me dices, de paso que voy a Valencia un día.

Resulta que T. se ha hecho amiga de A. F.,  “La Comple, y “su chico y quedamos y “eso”. A mí me da igual mientras no hablen de lo que “hacéis” en la cama que por aquí me entra y por aquí me sale, porque no voy por la vida de moderna. Nos han dicho de ir a su casa a Valencia, que no está lejos de tu casa por la dirección en Google, que parece que cuando me contestaste me restregaras que estoy desesperada. Estate tranquilo que es por el libro. No me hacen falta los hombres para nada porque soy madre y eso es lo más precioso de la vida. También te quiero decir que en la cena me miraban todos la que más, pero mira qué casualidad todos los casados, o sea que, si hubiera querido, pues eso, que nadie mejor que yo sabe lo cafres que son. Pero no quise porque me entró un poco de asco al final y la verdad es que bebimos tanto que al final me daba todo igual, pero, aunque no quiero decir nombres, estuvo un poco feo que hicieran bromas porque voy yo y pierdo el conocimiento en la discoteca, también porque L. me había dado un balonazo en la cabeza en la cena. Me llamas y me dices sí, sí, o sí, no.

A. M.»

Aún más que la peregrina insistencia de su corresponsal, visto el conjunto de las cartas, abruma al escritor ahora la posibilidad de que ésta le busque en Valencia. Se pregunta, inquieto, si ha hecho bien en desatender esta cansina correspondencia y si no debería ahora, nunca mejor dicho, tomar cartas en el asunto.

Carta 8

La siguiente carta de A. M. llega con novedades, sin dejar del todo expreso la plausible, y peregrina, estrategia que el escritor haya podido tomar en contra:

«Querido J:

No se me ocurriría ya escribirte si no me viera impulsada porque verás. Igual que una vez me escribieron por el Facebook de que ingresara un dinero para heredar el Marquesado de Zamundia, ahora resulta que hay una tal Marguerite Duras que se hace pasar por tu abogada y, haciendo leña del árbol famoso, que es lo que hacen, me ha escrito una carta certificada por si te acoso por si acaso. Amenaza y todo. He pensado que era muy importante que supieras este tipo de estafas que hay.

Que te vi cuando fui a Valencia, me lo callo, porque yo creo que tú también me viste, ahora en serio. Si no eras tú, dímelo. Yo te imaginaba escritor de otra manera pero la diferencia de cuando éramos niños ya la había visto yo por las fotos de internet y eso. Creo que fue el destino, y no precisamente el mío, lo que me llevó a tu casa porque me perdí al salir de los baños de la chupitería y no encontraba a T. ni a éstos y no conozco Valencia. No la conozco, J.

De pronto, allí estaba delante de tu portal, con tu libro en el bolso con una chica de la chupitería. Nos pusimos a descansar un poco del mareo y entonces al rato va y te veo llegar y lo que sí que me imaginaba es que fueras deportista, como con muy buen tipo, así muy papi-dildo, que dice  “La Comple”, porque que te pones a correr a las doce de la noche en vaqueros y eso sin subir a casa a cambiarte ni nada. Pero yo creo que me viste antes y pensé: no me reconoce, me he convertido en una mujer, en madre con los tragos del tiempo y eso es lo más precioso de la vida por culpa de los niños. Invisible, como un fantasma. Pero no pasa nada. Son las lecciones de la vida. Mirando cosas en internet para entender tu novela y eso, eso es lo que veo que es eso. Bueno, te tenía que avisar de lo de la abogada de mentiras, pero es que lo que veo es que escribir también es como ser un fantasma y me gusta mucho, pienso: mira, estas cartas, que J. no contesta, son porque el escribir me viene solo. No le importa a nadie si te escribo, porque soy un fantasma. Entonces, ¿quién no me recomienda para nada no seguir no escribiéndote, tú, espectral sombra de la amnesia?

Atentamente, A. M.»

A la lectura de estas líneas, el sistema nervioso del escritor revive con énfasis el impulso de aquella velada en que se vio, al vislumbrar a las dos mujeres ante su portal, impelido a correr como ante la personación, en efecto, de un fantasma, aunque no un fantasma con desvelos redactores.

Carta 9

Decir que hubo más cartas, por si pudiera haber alguna duda, de las que la que sigue es prueba:

«Querido J.:

Te escribo una vez más porque me arrollan las emociones aunque es verdad que veo principalmente que no me vayas a leer. Es un poco de desahogo y también como cuando me dio por hacer tobilleras porque a lo mejor tengo esa convulsión. La primera es que por fin te puedo dar mi opinión de “El señor Gro y la hija de la viuda Stern” y luego es que no voy a ir más a Valencia porque resulta que  “La Comple” y “su chico” han roto porque “La Comple” se ha enterado de que iba a los váteres de la estación a hacer el amor y tocarse con unos señores.

