Sobremesas de Revista Orsai N8 T1

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Las sobremesas de la Orsai N8 fueron un delirio total: textos del Indio Solari y Enrique Symns se encontraron en la misma edición y todo se tiñó de luz de antro y olor a tabaco mientras sonaba rock and roll.

Del Indio Solari a El pintor Cándido López

¿Y yo estaba ahí?

—En mayo de 1990 —me cuenta Chiri—, los Redondos tocan en La Plata. En los días previos, vos, Meana, Panchito Demaitei y Andrés Monferrand hacen una vaca para comprar una tiza y llevarla al recital. ¿Te acordás?

—No —le digo—. ¿Vos cómo sabés?

—Me lo contó Andrés anoche, en un mail. Ustedes eran una bocha de gente. El día del concierto, cuando bajan en Once para hacer el transbordo, cerca de cincuenta perros de toxicomanía custodian el andén. Problemones. Vos, Meana y Pancho se las ingenian para esconder la tiza en la campera de Cepillo Carbone, que también iba. Pero, para el asombro de todos, Cepillo pasa con suma tranquilidad entre los perros sin que ninguno ladre, sin que nadie le diga nada, y, aún peor, sin saber lo que llevaba encima. ¿En serio no te acordás?

—¿Quién es Cepillo Carbone? —le pregunto.

—Qué memoria de mierda que tenés… El recital era en el Estadio Atenas, ustedes estaban tomando un birra en la cantina, y lo ven a Enrique Symns y a Ricardo Ragendorfer, alias Patán, el mejor periodista de policiales del mundo. 

—¿Me estás hablando en serio?

—¡Claro! —me dice Chiri—. El Moco Alvarado, que también está con ustedes, es el primero en darse cuenta. Symns, un héroe mitológico al alcance de la mano, tiene un pedo atroz y no hace otra cosa que filmar las baldosas del piso.

—¿Por qué no me acuerdo de nada?

—Escuchá, que esto es mejor: todo lo que iba ocurrirle a Symns durante esa noche fue contado en detalle en su libro “Big Bad City”. Allí Enrique dice que el Negro Cañón, jugándose la vida (acababa de salir de la cárcel y estaba en libertad condicional) impide que los federales lo capturen (a Symns), quitándole de un tirón una bolsa con cien gramos de cocaína y dándose a la fuga. Sobre esto Enrique escribe un par de frases gloriosas: “Fue un acto inolvidable. Solo en el campo de lo legendario alguien puede arriesgar tanto para salvaguardar a un amigo”. 

—Impresionante —le digo a Chiri.

—Después del recital, en una terrible buhardilla platense, en una pelea antológica de miradas, Symns quiebra la amistad para siempre con el Indio Solari.

—¿Y yo estaba ahí?

—No, boludo. Vos estabas en el recital de Los Redondos. ¿Cómo puede ser que no te acuerdes? Andrés Monferrand se acuerda de todo. Me dijo que la mitad del grupo se volvió a Mercedes, en bondi, “todos transpirados, cobijados bajo el hermoso culo de Valeria F.”.

—¿Y yo estaba ahí?

—No —me dice Chiri—. Vos y el Negro Meana se quedaron en la casa del Chino Silvestre, en La Plata, tomando lo último que quedaba de la tiza. Y el Moco, junto al Cabezón Martínez, también se quedó en La Plata, bajando una tableta de Roypnol con varias copas de Tía María en un bar de la ciudad de las diagonales, muy concheto, llamado Grecia.

—Qué espanto, boludo: no me acuerdo de nada… Es una historia buenísima y no la puedo contar. ¿Por qué no me acuerdo?

—Porque vivías drogado—me dice Chiri.

—¡Pero Monferrand también, y se acuerda!

—Lo que pasa es que Andrés es un libro abierto. De hecho escribió una novela que se llama “Los diarios apócrifos del Indio”; es una ficción buenísima, muy documentada, narrada de puño y letra por un Solari ficcional. Está todo en diariosdelindio.blogspot.com. Fijate si sabrá, que le pasé el reportaje que le hicimos al Indio para que lo leyera, y descubrió un falso recuerdo de Solari, en medio de la entrevista.

—¿Cuál?

—Según Andrés, el Indio le pifia cuando dice que fue a New York por primera vez en 1989. Según él, eso pasó en 1993.

—Qué bestia. Es una máquina de la memoria.

