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La misa pagana del Gordo Dan

Escribe
Alejandro Seselovsky
Ilustra
Lucas Nine
De los insultos en X al centro del poder libertario: Seselovsky entrega un retrato del Gordo Dan, el operador digital que aprendió a hacer ruido sobre el cadáver de la verdad corroborada.

Gordo puto. Gordo trolo, hijo de trolo. La concha bien de tu puta y renegrida madre santiagueña, gordo santiagueño. Gordo chorro. Gordo corrupto. Gordo estafador. Gordo con la nuestra. Hijo de primos. Me llamo Alejandro Seselovsky y mi celular es 1140492604. Doxeame los dos huevos, gordo cagón.

Performar el odio a ver si me sale odiar. Se ha vuelto un planazo odiar. Odiar porque lo manda la época y porque Twitter es un parque de diversiones donde hacerlo, con entrada gratuita, costo cero y garantías de anonimato. Odiar primero para odiar mejor. Gordo de lesa. Gordo pozo de Banfield. Gordo me chupa la pija la opinión de los gordos.

Pruébenlo, es como vomitar. Algo horrible de hacer, te deja mucho gusto a mierda en la boca, sin embargo, te devuelve cierto bienestar. Gordo vómito. Odiar al que odia. Odiarlo por odiante. Gordo fecal. Odiar como se odia hoy, de pico. La puta madre que te parió, gordo de mierda. Me llamo Alejandro Seselovsky y acá va de nuevo mi teléfono, pero por escrito, por si son demasiados números para vos, gordo mogólico: once, cuatro, cero, cuatro, nueve, dos, seis, cero, cuatro. Doxeame esta.

Sos un periodista que al presidente no le gusta, ponele. Decís algo de él que a él no le gusta, ponele. El presidente te la devuelve. Y pone a su tanque de gordos a devolvértela. ¿Qué pasa entonces? Eeeh, asimetría. Bueno, no debería llorarse asimetría.

Gordo maraca. Gordo marica. Gordo gil. Gordo shiome. Gordo fornicado. Gordo down. Gordo infeliz. Gordo culo roto. Gordo bombachita. Gordo sorete. Gordo estiércol. La respuesta no debería ser: «Ay, la asimetría, ñe». La respuesta debería ser: «Bancáte vos el vuelto del vuelto. La asimetría de la asimetría». «Bueno, pero él es el presidente». ¿Y? Gordo puesto menor.

Gordo idiota. Gordo idiota. Gordo gato. Gordo idiota. Gordo flaco. Gordo escuálido. Gordo vegano. Gordo semillas de chía. Gordo azúcar mascabo.

¿Qué sentido tiene entrar a las redes a decirse cosas lindas? Es como la canción del INADI: «Escuchen, corran la bola: / nuestros rivales en el campo / son personas». Y aunque lo tuviera: un sujeto que es la suma de todas las incorrecciones ganó las elecciones presidenciales con el cincuenta y seis por ciento de los votos, es decir, con el favor incontestable de las mayorías argentinas. Y esto es opinable, pero una parte del padrón que lo votó no lo hizo a pesar de su barbarie discursiva, sino por ella misma, enamorado de ella misma. Si la incorrección se volvió deseo abierto, vamos a probarla a ver qué gusto tiene su sal.

Gordo pedófilo. Gordo tocanenas. Gordo pajero. Gordo ciervo. Gordo cornudo. Gordo chupaortos. Gordo el Pijitas. Gordo rata. Gordo come queso del glande. Gordo basura. Gordo basural.

No tengo probadas las cosas que afirma este último párrafo, por supuesto. Pero eso que huele tan mal es el cadáver de la verdad corroborada. Ha muerto, pobre criatura, la verdad corroborada. Lleva un tiempo ahí, flotando en la zanja de nuestro más absoluto desinterés. Gordo bolsa de triglicéridos. Gordo bala. Gordo balín. Gordo rastrero. Gordo cometravas. Gordo gonca. Gordo Toresani. Gordo Segurola y Habana. Vení a buscarme, que te saco un ojo, gordo hecho de excremento y miedo. Me llamo Alejandro Seselovsky. Vivo en Plaza 4649, CABA. Doxeate el ano, gordo tragaleche.

