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Las guerras del litio

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Gabriela Wiener
La periodista Gabriela Wiener narra un viaje por un Perú en llamas durante 2023, donde las comunidades indígenas se han levantado y empezado una revolución.

Andrea me llama y me dice tengo una sorpresa para ti, te va a encantar. No va a decirme nada hasta llegar a casa. Me he acostumbrado a no hacerle demasiadas preguntas. No se le hacen a una periodista amenazada de muerte refugiada en España. En Colombia la busca una fiscal para vengarse de sus destapes. Apenas cruza la puerta extrae algo de una bolsa. Es un chaleco de periodista. Lo encontró en una tienda de segunda mano y mandó a imprimirle la palabra Prensa muy grande en la espalda y mi nombre a la altura del corazón. Me queda bien. Es mi primer chaleco de periodista. Me asalta una inesperada fascinación por los uniformes. Los periodistas sin medio podemos sentirnos muy solos y vestida así me siento parte de algo, de un gremio, de una causa. Quizá es mi vena guevarista nunca explotada. A veces los periodistas en el terreno me recuerdan a los guerrilleros pertrechados de otras armas. Qué diablos, debe ser la frustración de no haberme infiltrado nunca en ninguna guerrilla como mi amiga colombiana. De haber puesto el cuerpo como periodista pero de otras formas menos periodísticas. Es posible, también, me atraviese esta cosa trunca de los hijos de izquierdistas incapaces de tomar las armas en los 70s, a los que nos han quedado unas cuantas revoluciones pendientes. Los chalecos de los reporteros son verdes como los trajes de camuflaje para ir a la guerra. Y yo ciertamente voy a algo que se le parece mucho. 

En realidad mi amiga ha venido a casa a prepararme. A darme un curso intensivo de supervivencia en zonas de conflicto. Me enseña a hacerme un torniquete con una goma y un lápiz para detener la sangre. Ahora sé cuántas horas podría permanecer viva antes de recibir ayuda. Aprendo a colocarme la máscara antigas en segundos. Me advierte de que en caso la cosa se ponga fea debo colocarme detrás de la policía, nunca delante. Siempre cerca a los sanitarios. Pecho al suelo y protegiéndome órganos vitales. Correr en zig zag en los apelotonamientos. A buen recaudo de las bombas y consciente de las salidas de escape, con el máximo cuidado a la salida de los pueblos. Me pide que la llame cada noche para decirle estoy bien. Así somos las amigas. Y sobre todo, insiste en que no me quite nunca el chaleco porque va a salvarme la vida.  

Todo este tiempo en Europa, mis 20 años en España, me he culpado de no estar en Perú para contar a mi país, la herida y su posible cura, no estar ahí para intentar cambiar algo, y cuando no me he culpado yo, me ha culpado alguien más: no tienes derecho a opinar si no vives aquí. Voy a Perú y por primera vez no voy primero a Lima, voy a Juliaca, Puno, el epicentro de esta revuelta social. Solo sé que quien era el presidente ahora está preso y miles de campesinos han salido a las calles para protestar contra un golpe parlamentario que venía cocinándose desde las elecciones. Voy porque todo se ve confuso desde aquí: un conflicto se cierne sobre ese territorio a orillas del lago Titicaca colindante con Bolivia, una guerra civil o, no lo descarto, el esperado momento revolucionario indígena en una región dolorosamente racista y feudal. 

Estoy soñando, claro, pero la utopía es consustancial al accionar revolucionario. Nada cambiaría sin los impulsos románticos, inútiles. Más de 500 años después el mundo ya no puede seguir siendo ancho y ajeno. Cuando veo en redes a la gente en la calle coreando lemas contra la falsa democracia en el Perú, recuerdo lo que solía decir el máximo referente del marxismo en América Latina, José Carlos Mariátegui, que no por nada era peruano y no por nada fue el ídolo de mi viejo: “el problema del indio solo lo va a resolver el indio. La revolución no será ni calco ni copia, sino creación heróica de los pueblos”. Imagínense crecer con este nivel de exigencia de heroísmo, de iniciativa propia, de creatividad. Cómo no iba a ir a Puno, donde las papas literalmente queman. 


De todas las provincias del Perú, a Puno se le conoce como la más india y la que tiene más historias de resistencias, aunque no formen parte del relato de nuestra nación.

Dicen que los quechuas fueron conquistados por los españoles pero los aymaras solo fingieron ser conquistados. En este relato, hay aymaras y quechuas peruanos, chilenos, argentinos y bolivianos, collas del antiguo Collasuyo. Hay collas en Atacama, en Salta y Jujuy. Su alma es solitaria, antiplánica, pero su organización tercamente comunitaria. Son mineros ilegales y defensores del medio ambiente. En su obligado aislamiento en las alturas, manejan solos su propia economía de mercado. Son pobres y ricos, legales y contrabandistas. Ofrendan a la Pachamama con la hoja de coca y participan del narcotráfico. En las manifestaciones, los collas hacen flamear la wiphala pero también la bandera nacional de su país. Hablan aymara, quechua y español. Tienen tele de plasma pero no calefacción. No quieren la contaminación de sus lagunas pero tampoco perderse la fiebre del oro. Cantan huaynos conmovedores y linchan alcaldes corruptos hasta la muerte. Los collas son contradictorios, es que los collas son humanos, como tú, como yo. 

¿Parece mentira, no? Tener que explicar que una persona de un pueblo originario es una persona, que no es, necesariamente, ni buena ni mala, ni un buen salvaje, ni un ser lleno de pureza, ni un sanguinario terrorista o asesino, pero que podría ser también todas estas cosas juntas. Es un poco absurdo explicar su normalidad en tiempos de multiculturalismo e interseccionalidad, cuando pareciera que por fin hablar de derecho indígena, de su libre determinación, de la consulta previa para el destino de sus territorios significa algo, pero la brecha aún es profunda como ese surco en el que se seca el agua.

