La bruja
Jano está sentado en la mesa del living de la casa de Marta, la bruja. Marta tiene cincuenta años, es morocha, con las cejas firmes y los ojos achinados, como si estuviera forzando apenas la vista. Marta fuma y da vueltas por la casa, preparando la sesión. Mientras lo hace, habla con Jano.
—Contame qué te trae por acá.
Jano la mira ir de un lado al otro. Le gustaría que estuviera sentada, que le prestara atención directa.
—Mi ex.
—¿Qué pasa con tu ex?
—No puedo dejar de pensar en ella.
—¿Querés volver?
—No. Bah, no sé. No creo. No.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Por qué pensás en ella?
—No lo sé.
—¿Y ella?
—Tiene novio. Ahora está en Brasil de vacaciones con él y mis hijos.
—¿Y qué te pasa a vos con eso?
—Nada, me da igual.
—Vos sabés que yo soy bruja, ¿no?
—Por eso vine.
—¿Qué te pasa con que tu ex esté en un all inclusiveen Brasil, con su nuevo novio y tus hijos, disfrutando de unas vacaciones que vos jamás podrías pagar?
—¿Quién te dijo que no lo puedo pagar?
Marta saca una tarjeta. Se la da a Jano.
—¿Qué dice?
—«Marta».
—¿Y abajo?
—«Bruja».
—La sesión dura una hora. Te recomiendo que seas sincero.
—Quiero que se caiga el avión con todos adentro.
—¿Tus hijos también?
—Mis hijos no. Solo ellos dos.
—¿Y que se mueran?
—Solo él. Que ella salga abollada, quede viuda y tenga que recurrir a mí como única opción.
—¿Para volver a estar juntos?
—Para volver a dejarla.
—¿Vos la dejaste?
—¿No eras bruja?
—¿Por qué pensás en una persona a la que dejaste y con la que solo volverías para abandonar otra vez?
—No lo sé.
Jano toma aire, lo larga y deja caer los hombros. En un rincón de la casa de Marta, aparece el fantasma de Milva, que mira todo entre curiosa y divertida.
—Quiero dejar de pensar en ella. Me hace mal. Me jode en mis nuevos vínculos, ensucia mi relación con la Milva real.
—¿Hay dos Milvas?
Jano mira a los costados buscando algo. Cuando mira hacia donde está Milva, ella se esconde. Jano le habla a Marta por lo bajo.
—El fantasma. A veces paso un día entero discutiendo con el fantasma, y cuando tengo que hablar con la Milva real, ya estoy detonado de furia. Y ella nada, me saluda lo más bien y me pregunta por mis cosas.
Marta lo mira seria.
—No hay problema. Matar a un fantasma es un trabajo estándar. Lo podemos hacer hoy mismo.
Cuando escucha esto, el fantasma se sorprende.
—El tema es que… —dice Jano
—Decime.
—Mirá si el fantasma está acá por algo.
Milva sonríe con suficiencia.
—Siempre están acá por algo.
—Mirá si en realidad yo tengo que volver con Milva.
—Lo dudo.
—No sé, a veces la extraño y…
—Dudo que quiera volver con vos.
Milva se ríe en silencio.
—¿Lo sabés por bruja?
—Por mujer. Lo último que quiere Milva es regresar a este pantano de dudas y resentimiento.
—Exacto. ¿Y si el fantasma está acá para que yo cambie, para que deje de ser un hombre-niño, me calce los dos huevos y recupere a Milva…?
—Es un fantasma, no el guionista de una comedia romántica.
—¿Y para qué se mete en mis citas, para qué aparece en mis sueños?
—¿Querés que matemos al fantasma o que lo invoquemos para hablar con él?
—Matémoslo.
A Milva no le gusta lo que escucha.
—Perfecto.
Marta se pone de pie y va a sus estantes a buscar los elementos necesarios para el trabajo. Entonces, el fantasma de Milva le habla a Jano.
—Cagón.
Jano le responde:
—¿Viniste a decir tus últimas palabras?
—Se supone que sos escritor, que te interesa hurgar en los rincones oscuros de tu mente, que podés manipular fantasías con un cuaderno y una lapicera. Pero resultaste un gusanito asustado de sus propios pensamientos. Sabés que soy un pensamiento, ¿no?
Jano no le responde.
—Encima viniste con una bruja para esconderte entre su falda y sus velas. ¿No te gustaría saber qué significa todo esto? ¿Qué hace tu ex todo el día en tu cabeza? Si yo ya no te gustaba, si cogíamos aburrido.