Todavía no son las nueve de la noche. En la exacta interjección de Cabrera y Humboldt, sin el pudor del exceso, un cartel escrolea la esquina a toda vuelta gritando luminosamente que allí funciona un streaming, y que ese streaming se llama Olga. A solo cincuenta metros, escondido al otro lado de una puerta gris sin marcas ni aspavientos, como queriendo que nadie lo sepa, Carajo, el streaming libertario, hace su vida a contramano de Olga, como si dijéramos en el secreto de un cuarto adolescente, en la piecita de un fondo innombrado. En un rato arranca La Misa. Esta noche, Daniel «el Gordo Dan» Parisini recibe a Sandra Pettovello. Comparece aquí, hoy, la ministra de Capital Humano, lo que explica el jubileo de custodios zumbando la cuadra.

Sé que esa es la puerta de Carajo porque vine con Luján González, periodista regularmente gaseada y cagada a palos en las marchas de los miércoles, donde regularmente son gaseados y cagados a palos los jubilados argentinos. Luján nunca pudo traspasar la puerta de Carajo Stream, pero conoce el paño. Y esta noche lo comparte conmigo.

Sobre el primer escalón de la entrada, montando responsablemente su vigía, hay un señor al que sería impreciso llamar «amenazante». El tipo varea la mirada en busca de no sé qué elementos perturbadores del orden, pero lo hace bien, con un compromiso que tal vez nadie le haya pedido, como si hubiera nacido para el buche vecinal. Está algo entrado en años y viste estrictamente de oscuro. No puede decirse que presente un gesto invitante, pero me acerco hasta él de todas formas. Le digo que somos periodistas, que quisiéramos conocer al señor Parisini. Entonces el señor se encuentra con su mejor momento de la noche y, ejerciendo una autoridad en el distrito de la palabra, nos dice que eso va a ser imposible. Queda el rastro de un eco apenas termina de decirlo, una estela de la que me parece verlo disfrutar. I’m Posible. Le digo que quizá podamos ver a algún productor.

Matías Vorrath, que pide no ser nombrado en redes, arrancó en Crónica TV cuando el Gallego García ya estaba despidiéndose de su creación y de su propia historia. Después trabajó en LN+ como productor de Esteban Trebucq y ahora me da la mano mientras se presenta como alguien —lo cito textual— de ultraderecha. Entro a contar: uno. Hablamos un rato de conocidos comunes en los trabajos y las redacciones, y así aparece el nombre de Facundo Pedrini. Le digo que alguna vez lo entrevisté. Me dice que él tiene buena onda, aunque Pedrini es peronista. Él no, me dice. Él es de ultraderecha. Cuento: dos. Me presento: le digo que escribo para la revista Orsai y que estoy trabajando en un retrato de Daniel Parisini, el Gordo Dan. Me dice que están esperando a la ministra Pettovello, que hoy no me puede hacer pasar. Le digo que también escribo para el diario El País de Montevideo, que para la política argentina sería una publicación más de centro. Me dice que él no es de centro, que él es de ultraderecha. Pongo cara de que lo escucho por primera vez y cuento: tres. María Luján es un poquito ignorada durante el resto de la conversación que nosotros, los varones, espadeamos. Me mira básicamente a mí. Antes de despedirnos y cambiar teléfonos, me va a decir que él se define como alguien de ultraderecha. Cuento.

Madre criminal

Daniel «el Gordo Dan» Parisini nació el quince de mayo de 1992 en Santiago del Estero, ciudad capital, en el seno de una familia de profesionales adscriptos a la tradición profunda —más bien feudal— de las administraciones públicas de provincia. Su señora madre es la doctora Andrea Olmedo, titular de la Dirección de Tierras, Bosques y Medio Ambiente de la Fiscalía de Estado santiagueña, nombrada en ese cargo en el año 2016, según el Boletín Oficial N.° 20.779 con fecha miércoles doce de octubre del mismo año.

Ya saben ustedes que la única verdad es la realidad, y la única realidad es la que se publica en el Boletín Oficial de la República, así que cito: «Expediente N/ 374 – Código 3 – Año 2016.- LA SEÑORA GOBERNADORA DE LA PROVINCIA DECRETA: ART 1/.- HOMOLÓGANSE las Resoluciones Ministeriales Serie “A” Nros. 25 y 26, ambas de fecha 1 de agosto de 2016, dictadas por Fiscalía de Estado, por la cual se asigna las funciones de: – Director de Asuntos de Tierras, Bosques y Medio Ambiente de Fiscalía de Estado a la Dra. Andrea OLMEDO. DNI N/ 22.617.197». Nota 1: Qué paja insufrible la redacción del B. O. Nota 2: Apa, mi DNI es el 22.172.239. Debo de tener la edad de la madre del Gordo Dan, lo que me hace pensar que tengo edad para ser su padre o, lo que es lo mismo, que él tiene edad para ser mi hijo. Ay.