Paul, Denisse, Diana y yo

Diría que me voy a la guerra si no fuera porque ya estamos en ella. Vamos camino a la zona minera de Carabaya, a las alturas de Juliaca, Puno, a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar. Entre Macusani y Corani se encuentra el publicitado proyecto de litio Falchani, y sus yacimientos, Chacaconisa y Quelcaya. Si bien las comunidades de la zona están deseando que haya litio, no hay aún un estudio serio que lo confirme.

Voy con Paul, el fotógrafo; fuimos amantes cuando yo recién empezaba en periodismo; una vez lo acompañé a hacer el típico reportaje de semana santa, el vía crucis de un actor que interpreta a Jesús ascendiendo por el cerro San Cristóbal y antes de que lo crucificaran ya estábamos revolcándonos en un hostal del centro de Lima. Pero no le he propuesto esta aventura para dormir con él sino para estar despiertos. En 2004, Paul estuvo muy cerca de aquí cubriendo el asesinato del alcalde de Ilave, linchado por el pueblo que lo acusaba de corrupto. Paul es un hombre tierno y cuidador, adoptó a un niño ciego y le enseñó a tomar fotos, su hijo Nilton, fotógrafo ciego. No me imagino un mejor compañero de viaje.

También viene con nosotros Dennis, amigo arequipeño de Paul y también fotógrafo, al que hemos contratado para que nos lleve en su 4×4, sorteando todos los piquetes y bloqueos de carreteras que son ahora mismo el corazón de las movilizaciones. Ha traído un dron que promete darnos las mejores imágenes. Y, finalmente, en representación de la mujer puneña está con nosotros Diana Pasaca, profesora universitaria experta en enseñar a sus chicos la realidad del Estado neoliberal. También es nuestro contacto con las rondas campesinas de Macusani y Corani. Y una adicta a las redes sociales.

–En Macusani todo se mueve en función de los ronderos. Si sienten que no has sido transparente, pueden darte de latigazos (risas).  

No sé por qué nos reímos si es cierto, dice Dennis, el cauteloso, según él deberíamos tener mucho cuidado. Ahora cientos de alpacas con sus crías rodean nuestra camioneta a diez grados bajo cero. Pastan en las alturas de Juliaca. Los puneños de esta zona viven de su lana, de venderle a la Michell gramos de fibra por unas moneditas de mierda. Con eso comen los pastores a duras penas mientras las empresas textiles venden chompas y chalinas a miles de dólares en los aeropuertos. Las alpacas beben agua, si el agua es contaminada las alpacas mueren y el ciclo de la vida animal y humana se interrumpe. De eso llevan los pueblos originarios hablándonos hace siglos sin ser escuchados. Denisse y Paul se bajan y hacen entrañables fotos de postal. 

Hace un mes, desde esta misma ciudad, llegaban las imágenes de las cámaras de seguridad mostrando los cuerpos cayendo como hojas verdes, arrancadas del árbol, primero una decena, luego dos; más de 60 muertos, jóvenes hijos de campesinas y campesinos; sus padres se rompieron la espalda para que ellos estudiaran medicina o magisterio, no para que fueran asesinados por la policía a balazos y por la espalda.

No sé si lo lograremos pero mañana queremos llegar a Macusani, una de las comunidades movilizadas para pedir la renuncia de la presidenta-dictadora del Perú, Dina Asesina a partir de ahora. Hay muertos de ese pueblo, entre ellos una rondera y varios heridos. Dennise opina que es muy mala idea intentar llegar hasta ahí. Paul intenta quitarle hierro al asunto. Pero no es fácil: La comisaría del pueblo fue quemada, no está claro si por los manifestantes o por la propia policía que suele hacer estos montajes para incriminar a la gente y ahora Macusani es un pueblo sin policía, un pueblo, en suma, feliz. 

Diana asegura que si nos dejan pasar podremos llegar a tiempo por la mañana a la asamblea de la ronda campesina en Macusani y hablar con las autoridades de Corani, otro distrito tres horas más arriba, para que nos dejen visitar el yacimiento de Falchani, al lado del apu Quelcaya. Aunque desde que pactaron con la empresa son muy recelosos. Denisse piensa que ok ir a Macusani pero ir a Corani ya es una locura, no queremos enfadar a los ronderos.

No te atrevas a soñar con el poder

Las nuevas guerras podrían ser las guerras del litio. En el cono sur, en el siglo XXI, se parecen mucho entre sí: Gobiernos presuntamente democráticos se tornan autoritarios y represivos. Estallidos sociales que emocionan e inician movimientos transformadores para luego torcerse o truncarse. Líderes políticos y medioambientales perseguidos, judicializados o asesinados. Y el campo de batalla es, oh sorpresa, un sitio lleno de litio, el nuevo oro blanco colonial, de recursos naturales codiciados por el norte que algunos gobiernos del sur quieren nacionalizar y otros quieren repartir entre manos privadas y bolsillos sucios. 

Tanto aumentaron las concesiones mineras en Puno, hasta en un 279%, que en 2011 estalló el Aymarazo luego de que la empresa canadiense Bear Creek anunciara la explotación de plata y oro muy cerca del Lago Titicaca. Los aymaras marcharon hasta Lima, como ahora. El líder del levantamiento, el aymara Walter Aduviri, despertó el terror de los señores empresarios que vieron en él la versión peruana de Evo Morales. Los dueños de los medios se encargaron de convertirlo en el nuevo villano “antiminero” y el Poder judicial en perseguido político.  No puede hablar demasiado, sería violar su situación legal aún delicada, pero le pregunto si ve similitudes entre el conflicto puneño de 2011 y este del de 2023. 

–Bueno, te voy a hablar bien resumido: nosotros ya hemos luchado en 2011 para recuperar la plata y el oro que quería llevarse la canadiense Bear Creek. Sabemos cómo se hace para recuperar los recursos, pero para seguir ese camino hay que poner el cuerpo. Yo estuve preso, tuve que pagar dos millones de soles. Y ahora estamos en una situación atroz como país porque se ha impuesto un gobierno de manera dictatorial. Pero nuestra postura es la misma: plebiscito sobre la explotación del litio en toda la región de Puno para aprobar o no un proceso de industrialización; control mayoritario del Estado sobre el litio, de un mínimo del 60 por ciento. De lo contrario sería un nuevo saqueo de nuestros recursos.