—¿Sabés lo que me gusta de esta revista? —me dice Chiri—. Que está todo mezclado: entrevista al Indio, cuento de Symns, Andresito Monferrand distribuidor… Y también Salamone. ¿Sabés en qué lugar el Indio hizo una sesión de fotos para la Rolling Stone? 

—¿Dónde?

—En las ruinas del matadero de Epecuén, una de las tantas obras arquitectónicas del loco Salomone. Estamos haciendo una revista muy loca.

—¿Y yo estaba ahí?

—Sí. Ahí sí estabas.

—¡Por fin una que me acuerdo!

De El pintor Cándido López a El periodismo (o lo que queda de él)

La prensa prensada

—Y ahora que está Venezuela en el Mercosur, en vez de Paraguay —me dice Chiri—, ¿vamos a tener que fumar venezolano prensado?

—Si es el mismo que fuma Chávez, debe ser rico—le digo—. Pero no creo. Vamos a seguir fumando el paraguayo de siempre, aunque tengamos que conseguirlo por fuera del Mercosur.

—La guerra de la Triple Alianza fue un exterminio total. Un desastre. Dice Rep que los paraguayos, antes de 1865, eran casi un millón y medio de habitantes, y que al final de la guerra quedaban doscientos mil. Y la mayoría eran mujeres y chicos. Por eso nos mandan porro… Yo creo que así se vengan de nosotros, por la masacre de la Triple Alianza.

—¿Con el porro?

—Claro Jorgito, el prensado paraguayo es un veneno mortal, confeccionado sobre la base de infinitas porquerías. Un estudio muy serio indica que contiene pesticidas, insecticidas y solo entre un 0,5 y un 2,5 por ciento de verdadero y auténtico THC. Además de hongos, ramas, semillas y, por supuesto, altísimas dosis de meo paraguayo.

—Pero es un meo potente —le digo—. Yo creo que pega más el meo que el THC. Es un meo de Chilavert.

—¡Ah, Chila! El arquero goleador… Una fuerza de la naturaleza; el verdugo implacable del Mono Burgos, el autor de la frase “tú no has ganado nada”, ¿te acordás? El que escupió en la cara al brasileño Roberto Carlos porque lo llamó indio… Un vengador de su especie.

—En Argentina Chilavert fue odiado —le digo—, pero solo por ser paraguayo. Si hubiera nacido en Formosa sería uno más de nuestros ídolos deportivos.

—Si Chilavert hubiera vivido en Paraguay en 1865, ganaban ellos —me dice Chiri—. ¿Sabés por qué terminó esa guerra?

—No. ¿Por qué?

—Lo explica Sarmiento: “La guerra del Paraguay concluye por la simple razón de que hemos muerto a todos los paraguayos de diez años para arriba”. 

—Qué bestia, el sanjuanino inmortal.

—“Una isla rodeada de tierras”, dice Rep sobre Paraguay. Creo que la frase es de Augusto Roa Bastos, el autor de Yo el Supremo: esa novela impresionante sobre José Gaspar Rodríguez de Francia. Tengo un gran recuerdo de esa novela: la esquizofrenia del dictador, el país aislado, encerrado en su locura…

—Yo no la leí. 

—Había una especie de trilogía sobre dictadores: El otoño del patriarca, de García Márquez; El recurso del método, de Alejo Carpentier, y Yo el Supremo. 

—Me parece que las empecé a las tres y no terminé ninguna —le digo—. Lo que leo siempre, todos los días, es la prensa paraguaya.

—¿En serio?

—Tengo una aplicación en el teléfono que me muestra, en tiempo real, las portadas de todos los diarios del mundo. Yo solamente la uso para ver las tapas de la prensa argentina, de la española y de la paraguaya. Por costumbre.

—¿Qué costumbre?

—Cuando vivía en Buenos Aires tomaba el tren en la estación Retiro, y en uno de los puestos de diarios había, cada mañana, prensa paraguaya flamante. Me encantaban esas portadas amarillas, escritas mitad en castellano y mitad en guaraní, llenas de fotos morbosas o eróticas a veces compartiendo espacio: la imagen del culo de una vedette al lado de la foto de un bebé deforme. Me divertí durante años con esos titulares, y todavía me dura la fascinación. 

—¡Ah, la fuerza bizarra de la prensa tabloide!

