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Viajes y gitanas

Escribe Enrique Medina
Ilustra Matías Tolsà
Viajes y gitanas es un texto de Medina en primera persona donde narra un viaje que realizó a Uruguay durante fines de los años sesenta. Desde allí, recuerda sus días errantes como cineasta y marionetista por América Latina.

La policía de Montevideo habla mucho de operación “rastrillo”, “embudo”, “abanico”, “tijera”, para agarrar enemigos. La cosa es que ningún empresario secuestrado aparece. Esos operativos no dan resultado. Los Tupamaros están en su mejor momento, sorprenden y arremeten con saña y el presidente Pacheco Areco parece estar muy desconcertado sin saber qué decidir. Las fuerzas armadas hacen lo que pueden. La ventaja de “los tupas” es vivir y operar en la clandestinidad. Hay alguna prensa que se muestra neutra y hasta favorable. Todos los días, los titulares sólo se refieren a esta guerra semiclandestina. Algunos semanarios son clausurados. Pero a los dos días vuelven a aparecer con otro nombre. De todos modos, la vida continúa su rumbo, adaptándose a las circunstancias, claro. A las seis de la tarde los bomberos cercan todas las entradas del cuartel con alambres de púa. Tienen las manos en el culo, pobres. Muy amablemente el milico te dice: 

-Por la calzada, señor. 

Y uno desciende a la calzada para retomar la vereda y continuar su destino como un ciudadano más.

Me había venido a Uruguay escapando de un Buenos Aires enloquecido. Ya no era un pibe, tenía más de 30 años. Los Montoneros y otros grupos habían puesto el país patas arriba. Eran los finales de los años ´60. Tiros, bombas, terrorismo y represión. Además, sin trabajo. Mis veleidades de cineasta en Argentina se esfumaban como respiración de mosquito. Había dejado de trabajar en cine-publicitario con el Buby Stagnaro para largarme por mi cuenta como iluminador y cameraman. Los años se me venían encima sin piedad, y yo debía de encarrilarme de una buena vez por todas en algo serio. Serio significaba formal y seguro. No es que me estuviera arrepintiendo de mi vida anterior, viajando a lo loco y trabajando en mil actividades disparatadas, y también en fábricas tradicionales como “Jabón Federal”, “Canale”, “Coca-Cola”, para nada, al contrario; pero, como se decía entonces, “hay que sentar cabeza, che” … Con Buby aprendí muchísimo sobre los secretos de la imagen cinematográfica. Éramos un grupo que se llevaba muy bien. Nos divertíamos trabajando. Pero yo me daba cuenta de que debía rajarme porque corría el riesgo de achancharme en esa comodidad. Lo mismo pensaban los otros, yo no era una excepción. El querido flaco Basaíl llegó a ser uno de los mejores iluminadores del cine nacional. El Bebe hizo su película, y Pepe fue el sonidista más requerido por los directores. Yo era un tiro al aire. Y mucho más porque me había complicado sentimentalmente y todo se enredaba. Así que pegué el salto al charco con la intención de enmendarme. No fue a lo loco, no. La compañía de marionetas con la que yo había viajado tanto por sur y centro américa había vuelto a Buenos Aires y los fui a saludar. Estaban arrepentidos de haber venido. Hicieron algunas funciones con muy poco público y el plan que tenían de ofrecerles funciones al ministerio de cultura para los escolares, no había dado buenos resultados porque el gobierno estaba ocupado en otras cosas. En la compañía no sólo no andaban bien económicamente, sino que ya estaban agarrándose a las patadas, y encima perdiendo plata. Don Vittorio chupaba mate en los camarines que ya debía dejar y daba lástima recordando la buena época que habíamos tenido en otros tiempos. 