Un dirigente indígena, carismático y con gran poder de convocatoria como Aduviri fue un antecedente directo del fenómeno Pedro Castillo. 

Y el mensaje para el indio y para ellos es el mismo desde 1492: no te atrevas a soñar con el poder. 

Pocos saben lo ocurrido con Pedro Castillo, el ganador de las elecciones democráticas peruanas en julio de 2021, hoy preso. Intento explicarlo: Como antaño, como en la colonia y en la República, cuando el indio vota, vota mal; cuando llega al poder, es expulsado; y cuando está en rebelión, mejor muerto. Si el pueblo sale a las calles salen también los tanques. En los Andes tienen corcho libre de balas para matar. Mensaje para el próximo indio aspirante a futuro presidente: atrévete y tendrás reservado tu número de presidiario. Mensaje para el indio luchador: atrévete a protestar y te perforo. 

Castillo gana la presidencia pero desde el día uno empieza una operación para derrocarlo. Cada vez más aislado, incluso de las izquierdas que le apoyaron, toma la decisión, aparentemente solitaria, de anunciar el cierre del impopular congreso fujimorista. En plan mesiánico dice estar acatando la voluntad popular. Pero es un autogolpe fallido, ni las fuerzas armadas, ni siquiera sus ministros lo apoyan. Su vicepresidenta, que ya se ha aliado al fujimorismo, le sucede en el cargo y ordena su encarcelamiento. Sí, la señora Dina Asesina. 

Esta es la deriva del líder imperfecto, el profe rural que llegó a presi, al que le decían desde Lima burro, serrano, terrorista. Pero para sorpresa de los de arriba muchos de los de abajo salen a protestar porque se ven reflejados en Castillo como en un espejo que los hace más altos. Aunque esté investigado por corrupción. Y sienten que los insultos racistas que recibe el presidente son dardos lanzados sobre ellos mismos. Defienden su voto, su elección. Todos los organismos internacionales de derechos humanos dan cuenta hoy de los asesinatos extrajudiciales y los brutales abusos contra la población indígena por parte del régimen policial de Dina Asesina. Dicen que Castillo estaba a punto de revisar los contratos mineros con las multinacionales, que quería nacionalizar el litio cuando fue detenido y encarcelado por haber intentado disolver el Congreso y convocar a una asamblea constituyente. Quien sabe, pero la Historia es pura interpretación de la realidad.

El litio y la cola neuronal

Nacido en el vórtice del big bang, este metal blando hace el mismo efecto que el brillo de las escamas de la carne de merluza. Ligero para ser un sólido; duro y blando como nuestro estúpido corazón, si el litio se enciende provoca una llama carmesí. La poesía mineral. 

Hasta ahora pensaba: el litio es esa cosa que le faltaba al cerebro de mi amiga y por eso se suicidó. Pero también es un material imprescindible para producir baterías eléctricas; es la energía sexy, porque no hay minuto que no estemos conectados a nuestros celulares y sin ellos nos apagamos como se apagan nuestros teléfonos o nuestras vidas. Y seríamos capaces de matar si no la tuviéramos. Las historias de guerra son historias de deseo. Putin desea el litio de Ucrania. Empresas de todo el mundo desean el litio del Hombre Muerto (sic) en Argentina, el de Atacama en Chile o el de Uyuni en Bolivia. Esos tres países se siguen llamando el triángulo del litio, aunque ya hay varios países más dispuestos al cuadrado o al pentágono, uno de ellos, Perú. Allá por 1991, Sony patentó la primera batería lon-litio y desde entonces se convirtió en un recurso imprescindible para la llamada transición energética. 

En 2018 la noticia salió en todos los medios: se habían descubierto por primera vez yacimientos de litio en Puno, potenciales reservas de hasta 4.71 millones de toneladas. Si se confirmara, Puno ocuparía el sexto lugar con más litio de todo el mundo, superando las reservas de Chile y Bolivia. 

Una generala yanqui encargada de los asuntos del cono sur (sic) hablaba el otro día sin tapujos presumiendo ante chinos y rusos de que a ellos, por suerte, les quedaba su despensa latinoamericana. Somos un tema de “seguridad nacional”, con la que pueden “jugar” en sus componendas políticas y bélicas. Habló orgullosa, como hablaría la dueña de una flota de barcos, de la Amazonía como pulmón, del agua dulce –31 por ciento del agua dulce del mundo está aquí– y, claro, del litio. Parecía una villana de la película Avatar y yo me puse azul al escucharla. Me salió la cola neuronal, que es igualita a mi cargador y permite la conexión con otras formas de vida.

¿Que por qué vemos a todas estas feministas blancas uniformadas a las que les gustan las guerras como forma de empoderamiento merodeando por aquí? ¿Qué por qué una panda de indígenas marrones, no azules, obstruyendo una carretera con piedras representan un peligro? 

Acompáñenme para conocer esta triste historia. En 2003 la tonelada de litio valía 450 dólares y ahora cuesta 65 mil dólares. Esto significa sin ninguna duda que las grandes potencias y nuestros Estados nacionales corruptos, coadictos, se encuentran ahora mismo en un estado de ánimo frenético, maniático, diríamos. Clave para los esperpentos electrónicos y para el sueño del coche fantástico, el litio va de la carrera a la luna a la carrera armamentística. Los ricos del mundo se cargaron los combustibles fósiles y ahora hay que reemplazarlos por nuestro amigo blanco el litio, cueste lo que cueste, alistando a las tropas de cholos para matar a otros cholos si hace falta. Para que los ricos presuman de ser respetuosos del medio ambiente han de ensuciar su patio de atrás, que somos nosotros. En este mundo bipolar, ya sabemos a quiénes les toca el lado maníaco y a quiénes el represivo.