Como sea, la Fiscalía de Estado es el órgano que defiende los intereses jurídicos y patrimoniales de la provincia, según lo consagra la Constitución que Santiago del Estero se ha dado a sí misma. Son los abogados del Estado provincial. Digamos, o sea: la madre de nuestro muchacho trabaja en la defensa del Estado, que —como bien nos ha enseñado el señor presidente de la nación— es una organización criminal. Lo avergonzado que debe de sentirse Parisini con una madre así, encaramada en el submundo del delito de naturaleza pública, casta pura y dura. Se comprende que no hable de ella.

Por suerte, Daniel Gilberto Parisini, el padre, es un contador público del Banco Francés, y salva los honores del trabajador que se esfuerza en la actividad privada.

La infancia y la adolescencia de Dan están contadas en ningún lado, y las fotos familiares con su madre, su padre, su hermana, su tío Franco (vinculado al diario El Liberal), su tía Cecilia (oftalmóloga y presidenta del Círculo Médico de Santiago), su abuelo Gilberto (médico y patriarca del clan) y su abuela Cristina Castaño, están publicadas en ningún otro. Nadie sigue a nadie en redes sociales y todos viven sus vidas en la napa sin sol de la cosa pública. En la era selfie de la autoexposición bruta, solo Daniel, únicamente Daniel, nadie más que Daniel, exaspera de presencia el lienzo de las redes.

De allí, del interior subnarrado, llega un pibe que a los treinta y tres años se instala en la cabecera del comando digital de gobierno. Él mismo no esperaba este presente, hasta que encontró su destino abriendo una cuenta de Twitter.

La primera huella pública de Parisini en el ecosistema digital es de marzo de 2020, bajo la carátula anónima de Oso Gordo Intenso y la cuenta @AnimalObeso. Desde su constitución originaria, la tag «gordo» es una presencia espinal. Todo lo que ha hecho o dicho, lo ha hecho o dicho siendo un #gordo. En esa primera exclamación del volumen del cuerpo se inscribe la exclamación del volumen de su enunciado. Todo es ancho y desmedido, siempre que mantenga los pies pisando el coto propio. Porque dentro de ese sobrante físico de cuerpo, tejido y víscera, hay un sujeto pequeñito y tímido cuando le toca ser foráneo o visitante. Ya veremos eso.

El comportamiento violento en la red le reporta banneos constantes, y entonces el tipo va cambiando de cuentas. Fue con @GordoMonstruo que se le abrió el arco al que le estaba buscando el ángulo. Siempre desde el territorio virtual de la red, operando sobre el mundo material de las personas.

Agosto de 2020. El brazo argentino de Health Save internacional sube fotos de una merienda vegana en el comedor Caritas Felices, de Oberá, Misiones. Activistas que se presentan como defensores de una alimentación saludable, respetuosa de la justicia social en combinación con el derecho de los animales, les llevan a los chicos del pobrerío patrio una merienda compuesta por galletitas de manzana, harina integral, avena, pan de zapallo, semillas de chía y azúcar mascabo. Entonces, @GordoMonstruo estalla. Y escribe: «Les enseñan a los pobres (O SEA, A LOS CHICOS QUE NO TIENEN PARA COMER) que hay que alimentarse de frutos secos porque comer carne está mal. EL DELIRIO en el que viven los chetos comunistas, hermano». Y después, retuitéandose a sí mismo: «Convoco a todos los muchachos de Misiones que me sigan a que vayan a hacerles un TERRIBLE ASADO, A TODO CULO, CON ACHURAS, PAPAS FRITAS Y HUEVO FRITO, a los chicos de ese comedor».

Así fue como el Caritas Felices, un sitio escapado de toda consideración masiva, que nunca habría estado en el mapa de ninguna circunstancia nacional, quedó convertido en la cancha rayada de una guerra de guerrillas ideológica, y en pocos días recibió el destello blanco del alimento progresista y la reacción furiosa de la carne humeando sobre las parrillas. Por supuesto, los chicos comieron de los dos.

