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Nine 2×4

Escribe Carlos Nine
Uno de los mayores dibujantes argentinos nos retrata el mundo de sus tangos preferidos. Y les pone letra propia. ¿Nine dibujante poderoso, o Nine narrador sutil? En todo caso, viñetas anotadas que nos devuelven a una vieja Buenos Aires musical.

Amelia

Luis Díaz 
Instrumental, 1937

Intentó pulsar la cuerdas pero sus
manos estaban agarrotadas.
La visión de esos labios rojos
—enroscándose en la embocadura
dorada de la bombilla— le nublaban la
vista. Amelia acarició el pico de la pava
aún tibia con las yemas de los dedos, sin
dejar de espiarlo tras sus largas pestañas
entornadas. Luego se incorporó, se
desperezó como un gato somnoliento,
abandonó el mate y se dirigió hacia
el rancho. Los óvalos de luz que
proyectaba el parral se deslizaban por
sus caderas, a medida que caminaba.
Manuel tiró la guitarra a un costado y
la siguió. Una gallina, que picoteaba
por el piso de tierra, se interpuso en
su camino. La apartó de una patada y
entró al rancho después que ella. El
sol hundió sin remedio, como todos
los días, su cuchillada roja en el suave
monte de eucaliptus.

Fumando espero

Juan Viladomat Masanas
Félix Garzo, 1922

“Fumar  es  un  placer,  genial,
sensual.  Fumando  espero  al
hombre  a  quien  yo  quiero…”
Levanté  el  pick-up  de  la  vieja  fonola  y
lo  dejé  a  un  costado.  Era  la  tercera  vez
que  intentaba  escuchar  ese  disco  que
encontré  en  la  bandeja.  Se  ve  que  Lola
había  hecho  lo  mismo,  porque  el  aparato
estaba  tibio  aún,  pero  ella  no  estaba.  Es
raro,  habíamos  combinado  para  esa  hora.
¿Se  habría  confundido  de  cliente?  Por  puro
instinto  llegué  hasta  el  ventanal  y  corrí
el  cortinado.  En  la  penumbra  de  la  calle
pude distinguir a un tipo flaco y reseco que
miraba  hacia  el  balcón.  Se  subió  la  solapa
del  abrigo  y  se  esfumó.  Volví  hasta  el
centro  de  la  habitación,  levanté  los  ojos,  vi
el  guardarropa.  Di  un  salto  y  lo  abrí.  Lola
cayó  blandamente  entre  mis  brazos.  Sus
bucles  dorados  no  alcanzaban  a  tapar  el
agujero  negro  que  tenía  en  la  frente.

Noche calurosa

Roberto Firpo
Instrumental, 1924

A   las   seis   de   la   matina,   cansada
de   la   milonga,   vuelve   Carmencita
al   barrio   con   su   sombra   plegada
bajo   el   brazo.   En   la   esquina   de
Boyacá   y   Centenera   la   libera
momentáneamente   para   hacer   unas
piruetas   que   para   qué   te   cuento,   ante
el   asombro   de   Garófalo   que   corre
para   no   perder   el   tren,   dos   canas   que
boludean,   y   la   mujer   de   Lorenzo
que   lleva   el   nene   a   la   escuela.   Giran
abrazadas hasta   que   ella   se   quita   la
falda   de   raso.   Cuando   parece   que
viene   lo   mejor,   la   sombra   la   cubre   y
se   la   lleva.   Con   semejante   verano,
¿que   podías   esperar?

El espiante

Osvaldo Fresedo
Instrumental, 1927

El tren avanzaba a toda velocidad. La
bestia de hierro resoplaba escupiendo
pelotas de humo negro hacia el cielo
indiferente. Al llegar a la estación, la
súbita frenada hizo crujir el acero en
interminable chirrido. Se arrojó por la
puerta para ser el primero en bajar y se
abrió paso como pudo entre la multitud
de parientes que se apretujaban a la
espera de los viajeros. Con empellones
y codazos pudo alcanzar un taxi.
Una vez dentro y a salvo, se limpió
la sangre de la boca, a él también lo
habían golpeado. Como una exhalación
llegó a Playa Bristol, y mientras corría
locamente hacia el mar se quitó la ropa
y se ajustó el pato de goma a la cintura.
Tras la zambullida inicial, el vaivén de
las olas logró por fin calmarlo.

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