Sigo dándole marcha atrás a mi reloj: Alfredo Santa Cruz había sido el mejor representante que Don Vittorio había tenido; y tenía una terrible debilidad: se acostaba y se despertaba pensando en tetas. Era mucho más que una obsesión ese berrinche, era un fetiche necesario para poder existir como hombre. No le importaba el resto, él sólo miraba si la mina tenías tetas enormes. Aunque ella fuera más fea que el Jorobado de Notre Dame, si las tenía bien infladas, era una Diosa para él. Lo he visto abrazando mujeres más feas que un vómito, pero él dichoso sabiéndose perdido en esas montañas de carne. Y, por lo contrario, también hubo cantidad de flacas divinas que se quedaban con las ganas de estar con él por falta de esa adecuada prominencia. Pero Alfredo se había hartado de los berrinches de Don Vittorio y en Costa Rica se casó con una multimillonaria a la que le sobraban los campos de café. Dio la vuelta al mundo en el transatlántico “Queen Mary”. Tengo una foto de ellos dos, saludando felices desde el enorme barco. Como él había trabajado mucho en el cine argentino, cuando llegaron a España fue a saludar a un gallego con el que había trabajado en teatro en Buenos Aires; y el gallego lo enganchó en el cine internacional. Como Alfredo era alto y pintón pudo trabajar en muchas películas que los norteamericanos iban a hacer a España porque les salía mucho más barato que filmar en Hollywood. Y mucho más las películas viejas de guerra con muchos soldados. Franco, el presidente español, para quedar bien, les permitía usar gratis al ejército.  Alfredo filmó como segunda o tercera figura, montones de esas películas. Me mandó unas fotos espectaculares junto a Van Johnson, Yul Brinner, John Wayne y otros. No perdonó a ninguna, Alfredo. Teta que se le cruzaba, teta que disfrutaba. Fuera ella famosa o extra, o vestuarista o maquilladora o la amante del productor.  El asunto fue que el productor se enteró y de un violento puntinazo que le dieron en el íntimo esfínter, continuó dando la vuelta al mundo con su mujer, feliz; aunque a mayor velocidad. Yo lo había encontrado cuando Juan Carlos le estaba arreglando los pies. 

Con Juan Carlos habíamos sido amigos estudiando en la Escuela de Bellas Artes. Ninguno de los dos llegamos a pintores. Él fue práctico y se hizo podólogo. Y como él también intentaba ganarse la vida en el cine, lo había conocido a Alfredo en Canal 7, en un desfile de modelos. Y mientras estaban en plena tarea de uñas y juanetes, Alfredo nos contó que dejaría de actuar por un tiempo en cine, para ser representante de una compañía de marionetas que recorría el mundo. Y así siguió contando muchas cosas más que me interesaron. Y entre ellas dijo: “ahora estoy buscando un electricista, que es lo que nos falta para emprender el viaje”. Algo me hizo clic en la cabeza y me escuché diciendo: “yo sé de electricidad, no soy un profesional pero algo sé”… La verdad es que sólo sabía prender y apagar la luz, pero entendí que para el caso no hacía falta mucha ciencia. Días después, ya conociendo a Don Vittorio y los integrantes de la compañía, en una semana más me vi al lado del chofer viajando en el camión que llevaba los muñecos y decorados, rumbo a Bolivia. A ello siguieron 10 años de trabajo, alegría y felicidad, recorriendo palmo a palmo todo el sur y el centro de América. 

Trabajamos en Perú, Ecuador, Colombia… Las relaciones se ajan y uno debe iniciar nuevos rumbos. Nos metimos en un cajón parecido a un barco para salir de Colombia. Por tierra no era posible, salvo que quisiéramos ser comidos por los indígenas o devorados por las fieras y los insectos. La tan cacareada “Carretera panamericana” que los gobi0ernos festejaban como logros políticos, sólo era una burda mentira. Decían que estaba a punto de terminarse y que de ese modo todos los países de habla hispana estarían conectados maravillosamente, en el comercio, la amistad y ma-fangulo… Estuvimos a punto de morir todos ahogados. Nuestros cajones con el material escénico eran demasiado para aquella nuez disfrazada de canoa mesiánica. El mar estaba tan encrespado que me acordé de Ulises atado en el palo mayor. Al menos Homero no puso en peligro la nave de la novela, sólo el avasallante estriptís de las sirenas era el albur que corrían aquellos desgraciados con suerte. En cambio, nosotros rodábamos por la cubierta y arrojábamos por boca, nariz, oídos y culo, lo poco que habíamos comido horas antes. Cuando nos creímos cadáveres, el buen Dios desde sus alturas, se apiadó y nos tiró una cuerda. Las olas fueron amainando, la tormenta se abuenó y el cascajo que había empezado a hacer agua se recuperó misericordiosamente. Apenas el tiempo empezó a aclararse, nosotros, totalmente mareados, clavando las uñas para ponernos en pie, hicimos esfuerzos sobrehumanos y volvimos a ser gente. Don Vittorio empezó a los gritos:

– ¡Ragazzi, los decorados, los muñecos, el pianista!!!…

Con los ojos muy abiertos y desconsolado, se lo veía más angustiado que los huevos fritos de Dalí cayendo por las escaleras. Pero era el único con sentido común; se preocupaba por el material que era su vida y con el que nos daba de comer a todos. El pianista era una marioneta que, vestido de gala, tocaba el piano como si fuera Arturo Rubinstein. Era el penúltimo cuadro del programa y lo hacía el propio Don Vittorio. Realmente lo hacía muy bien. Lo había creado desde cuando había estado en la compañía italiana de los Podrecca. Allí había ingresado como simple peón. Luego hizo sus muñecos y por fin pudo ser marionetista. Años después dejó a los Podrecca y formó su compañía, que ahora no era otra cosa más que un vencido campo de batalla con algunos humitos débiles aquí y allá. No faltaban los lamentos aflictivos y lastimeros, que escupíamos como si fuéramos los malditos pecadores de la Divina Comedia de Dante.

En Centroamérica nos fue de maravilla. Donde llegábamos parecía que hubiera llegado Frank Sinatra; tanto era el alboroto que causábamos. Yo ya había dejado de ser “electricista” para ser marionetista. Nuestro programa estaba basado en cuadros típicos y folclóricos de los lugares que visitábamos para lograr la simpatía del público. También escenificábamos fragmentos de óperas, cantantes populares, canciones de moda, trapecistas de circo… Para las matinés, donde los padres traían a sus hijos, hacíamos cuentos infantiles como El Gato con Botas, Blanca Nieves, Caperucita Roja… Pero siempre se terminaba el espectáculo con La Danza Macabra con música de Saint Saens y un infierno espectacular que constantemente causaba entusiasmo y los aplausos atronaban el teatro. La danza macabra eran unos esqueletos que movíamos hacia adelante, casi haciéndolos volar. Algunos de la platea se asustaban porque veían que se les venían encima. Realmente era impactante el cuadro porque se hacía sólo con luz azul fluorescente. Nosotros decíamos “Luz negra”. Y el efecto del infierno no era otra cosa que Don Vittorio escondido detrás del escenario moviendo agitadamente una tela blanca, iluminada desde abajo por enormes luces rojas. El tema era simple, sólo se veían monstruos desplazándose por un lúgubre cementerio, con una fuerte música de terror provocada por un órgano grave y ronco. Yo, con el tiempo le fui agregando personajes, como Frankenstein, Drácula, el Hombre Lobo. Todo ello con muchos aullidos de lobos y lamentos de zombis, en fin, todo el circo y sus colores. El efecto estaba totalmente logrado y los aplausos eran enérgicos, lo que entusiasmaba mucho más a Don Vittorio para que sacudiera el trapo con mayor fuerza. Se cerraba el telón, y nosotros aparecíamos arriba, en el puente, desde donde se manejan las marionetas. Mientras agradecíamos el aplauso, Don Vittorio subía al puente con su panza a cuestas y ocupaba el centro, dominando la atención con naturalidad debido a su voluminosa presencia. Y desde ahí agradecía y anunciaba los próximos espectáculos a dar. Bastante le bailaba la dentadura, pero lo mismo se hacía oír bien. Una vez, dando ese discurso, desde el puente se le cayeron los postizos inferiores y siguió hablando como si nada; aunque sí, todo el mundo notó que al caballo se le habían soltado las herraduras. 

Y llegamos a México. Tan bien nos iba que paramos en el Hotel Panamericano, en la avenida Juan Letrán. Nos contrató Carlos Amador, amigo del presidente López Mateos y casado con la actriz argentina Marga López. Una locura. Una tarde disfrutamos una merienda con el presidente. Conocimos, saludamos y charlamos con todos; desde Cantinflas y María Félix para abajo, todos. Mi mayor recuerdo fue estrechar la mano de Bruno Traven; se puso verdaderamente contento cuando le mencioné y comenté las novelas que había leído de él. Luego retornamos a Guatemala donde también la habíamos pasado más que fenómeno. Pero, sin saber por qué, las cosas se desbarrancaron. Don Vittorio y el socio se vuelven egoístas. Las pasamos mal.  Por unos quetzales más y unos dólares menos, Alfredo y Don Vittorio se pelean.  Ahí es que Alfredo conoce a la costarricense y se las toma. Al irse él, la compañía se debilita mucho. Ahora Don Vittorio valora el trabajo de Alfredo como representante, pero ya es tarde. 