Podría haber sido solo eso, la disputa de un tuitero termocéfalo, un agent provocateur, contra unos blancos que les llevan sus comiditas del eje Palermo-Colegiales a unos negritos de Oberá. Pero unos días antes de #UnAsadoParaLosPibes, presentado como Dan —sin su nombre ni sus referencias personales, escondido aún en el anonimato de un nickname—, el sujeto que todavía no era Daniel Parisini fue entrevistado por FM 89.3 Radio Santa María de las Misiones y allí dijo: «Me parece noble que les hayan llevado comida a los chicos, lo que no me parece correcto, y en algún punto te diría que hasta CRIMINAL, es inculcarles a los chicos pobres que comer carne o derivados de la carne está mal».

Y entonces, amigos, aquí nace un personaje y una historia que es también la que estamos viviendo. Porque había muchas maneras de oponerse a la merienda vegana, de discutirla, de repensarla. Pero no: Parisini la criminalizó. La llamó «criminal». Ninguno de nosotros lo sabíamos, pero, en una FM de Misiones, una entrevista y un entrevistado nos estaban organizando a todos nosotros un nuevo mundo de las palabras.

¿Por qué yo, que tengo dos años más bien pedorros de una tecnicatura en Periodismo —con la opción de hacer un tercero que elegí evadir—, le puedo decir —en este mismo texto le puedo decir— a un médico genetista de la Universidad Nacional de Tucumán que le escribo mi teléfono con letras porque tal vez, por imbécil, por retrasado, no haya comprendido los números? Yo les digo por qué: porque se habilitó la palabra impune. Porque tipos como Parisini la vaciaron, a la palabra, en el campus donde la exhibíamos como estoques durante la esgrima del contrapunto. Porque el correlato lingüístico de que cualquier cosa pueda pasar (los perros muertos que nos guían el destino de la nación, Lilia Lemoine diputada) es que cualquier cosa se pueda decir. Criminal mambo.

El veintisiete de octubre de 2022, Twitter dejó de ser Twitter. Elon Musk bajó de un flechazo certero al pajarito azul, que cayó muerto, y desde entonces todo se volvió un porno injuriante y embestido, todo se volvió X. Había terminado una era y se producía la gran migración. El cinco de julio de 2023 nació Threads, la plataforma de Meta vinculada a Instagram, y en menos de un año alcanzó los doscientos millones de usuarios activos. El viejo Twitter se volvió el nuevo Mad Max, y Parisini se subió a su moto posapocalíptica y empezó a ordenar tendencias. Puso su nueva comandancia del posteo al servicio de la campaña de Javier Milei, pero lo hizo bajo la órbita de una comprensión.

Comprendieron Parisini y sus cientos de miles de seguidores que lo virtual —ese dispositivo que nos salvó de seguir comunicados y siendo comunidad durante la pandemia, con todo el asunto del zoompleaños, el sexting y la vida en pantalla— era también una circunstancia de lo real. Que lo virtual, comprendieron, no estaba hecho con el magma de lo imaginario, sino con la bruta carne de una persona física que se sienta delante de una pantalla y no deja de ser una persona física cuando lo hace.

Parisini triunfó en el territorio de las redes porque logró que lo que sea dicho en ellas toque tierra, sacuda el mundo y levante polvo. Un polvo real. Y fue, para los intereses de La Libertad Avanza, un sujeto seminal. La Libertad Avanza es, también, a partir de él.

¿Cómo era tu ideología?

Le escribo a Matías Vorrath, el productor de Carajo, el chico cuatro veces de ultraderecha, a ver si me sale la entrevista con Daniel. Es el diez de agosto del año 2025 de Nuestro Señor. El mensaje le llega a las 3:14 p. m. y dice: «Matías, te molesto un domingo, que es sagrado», emoji de manitos que rezan, «pero como me dijiste que te reunías con Daniel mañana, te quería mandar lo que escribí hasta acá sobre él». Y después: «Bueno, ya me dirás lo que les pareció, te lo dejo», emoji de dedo que señala hacia abajo.

Entonces le pego la dirección del Drive compartido en el que estoy trabajando. Chequeo que esté abierto y que cualquiera con este link pueda abrir el documento. Listo. Sale. En la pantalla, queda el título: «Gordo Dan para Orsai». Y una vista previa con las primeras líneas: «Gordo puto. Gordo trolo, hijo de trolo». En fin, lo que ustedes ya han leído. Si lo abre, verá la sugerencia de mi editora Carolina Martínez, que dice: «El título debería ser “Tragaleche”».