—Lo loco es que, de un tiempo a esta parte, después de leer los titulares de Clarín, de Página 12, de El País, de El Mundo, etcétera, siento que solamente la prensa paraguaya me dice la verdad. En los diarios sensacionalistas de Asunción no hay variaciones ideológicas, como en Argentina o en España… El culo de la vedette, o el bebé deforme, son el tema del día en ambas portadas. No se contradicen. No mienten. De repente, los bizarros empezamos a ser nosotros.

—En las páginas que siguen —me dice Chiri— Andreu Buenafuente habla de cómo el periodismo se está yendo a la mierda en España.

—Ay, si fuera únicamente en España…

De  El hombre de piedra a Amy Winehouse

Recuerdos de provincia

—Me pasó algo intenso leyendo la crónica de Salomone —le digo a Chiri—. Entré como en una película a esos mundos deshabitados, pampa y pampa, sin un alma… La mayoría de esos pueblos están vacíos.

—¿Vos sabías que el noventa y seis por ciento de la población de Buenos Aires vive en el conurbano? —dice Chiri.

—Estamos muy enfermos.

—Le debe haber hecho bien a Josefina ver un poco de pampa, de silencio, después de haberse metido de cabeza en el conurbano para escribir “Los otros”; un librazo.

—¿Qué cuenta el libro?

—Un problema vecinal entre dos barrios de Lanús. Uno, creado por inmigrantes italianos en tiempos de posguerra… Otro, un asentamiento formado en los años noventa sobre un terreno que pertenecía, o pertenece, a la Asociación de Curtiembreros de Buenos Aires. Los tanos y los negros. O los tanos contra los negros, y viceversa. 

—Civilización y barbarie.

—Algo así. Josefina cuenta que los tanos y los negros están separados por un muro, un paredón de trescientos metros. Y dice que un día el muro se rompió, alguien lo rompió, y quedó el hueco. Por ese agujero, según los tanos, los negros los invaden y les roban… Pero ese agujero, según los negros, “es el conducto que tuvieron que inventarse para acceder de forma directa a las escuelas, las plazas y las salas sanitarias de la zona”, cuenta Josefina. Un día de 2009, en un episodio bastante confuso, un pibe cartonero es asesinado, supuestamente, por un tano. La tensión social, el quiebre entre esos dos mundos, está simbolizada en la muerte de ese pibe. Y así empieza la historia.

—Prefiero el interior —le digo—. Solamente vacas y pulperías.

—¿Aunque tengas que convivir con los mataderos de Salomone?

—¡Toda la vida! La gente de esos pueblos bonaerenses está  totalmente acostumbrada a convivir con esos mamotretos extraños —le digo a Chiri.

—Sí. Dicen cosas del tipo “cuando yo nací este cementerio futurista ya estaba acá, no me parece raro”…

—¿Sabés a qué me hace acordar?

—¿A qué?

—A cuando vino Videla al colegio y nos regaló una jaula gigante llena de pajaritos. Desde los seis años, y hasta los doce, vivimos con eso ahí, en el patio del recreo, y nunca nos pareció insólito. Ni siquiera nos pareció una metáfora cruel. Nada. Era nuestra jaula.

—Es verdad —me dice Chiri—. Tampoco nos pareció raro que el presidente en funciones del país hubiera nacido en nuestro pueblo, ni que nos viniera a visitar. A los seis años cualquier cosa, la más rara del mundo, es normal. Nosotros pensábamos que en el pueblo de al lado había otro presidente con bigote, y otra jaula.

—En los pueblos de Salomone les pasaba lo mismo a los chicos. Se pensaban que todos los cementerios y que todos los mataderos del mundo eran como la ciudad gótica de Batman. 

—Yo supe de grande, ya viviendo en España, que la jaula de Videla era una anécdota potable. Una vez se lo conté a alguien, a un gallego, y abrió los ojos como el dos de oro. “¡Realismo mágico!”, habrá pensado.

—O que sos un mentiroso —me dice Chiri—. Yo creo que la gente es más de pensar que sos mentiroso cuando hablás de Mercedes.

—No sé, pero cuando vivís lejos, en otra parte, te empiezan a caer las fichas de todo lo que te parecía normal y no era.

—¿Ejemplo?

—La llanura —le digo—. Ver la Tierra como una mesa de billar… Te pasás la infancia mirando el final del horizonte desde la ventanilla de atrás del auto de tu viejo, y te convencés de que el mundo es así, llano y verde. No tenés la más puta idea de que hay pocos lugares en el planeta donde se pueda mirar el horizonte terrestre como si fuera un mar.