“Hay litio en Puno. ¿Creen que vamos a decir, ven aquí sácalo todo?”, me dijo la líder campesina Lourdes Huanca. Las peruanas y peruanos en los territorios saqueados por multinacionales y por los gobiernos del norte global están hartos de que el país se venda en pedacitos a millones de dólares y que ellos sigan en la pobreza y enfermando y muriendo por la contaminación, como la tierra y el agua. En mi país ahora en llamas es uno de los más ricos productores de gas pero la gente del sur, de donde se extrae, sigue muriendo de frío y neumonía porque apenas puede encender leña. Que cientos de niños mueran al año por las heladas en Puno es la deshumanización. Que el litio del Perú no se quede en el Perú para su propia energía renovable es un crimen. Que estén matando gente porque piden cambios en las reglas de juego es fascista. 

Puno, ahí donde más muertos han dejado las fuerzas de seguridad del Estado en estos meses, ese departamento que colinda con Bolivia, que nos hace compartir un lago, el Titicaca (titi para el Perú, caca para Bolivia, según el chiste infantil y racista), que nos hace ser una sola cosa, una cultura inmensa, la quechua-aymara, y toda la belleza del altiplano, tiene el litio que les falta. Si en el siglo II, leo por ahí, los baños en cascadas de aguas alcalinas estaban indicados para víctimas de la manía y la melancolía; hoy, en el siglo XXI esto de tratar dos estados con el litio, el de estar “muy arriba “y el de estar “muy abajo”, solo puede definirse como lucha de clases. El pueblo a esta hora pide refundar el país, un nuevo pacto social.

“¡Es epistemicidio”, exclama al teléfono la académica puneña Ana del Pino, mientras bajamos la marcha al ver una cola de trailers infinita, “¡se trata de alterar ecosistemas en nombre de la ecología!” y dice cambiando a una voz muy preocupada:

–El extractivismo en esta zona se da sobre un espacio singular de crianza de alpaca para lo cual los criadores, desde sus ancestros, han encontrado formas de relacionarse con la naturaleza y al ser acorralada por una minería a tajo abierto, se rompería el ciclo de transmisión de conocimiento. En 50 años dejaría páramos improductivos, desaparecerían las alpacas por la falta de agua y el conocimiento para el manejo de ese territorio que producía vida.

En el dilatado trayecto, Paul, Dennis, Diana y yo nos damos cuenta de que esto va a ser mucho más largo de lo que pensábamos. Todo el corredor minero, por donde se extraen los minerales de Puno al extranjero, la carretera que lleva hasta Brasil, la interoceánica, está bloqueada. Denisse dice que lo mejor será regresar a Arequipa ahora que podemos. Paul lo tranquiliza. En el primer piquete una cola de varios kilómetros de trailers y camiones de mercancía esperan que la comunidad en huelga los deje pasar. Nos dicen a todos que esperemos. Que ellos también han esperado demasiado, en concreto siglos.

Recuerdo que una madre del colegio de mi hijo me contó que cuando fue a Bolivia parte del tour turístico en Potosí era ir a ver trabajar en directo a los mineros a tajo abierto.

El chaleco de la muerte

Bajamos del carro, decido ponerme mi chaleco de prensa y salir a hacer entrevistas a los piqueteros. Se respira hostilidad. Dennis dice que deberíamos irnos ahora sí cuanto antes, sube a la camioneta solo y pone reversa. De pronto, los dirigentes me miran mal, me rodean y me preguntan por el chaleco que, por si se lo preguntaban, no es antibalas. “Eres de Cuarto poder” –un programa periodístico que le hace cariñitos al régimen desde hace décadas– “vete de aquí prensa corrupta”. Me asusto y creo que voy a morir como grizzly man, el aficionado a los osos devorado por un oso; como el payaso amigo de los cocodrilos al que una mantarrayas perforó de un aguijonazo fatídico el corazón. Linchada por mi objeto de estudio. Apedreada por meterme en guerra ajena, en drama ajeno. Cosificando como cosifica occidente lo que no comprende. ¿Qué pasa? Ahora soy yo la que terruquea? Terruquear: criminalizar acusando a todo el que no piense como tú de terrorista. Sobre todo si eres indio. Eso hace todos los días el periodismo nacional.

Llevo años criticando el paternalismo, la mirada buenista del salvador del norte, el asistencialismo oenegeísta, incluso la pertinencia de escribir sobre la vida de lxs otrxs cuando lxs otrxs pueden escribir sobre sí mismos, ese innecesario “dar voz” del periodismo de corresponsal en el tercer mundo. Un reportero muerto por una bomba siempre merecerá más artículos que decenas de civiles pobres masacrados. Sé perfectamente que la historia la escriben los pueblos, no los cronistas limeños con mucho flow. Llego al punto más bajo del non sense de este periplo que ya empezó vacilante. Las crónicas autorreferenciales en este conflicto son de pésimo gusto. Otra manera de expoliar protagonismo a los que nunca lo han tenido. ¿Busco que me maten? Confundida con una burda periodista de televisión oligopólica, así me iré, qué manera indigna de morir.

Llevar un chaleco de periodista en el Perú se ha convertido en estigma, en un cartel que dice mátame. Vimos a los dueños de los medios desfilar por las salitas de la corrupción en los noventas, recogiendo torres de billetes sucios, algo que sirvió para comprobar lo que ya sabíamos, el tipo de intereses que defiende la prensa oligopólica. En todos estos años de supuesta bonanza los campesinos, líderes indígenas y defensores de la tierra han sufrido la represión por defender la soberanía del revés de esa bonanza: el robo de los recursos, la muerte del aire, del lago, del bosque. La respuesta de la prensa ha sido más y más criminalización que la gente asimila sin reflexionar.

Ningún canal de televisión puede hoy pisar Juliaca o Puno, como nosotros podemos porque somos un “medio internacional”. Qué irónico, estoy trabajando como extranjera en mi propio país y así, menos mal, puedo ejercer algo parecido al periodismo. 