Sin darse vuelta, Marta dice:
—Y… Algo de razón tiene.
Milva y Jano se quedan quietos.
—¿Podés escucharla?
—Y verla. ¿Cómo fue que una mujer tan linda te dio bola?
Milva responde:
—Me agarró recién viuda, destruida. Se bancaba mi tristeza, me acompañaba. Y me escribía cuentos y poemas todo el día.
—Nunca dejé de escribirte.
—Sí, pero después eran todos sobre sentirte asfixiado en casa.
Marta interrumpe.
—Bueno, ¿qué hacemos? ¿Hablamos y desculamos la presencia del fantasma o la matamos?
—Desculamos —dice Milva.
—La matamos —dice Jano, casi al unísono.
Marta duda, pero avanza.
—Muy bien. La matamos.
—Ey, ¿en serio vas a hacer esto?
Jano no responde. Marta da las instrucciones para el trabajo.
—¿Trajiste las cosas que te pedí?
Jano saca elementos de su mochila.
—Velas, una botella de sidra, un regalo para Milva…
El regalo son unas botas bajas, negras, de cuero. El fantasma de Milva las agarra.
—Ay, son divinas. ¿Para mí?
Marta se las saca de la mano y le explica.
—Para el trabajo. Es amor para Milva, para romper la cadena. El resentimiento los mantiene unidos.
Jano saca algo más de su mochila, una foto.
—Y la foto de nosotros dos.
Milva la agarra y la inspecciona. Es una foto de ellos dos vestidos para un evento literario. Ella mira sonriente a la cámara, él le da un beso en el cachete.
—Estábamos tan lindos…
Jano intenta sacársela, pero ella no lo deja.
—¿De esto te quisiste separar? ¿De este amor? ¿De la mamá de tus hijos, de la mujer que te acompañaba a todos lados y te dejaba ir a coger con quien quisieras? Eras un hippie roñoso que vivía en San Telmo y se acostaba con la primera actriz fracasada que le diera bola. Ni siquiera un hippie, un hippie tiene una ideología… Vos eras solo un dejado.
—¿Otra vez esta charla?
Milva no quiere que se note, pero está conmovida.
—Es que no entiendo. Teníamos todo. Una familia hermosa, una casa, buen sexo, vos escribías, yo te leía, yo iba a viajes humanitarios, vos cuidabas a los chicos, ¿qué más querías? ¿Te creés que vas a conseguir todo eso con otra? ¿Y para qué destruiste nuestra vida? Para irte a coger, ¿para tener una novia putita? ¿Para estar solo un sábado a la mañana? Sos un imbécil de mierda.
—Matémosla.
Marta duda y mira a Milva. Algo sabe. Pero sigue avanzando.
—Dame la foto. Colocá las velas acá, acá y acá. Dame un segundo mientras bajo las persianas.
Marta se para y pone el espacio a oscuras. Milva está llena de odio.
—Te voy a pedir que coloques el regalo en el centro de las velas y las prendas una a una. Y mientras las prendés, quiero que repitas: «Yo, Jano Martín Mark, cansado del resentimiento y la bronca por el amor perdido, te entrego a vos, Milva Jazmín Kristoff, este regalo que te elegí. Te despido y te agradezco por lo que tuvimos y tenemos. Te saludo y me disculpo por el dolor y por mi ausencia. Te acaricio y te perdono por tu silencio y tus mentiras. Nos perdono y nos libero de la cadena que nos une. Te despido y hoy te entrego el amor que tuve en falta. Me inclino ante lo que fuimos y, arrodillado frente a mis dioses, invoco el perdón y ruego por silencio».
Jano comienza a repetir la oración de Marta mientras prende las velas.
—Yo, Jano Martín Mark…
Entonces, Milva lo interrumpe.
—No.
Jano y Marta la miran en silencio.
—No puede.
—Claro que puedo —responde Jano.
—No, no podés. Esto no va a funcionar.
Jano mira a Marta. Marta mira a Milva. Milva sigue:
—Porque Milva también piensa en vos. El trabajo no va a funcionar. No alcanza con tu perdón.
Los tres se quedan en silencio. Marta aclara:
—Si es verdad lo que ella dice, tiene razón. Necesitamos que la otra parte también participe y…
—¿Piensa en mí? —dice Jano y sonríe.
—Sí.
—¿Mucho?
—No tanto como vos, pero sí.
Jano no puede controlar la sonrisa.
—¿Cuándo piensa en mí?