Desde tiempo atrás, con otros dos amigos de la compañía, yo tenía planeado saltar a los estados Unidos. Había sido mi meta soñada desde que había visto la película “Luz y Sombras” en Argentina. Trabajaban Kirk Douglas, Doris Day y Lauren Bacall. Supuestamente está basada en la vida del trompetista blanco Bix Beiderbecke. Hay una escena en la que Kirk Douglas se detiene en Times Square y mira los edificios de alrededor con la misma angurria de un perro muerto de hambre jurándose triunfar para comer a gusto. Y me juré estar en ese mismo lugar, antes de irme a Hollywood a buscar trabajo como cameraman e iluminador. Cada uno de nosotros tenía una ambición y hacíamos bromas. A mí me decían que terminaría vendiendo drogas o apuñalado en un callejón del Bronx. Como habíamos tenido tiempos buenos, pudimos ahorrar el dinero para pegar ese salto. Eran tres mil dólares por cabeza. Una fortuna que yo había conseguido ahorrar principalmente en Guatemala, donde la moneda corriente era el dólar y la moneda nacional era el Quetzal. Como yo me había tomado la costumbre de coleccionar cajetillas de cigarrillos y billetes de distintos países, anduve buscando un Quetzal para mi colección. ¡Ni en los bancos encontré ese billete! Pero sí tenía el dinero imperioso para el gran salto que daría. Llegado el momento, preparamos la maleta, liviana, sólo lo muy necesario; para rajarnos en la noche sin decir nada. Y cuando estoy haciendo la maleta comienza a secárseme la boca. Comienzo a angustiarme sin saber el por qué. Me invade el argentinismo boludo y debo sentarme en la cama para tranquilizarme y me acuerdo cuando en Colombia me contaron que, en un ataque de los bandoleros a un microbús atestado de gente y mercaderías, los habían degollado a todos, incluso a unos chicos; y que sólo se salvó uno gritando que era argentino y no tenía nada que ver ni con bandoleros ni con la guerrilla ni Castro ni Cristo, ni la puta que los reparió… Entonces le dijeron: si silbás un tango y lo bailás, te dejamos libre. El pobre tipo se puso a silbar y bailar en medio de montones de cadáveres y lo dejaron salir corriendo. Hay los que afirman que el tango que lo salvó fue “Uno” de Discépolo y Mariano Mores. Otros apuestan por “Cambalache” también de Discépolo y Seixas. O sea que, a fin de cuentas, quien realmente lo salvó fue Discepolín, no el tango en sí…

Al invadirme el argentinismo, pensé en mi madre. Ya hacía casi diez años que no la veía. Si me iba a los Estados Unidos era para ganar dinero, lo menos. Y para ello tenía que quedarme mucho tiempo, otros diez años más. Y ya serían como veinte años sin verla… Y con tanto tiempo fuera del país uno se olvida de todo, y no vuelve. O ella se moría. La duda se me atragantó como espina de pollo en la garganta. Y aparece el contacto mexicano. Y me preguntan si ya estoy listo. Digo, ya voy. Y en realidad estoy cagado hasta en las patas. Vamos cargando las maletas en el auto, me dicen. Ya voy, digo. Y me quedo sentado en la cama sin poder moverme. Vienen a buscarme. Digo que no iré. El peruano nunca me miró así; se sienta a mi lado, no sabe qué decir. Se anima: ¿estás loco?, el dinero no te lo van a devolver. Lo sé, no me importa, no puedo irme. ¿Por qué?, viejo, ¿qué te pasó para que cambies así, tan de repente?… Vinieron los otros y se quedaron sentados sin hablar. El contacto miró la hora y avisó: “en quince minutos pongo en marcha el motor”, y se fue. Yo me empecé a aflojar, ya estaba más seguro, les dije: “estoy muy bien, mantengámonos en contacto, avísenme cuando lleguen, suerte”. Nos abrazamos.  A la media hora se fueron. Yo terminé de hacer mi maleta y me fui a la terminal del mercado, donde estaban los camiones que trasladaban mercadería de un país a otro. No era la primera vez que debería dormir sobre cuatro ruedas. Además, en esos camiones era más fácil pasar las fronteras sin contratiempos. 