Me alejo, me arranco el chaleco y lo escondo en mi mochila. Me veo diciéndole a la gente cosas en las que creo y con las que sueño y con las que quiero sentirme comprometida: que venimos a contar esta muestra de madurez política de un pueblo tan cerca pero tan lejos de Lima, que son un ejemplo para el resto del Perú. Que ya quisieran los partidos políticos de izquierda organizarse como ellos. Que vamos a contar lo que nos contaron, sin tergiversarlos. Que no hemos venido a mentir. Ni a terruquearlos. Ni a exponerlos. Se los juro.

En cada piquete se impone el mismo trueque: salgo de la camioneta, camino hasta donde se concentran los representantes: tengo que contar para qué hemos venido, siempre a todos y a cada uno, hasta al último comunero. Me dan el megáfono y cada vez mis explicaciones van mutando en otra cosa, ¿en arenga? ¿en proclama? ¿en agitación? Quieren ver si de verdad estoy de su parte. Lo estoy. Detesto la objetividad periodística, nunca he escondido mis ansias de protagonismo ni mi pasión por la performance, ni mi alma de payasa. Cojo el altavoz y junto a los campesinos piqueteros, que no se mueven de sus trincheras, ni con lluvia, ni con granizo, ni con nieve, lanzo mi primer discurso político y de ahí ya no paro, lo hago en cada piquete, para cada comunidad, hasta que gritamos todos al unísono Dina asesina, el pueblo te repudia. Me aplauden, los aplaudimos, Paul me mira emocionado y por un momento me embarga el delirio, creo que puedo dejar el periodismo y probar con la política, participar activamente de esta revolución, poniendo al servicio de la revolución mi educación, mi capital cultural. Nos dicen que esperemos, que van a debatirlo. Mientras esperamos, mis frívolos pensamientos me llevan a pedirle a Paul que me haga unas fotos,detrás del carro, por fin con mi chaleco de periodista para enviárselas a Andrea. Poso, cojo unas piedras, las tiro, sigo posando, levanto un brazo combativamente. De pronto, una señora de la comunidad, la menos convencida de nuestro compromiso con su lucha, empieza a gritar que nos ha descubierto, señalándonos ante la comunidad, que seguro preparamos un montaje periodístico para desprestigiarlos, que me ha visto con la piedra en la mano. Prensa corrupta terruqueadora. Y es así como volvemos al punto cero, recibimos nuestro merecido castigo. Cinco horas de espera después, por fin los convencemos de nuestra inocua labor y de nuestra estúpida actitud, retiran las piedras y nos dejan pasar. 

Yellowcake

De Ulises Solis me han dicho de todo: un gamonal de antaño, un mafioso o un especulador, un cazador de accionistas internacionales inflando un producto que está muy lejos de poder extraerse hoy en el Perú. Cuando hablamos se lo digo. Esas son impresiones muy del 2018, asegura, cada vez hay más gente que cree en él y en su proyecto del litio puneño. Entre la pandemia y el estallido puneño y lo que tardan las concesiones, el proyecto ha sufrido muchos retrasos. Pero ya viene, ya viene, está a puntito, promete.

Le gusta definirse como hijo de minero, hombre de pueblo y empleado de confianza, un gestor eficiente de la empresa peruana Macusani Yellowcake, subsidiaria de la canadiense American Lithium que ha crecido exponencialmente en los últimos años. Fue él quien anunció en 2018 al Perú y al mundo que en Puno había litio, mucho litio. Solis es el tipo de señor que cuando te habla dice tu nombre después de cada cuatro frases: El peor enemigo de un peruano es otro peruano, Gabriela. Anda a ver porque todos los funcionarios y empresarios cambian de trabajo pero siempre son los mismos, Gabriela. Yo no vivo de lobbys, no soy de los que van con corbata, yo soy un tipo de campo, ahorita estoy con polo y casaca porque a las 3 me voy a la mina, Gabrielita.

Asegura no tener una sola acción en American Lithium

–Soy un pinche gerente.

Hablemos claro, señor Solis: Los yacimientos de litio aún no son reservas probadas.

–Nunca he dicho que lo sean, ahora son todavía recursos, pero si de las 4.7 millones de toneladas, podemos sacar solo un millón equivaldría a 43 billones de dólares. 

Solis parece que me hubiera estudiado, sabe qué decir para caerme bien, para coleguear. Dice: yo apoyo al pueblo puneño, tienen razón en protestar contra un sistema que siempre les ha dado la espalda. Dice: He pasado ya por siete directorios de la Bolsa de valores y nunca me han quitado. ¿Por qué me mantienen? No soy bonito, ni blanquito, ni tengo ojitos verdes. Dice: Estoy harto de ver a todos esos blanquitos en corbata enviando su CV a Canadá, con sus maestrías y doctorados, esperando quitarme el puesto, pero lo que no entienden es que este es un negocio de confianza, yo cuido del dinero. 

Yo también estoy harta. ¿Será que duele menos si quien te extrae las piedras preciosas es de los tuyos, un gobierno, un empresario, un puneño? 

Rondas nada más

Por la mañana llegamos por fin a Macusani. Más de un centenar de ronderos se han reunido en el estadio del pueblo. Los temas no tienen nada que ver con Castillo, ni con Dina, sino con el agua y la cosecha; por la tarde hablarán de la comitiva que parte mañana a Lima a pedir la renuncia de la presidenta. Me encuentro al alcalde de Carabaya, Edmundo Cáceres, que me anuncia que al día siguiente todos los alcaldes de la región Puno van a mostrar su respaldo público a la movilización popular. Me dice ve a Corani pero ojo, porque allí no son tan luchadores como en Macusani. El alcalde se reunió con Dina Asesina y se tomó una foto, por eso hoy no se le espera en la asamblea de rondas. La explicación de esta traición es que ese pueblo se juega mucho dinero: han conseguido un hito, asociarse a la empresa extractivista y ahora buscan aliados en el gobierno. En Corani ya casi nadie vive en el distrito original, se han desplazado a cambio de dinero y mejoras en su comunidad. Desde hace un tiempo ningún investigador o institución medioambientalista puede entrar a ese territorio. Los comuneros no lo permiten, han hecho tratos que les convienen. Puno es una región donde en los últimos años ha ocurrido un cambio político importante porque a diferencia de otros sitios del Perú, me dice Paulo Vilca, del Observatorio regional de Puno, todos los que gobiernan en Puno son indígenas, de izquierda, pasando por centro y hasta la derecha. Todos son descendientes de campesinos, el poder cultural es campesinos.