Escribirte tiene algo de espejismo y como ya tengo los niños acostados me pongo mi chupito y cuando esta carta la termine bien podría ser que la pusiera en esta botella casi-vacía y la introdujera en el mar a la cúspide de las olas sin saber a quién llegará, como lo de Siria. Después está que L. el del balonazo hemos empezado a salir a cenar un par de veces y estoy abogando mucho por solidificar una amistad de ternura que yo creo que dará unos frutos que ya no son como cuando eres joven y esperas, de oro y de moro.

Tu novela me ha costado: a) por culpa de los niños, b) el lenguaje con empleo, c) lo que hubo entre nosotros. Te quería preguntar si no es un misterio de cómo se hace para escribir así pero a veces pienso que estás hablando de mí y de lo que pasó entre nosotros, aunque está contado muy lioso y con otra gente y la que “huele a manteca y a cera” igual es tu señora madre, no es por nada. Como me ha costado un poco leerlo y no es una historia de persona normal, me quedo como pensativa en algunas cosas, no en lo que está escrito sino en una cosa que no está clara. Pero sé que no me vas a contestar, la intuición me lo susurra. Este poema me viene como de un solo porrazo:

Cada vez que en mi buzón no hay nada
muere un hada.
Los hombres van borrachos de emoción
donde huele mal en la estación.
Espera, Penélope, el velo no ha caído,
la negra noche aguarda como pez
en las redes del pescador manco de la fantasía,
pero no todavía. Nevermore.

Si estás de viaje, espero que lo estés disfrutando, tú que puedes, que yo no puedo por culpa de los niños. De la cena cara al verano ya no te digo ni mu.

A. M.»

Quizás al hilo de lo que emana de esta carta, el escritor se pregunta tras su lectura, contagiado por las reflexiones de su corresponsal: Si, por ejemplo, un escritor bizquea de perplejidad en medio de su despacho astroso, pero no hay nadie para compadecerse, ¿realmente bizquea el escritor?

Carta 10

Lo que es cierto es que las cartas siguieron apareciendo, poniendo repetidamente a prueba la paralizada capacidad de asombro del escritor:

«Querido J.:

Quería anunciarte que me he apuntado también a un grupo de escritura creativa y abundantes son las cosas que te escribiría, pero mejor lo dejo para el curso, estando dado que el profesor soy a la que más caso le hace, y me anima mucho a que reflexione sobre el “diantre” por el que dejaría yo de hacer tobilleras, y lo plasme en la literatura. En casa tengo que hacerlo en un lugar despejado y limpio y, entonces, voy y limpio. Escribir, hoy me viene más a ti y algunos poemas solteros. Claro que no voy a llegar a como escribes tú pero mi poema de Penélope lo ha puesto mi chiquillo en Instagram y lo sigue una abundancia de gente con “me gustas” de nuevas voces de la poesía.

Me nace escribir sobre cómo se ha desenrollado y agonizado mi relación con L. el del balonazo. Vino a buscarme un día y le abrí abajo y luego no subía y bajé yo. Captó mi atención no poder llamar al ascensor. Cuando bajé, lo primero que vi fue las puertas del ascensor intentando cerrarse y volviéndose a abrir todo el rato, y era porque L. estaba en el suelo cruzado y le estaban dado una y otra vez en la cabeza. Esas puertas susurraban: nevermore, clack, zipppp, nevermore, clack, zipppp. Y comprendí que una cosa es beber con moderación y otra es su responsabilidad. Reñimos y he pensado que mejor cortar: aunque me prometía muchas cosas, antes se pilla al diablo por viejo que por cojo. Me había hartado de hacerme la tonta y me he dado cuenta de que soy más fuerte de lo que creo. Por ejemplo, a veces me imagino que te reirás por haberme leído El señor Gro y la hija de la viuda Stern” cuando pasas atléticamente de mí.

Escribo como Penélope tejiendo y destejiendo pero yo de tanto tejer me hubiera montado catorce tiendas de Zara en todo el Penelopeponeso, no me hubiera quedado esperando. Estoy leyendo bastante, a Pablo Neura y cosas legendarias después de tu libro, con la ilusión que le puse para leerlo hasta el final, como la hija de la viuda Stern ahí en su barca mar adentro. Paulo Coehlo me encanta. Te quiero decir que no juegues con los sentimientos de la gente, aunque de pequeño te trataran mal aunque por mí ya no es. Aciaga es esta espera de la nada como el castigo de Tántalo en el Orto.

