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La gente joven quiere escribir guiones, vaya usted a saber por qué. Antes, la gente joven que quería escribir soñaba con la novela o con el periodismo. Y los que querían hacer cine soñaban con dirigir o actuar. Y es que antes, todo el mundo creía que los actores se iban inventando los diálogos a medida que los directores iban gritando ¡acción! y ¡corten!
Ahora ya no: ahora la gente joven quiere escribir guiones. Se crean escuelas, se escriben (y se venden) libros de técnica, se hacen cursillos, se organizan premios, se escriben (y se leen) blogs sobre guion…
Esto es así porque, de un tiempo a esta parte, el público se ha enterado de demasiadas cosas: ya saben que en las escenas de cama los actores están vestidos debajo de las sábanas; ya saben que la mitad de los culos que ven en pantalla son de dobles y la otra mitad son de quirófano. Ya saben que los directores no siempre se acuestan con las actrices, y saben que las actrices solo parecen tan guapas porque se inyectan porquerías en la cara.
Y sobre todo, ya saben que las películas hay que escribirlas antes de filmarlas.
Y han oído que las escribe gente que, además, cobra por ello (con un poco de suerte). Han oído que es un trabajo que se puede hacer en casa. En pantuflas. Con un ordenador viejo y una impresora barata. Y no solo se cobra, sino que además luego ponen tu nombre en los títulos de crédito (con un poco de suerte).
No sé exactamente cómo ha descubierto el público todo eso. Quizá por la epidemia de los DVD con extras. Pero el resultado se parece mucho al cuento del Génesis: alguien les ha contado dónde estaba la dichosa manzanita, y ahora van en manada a darle un mordisco. Porque parece fácil.
Pues tengo una mala noticia para la gente joven que se mete a guionista como el que se mete a la casa de Gran Hermano: no es tan fácil como parece.
Para evitar a toda esa gente joven un gasto excesivo en manzanas (léase cursillos impartidos por expertos, blogs escritos por profesionales y libros de técnica), voy a compartir mi experiencia sobre la profesión de guionista, adquirida en unos cuantos años de escribir telenovelas, sit-coms, cortometrajes y algún que otro largometraje. (Largometrajes no producidos, claro. Si yo fuera un exitoso guionista de cine, no escribiría esto aquí, sino en El País.)
No voy a ofrecer ningún consejo, porque eso sería una vulgaridad. Voy a hacer, de hecho, todo lo contrario: voy a tomar los diez consejos para guionistas que más se repiten en esos cursillos, blogs y libritos, y voy a contarles lo mal que me han funcionado a mí.
Porque así son las cosas: esas manzanas no solo no dan la sabiduría, es que además están envenenadas.
1. Escribe algo todos los días
Probablemente sea un buen consejo para los primeros meses de un aspirante a guionista. No está mal «hacer muñeca», que dicen los pintores. Y como se suele decir, la calidad de un escritor se mide no en lo que escribe, sino en lo que desecha. Yo no me consideré escritor hasta que no acumulé una montaña de páginas desechadas lo suficientemente alta como para poder sentarme a escribir encima de ella con comodidad.
Pero pasada esa primera fase, me compré un sillón decente y me lo tomé con más calma. Porque escribir es un trabajo, no es una función física. Las bondades de cagar a diario no admiten discusión, pero el producto tiene como destino la cloaca. Cuando uno escribe guiones, intenta que su trabajo no acabe en la cloaca, sino en la pantalla. (Aunque el resultado final sea una mierda, cosa que ocurre con relativa frecuencia.)
De manera que ahora solo escribo cuando tengo algo digno que producir. Y procuro tirar de la cadena después de producir algo indigno. Como dijo una vez David Mamet de esos escritores que se pasan ocho horas diarias trabajando: «¿Es que nadie les ha hablado de la siesta?».
2. Escribe de lo que sepas
Encontrarás que muchos de los consejos que te dan los gurús del guion te plantean, sobre todo, obligaciones imposibles de cumplir y severas limitaciones a tu libertad creativa: «Haz esto, jamás hagas lo otro».
«Escribe de lo que sepas» es uno de los ejemplos más crueles. La obra dramática no se crea para ofrecer respuestas, sino para plantear dilemas. Un guion no es un libro de texto. No se escribe para enseñar una lección, sino para entender un problema. El autor dramático no tiene por qué saber la respuesta a los dilemas que plantea. De hecho, si tuvieran una respuesta clara, no serían dilemas.
Intenté seguir ese consejo cuando escribí mi primer guion de largo, con veintidós años, y me salió un coñazo infumable sobre un universitario postadolescente y desaliñado que quiere ser guionista pero no sabe de qué escribir. Entonces me di cuenta de que tal vez me habían dado un consejo malintencionado. Tal vez el subtexto de ese consejo era «tú escribe de lo que sepas, que nosotros usaremos nuestra imaginación y escribiremos cosas interesantes».