Esa tarde entramos a la comisaría quemada. Paul y Dennis hacen fotos de los patrulleros calcinados, de los escritorios y legajos devastados por las llamas. Yo hago un directo para instagram desde ahí, haciendo bromas contra la policía, lo que en estos tiempos recios podría considerarse apología del terrorismo. Paul dice que pare un poco, que es una falta de respeto con los muertos. La gente del pueblo nos señala los agujeros de bala en las fachadas de las casas. Se nos acercan agentes del Serenazgo, los guardias municipales, y pienso que me van a detener pero es porque uno de ellos trabaja como reportero de una radio regional y me quiere enseñar videos alucinantes de aquel día. La policía prófuga y el reportero serenazgo son los nuevos hits.

Al día siguiente salimos hacia Corani. Denisse no conduce hoy. Vamos en una camioneta del municipio de Cáceres con nuestro guía, el biólogo Gustavo. 

–No siempre somos víctimas de las empresas extractivistas, a veces solo queremos nuestra merecida tajada. Tampoco es verdad el mito del antiminero que pone siempre trabas al progreso, muchas veces firmamos acuerdos. Dicen que en Puno todos somos pobres pero aquí mucha gente vive de la minería ilegal. También somos extractivistas. Si el Estado nos ha olvidado, ¿de qué otra cosa quieren que vivamos? Gracias a la minería ilegal la gente tiene plata para educar a sus hijos.

Diana sube cincuenta selfies a su facebook. Nos ha contactado con los ronderos de la zona y nos han autorizado a subir, aunque solo vamos a entrar al yacimiento de Quelcaya cuando toda la comunidad esté de acuerdo. 

Gustavo me va a explicar: Aquí tenemos uno de los bosques de rocas más extensos del mundo. Y también el nevado tropical más profundo del mundo, el Quelcalla, lleno de pinturas rupestres, patrimonio de la humanidad. Hicieron exploraciones clandestinas antes del permiso y así fue que descubrieron el litio en Chacaconisa, por eso las multaron. El ministerio de Energía y Minas debería tener sus propios equipos para corroborar qué están explotando. Castillo y Solis se reunieron, pero no sabemos si lo que le dijeron es cierto o lo estaban estafando porque no hay estudio fiable, nada que mostrar. Cualquiera podría venir, coger una piedra de litio e irse porque el terreno no está ni vendido. 

El bosque de piedras en el camino nos hace soñar con un pasado remoto casi extraterrestre, una especie de ciudad gótica inca. A partir de aquí las curvas y abismos son enloquecedores. Empieza a llover sobre las finas trochas de barro resbaladizo. 

Construir cosas con las que soñamos

Corani es una comunidad lotizada hasta en un 80 por ciento por Macusani Yellow Cake y American Lithium, que esperan extraer toneladas de litio, uranio, potasio, entre otros minerales. El gerente, el señor Solís, lo anunció en 2018, la pandemia lo retrasó todo; luego vinieron las reuniones con el presidente Castillo, que se mostró a favor de hacerlo con la priovada, pero la crisis política volvió a paralizar el proceso. Hace nada, Dina Asesina declaró al litio recurso estratégico y dijo que estaba lista para aprobar su explotación privada. Elizabeth, dirigenta de los ronderos de Corani, me cuenta que la empresa tiene el permiso de la comunidad.

–Ahora mismo nos beneficia más que estén que no estén. Porque antes no había nada acá, ni las casas. La empresa nos da dinero a las cinco comunidades. Eso es lo positivo y lo negativo aún no lo podemos ver porque no hay mina aún, no contaminan todavía.

Elizabeth nos deja pasar hacia Quelcaya, vamos tras el yacimiento de litio. Según Solis, en Puno estaría el sexto yacimiento de litio más grande del mundo.

Nos elevamos por encima de las casas y valles, cada vez más cerca de las nubes. Por fin se corta la carretera y aparece esa explanada que brilla bajo un débil rayo solar en su blanquitud pétrea. Se extiende como una pista de hielo quebrada en mil pedazos por el pie de un gigante gruñón. ¿Son esas piedras, litio? Lo son, dice Gustavo, este es el yacimiento de Quelcaya. Me siento sobre las rocas dinosáuricas, me revuelco entre ellas como rico mc pato en sus montañas de monedas y ahora me hago selfies como Diana con un trozo de litio en cada mano. Llegar al litio, comprobar que existe, verlo, tocarlo, performar al descubridor, al saqueador. Pensar en las guerra del oro y ahora en las del litio, en alpacas sedientas, en apus mancillados, en arte y conocimiento ancestral destruidos. Y aún así sucumbir a la fiebre, a la novedad, a la moda. 

Empieza a nevar suavemente, ahora las piedras de litio parecen copos de nieve recién caídos, puedes sentir su blandura. Cojo una de las piedras blancas y me la meto en el bolso, con permiso de la comunidad, como debe ser. Decía que hay más de 4 millones de toneladas de litio en esta zona, solo un millón de toneladas equivale al cambio a 43 billones de dólares. Hago yo también cálculos y castillos en el aire y aprieto mi botín en el bolsillo. 

