Amelia
Luis Díaz
Instrumental, 1937
Intentó pulsar la cuerdas pero sus
manos estaban agarrotadas.
La visión de esos labios rojos
—enroscándose en la embocadura
dorada de la bombilla— le nublaban la
vista. Amelia acarició el pico de la pava
aún tibia con las yemas de los dedos, sin
dejar de espiarlo tras sus largas pestañas
entornadas. Luego se incorporó, se
desperezó como un gato somnoliento,
abandonó el mate y se dirigió hacia
el rancho. Los óvalos de luz que
proyectaba el parral se deslizaban por
sus caderas, a medida que caminaba.
Manuel tiró la guitarra a un costado y
la siguió. Una gallina, que picoteaba
por el piso de tierra, se interpuso en
su camino. La apartó de una patada y
entró al rancho después que ella. El
sol hundió sin remedio, como todos
los días, su cuchillada roja en el suave
monte de eucaliptus.
Fumando espero
Juan Viladomat Masanas
Félix Garzo, 1922
“Fumar es un placer, genial,
sensual. Fumando espero al
hombre a quien yo quiero…”
Levanté el pick-up de la vieja fonola y
lo dejé a un costado. Era la tercera vez
que intentaba escuchar ese disco que
encontré en la bandeja. Se ve que Lola
había hecho lo mismo, porque el aparato
estaba tibio aún, pero ella no estaba. Es
raro, habíamos combinado para esa hora.
¿Se habría confundido de cliente? Por puro
instinto llegué hasta el ventanal y corrí
el cortinado. En la penumbra de la calle
pude distinguir a un tipo flaco y reseco que
miraba hacia el balcón. Se subió la solapa
del abrigo y se esfumó. Volví hasta el
centro de la habitación, levanté los ojos, vi
el guardarropa. Di un salto y lo abrí. Lola
cayó blandamente entre mis brazos. Sus
bucles dorados no alcanzaban a tapar el
agujero negro que tenía en la frente.
Noche calurosa
Roberto Firpo
Instrumental, 1924
A las seis de la matina, cansada
de la milonga, vuelve Carmencita
al barrio con su sombra plegada
bajo el brazo. En la esquina de
Boyacá y Centenera la libera
momentáneamente para hacer unas
piruetas que para qué te cuento, ante
el asombro de Garófalo que corre
para no perder el tren, dos canas que
boludean, y la mujer de Lorenzo
que lleva el nene a la escuela. Giran
abrazadas hasta que ella se quita la
falda de raso. Cuando parece que
viene lo mejor, la sombra la cubre y
se la lleva. Con semejante verano,
¿que podías esperar?
El espiante
Osvaldo Fresedo
Instrumental, 1927
El tren avanzaba a toda velocidad. La
bestia de hierro resoplaba escupiendo
pelotas de humo negro hacia el cielo
indiferente. Al llegar a la estación, la
súbita frenada hizo crujir el acero en
interminable chirrido. Se arrojó por la
puerta para ser el primero en bajar y se
abrió paso como pudo entre la multitud
de parientes que se apretujaban a la
espera de los viajeros. Con empellones
y codazos pudo alcanzar un taxi.
Una vez dentro y a salvo, se limpió
la sangre de la boca, a él también lo
habían golpeado. Como una exhalación
llegó a Playa Bristol, y mientras corría
locamente hacia el mar se quitó la ropa
y se ajustó el pato de goma a la cintura.
Tras la zambullida inicial, el vaivén de
las olas logró por fin calmarlo.