Primero hay que poner en una ciudad chica, preferentemente conservadora, a un par de amigos de ocho o nueve años con ganas de jugar. Dejarlos macerar durante tres cuartos de dictadura junto a revistas infantiles tradicionales como Billiken y Anteojito, y a último momento tapar hasta que aparezca Humi. Mantener a los dos amigos en Humi y pasar a fuego fuerte a los trece años: agregar Humor Registrado, Superhumor, Sexhumor y Fierro hasta que la testosterona se les confunda con ilustración de calidad. Colocarlos, sin que pierdan el hervor, en una escuela pública y picarlos durante cinco años junto a profesores desapasionados. Tan pronto sepan el nombre de todos los ríos, hay que espolvorear a los dos amigos con rock nacional, amigas con tetitas y socialismo inviable. Cuando estén muy calientes, sacarlos con cuidado de la ciudad chica y llevarlos a una gran capital previamente sazonada con hiperinflación y anonimato. Colocar a los amigos en un dos ambientes y salpimentar con periodismo, psicología, cine, historia y letras, pero solamente tres meses en cada facultad, hasta que pierdan el eje y deban buscar trabajo. Remojarlos varias veces en venta ambulante y trabajo precario hasta que conozcan un primer medio gráfico, pero de economía. Dejarlos mezclarse con El Periodista, Página/12, La Maga, Cerdos&Peces, Co&Co y la Puro Cuento, pero únicamente como lectores. En el momento exacto en que los dos amigos tengan buenas ideas, hacer que todas esas revistas quiebren, una atrás de la otra. Freezar a los dos amigos en papel film neoliberal durante dos años y retirar cuando la masa esté podrida. De nuevo a temperatura ambiente, dejar que los amigos se descongelen y separarlos con cuidado. Hacer que uno de ellos se macere junto a una diseñadora gráfica y ponga una librería en una ciudad mediana; y que el otro fermente en una gran capital europea hasta que suelte su depresión en forma de cuentos cortos. La separación debe ser duradera, para que cada amigo se nutra lentamente de dos jugos antagónicos: el papel tradicional y la comunicación tecnológica. Mantener la cocción durante nueve años y juntar otra vez a los amigos en un pueblo pequeño de Europa. Si todo ocurre a tiempo, el primer esbozo de la revista Orsai debe aparecer enseguida de la cabeza de ambos, primero en forma de idea imposible y más tarde como proyecto autogestivo sin cuajar. Batir durante todo un verano e incorporar, de a poco, a diez mil lectores confiados y a la diseñadora gráfica con la que oportunamente se maceró a uno de los amigos. Cortar una primera rodaja de doscientas doce páginas y espolvorear al mismo tiempo artistas consagrados y otros de gran proyección. Seguir cortando rodajas cada vez que se quiera hasta alcanzar rentabilidad y prestigio. Nunca industrializar esta receta ni utilizar conservantes, ni publicidad, ni colorantes permitidos ni subsidios. El secreto de esta receta es que los dos amigos mantengan siempre las mismas ganas de jugar.
H.C.