«Escribe de lo que sepas es un buen consejo para periodistas de investigación, científicos y doctorandos. Pero si todos los escritores siguieran ese consejo, no existiría la ciencia-ficción ni el western. No existiría Star Trek, no existiría la Biblia y no existirían los críticos de cine.
Un momento, tal vez no sea tan mal consejo…
3. Sé original
Claro, no te jode. Y si quieres ligar, sé alto, guapo, simpático y elegante. ¿Quién puede seguir ese consejo?
Como no es difícil ya de por sí escribir un guion digno de ser leído, además tiene uno que repasar toda la maldita historia del cine y de la literatura para asegurarse de que el tema no se ha tocado nunca antes.
Si alguien quiere ahorrarse el esfuerzo, basta con recordar lo que dice el Eclesiastés: «Todo lo que se dice, ya se dijo; no es posible decir algo nuevo. Sin embargo, el oído siempre quiere oír más y al ojo nada de lo que ve le satisface. ¿Qué sucedió antes? Lo mismo que sucederá después. ¿Qué se hizo antes? Lo mismo que se hará después. No hay nada nuevo bajo el sol». (Reconozco que es una cita muy poco original.)
Ser original no es otra cosa más que encontrar tu voz interior. Esto es una forma pedante de decir «entrena duro para ser capaz de chuparte tu propio pene». No voy a discutir que la autosuficiencia sexual puede ser práctica, pero dudo mucho de que alguien que se dedique a ello en serio tenga tiempo de sentarse a escribir nada decente.
Como la mayor parte de los consejos abstractos, no es más que una manera de paralizar el impulso creativo. Cuanto más abstracto el consejo, más tendrás que pensar en él. Y cuanto más pienses en el consejo, más temerás no estar siguiéndolo como dios manda.
El profesor que te dice que tienes que encontrar tu voz interior, en realidad te está diciendo «yo te diré cuando la has encontrado. Mientras tanto, seguirás dependiendo de mí».
4. Escribir es reescribir
Mentira. Escribir es un placer. Reescribir es un castigo, una tortura y un soberano coñazo.
A veces hay que hacerlo, cierto. Algunas veces, pocas, porque se nos ha ocurrido una idea mejor.
Pero la mayoría de las veces hay que reescribir porque a alguien se le ha ocurrido una idea peor, pero da la casualidad de que ese alguien es quien compra el guion o quien decide si se hace o no, así que no queda más remedio que reescribir… o mandar al carajo al sujeto en cuestión.
Cada uno tendrá que decidir qué es lo mejor en cada caso. Aunque, según mi modesta experiencia, el coste personal que tiene el hacer caso a una idea manifiestamente estúpida no se suele ver compensado por la contraprestación económica obtenida. Por lo general, la gente que tiende a proyectar ideas estúpidas sobre el trabajo ajeno tiende también a pagar tarde, mal y nunca.
En mi opinión, la obsesión moderna por la reescritura como proceso inherente a la escritura nació con el auge de los procesadores de texto, y la facilidad con que permiten corregir el texto a medida que se escribe. Es lo mismo que pasa con los teléfonos móviles. Antes de los móviles, la gente se decía «nos vemos el viernes a las siete en mi casa». Ahora se dicen «en principio quedamos, pero te llamo mañana para confirmar». Es imposible quedar con alguien sin hacer al menos tres llamadas para confirmar, y una perdida cuando estés llegando.
Del mismo modo, la gente ha perdido la capacidad de pensar una escena antes de escribirla. Cuando escribíamos a máquina, y corregir suponía lidiar con el Tipp-Ex o andar cortando y pegando trozos de papel, nos tomábamos un tiempo para escribir la escena en la cabeza. No nos poníamos a teclear hasta que la cosa tuviera forma. El primer borrador era mental. Lo que llegaba a la página ya estaba escrito, reescrito y editado en la cabeza, no hacía falta tocarlo más.
5. Afíliate a un sindicato de guionistas
Los sindicatos de guionistas tienen muchas ventajas y una pequeña desventaja: cobran una cuota de socio. Afiliarse antes de necesitar sus servicios de asesoría laboral y jurídica no tiene mucho sentido. Yo lo hice, por eso lo sé. Lo que buscaba cuando me afilié a ALMA, el Sindicato de Guionistas de Madrid, era algo que ni un sindicato ni nadie podía darme: buscaba a alguien que me proporcionase los cojones que me faltaban para negociar con un productor.
Yo no sé gran cosa de sindicalismo, pero con el tiempo he llegado a pensar que, fundamentalmente, hay dos tipos de sindicatos: los que tienen la capacidad de romper piernas y administrar palizas… y los que no sirven para nada.