—Qué gordito poético que sos.

De El rey de los helados a Die Hard

Enrique, escriba lo que quiera

—Ah, está contento el jefe de redacción, se le nota en las facciones —le digo a Chiri cuando aparece por el skype.

—¿Viste lo que es ese cuento? ¿Ya lo leíste?

—Lo acabo de leer, es una maravilla. Te felicito mucho.

—Felicitálo a Symns —me dice.

—Sí, a él también —le digo—. Pero vos hace meses que estás atrás de este hombre, para que nos escriba algo.

—Fue complicado, porque no conocía la revista, o la conocía solamente de nombre… ¿Sabés lo que me puso en su primer mail, una vez que por fin hice contacto?

—Qué.

—Esperá que lo busco —me dice—. Escuchá este mail: “Debo confesar que vi solo la revista en internet, mañana intentare comprarla. Mi teléfono es tal y tal… ¿Les escribo algo sobre deportes? En Chile hacía la columna de futbol chileno en Ultimas Noticias. Viajé por muchos países y fui hincha de muchos clubes; viviendo en Varela, de Defensa y Justicia; en Chile fui de Concepción, de la U. y de Wanderers; en España del Rayo. Aquí de River.”

—¡Qué viejo hermoso!

—Por el nombre, se pensó que era una revista de fútbol.

—¿Y vos qué le contestaste?

—Le digo: “Enrique, puede escribir sobre lo que quiera. Pese a que la revista se llama Orsai casi nunca hablamos de deportes, aunque si usted quiere, puede hacerlo. Nosotros publicamos literatura y crónica narrativa de temas muy diversos. Sabemos, porque lo leímos, que usted puede hacer interesante cualquier tema que toque, aunque si nos diera a elegir preferiríamos que hiciera algo que realmente le interese, algo que tenga ganas de escribir. En ese caso, sabrá mejor que nosotros por dónde ir. ¿Es posible? ¿Le parece?”.

—Lo tratás de usted —le digo.

—Claro. Es un prócer. Y me despedí diciéndole la extensión, los honorarios, la fecha límite, esas cosas.

—¿Y qué te contestó?

—¡A la semana me mandó el cuento, boludo! Cuando lo leí se me puso la piel de gallina. 

—Ahora, un cosa —le digo a Chiri—. Es mucho orto que haya aparecido justo en el mismo número de la entrevista al Indio Solari.

—Yo creo que a Orsai le tendríamos que haber pueso “Orto”, de nombre.

—Pero no es solamente que cayó justo, sino que el cuento es literatura hermosa. Mientras lo leía, me acordé de una frase de Roberto Bolaño, cuando dice que escribir puede escribir cualquiera, pero no todo el mundo puede hacer literatura de calidad. “¿Entonces qué es una escritura de calidad?”, se pregunta. “Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura es básicamente un oficio peligroso”. Y ahí lo tenés a Symns.

—El tipo se crió solo —me dice Chiri—, casi no fue al colegio y odiaba las universidades, pero a los catorce años ya había leído a Kant, a Heidegger, a los griegos: todos una caterva de ratas mentirosas, según él. Menos Heráclito. Y después se hizo delincuente, un oficio que practicó entre los diecisiete y los treinta años. Aprendió a ser periodista en la calle. “Lo peor que le pasó al periodismo fue que la universidad lo capturara, lo burocratizara”, dice. 

—¿Sabías que el Indio Solari le dedicó dos temas?  El héroe del Whisky y El blues de la artillería: “¿Cabe todo lo tuyo en una maldita valija?” Enrique, pese a las diferencias, lo sigue queriendo al Indio. En Youtube se pueden escuchar algunos de los monólogos que Enrique hacía con los Redondos.

—Hace poco la editorial “El cuenco de plata” publicó una recopilación con los mejores textos de la Cerdos & Peces seleccionados por el propio Symns. “Cerdos & Peces. La revista de este sitio inmundo”. Una revista impresionante con un eslogan increíble, muy fiel a lo que se propuso narrar.

—¿Cuántas cosas hizo este tipo? —le digo a Chiri—. Además de dirigir Cerdos & Peces, de vivir en muchos países, de haber hecho monólogos para los Redondos, de haber escrito libros y fundado revistas… ¿Cuántas vidas vivió el señor de los venenos? 

