Tengo un conejo entre las piernas. Es negro. Yo le digo Roberto, pero se podría llamar Ignacio o incluso Carla, pero le digo Roberto porque tiene forma de Roberto. Es lindo porque es peludo y duerme mucho. Le conté a mi amiga Isabel. Le dije: «Isa, hace poco me creció un conejo entre las piernas. ¿Vos también tenés uno?». Fuimos al baño de la escuela y se sacó la bombacha. Pero no tenía nada. Ella me pidió que le mostrara a Roberto, pero me dio vergüenza y le dije que no. Se enojó y me dijo que ella ya me había mostrado y que yo era una tonta y que no me creía nada de nada. Ella también es una tonta.
Ayer Isabel le contó al profesor de Matemáticas lo que yo le había dicho de Roberto. El profesor se rio y me llamó para que habláramos. ¿Es verdad lo que me dice tu amiga Isabel? No. ¡Sí es verdad, yo lo vi!, gritó la tonta. ¡Mamá me dijo que nadie puede tener un conejo entre las piernas! ¡Pero ella tiene un conejo negro! ¡Yo se lo vi, profesor! Le dije que era una mentirosa, porque yo no le mostré nada. Le grité que era una tonta y una mentirosa y que ya no quería ser su amiga. Isabel se puso a llorar. No me dio lástima porque ya no es más mi amiga. El profesor García se rio y le dijo a Isabel que se fuera a su casa, que después él le iba a explicar algunas cosas. El profesor García se sentó al lado mío y me dijo: «Sos muy linda. Isabel no sabe nada, vos no le hagas caso». Me dio un beso y después me dio otro beso más. Me dijo que mañana después de clases quería ver mi conejito. Me dijo que lo quería ver para enseñarle a portarse bien.
Lo esperé. Me dijo que lo acompañara al baño porque nadie tenía que enterarse de nuestro secreto. ¿Cómo se llama tu conejo? Roberto. ¡Qué nombre más raro para un conejo! ¿Lo puedo ver? Me da vergüenza. Se sentó al lado mío y me dio muchos besos y me dijo que yo era su alumna preferida y que era la más linda. Mostrámelo, sé buenita. Yo no le voy a contar a nadie. Me hablaba mucho y me miraba, y no hablaba como cuando está en clase, porque me miraba mucho, y me agarró las manos y me dijo que me levantara la pollera. «Mostrame tu conejito Roberto», me dijo, pero yo le dije que no le gusta que le digan conejito porque ya creció y es grande. El profesor García me sacó la bombacha mientras me daba besos en la cara y en el pelo y en la boca y me decía portáte bien, nenita, que tu profesor te va a enseñar muchas cosas. El profesor García se quedó quieto, con la boca abierta, mirando a Roberto. El profesor García se quedó tan quieto que pensé que estaba jugando a las estatuas. Roberto movió las orejas y le mostró los dientes. El profesor García gritó y se fue corriendo. Roberto se volvió a dormir.