Al día siguiente, me doy cuenta de que tengo todas las tildes en azul. O sea, digamos: texto leído. Pero no recibo respuesta. Quizá no le gustó. Entonces, le vuelvo a escribir. El mensaje aterriza en su WhatsApp a las 5:22 p. m. del lunes once de agosto. Le digo: «Bueno, no sé si habrás podido hablar con Daniel, si habrán podido leer algo, o qué les habrá parecido». Inmediatamente, me contesta: «Hola, Alejandro. Todavía no me reuní con él. Viene más tarde. Cuando tenga una respuesta, yo te voy a avisar».

Me pareció registrar un cambio de tono, porque no me mandó un abrazo. Igual le agradecí.

Dejé pasar los días, o dejé que los días pasaran por encima de mí. Fue un tiempo de espectacularidad política, lo que en la Argentina es perfectamente habitual. Mientras esperaba una señal de Parisini, pasaron cosas: el Gobierno inició su campaña electoral en la provincia de Buenos Aires con el lema «Kirchnerismo Nunca Más». El «nunca más», escrito con la exacta tipografía del informe de la CONADEP. Una jugada maestra de la comunicación de choque. ¿Qué más? El Gobierno hilvanó una serie de derrotas políticas en el Congreso de la Nación y el presidente salió a decir que las honorables cámaras de diputados y senadores no eran para nada honorables y estaban secuestradas por el kirchnerismo. Otra: alguien me cuenta desde la entraña de Carajo Stream que Parisini no es puntual para arrancar La Misa. Que es puntual solo cuando algo le interesa de verdad. A la reunión con los españoles de Vox, llegó puntualísimo, por ejemplo. Me cuentan también que en el estudio de Carajo hay mancuernas. Antes de salir al aire, los gordos hacen bíceps. Y gritan. Y se aplauden entre ellos. Y sienten la hipertrofia del tejido muscular, pero también la hipertrofia de sus corazones, y entonces sí, recién entonces, se sientan en sus sillas y hacen periodismo de verdad, periodismo del bueno, bien chequeado, con pluralidad de fuentes. A veces, solo a veces, se fijan en lo que dice La Derecha Diario.

Reviso sus entrevistas. Lo veo con Fantino todo pequeñito, diciendo que a lo mejor él se equivoca. Que acá, que están hablando en serio, él cree que los de izquierda no tienen razón, pero bueno, capaz se equivoca. Lo veo en la Derecha Fest de Córdoba, donde esperaba que rompiera todo y matara pollitos con una bota de Gene Simmons y, pfff, nada. Hay un hombre apabullado dentro de ese envase giga.

Finalmente, a Karina Milei le saltó un gigaescándalo de corrupción. Pero el Gordo Dan justo no está tuiteando. Se entiende, está de vacaciones. Y no va a salir del silencio de sus vacaciones porque Diego Spagnuolo, titular de la Agencia Nacional de Discapacidad, un tipo con más de treinta entradas a Olivos, haya dicho «yo le dije al presidente que su hermana estaba choreando». Todo porque Kari se queda con el ocho por ciento de retorno sobre las ventas de medicamentos para los «discas».

Al cabo de una semana y media, me decido a escribirle. Con esperanza cero y a pesar de todo, ahora mismo, en la mañana de este veinticinco de agosto del año 2025, le escribo a Daniel Parisini, a nuestro muchacho Gordo Dan, directamente a su teléfono. Me lo pasó la gente de él, así que está chequeado que le pertenece. No les voy a pasar el número porque yo no doxeo a las personas. Son las 8:13 a. m. cuando le escribo: «Hola, Daniel. Soy Alejandro Seselovsky. Estoy trabajando en un retrato sobre tu silueta pública para la revista Orsai. Ojalá podamos hablar un minuto. Le dije a Matías Vorrath, que creo que es de ultraderecha, que te iba a escribir. Acá te dejo el texto por si querés ir viendo de qué se trata. Un abrazo».

Le pego link al documento en Drive, al mismo viejo documento, le habilito la pestaña de lector y me quedo mirando la pantalla. Otra vez la vista previa con el título, y otra vez las primeras líneas de este mismo texto, que acá termina. «Gordo puto. Gordo trolo, hijo de trolo». Me aparece una tilde. Me aparecen dos. Okey, le llegó.

La verdad…, entre nosotros, no creo que me vaya a responder.

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