—No sé —me dice—. Pero su primer robo juvenil lo contó en Orsai. No es poca cosa.

De La casa de las mujeres cocodrilo a Raj Bohemio

Beso de pulga

—Nunca pensé que en una revista hecha por nosotros iba a haber fotos de un vasco al que le muerde la poronga un cocodrilo —le digo a Chiri.

—¿Sabés qué quiere decir Kukuxumusu en euskera?: beso de pulga.

—¿Pero qué carajo es Kukuxumusu, realmente? ¿Es una empresa de camisetas, o algo más? —le pregunto.

—Mikel dice que es una fábrica de ideas y de dibujos, pero creo que, en el fondo, ni él ni sus amigos tienen claro qué cosa es. “Depende de por dónde nos mires te podemos parecer una cosa o la contraria”, dicen los Kukuxumusu en la web. “Lo que tenemos claro es que nos divierte lo que hacemos, y que hacemos lo que hacemos para divertirnos”.

—Mikel tiene un blog en el que habla de gastronomía, Biutifood. Es un blog que seguimos los gordos —le digo—. Todas las experiencias culinarias de Urmeneta están allí. Experiencias extremas. La otra vez escribió una entrada que empieza así: “Recuerdo cuando éramos pequeños que de vez en cuando llegaba a casa un queso de gusanos. Aquello era una revolución”. 

—Yo hay dos blogs que miro siempre, desde que los blogs se murieron —me dice Chiri—. Uno de ellos es el que hace Mikel en El País, que se llama Natural Born Majadero. Y otro es el del escritor Carlos Busqued: “El problema de fondo, Carlito, es que la gente está hecha mierda”. Esta frase es un chiste interno para los que seguimos el blog de Busqued. Una gran frase que, bien interpretada, te puede cambiar la vida.

—En el blog de El País, Mikel hace lo que se le canta: muestra fotos de sus viajes, hace dibujitos y cosas locas… Filma culos en los acuarios, se saca fotos en contrapicado de su poronga parada, con Manhattan de fondo… Dice que Manhattan le gusta tanto que “lo empalma”. Igual que al Indio Solari.

—Me gusta cómo se presenta en ese blog: “Sigo siendo un mal escritor, un mal dibujante, un mal fotógrafo y un mal amante. Para mí las cosas intranscendentes tienen la misma importancia que las cosas que os quitan el sueño. Prefiero escuchar u observar a la gente que leer un libro. No me creo el cine y menos el teatro. Podría vivir sin música”.

—Un campeón. Un genio de los negocios divertidos. Entre todas las cosas que hace se asoció a un fabricante valenciano y lanzó una colección de papel pintado para decorar paredes. ¿Y sabés lo que está haciendo ahora? Un cosa que se llama Kukuxumusu relocated. Es un experimento que propone la deslocalización temporal de una empresa, en este caso Kukuxumusu. Mikel está trasladando Kukuxumusu a una galería de Albéniz. 

—Ahora que pienso —me dice Chiri—, ¿no estamos haciendo publicidad de Kukuxumusu en una revista que no tiene publicidad?

—En cada sobremesa hablamos de libros, o de discos —le digo—. De cosas que nos gustan.  En este caso, de un tipo que hace camisetas de una manera que nos parece divertida. Yo creo que el problema no es la publicidad, sino la falta de vergüenza.

—¿De quién?

—Mirá, entrá al home de cualquier diario, o pasá páginas de una revista, la que quieras. Te vas a dar cuenta enseguida de que se ofrecen cosas que no tiene nada que ver con el espíritu del medio. Una película decididamente mala, un banco corrupto, una multinacional espantosa… No pueden decirle que no a nadie. 

—Es verdad —me dice Chiri—. En periódicos muy serios hay banners que dicen “Sos el lector número mil, te ganaste un coche, clic aquí”. 

—¡Claro! Eso es un engañaviejas. El lector inteligente ya no hace clic en los banners. Solamente algunas viejas que tienen wifi desde antes de ayer… Los editores de esos medios subestiman al lector, a cambio de plata para sobrevivir. Y difunden, por plata, proyectos o empresas de mierda. No podemos vivir sin el consumo, pero capaz que se puede evitar la difusión descontrolada de cualquier cosa.

—Qué bien que calzan los dos cuentos de las próximas páginas, entonces —me dice Chiri—. Son ficciones consumistas.

—Antes que eso son dos historias preciosas, pero tienen esa unidad temática: son cuentos sobre el consumo. No es casual.