No estoy diciendo que la finalidad de un sindicato sea romper piernas y administrar palizas, pero sin duda la capacidad de hacerlo le sitúa en una posición mucho mejor para negociar. Y también sirve para que sus propios socios se tomen en serio la utilidad del sindicato. Cuando uno sabe que puede acabar con los dientes desparramados por el suelo, se le quitan las ganas de firmar un contrato por debajo de los mínimos sindicales.
Mi sindicato no tiene esa capacidad de «convicción». Por eso tampoco es tan importante afiliarse. Está muy bien que un abogado te revise los contratos, pero cuando uno no tiene contratos que firmar, ¿para qué necesita un abogado? Y en cualquier caso, el sindicato no va a hacer milagros. Si tienes que darle una paliza a alguien, tendrás que hacerlo tú mismo.
6. Rodéate de otros guionistas
Llevaba un montón de años siguiendo fielmente este consejo. Hasta que me di cuenta de que nueve de cada diez amigos míos eran guionistas, y de que nueve de cada diez conversaciones que teníamos versaban sobre guion.
Eso no puede ser bueno. No tengo nada en contra de pasar tiempo con otros guionistas, y mucho menos si son mis amigos. Pero mi vida se empezaba a parecer a la de esas improbables prostitutas de la película Princesas, de Fernando León de Aranoa, que se reúnen siempre en una peluquería: una puta hablando con putas de cosas de putas.
Hace año y pico que vivo fuera de España. Aquí, solo uno de cada diez amigos míos es guionista. No es mala proporción. Quizá algo escasa, pero definitivamente mis conversaciones son mucho más variadas. Además, cada vez que voy a España, disfruto muchísimo más hablando de cosas de putas con mis viejos amigos.
7. Escucha y reproduce la manera de hablar de la gente
Ínclitos guionistas como Jean-Claude Carrière han hablado de las bondades de viajar en el autobús y en el metro poniendo la antena para escuchar las conversaciones de «la gente normal», sea lo que sea eso. Según ellos, esto les sirve para que sus diálogos sean más auténticos.
En primer lugar, no creo que la técnica le sirviese de mucho a Carrière a la hora de escribir el guion de Cyrano de Bergerac, Valmont, Los fantasmas de Goya o El húsar en el tejado.
En segundo lugar, no me creo que nadie use esa «técnica». Básicamente, porque las conversaciones que uno escucha en el metro y en el autobús tienen tres características que las hacen muy poco útiles:
a) Se oyen mal. No solo porque hay ruido, sino porque la gente tiende a callarse cuando un guionista francés pega la oreja a sus bocas.
b) Suelen ser muy breves, porque la gente tiende a subir y bajar del autobús con cierta frecuencia.
c) Suelen carecer del más mínimo interés, porque la gente en general tiende a ser muy poco interesante. Por eso el público paga ocho euros para ver una película: porque son interesantes. De otro modo, preferirían montar en autobús, que es mucho más barato.
Dicho esto, quiero aclarar que, si yo fuese Jean-Claude Carrière y me preguntasen sobre mis técnicas para escribir un buen diálogo, probablemente diría que procuro escuchar a la gente en el metro y en el autobús. Porque así conseguiría varias cosas:
a) Que el público piense que tomo el metro y el autobús como ellos, en vez de ir en un coche con chófer, que es lo que haría si tuviera el éxito de Carrière.
b) Que el periodista se dé por contestado y deje de preguntar estupideces.
c) Que los productores que me pagan piensen que, efectivamente, existen una serie de técnicas para escribir buenos diálogos, y que me lleva mucho tiempo ponerlas en práctica, por lo cual deberían seguir pagándome mucho dinero por mis guiones.
Lo que nos lleva al siguiente punto.
8. El guion es un oficio. Aprende la técnica
El guion no es un oficio. La carpintería es un oficio. Un cristalero tiene técnica. Si no aprendes la diferencia entre cortar en juliana y cortar en brounoise, no llegarás a ser cocinero.
Pero el guion no funciona así. Esto no es un oficio. Es un arte. Es literatura. Y ahí no hay más técnica que la gramática, la sintaxis y, si me apuras, la ortografía. Y cualquier persona que tenga esta revista en las manos, cualquiera que haya llegado hasta este párrafo sin sentir mareos, ya sabe lo bastante de esas tres «técnicas» como para ponerse a escribir guiones.
No existen las técnicas. Tampoco existen «las reglas del género». Todos hemos oído a algún crítico decir que tal película respeta muy bien las reglas del género, o tal otra las viola impunemente. Pero ¿a que nunca hemos visto glosadas las reglas de ningún género? Pues es porque no existen. Hablar de esas reglas como si fueran grandes sobreentendidos, e invocar a la técnica y al oficio, son variantes posmodernas del clásico «quédate aquí hasta que pase un gamusino». Son maniobras destinadas a despistar al novato, a fomentar el elitismo, a crear un halo de misterio en torno a la actividad creativa.