En el camino de regreso nos detenemos en un restaurante. Es un sitio muy pobre en medio de la nada, no hay ni internet, solo una radio y mucho frío; pero se come una trucha frita riquísima, de su propio criadero. La encargada parece una niña pero tiene 20 años, se llama Danitza y está sola a cargo de todo. Nos trae a cada uno un buen plato de arroz con trucha y ensalada. Ha venido de Juliaca, donde estudia, a ayudar a su mamá porque su padre lleva fuera hace varios días en cosas de la huelga. Ya alguna vez la policía se lo llevó por protestar, no puede arriesgarse, aquí por quejarte te pueden caer años como a terrorista.
–¿Qué estudias?–le digo en la cocina donde me he metido buscando fósforos para encender un cigarro.

–Ingeniería civil, me faltan dos años para terminar.

–¿Y cuando acabes te quedarás en Juliaca a trabajar?

Sus ojos chinos, dulces de nubes y montañas, saben mirar como puma, como cóndor, si huele el peligro. Y yo soy la Prensa.

–No, quiero estar en todas partes.

–¿Y qué piensas hacer cuando termines? ¿Qué hacen los ingenieros civiles?

–Construir cosas con las que soñamos. Transformar los lugares.

–¿Qué lugares?

–Este, por ejemplo, pero si no se puede será otro.

–¿Puedo publicar esto?

–Depende, si no me haces daño.

La mayoría de los asesinados por la policía hace un mes en el aeropuerto de Juliaca eran chicos tan jóvenes y bonitos y francos como Danitza, estudiantes universitarios cuyas madres y padres trabajaron la tierra para que sus hijos sean parte de un mundo que a ellos les despreció. Y se los han matado. 

Esta democracia ya no

La banda del pueblo toca con fuerza el nuevo himno de mi país: Esta democracia ya no es democracia, Dina asesina el pueblo te repudia/cuántos muertes quieres para que renuncies/sueldos millonarios para los corruptos/balas y fusiles para nuestro pueblo. La romería acongojada da la vuelta a la Plaza de armas de Juliaca y se encamina hacia el bypass ––a medio construir por culpa de un alcalde corrupto posteriormente ajusticiado en prisión–– en dirección al aeropuerto con las fotos de sus hermanos muertos. Es hermoso cómo retumban en los cerros andinos los platillos y las trompetas tocando El pueblo unido jamás será vencido. Marchan los gremios, los bomberos, los profesores, los abogados, los campesinos al ritmo de la mítica canción protesta latinoamericana de Intillimani que escuché por primera vez cuando era una bebé de pecho y que ha retumbado en todos los últimos estallidos sociales del continente y en mi corazón. Marchan porque hasta ahora no les ha tocado ser iguales. Empiezo a creer que pueden haber banderas de unidad, que Mariátegui tenía razón y que tú vendrás marchando junto a mí a ver el rojo amanecer, porque será mejor la vida que vendrá. Unidos en la lucha desde el salar del litio hasta el quemado bosque austral, los comerciantes reparten plátanos gratis. Y seguimos a los quechuas y aymaras porque saben a dónde ir.

Avanzamos entre banderas negras de duelo y la multicolor wiphala. Los fachas de Lima han osado decir: los puneños no son peruanos, son bolivianos y su bandera es un mantel de chifa. Pero la bandera del Perú hoy es la bandera ensangrentada, un poco chamuscada y perforada de balas, agujeros que filtran la luz del sol y la vuelven única en su género. Esa es la verdadera bandera del Perú. La sangre es real, me dice el hombre que la lleva. Usamos esta misma bandera como camilla para trasladar a uno de los heridos a la posta médica, es su sangre real. Me recuerda la bandera peruana en coma, que recibe transfusiones de sangre para sus dos franjas rojas, creada por Tokeshi, un artista peruano japonés. Me recuerda todas las banderas que lavamos frente a Palacio después de que Fujimori nos embarrara el país. De pronto, a una chica que lleva una pancarta con las imágenes de las heridas de bala de los asesinados, se le caen un montón de monedas y la manifestación se detiene a esperar que las recoja una a una. En el colegio nos enseñaron que el escudo de la bandera peruana tiene tres elementos simbólicos: el árbol de la quina, la vicuña y la cornucopia desbordante de monedas oro. Hoy de la cornucopia brota sangre, no monedas. A los quechuas y aymaras les roban el oro, el litio y la vida. El extractivismo es muerte.  

A las puertas del aeropuerto, donde hace exactamente un mes se perpetró la matanza, no hay cura que quiera celebrar la misa por las personas asesinadas. Una mujer nos pregunta si conocemos uno. Difícil. Por fin llega el cura de la teología de la liberación y eleva al cielo una plegaria: “No queremos patrones, queremos socios, que nuestra riqueza se quede acá. Palabra de Dios. Te lo pedimos señor”. Allí está la madre que no se ha movido en todos estos días del lugar en el que cayó abatido su hijo. No se va a hacer justicia por mi hijo, menor de edad era, señorita, solloza. Nos abrazamos y Paul llora al vernos, nos hace fotos.

Empieza de pronto una batalla campal. La vieja vía del tren separa a los bandos. Una bomba cae desde el lado de la policía atrincherada en las inmediaciones del aeropuerto. Da en el suelo y esparce una nube de humo tóxico, lacrimógeno. Una piedra silba en su trayectoria paralela a mi cuerpo. Me coloco la máscara antigas, a duras penas, sin saber qué hacer con mis lentes, me cago en mi curso demasiado intensivo con Andrea y en el algodón de vinagre picante que una señora intenta ponerme a la altura de la nariz. Paul y Dennis se meten en la trifulca, ven cómo le estalla a un chico una rata blanca en la mano, ven florecer su muñón carmesí, del color del litio encendido. La gente me ve tomando fotos, no aprendo, vuelven a gritar prensa corrupta, y están a punto de lincharme pero otro grupo me defiende, “¡prensa extranjera, prensa extranjera!”, me dan más vinagre. Escucho gritar “¡guerra civil, guerra civil”!. La policía sigue disparando municiones y lacrimógenas. Las mujeres corren entre la gente pidiendo monedas para comprar cohetes, rata blanca. Tiene lugar una batalla desigual entre bombas y petardos de año nuevo. Los puneños usan sus banderas para juntar piedras y tirarlas a la policía. Una señora nos grita cobardes a los que nos resguardamos en una parada de autobuses. Desde el techo de una casa, un trompetista melancólico interpreta un solo del pueblo unido.