—Cuando duerme a los chicos. Cuando lee un libro y le gustaría saber qué opinás. Cuando los chicos se portan mal, cuando hacen algo gracioso.
—Y…
—¿Y?
—Piensa en mí cuando…
—¿Cuándo?
Jano no quiere decirlo, pero insiste con ademanes. El fantasma de Milva tampoco quiere decirlo.
—Cuando se toca…
Muy a regañadientes, el fantasma de Milva deja salir un «sí».Jano no puede estar más feliz.
—¿Y cuando está con el otro?
—No te voy a contar eso.
—Es importante para el conjuro —dice Jano.
—No, no lo es —acota Marta—. Y no es un conjuro, es un trabajo.
—¿Habla conmigo?
—También.
—¿Quiere volver conmigo?
—No, nene. Qué pesado.
Jano mira a Marta.
—¿Entonces?
—Si Milva piensa en vos y tiene un fantasma de Jano que la acompaña, no tiene sentido que hagamos el trabajo. El fantasma de Milva no va a desaparecer.
—A ver si entendí. Yo te conté lo que me pasaba, me dijiste todo bien, te lo soluciono, sale tanto, se hace así.
—Exacto.
—Pero no iba a funcionar y me ibas a cobrar doscientas lucas.
Milva se mete.
—Qué judío miserable sos.
Marta intenta explicar:
—Si fallaba, íbamos a saber por qué, y así íbamos a saber cómo seguir.
Milva insiste.
—Te estás jugando la salud mental, la posibilidad de sanar tu vínculo con tu ex, y…
Jano la interrumpe.
—¿Sabés que nuestras familias eran del mismo pueblo en Ucrania? Los míos eran judíos perseguidos, los de ella organizaban pogroms. Después vino Stalin, los cagó de hambre y terminamos todos en Palermo.
—¿No te cansás de hacerte la víctima?
Jano a Marta:
—¿Vos hacés laburitos de vidas pasadas? Quizás ella fue un cosaco borracho y yo soy el último moishe que le quedó pendiente de masacrar.
Milva:
—¿Sabés qué me gustaría? Que le muestres a Marta el calzoncillo que tenés puesto. Porque hay dos opciones: o tiene agujeros, o te lo compré yo.
Marta a Jano:
—¿Trajiste los otros dos objetos?
—Sí.
De su mochila, saca una bombacha negra de encaje, tipo culotte.
—¿Qué hacés con eso?
—Un recuerdito que me traje cuando todavía tenía las llaves de tu casa.
Jano se la lleva a la nariz e inspira profundo.
—Menstruada, primer día.
Milva está asqueada.
—Tuve hijos con un cerdo. Van a crecer y se van a convertir en dos cerdos como vos.
Jano se pasa la bombacha por la cara. Marta se la saca.
—Basta. Dame el último objeto.
De su mochila, Jano saca un estetoscopio.
—¿Para qué es esto? —pregunta Milva.
—Le pedí que trajera dos cosas que contuvieran lo que vos representás para él.
—Elegí una bombacha sucia porque nunca dejé de desearte, ni en los peores días. Y el estetoscopio…
A Jano le cuesta un poco decir lo que va a decir. Preferiría, si pudiera, no hacerlo.
—… porque nadie me cuidó como vos.
—Con ese estetoscopio hice la residencia. Pensé que lo había perdido.
—Lo robé de tu casa. Perdón.
Marta lo agarra y lo coloca en el círculo de velas. Toma un péndulo. Mientras murmura, lo hamaca con suavidad por sobre los objetos y las llamas.
—El alma de Jano Martín y el alma de Milva Jazmín, el alma de Jano Martín y el alma de Milva Jazmín, el alma de Jano Martín, el alma de Milva Jazmín…
De pronto hace silencio. Cierra los ojos e inspira como si los espíritus fueran algo real, como si el amor se pudiera tocar. Luego los abre, parece conmovida.
—Están casados.
—No —aclara Milva—. Este fantoche me propuso casamiento, pero nunca hubo boda.
—No ustedes. Sus espíritus. Sus fantasmas.
—¿Desde cuándo?
—Desde siempre. De esta vida, de la anterior y de siete vidas más. Se amaron escondidos en Ucrania, en un pueblo del óblast de Chernivtsí. Ella te salvó del pogrom. Están casados los fantasmas. Perdón, Jano. No hay nada que yo pueda hacer. Te devuelvo la plata.
Jano se queda en silencio mirando las velas.
—¿No puedo hacer nada?
Marta busca las palabras.