A. M.»

Carta 11

Las cartas llegaban con regularidad y un día llegó la última, con el colofón de un sobre bastante más abultado, lo que avisaba, si bien no del cese de la correspondencia, sí de que contenía un libro:

«Querido J.:

Nos acecha el estío y, acumulada la decepción con desanimado aparejo, el motivo de esta misiva es uno que es que no voy a escribirte más, siendo así ésta la última misiva y te adhesivo tu novela “El señor Gro y la hija de la viuda Stern” a fin de que pudieses introducírtela por ahí no donde la espalda pierde su honesto nombre sino el culo empieza a llamarse ano, que el libro es de tu hermana.

Habitúo leer desde que lo leí y se deduce que es una obra muy menor de edad, en la que se espera más la buena voluntad del lector que se espera que el autor lo explique. Si me preguntaran, diría que es una lectura perfectamente indesimprescindible.

Escribo multitudes de cosas y he progresado adecuadamente y es mucha suerte de liberación cuando ante las páginas en blanco los sentimientos se hacen claros de golpe y son traducidos del idioma interior al idioma léxico como por arte de trampantojo, de lo rota que estoy porque la cena de verano no se hará porque L. ha interpuesto muchas heces entre nosotros y se ha alcanzado el término de hacer dos cenas separadas y ya no sé si quiero ver a esa gente.

Las aguas están volviendo a su cauce dentro del recipiente de mi vida y veo que he sacado adelante yo sola a mis hijos pese a la ayuda de un padre ausente. Por fin también he conseguido abrir el corazón a un mundo de esperanza de buena aventura: he conocido a un chico por Facebook aunque ya nos conocíamos de la tienda cuando yo trabajaba y resulta que publica libros cuando le he dicho que escribo y lo de fogosa.

Sólo decirte que a ver si tienes lo que hay que tener si en alguna ocasión visitas esta noble villa y burguer y es de tu gusto telefonearme a fin de que si te apetece podamos hablar pero de escribir, no te vayas a pensar. También sólo añadir que mi paciencia se ha agotado pero que mi resignación es faraónica y que una disculpa a tiempo bien merece un tiempo de hacerla, aunque yo ya sólo escriba para mí y nunca sabré lo de tu sucio juego con mis dos senos. Cordialmente, hasta siempre si vas y no me contestas.

A. M.»

Carta 12

Pasados unos meses de absoluta falta de noticias, el escritor da sobre la mesa con el ejemplar de “El señor Gro y la hija de la viuda Stern” que A. M. le remitiera. Rebusca en un cajón y con las cuartillas de las cartas ante sí, la caligrafía redondeada y vigorosa, queda pensando y, finalmente, toma papel y escribe, asediado por el melancólico otoño:

«Querida A.:

Tenía trece años. Mi vida de niño acaba de enterrarse en un desierto de arena. El caudal repentino del mundo había volcado los juguetes y sepultado la plaza. Los colores de un todo perdido sobresalían aquí y allá entre las dunas de mis nuevos días inquietos, temibles, no sé porqué. Y de pronto, cada mañana, tus ojos; no eran tantos los colores que un niño de entonces conocía. De pronto tus ojos, el suave, destellante color de madera clara y bruñida, que me miraban y sonreían. Después de la clase íbamos junto a aquella tapia, había una higuera y la frondosa caída del ramaje amparaba nuestros primeros cigarrillos. Y el humo y la brisa tenían el mismo juego que los chicos y las chicas fintándonos sin tocarnos. Allí también, a veces, tus ojos. Un día te acercaste y te me encaraste hasta un aparte en que la sombra del árbol se tejía más penumbrosa. Dijiste: “Tócame las tetas”, con los labios vibrantes. Yo pensé con terrible furor en la mala suerte de que mi amor dependiera de mis manos. Muerto de vergüenza por ambos, te palpé muy brevemente los lados, la tirantez de las costuras y elásticos de una prenda que no conocía. Me preguntaste si eso era todo, orgullosa, como si la decepción fuera un papelito de propósitos para quemar en la hoguera de bocas futuras y más confiables. Y en clase ya no volviste a mirarme. Tú fuiste mi primer amor y fuiste mi primera muerte, y después quizás no he hecho sino repetirme. Te quería como un niño señala un postre tras una vitrina y dice “lo quiero” y no tiene ni llanto ni convicción para obtenerlo. Cuando recibí tu primera carta, la rabia de aquel niño se puso en pie intacta… »

El escritor suspende la escritura, queda unos minutos pensando, calcula el breve trayecto hasta el buzón de la plaza. Se sonríe desdicho y rasga la carta y la arroja a la papelera.

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