Al cabo de unos meses llego a Panamá y voy al correo central. Poste restante. Entrego mi documento y pregunto si tengo correo. Verifican. Sí, tiene correo me dicen. Eran dos cartas, una de mi madre y otra de ellos. Habían llegado perfectamente. Por ahora trabajo de lavacopas, pero no pararé hasta tomar un café con Rockefeller, decía el chileno. Luego, gracias al embajador argentino Rodolfo Baltiérrez, retorné a Buenos Aires en un avión-carguero. Y allí me quedé, y allí volví a encontrarme con la compañía de marionetas pasados muchos años. 

Y volví a trabajar con ellos en Montevideo como dije al principio. Las bombas y las balas eran cosa de todos los días. Trabajamos en el teatro “Stella D´Italia”. Sin éxito, por supuesto. Yo iba a dejar gacetillas de la compañía, pero no las publicaban por falta de espacio. Esa guerra interna ocupaba casi todo el periódico. Era el tiempo de los afiches de cine con la famosa “franja verde”. Cine porno, decían los escandalosos. Era un cine muy tonto con desnudos y alguna irreverencia solapada, no más. Pero tenían su público, yo dentro. Uno se distraía en medio de tanto bombazo y tiroteos. Apenas si teníamos para comer un puto plato de fideos. Dormíamos en los camarines. Yo empecé a escribir para no morir de angustia. Por las tardes escribía una especie de diario; eran apuntes para una novela. Por las mañanas garabateaba sobre mi infancia en los institutos de menores. La página siguiente es un apunte sobre aquel recordado tiempo en Montevideo.

A mí me parece que la policía debería pedirle consejo o asesoramiento a las gitanas que pululan por la 18. ¡Mama mía! ¡Te escapás si sos brujo! Las ves venir por una vereda y te cruzás para salvarte. Imposible, te chapa otra que no habías campaneado. 

Empiezan por la Catedral y limpian toda la Ciudad Vieja. En la plaza frente a la casa de gobierno se hacen un descansito. Siguen por toda la avenida 18 sin perdonar a nadie. 

-Morocho simpático, viní qui ti adivino la suerte. 

-Niña hermosa, dame tu mano. 

Piropos por el estilo son los que largan. A los que vienen fumando los paran para pedirle un cigarrillo y antes que les des fuego atacan. Fue exactamente el primero de enero que realicé la pelea de mi vida con una de ellas. La 18 estaba desierta y sólo unos pocos bares abiertos. Un lindo sol. Como a Juan Domingo me gusta caminar tupido y salvaje. Detrás del monumento a Artigas estaba la maldita. 

Hasta ese momento les había rajado a todas sin darles dos gramos de bola. Serían esas cosas de que era el primer día del año, que uno sueña con las hermosuras que lo esperan a uno, que uno se dice firmemente este año será bueno, que uno está decidido a romper con todo…,  y entonces uno quiere conocer de antemano la buena suerte que lo va a abrazar de hoy en adelante, digo… Además, si la gitana está ahí no puede ser casualidad. Alguna vez alguien me dijo que tenía una mano hermosa con tantas rayas y que urgentemente me hiciera decir la suerte. Quizá lo más importante fuera que la gitana era joven y hermosa. Sí, me parece que eso era lo más importante. Si hubiera sido una gorda vieja no le hubiera dado dos gramos de bola. 

Yo iba con un morisco, un simple cigarrito habano, colgado de los labios como alguna vez se lo vi hacer al finado Bogart. 

-Me das un cigarrillo. 

No lo pidió amablemente, casi que lo exigió. 

-Son habanos. 

-No importa. 

Se lo doy. 

-¿Te adivino la suerte? .. 

-No tengo plata. 

-¿Me vas a decir que no tenés ni un vintén? 

Saco dos monedas de 10 y se las doy. 

-¿Qué problemas tenés?, ¿de amor?, de dinero? … 

-Bueno, problemas de amor … 

-Vente conmigo. 

Y me arrastra hasta el césped. Yo la seguí como un gatito recién nacido. En estos casos no hay hombre que no deje entrever la posibilidad de cojerse a una gitana. Y allí fui con mi posibilidad. Apenas nos sentamos apoyó la mano en el bolsillo de mi blue-jean y tanteó el rollito de los dos de quinientos que había logrado juntar a costa de un régimen forzado. 

-Sacá la mano. 