Ello no es necesariamente malo. Al fin y al cabo, a nadie en su sano juicio debería interesarle la manera en que se crean las obras de arte. Igual que solo a un tarado le interesa ver el momento en que el espermatozoide fecunda el óvulo. Pero, por culpa de los extras del DVD, los mismos idiotas que antes pensaban que saber de cine consistía en memorizar nombres de actores secundarios y directores de fotografía, ahora creen que saber de cine es aprenderse reglas del género, técnicas de guión y cosas por el estilo.
Pues lo siento por ellos, pero les han engañado. No hay técnicas. Sí existen algunos trucos que, por otra parte, el público ya conoce de sobra. Si en una escena, un personaje comenta, como quien no quiere la cosa, algún dato que no viene mucho a cuento, todo el mundo sabe ya que ese dato va a tener mucha importancia en el desarrollo posterior de la trama. Todo el mundo lo sabe y todo el mundo lo acepta, como el hecho de que los actores estén vestidos debajo de las sábanas. Es tan obvio y tan universal que hablar más de ello es un aburrimiento.
9. Lee muchos guiones y ve muchas películas
Alguien que ahora no recuerdo dijo una vez que hay que leer lo sublime y lo infame, pero nunca lo mediocre. Lógico: lo mediocre es lo que abunda. Lo sublime y lo infame destacan precisamente porque son escasos, porque son diferentes a la masa de morralla mediocre. Tanto de lo sublime como de lo infame he podido extraer una enseñanza. Pero la mediocridad le da a uno ganas de saltar por un barranco.
Según mi experiencia, la formación no es una cuestión de cantidad. No sé por qué un tipo que se pase todas las tardes en el cine va a ser mejor guionista que otro que use el tiempo también para leer novelas, ir a conciertos, fornicar, pasear por el monte, y sobre todo, echar siestas.
10. El cine es un trabajo de equipo. Aprende a colaborar
Otro eufemismo, cuyo subtexto es: «No te cabrees cuando el productor contrate a otro guionista para reescribir tu guion. No te cabrees cuando el director improvise estupideces para sentirse más autor. No te cabrees cuando contraten a una modelo subnormal de dieciocho años para interpretar el papel de una policía de treinta y cinco años, amargada y alcohólica».
El verdadero mensaje es: «Abre la boca y cierra los ojos». Me gustaría decir que nunca he seguido ese consejo. Pero sí que lo he seguido. Trabajo en televisión. Eso significa que he pasado por más aros que el león más viejo del circo. Y cada una de las veces que lo he hecho, lo he lamentado.
Lo cierto es que muchas veces no hay tiempo ni dinero para hacer las cosas bien. Pero eso no quiere decir que haya que colaborar para hacer las cosas mal. En todo caso, lo que me parece razonable es quitarse de en medio y asumir que un guion vendido es como un hijo mayor de edad: podemos dar nuestra opinión, pero es muy probable que todo el mundo se la pase por el arco del triunfo.
Pero igual que los hijos hacen muchas tonterías solo para molestar a sus padres, muchos de los cambios que sufre un guion los realizan personas que no son creativas, pero tienen autoridad, y quieren sentirse un poco autores. Quieren dejar de ser el tipo gris de la corbata para convertirse por un rato en el chico que trabaja en pantuflas. Y como son los que pagan, pueden hacerlo. Y para poder hacerlo sin sentirse culpables, esa gente se inventó lo de que «el cine es un trabajo de equipo».
Y es cierto: el cine es un trabajo de equipo. El guion no lo es. Y la única razón por la que tanta gente se siente capaz de reescribir un guion es que es tecnológicamente fácil. No es como recrear una herida de bala con maquillaje. No es como encontrar muebles del siglo diecisiete. No es como coordinar a doscientos extras, ni como iluminar una escena solo con velas. Escribir solo consiste en pulsar teclitas en una computadora. Y eso lo hace cualquiera.
Es tan fácil como morder una manzana.
La verdad es que no tengo ni idea de si estos anticonsejos pueden servir de algo a alguien. Pero confío en que cualquier aspirante a guionista que se tope con ellos los trate con el mismo desdén que merece cualquier opinión ajena no solicitada.
Al fin y al cabo, la única manera de distinguir un consejo bueno es haber seguido antes uno malo. Si yo he llegado a ganarme la vida como guionista, de hecho, ha sido siguiendo al pie de la letra todos esos malos consejos que ahora critico. Y es que los buenos consejos siempre llegan cuando es demasiado tarde para seguirlos, o demasiado pronto para comprenderlos.
Por eso, si tuviera que cometer la vulgaridad de resumir toda mi experiencia en un único consejo, quizá sería: no hagáis caso a nadie.