—Podés hacer las paces con el fantasma del amor perdido. Podés aceptar que se tocaron en un lugar tan profundo que parece anterior a la vida misma. Podés tenerla como consejera, como guía, como protección. Podés cuidarla, podés honrarla. Pero no podés sacártela de encima.
—¿Y si vuelvo con ella?
—Te vas a volver a pelear y va a ser todo un infierno otra vez.
—Pero el fantasma…
—El fantasma va a seguir ahí. Enojado con vos porque maltratás al amor de tu vida.
—Pero ella se apareció en mi balcón y me dijo que iba a venir por cinco noches y que al final yo iba a saber si tenemos que volver o no.
—Los fantasmas también mienten.
Jano se queda de nuevo en silencio. Marta se para y dice:
—¿Quieren que los deje un rato solos?
Milva asiente. Marta sale. El fantasma observa a Jano derrotado. Casi sin fuerza, balbuceando, repitiendo palabras, habla para sí mismo.
—No hay fantasma. No hay bruja. Es solo una señora que se aprovecha de mis alucinaciones para sacarme plata. No sé manejar el dolor, no sé manejar la pérdida, entonces me invento estos delirios y busco a las personas que los confirmen. Qué óblast, qué pogrom, no existen los fantasmas ni las vidas pasadas. Tengo que ir a ver a un psiquiatra, que me mediquen y dejarme de joder.
Milva lo toma de la mano.
—¿Vamos a casa? Estás cansado.
—No estoy hecho para el amor. Puedo tener una amiga, puedo tener una amante. Puedo charlar, puedo coger. Pero no puedo ser la pareja de nadie. No quiero ser la pareja de nadie. Quiero estar solo. Tranquilo. Dedicarme a escribir. ¿Para qué sirve toda esta mierda si al final todas se enojan conmigo? Si les duele, si las decepciono, ¿para qué me eligen de novio?
—En serio. No pensás bien cuando estás cansado.
—Y esta no es cualquier fulana. Es la mamá de mis hijos. A ella también la lastimé, ella también me odia. Ni siquiera esta vez pude hacer las cosas bien.
—Nadie te odia. Yo no te odio. La Milva real no te odia.
Jano la mira en silencio. Deja salir una pequeña sonrisa.
—Sos buena.
—Soy un fantasma.
—Sos el fantasma de una persona buena.
—¿Vamos a casa?
Jano y el fantasma de Milva entran al departamento. Él tiene bolsas en las dos manos.
—¿Por qué no te bañás, te cocinás algo rico, mirás una peli y te vas a dormir? Viste que vos cuando estás cansado ves todo oscuro.
—Sí.
—Y yo me voy un rato. Te dejo tranquilo. ¿Te parece?
—Dale.
Jano se baña y se cambia. Pero no se viste de entrecasa. Se pone camisa, saco y un jean nuevo. Cocina, pero sirve dos platos. Después abre un vino, prende un incienso y una vela. También pone música tranquila, The Cinematic Orchestra,el álbum Ma Fleur. De pronto, el departamento tiene otro clima. El fantasma de Milva vuelve a entrar.
—Ey, qué lindo. ¿Viene Valentina? Eso te va a hacer bien.
—Sentate.
El fantasma no entiende. Pero se sienta.
Jano va a la cocina y vuelve con dos platos de comida caliente. Le sirve uno a ella y otro a él.
—¿Risotto de hongos? ¿Le vas a hacer a ella el plato que me hacías a mí?
—Es para vos —responde Jano y le sirve un vaso de vino.
Ella no termina de comprender.
—¿Es una cita?
—Es una cena.
—No entendiste nada.
No lo dice con bronca ni con ganas de pelear. Solo está perpleja.
—Sí entendí. Dejé de prestarle atención al amor de mi vida, a la mujer para la cual escribí todos mis libros, a la mamá de mis hijos. Eso se termina hoy.
—Jano…
—Al menos probá el arroz.
Milva prueba. Está riquísimo.
—Y el vino.
Ella toma y después mira la botella.
—Angélica Zapata Malbec. ¿Cómo puede ser que un día seas una persona así de atenta, que escuches con total atención, que prepares exactamente lo que quiero, y al día siguiente estés ausente, enroscado en tus pajas y tus problemas?
—¿Te acordás de cuando fuimos a la costa a reconocer el cuerpo de tu viejo? Fuimos y volvimos en el mismo día, encima llovía. Me habían cambiado la receta de los anteojos, tenía un par nuevo y me dolía. En el viaje de vuelta, entre Dolores y Chascomús, casi no hablaste.