-Me estás mintiendo, ahí tenés plata. 

-No es mía. 

-Me tenés miedo. 

Hablaba ligerísimo. 

– ¿Qué? 

—¿Me tenés miedo? 

-No. 

-Entonces sacála. 

– ¿Tas loca y para qué? 

– ¿Te crees que te la voy a robar? … 

Me agarra la mano y me empieza a decir de todo a los santos pedos. Soy brujo si recuerdo algo de lo que me dijo. No entendí un sorete hasta que me empezó a hablar de la virgen y de Dios. 

-No te entiendo… 

Me mira fijo. 

-Vos sos desgraciado en amores. 

-Qué piola, así es fácil adivinarle la suerte a cualquiera. 

-No te rías. 

Tiro el pucho. 

– ¿Querés de verdad tener suerte en el amor y que todas las mujeres te busquen?

-Si. 

Quién va a decir no. Aunque interiormente, lo juro, solamente pensé en Mabel. 

-Dáme la plata que tenés ahí. 

-Cómo te voy a dar esta plata si no es mía ahora tengo que ir a dársela a otra persona. 

– ¿Qué es lo que te interesa más, esa plata sucia o que tu suerte cambie? … 

-Que mi suerte cambie. 

-Yo tengo la verdad, dame la plata y tu vida cambiará. 

-Y si la plata es sucia ¿para qué la querés? 

-No le la voy a sacar, si no me la das no puedo hacer nada por vos. 

Estábamos sentados a la sombra, sobre el mismo césped, la miraba a los ojos y no dejaba de admirarla. Supongo que adrede se echó un poco hacia adelante, se le aflojó la blusa y las tetitas golpearon mis ojos. 

-No es plata mía. 

-Solamente mostrámela, nada más. 

Justo cuando saqué la mano del bolsillo con los dos de 500 tuve una leve noción que me estaba ganando por puntos, cuando me quise detener a pensar, los dos papelitos verdes ya estaban en su mano. 

No tengás miedo, qué te crees que soy ladrona, ¿también crees todo lo que dicen de nosotras? … 

Yo no dejaba de pensar que me estaba embalurdando y que tenía que armar urgentemente mi guardia porque corría peligro de perder por K.O. Apretó el puño con la guita y no la vi más.

-Dame la plata. 

-No seas estúpido. 

Manoteo su mano. 

-No hagás eso que se pierde el hechizo ¿o querís que todos se rían de vos? … 

Habría cinco o seis en toda la plaza. Cayó otra gitana gorda y vieja. Se sentó al lado. Habría visto que la cosa se pondría espesa y acudió en su ayuda. Recién me daba cuenta que estaba realizando la pelea del siglo. ¡Y ahora eran dos contra uno! Al entregarle los papelitos verdes ya había quemado mis naves, ¡tenía que jugarme el todo por el todo! 

-Dame la plata o llamo a un policía. 

Intervino la vieja. 

-Sos tonto, un muchacho guapo como vos, preocupándote por unos pesos.

La gitana hace como que se enoja, saca un frasquito de plástico y se moja la mano. Veo que se las refriega. i Mi Dios, mi guita! Para de refregar y escupe en sus dos manos y sigue refregándose. Le agarro la mano. 

– ¡Dame la guita y dejáme de joder! 

Hace cruces y le salen rayos de los ojos. 

-Sos un pobre hombre, así que te interesa más la plata que el amor, nunca vas a ser feliz. 

La gorda me da una bolita y me dice que no la saque nunca de la cajita de fósforos que me traerá suerte y que le juegue al 1118 y que me haré rico. 

-Dame la plata o llamo a la policía. 

La gitana me muestra la mano derecha abierta con unas migas mojadas de papel verdoso. La otra mano la tenía bien cerrada. Yo no dejaba de mirar esa mano. Ahí era donde estaban los dos papelitos verdes. Si dejaba de mirar, adiós mis mil manguitos. 

-Dame la plata. 

Yo mismo me estaba aburriendo de escucharme. 

– ¿Qué plata? No viste que hice un hechizo, todo para que tu suerte cambie. 

Además de ridículo me sentía totalmente descontrolado, sabía que lo que tenía que hacer era pararme y llamar al policía que estaba firme en el Victoria Plaza. La guacha me recontraputearía y largaría la guita, pero yo me quedaba ahí sentado como un imbécil mientras las dos seguían acumulando puntos a su favor… 

– ¿Qué querís, que me saque los pelos de la concha?, ésta es tu plata, envolvéla así en un pañuelo y no lo abras hasta dentro de una semana, es de la única forma que te aparecerán los billetes. 