La toma de Lima

Aún no estamos en un momento extractivo, me dicen los expertos, pese al entusiasmo de tantos, del ruido de la empresa y la expectativa de las comunidades, todavía el litio no nos va a cambiar la vida. No solo está inflado, no está blanco está verde, por la complejidad geológica, porque el litio en Puno no es de salmuera ni de salitre sino de piedra y para eso hay que hacer mina a tajo abierto y luego separarlo del uranio. No hay tecnología en Perú para lograr separarlos sin contaminar el medio ambiente. El uranio es tóxico como el amor. 

Solis sigue dándole a los gringuitos y yo encantada:

–Todos esos periodistas gringuitos que vienen a decir que contaminamos visiten una choza en el campo, pongan el centilómetro y verán que marca radioactividad. Una alpaca de la zona también encontrarán restos de uranio. Lo mismo con las papas nativas. ¿Cuántos enfermos hay en Lima? Muchos. ¿Cuántos en Corani? Ninguno. Todo tiene uranio, fracciones, es parte de la naturaleza. Gabriela, el agua, los animales, la gente convive con el uranio, somos todos uranitas. Podrán decir que somos informales porque nos hemos saltado la tramitología hartos de esperar y perforamos sin permiso y encontramos el litio y estamos atrayendo inversores. 

Pero el problema no es solo tecnológico, es también normativo. No hay hasta ahora legislación alguna para la explotación.

Tampoco es cierto que el gobierno pueda revisar los convenios, se vende la idea de que sus contratos caducan pero no es así. Según la Constitución vendepatria de Fujimori, el que paga ya es dueño de un pedazo de tierra peruana y lo único que puede hacer el Estado es subirle los impuestos esperando que se vaya, aunque esto está muy mal visto por los inversores.

Pero ya no podemos seguir participando de esta disputa. Tenemos que irnos. Nos vamos de Puno. De regreso seguimos encontrando piquetes pero ahora, con el agotamiento, cuesta más hacer discursos. Tengo un pedazo de litio en la maleta. Bueno, si viajé de Perú a España con las cenizas de mi padre y en el aeropuerto no lo confundieron con cocaína debo confiar en mi buena suerte. 

Lo primero que hago al llegar a Madrid es escribirle a una amiga científica para que me ayude. Me da el contacto de un químico. Le escribo:  Igual esto te parecerá raro pero estoy escribiendo sobre el litio y un territorio en Perú que supuestamente es rico en yacimientos de este mineral. Hace poco estuve ahí y me regalaron una piedra blanca que dicen es litio en máximo estado de pureza. Quería saber cómo podía confirmar que es cierto, no vaya a ser una estafa. Su respuesta fue: Imagino que lo que te han regalado es un mineral de litio y no litio puro. El litio puro es altamente reactivo y se oxida en contacto con aire y agua y no se puede manipular fácilmente. Suele estar sumergido en aceites minerales para su conservación. Lo que probablemente tengas es mineral de litio, es decir la piedra blanca que tienes contiene litio en forma de sales junto con otras sustancias. Si lo que quieres es analizar el mineral para saber el contenido en litio quizá lo mejor es que contactes con El Instituto Geológico y Minero de España. 

En realidad, quedan pocos días para la próxima toma de Lima. La lucha sigue. Cada distrito puneño ha enviado cerca de mil comuneros a protestar este 19 de julio a la capital, demandan la renuncia de Dina asesina, la reposición de Castillo y el fin de las prácticas extractivas contaminantes y excluyentes de la lluvia de millones. Llamo al economista José de Echave para que me explique por qué las protestas en las regiones andinas son un claro cuestionamiento al poder central, al gobierno perpetuo de las élites y al centralismo limeño. Saben que las decisiones sobre sus vidas se toman en otro lado. Todo sería distinto si el agua contaminada fuera la que beben en Miraflores, pero como es el agua de los indios versus la agenda globalista entonces hablan de“esos indios de mierda obstáculos del progreso”.  

Mientras trato de seguir la coyuntura en Perú estalla una nueva revuelta entre los collas, esta vez en Jujuy, al norte de Argentina, otra región empobrecida como Puno a la que el Estado no llega. El gobernador Morales ha perpetrado una reforma constitucional para profundizar el extractivismo de corporaciones multinacionales, para darle marco jurídico. El litio es la razón. Las poblaciones de Jujuy, junto con los docentes de universidades rurales y urbanas, han salido a denunciarlo y la represión ha sido implacable. Las guerras del litio se extienden por el continente. Desde hace unos días el caso de Jujuy ha tomado una envergadura tenebrosa, hay detenidos bajo la figura de sedición, amenazas a la universidad de Tilcaya de parte de Morales, hostigamiento, persecución y dificultades para sortear el cerco mediático que calla por la cercanía de las elecciones. 

Por fin tengo un tiempo para enviar la piedra blanca al laboratorio. Si el litio de Puno es un bluf, sería un completo absurdo, el papelón más grande de la historia que venga una estúpida periodista, agarre una piedra y diga que no existe. 

Algunas semanas después me llaman para darme la información sobre la muestra: No es litio, no hay absolutamente ni un componente que se parezca al litio en esa roca, hay minerales comunes como cuarzo, feldespato potásico y filosilicato, pero no litio.

Y ya no sé si nos engañan a nosotros o engañan al Perú y al mundo. O si el yacimiento no es ahí sino aquisito nomás, como se dice. O si falta perforar más adentro. O si los defensores dirán que no. Qué más da. Total, lo que me ha quedado claro es que no sé qué es peor, que haya litio o que no haya. Lo que con toda seguridad no hay en esas tierras es Estado. Y tampoco sé si es mejor o peor, porque ahora mismo el Estado peruano o el Gobierno de Jujuy aparecen solo para disparar a los que ponen el cuerpo. Las guerras del litio son las guerras de siempre.

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