—¿Y el afiche de Salles de acá al lado?

—Tampoco es casual, querido amigo.

De Memorias de la burbuja a El gran Surubí

El sueño de Colbert

—¿Querés que te haga un resúmen de la sociedad de consumo? —le propongo a Chiri.

—Dale —me dice.

—En mi casa hay dos televisores de 50 pulgadas, tres televisores de 32 y un proyector de cine. ¿Sabés dónde veo las series?

—En tu portátil.

—Sí. Me cago en Cuevana, que todavía no tiene una versión para Apple TV.

—Escuchá: “Si no lo has sentido, es porque no existe. Lo que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender medias de nailon. Naciste solo y morirás solo. Este mundo hace pesar sobre tu cabeza unas cuantas reglas para que lo olvides. Pero yo nunca lo olvido. Vivo como si el mañana no existiera, porque realmente no existe”. 

—¿Quién lo dice?

—Don Draper. En esa frase está todo el marketing del mundo.

—¡Qué buena temporada, la quinta de Mad Men! —me excito—. Lo que le pasa a Don Draper es muy loco: es 1966, el mundo cambió y él empieza a notar que no encaja. ¿Viste cuando Megan, su mujer, le hace escuchar “Tomorrow never knows” de los Beatles, ese tema raro del disco Revolver? 

Impresionante —me dice—. Don no entiende una goma. No maneja el cambio.

—Es que tiene cuarenta años, ya está grande. 

—Los creativos del cuento de Catalina Murillo también andan por los cuarenta, ¿no? Son tipos que no saben hacer nada, o poca cosa, y que de pronto se convierten en “creativos junior”.

—Nosotros tenemos esa edad, Jorge.

—Es cierto —le digo—. No sé vos, pero yo dejé de entender un montón de cosas. No entiendo qué sentido tiene una flashmob, no entiendo qué provocan las drogas nuevas, se me confunden todas las siglas del Twitter: TL, FF, HT… No sé programar en HTML5, nunca instalé los Angry Birds… ¿Eso es la vejez?

—¡No! Vejez es lo mío, que no entendí nada de lo que dijiste. Para mí vos sos moderno. Usás Mac desde chiquito.

—¿Ves? Apple es lo único que me reconcilia con la modernidad. Pero yo no sé si eso es der moderno o ser concheto.

—Jorge, te voy a pedir una sola cosa, y más vale que me digas la verdad.

—¿Qué sucede, Christian Gustavo?

¿Alguien te paga para hablar bien de Apple?

—¡Ja! Estás muy a la defensiva, amigo mío. Creo que el cuento de Hari Kunzru te afectó. 

—El otro día me puse a leer una entrevista que le hicieron a Hari y ahora no puedo parar de hacer lo mismo que él. Es un gran vendedor.

—¿Qué dice?

—Oí: «El mezcal de las diez de la mañana me ayuda a escribir las primeras líneas del día. Luego hago una infusión: en Amazon venden unas hierbas fabulosas para los pasajes descriptivos… A las seis me tomo el gin tonic estilo British Empire: cuando el sol me pega en la oreja me lo bebo y saludo a la bandera. Para el bajón mezclo opio, marihuana y hachís con mantequilla, yogur y fruta (el mango va muy bien). Es una receta india, el Phanglassi. Ayuda a sentir la naturaleza ilusoria del mundo». Te lo recomiendo.

—Hay un libro que está muy bueno —le digo—. Se llama “El sueño Colbert”, de Roni Bandini. La novela es sobre un tipo que proyecta, para sí mismo, el estilo de vida del chabón de Colbert, ¿te acordás? 

—¡Obvio! Toda nuestra generación se acuerda de esa publicidad. Fue emblemática en los ochenta. Mostraba a un tipo que llega a un loft,  prendía las luces con un interruptor industrial, se quedaba en cuero, sacaba de la heladera una botella de agua y se la tiraba encima. Un galán.

 —“Colbert subraya en cada hombre esa cuerda que lo hace simplemente único”, decía una voz de mujer al final. 

—Exacto.

—Bueno. El personaje de la novela “El sueño Colbert” se llama Steigman y va detrás de ese sueño: tener el loft del aviso, una moto, una pecera con peces de colores y agua mineral, litros y litros de agua refrescante para tirarse encima. 

—Todos, de chicos, soñamos con tener ese loft que Colbert nos metió en la cabeza. 