-Los dos billetes los tenés en esa mano y si no me los das te hago meter presa. —¿Qué querís, que me levante y me desnude y grite que me querís violar? ¿Y que todos se rían de vos? 

Tenía noción que estaba al borde del K.O. 

-No seas estúpida quién va a creer que te voy a violar en el medio de la plaza. 

-Y bueno, llamá al policía. 

Me estaba corriendo con la parada. Apenas yo intentara levantarme largaría la guita, pero como yo a veces soy muy boludo no quise ganar la pelea en forma sucia y seguí en el tira y afloja, sin despegar mis ojos de su puño izquierdo. 

-Vos creís que te estoy mintiendo, que ésta no es tu plata, que se muera mi madre si ésta no es tu plata y aquí está mi madre presente, ¿vos creís que yo voy a hacer un juramento así si estuviera mintiendo, ¿eh?…

La situación era un verdadero desafío para mí. O ganaba en forma sucia o me animaba a pelear con armas nobles, ella estaba peleando con armas nobles, yo ya sabía con quién me las tenía que ver cuando me la enfrenté, en todo caso no hubiera aceptado la pelea y listo, el desafío más que nada era conmigo mismo, ¿me animaba a pelear solo y era un machito? o pedía ayuda y era un maricón. Decidí hacerme el machito. 

-Escucháme bien, yo no te quiero joder, yo nunca las saqué cagando a ninguna de ustedes como hacen los demás cuando van por la 18, decidimos que esa plata no era mía y que la tenía que entregar, ahora mismo me están esperando, yo no te engañé, si la plata fuera mía yo te la doy, pero la plata no es mía y yo tengo que entregarla ahora mismo y si vos no me la devolvés por las buenas yo no voy a tener más remedio que llamar al policía, ¿entendés? 

– ¿Y cómo querés que te la dé, querés que me saque los pelos de la concha? 

Era una señora actriz. 

-La plata la tenés en esa mano. 

-Mirá mozo lindo … 

Era la vieja. 

– … yo te doy quinientos, es todo lo que tengo, agarrálo y terminemos en paz, ¿de dónde querés que ella saque la plata si la deshizo toda para que vos seas feliz y tengas muchas mujeres? 

Agarré los quinientos. 

-Vos dame los otros quinientos. 

– ¿De dónde querís que los saque?, ¿de la concha? … 

-De esa mano, dámelos y yo después que me adivinés la suerte te los doy. 

Esa fue mi perdición. Cuando la vieja me dio los 500 yo no me avivé que me estaba probando. Caí como un chorlito, no sé cómo se me pudo escapar decirle que me los dé que yo después se los daría de nuevo, ahí se avivaron que era pan comido, balbuceé que tenía que devolver ya mismo la guita. La vieja ya se estaba levantando y la hija de puta la imitó. Yo me tuve que levantar porque si me quedaba sentado hacía el ridículo. 

-Dame los quinientos. 

-Sos tonto, yo te adiviné la suerte y te cobré quinientos pesos, es lo que estuve haciendo durante todo el tiempo que estuvimos sentados, llamá al policía, ¿qué le vas a decir?, ¿que yo te saqué la plata a la fuerza? Nadie va a creer que fuiste tan tonto, ¿qué querís?, llamá al policía, yo le digo que me quisiste tocar la concha … 

La vieja se había alejado y miraba como diciéndole a la hija de puta, vamos de una vez, éste ya está listo. La hija de puta metió las dos manos en los bolsillos y se fue lo más canchera. 

Me quedé parado como un idiota, como lo que era; Dios mío, había perdido por K.O. Por supuesto no me di vuelta para verlas alejarse, como si tal cosa seguí caminando para el otro lado repitiéndome hasta el infinito: soy un boludo, soy un boludo, soy un boludo, soy un boludo … 

Si así empezaba el año, i mi Dios, ¡cómo lo iría a terminar!… 

Pero no fue para tanto. El bendito Sumo-Hacedor dejó pasar el tiempo. Luego me premió accediendo a que yo llegara a Times Square. Me detuve en el mismo sitio donde se había detenido Kirk Douglas. Allí canté mi ruego… 

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