—El asunto —me dice Chiri— no es cuántos de nosotros lo habrán conseguido, sino a qué edad dejamos de pensar en esas boludeces. Eso te da la medida justa de lo que somos, o en qué nos convertimos.

De La laguna a Cientofante

Todo mezclado

—Epa. ¡Cómo vienen los folletines! —me dice Chiri—. Ya se huele que los autores están pegando la vuelta y que se acercan los desenlaces. 

—Sí señor —le digo—. Si fuera el Mundial, estos ya son capítulos por eliminación directa.

—En los sonetos de Pedro acaba de aparecer la bestia peluda, pero Jorge todavía no dibuja al surubí en toda su extensión. 

—Pedro le dijo que se aguantara —le cuento—. Jorge se muere de ganas por dibujar al surubí, pero el autor dice que todavía no, porque sería espoiler.

—El último dibujo, con el pobre Ramón a la deriva, agarrado de la soga, es una joyita. 

—“¿Adónde me llevaba el surubí? ¿A una muerte estrellada bajo el cielo? ¿Al fondo cenagoso de mi anhelo qué estaba zigzagueando para mí?”. Versos poderosos.

—¿Te lo sabés de memoria? —le pregunto.

—No, tengo abierto el pdf.

—Hubiera quedado mejor si me decías que lo estabas recitando de memoria.

—No te voy a mentir a vos..

—Todo bien. ¿Pero puedo poner en la sobremesa que te sabías los versos de memoria? Te hago quedar bien con Pedro. Y con los lectores.

—No.

—Dale, ¿qué te cuesta?

—No tiene sentido mentir las conversaciones en las sobremesas. Si las hacemos grabadas, que sean así. Vayamos siempre con la verdad por delante.

—Qué católico que sos.

—¿Leíste el de Carolina? —pregunta Chiri, para cambiar la conversación—. De repente Kaminski empieza a acordarse de todo. 

—Gracias a la vieja…

—Gloria.

—Sí, esa. La vieja le da aire fresco a la cabeza del chef. Pero como siempre, el final pone la historia patas para arriba. 

—¿Sabés qué me gusta de los finales del folletín de Carolina?

—Qué —le pregunto.

—Que casi siempre pone el final en la última palabra del último párrafo.

—En este caso hizo un alarde: el final son las dos últimas letras del párrafo final.

—Una e y una equis.

—¿Y viste los últimos párrafos de Cruz Diablo? —le digo—. Tuve la necesidad de leer los últimos párrafos en voz alta, con la voz que pone Alfredo Alcón en los discos de Pedro Aznar.

—Es mentira —me dice—. Lo estás contando así porque lo estamos grabando.

—No.

—Sí. Querés hacerle creer a los lectores que tenés una vida intensa.

—No, boludo, en serio… Me gusta la cadencia de los nombres: el Otro Viejo nacido en el barro, los Mala Sombra, el Viejo que bajó del monte… Hacé la prueba, leé en voz alta los últimos párrafos. Vas a ver qué buen gusto te queda. Hay una de pelea, la gente muere a cuetazos pero enseguida resucitan. Es como si estuvieras leyendo a la vez un poema gauchesco y The Walking Dead.

—”Don Segundo Zombie”.

—Impresionante —le digo.

—Qué cosa.

—El chiste que hiciste.

—No está tan bueno —me dice.

—¡Es buenísimo! ¿Se te ocurrió de repente o lo tenías pensado?

—No lo puedo tener pensado. No sabía que vos ibas a hablar de eso.

—Lo que se viene en los dos últimos dos números de la revista va a ser intenso.

—Tendríamos que hacer un gran crossover con los tres folletines —me dice Chiri.

—¿Un crossover? ¿Como cuando Sheriff Lobo lo perseguía a BJ y hacían un capítulo mezclando las tramas?

—Claro: que los protagonistas de las tres historias se junten todos en un capítulo especial. Que el chef Kaminsky le prepare un gran surubí con papas al viejo que bajó del monte… 

—Es una idea de mierda.

—¿Es mala?

—Malísima.

—Bueno, no lo pongas —me dice—. Cortemos y editemos la sobremesa sin eso.

—No señor.

—Por favor, Jorge —me ruega—. Dejá el chiste bueno que hice y sacá lo otro.

—Bueno —le digo—. Quedate tranquilo. Te voy a hacer quedar bien.

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