—¿Cómo te acordás de esas cosas?
—Y me dijiste que en el mundo hay cuatro personas que nunca te van a abandonar. Tu mamá, nuestros dos hijos y yo.
—Puede ser.
—Es.
—Me refería a vos como amigo, como compañero.
—Vos tampoco me vas a abandonar. Hoy lo entendí.
Jano y Milva se miran. Fijo y fluido, alterno y continuo. Él se acerca y la besa. Ella apenas se deja.
—Jano…
—Nuestros cuerpos no se van a abandonar.
Y la vuelve a besar. Ahora ella se entrega un poco más.
Jano sigue:
—¿Sabés que si yo cierro los ojos puedo recordar de un modo muy preciso cómo son tus labios, qué temperatura tiene tu saliva, cómo huele el aire que sale de tu nariz? ¿Y que si lo escribo, si yo escribo «Jano se inclina sobre Milva y la besa», siento exactamente lo mismo que sentiría si te besara? ¿Que puedo recrear al infinito todas las cosas que hicimos y hacer que hagamos las que no hicimos? Si yo escribo, por ejemplo, «Jano cierra los ojos y, muy despacio, se pasa los dedos por la lengua»,puedo no solo sentir mis dedos en mi lengua, sino también ver la cara que vos ponés cuando me mirás pasarme los dedos por la lengua?
Jano se chupa los dedos. Milva lo mira entre fascinada y asustada. Él sigue.
—¿Y que si yo escribo «Jano lleva su mano debajo de la mesa, a la entrepierna de Milva, y la deja ahí apoyada»,yo siento exactamente lo mismo que sentiría al tocarte la concha por debajo de la pollera y por arriba de la bombacha?
Jano mete la mano por debajo de la mesa.
—Puedo sentir el lento proceso por el cual la tela se humedece, sin hacer nada.
—Basta —dice Milva, pero no le saca la mano.
—Puedo hacer que una voz distinta de la mía narre el mundo y diga…
De pronto se escucha una voz que dice: «Jano saca la mano y se la lleva a la boca».
La voz habla, y Jano y Milva, como encantados, acompañan y obedecen al relato. Sigue: «Luego se chupa los dedos y los carga bien de saliva. De a poco, para que quede claro que Milva podría detenerlo, lleva la mano de nuevo bajo la mesa. Esta vez le corre la bombacha y la empieza a tocar. Suave, delicado».
—Basta, Jano —dice Milva mientras se muerde los labios y respira con dificultad. Jano sigue masturbándola. Lo hace con la mirada fija, con los movimientos precisos. Sin dejarse tomar por la calentura.
Y Jano le dice:
—¿Te gusta? ¿Te gusta así? ¿Te sigue gustando así? Que te haga la paja muy lento, que apenas haga presión sobre el clítoris, que de pronto afloje y lo acaricie todo mojado de flujo denso. ¿Te gusta que vuelvan a tu concha mis dedos, a tu pelo mi aliento, al túnel de tu carne la fuerza de mis huesos? ¿Te sigue gustando que improvise poesía mientras te pajeo? ¿Que te relate en la oreja la vuelta de nuestro deseo? ¿Que sepa todo lo que pasa en tu cerebro? ¿Que te entienda con las yemas, que te coja con palabras, que te hable con el cuerpo? Estás cansada de resistir el llamado, querés volver a esto, a las pieles y a las lenguas que se entienden en silencio. No te alcanza un compañero, querés poesía. Te sublevás contra la noche sin piel y el aire tibio que no abriga. Querés que mi mano te penetre y te convenza, que yo soy tuyo y vos sos mía, que nada es más poderoso que haber sido vida que engendra vida, que vamos a morir juntos, recordando la risa, la pena, la bruma, el silencio, los días errados en que no fuimos familia. Querés lo que nadie tuvo, lo que dicen que no se podía. Ser todas las Milvas. Madre, puta, hermana, amiga. La oscura, la santa. El ángel, la impía. Para nosotros, la noche, el veneno, el desborde. Para nosotros, los hijos, el amor, el amanecer y la vida.
Jano sigue tocando a Milva, mirándola con los ojos bien abiertos. Cuando ella está por acabar, él se detiene. Ella abre los ojos. Él se pone de pie y le ofrece la mano.
—¿Vamos al cuarto? —dice Jano.
—Vamos —dice Milva.
Jano y el fantasma de Milva caminan de la mano hacia la habitación. Ella entra primero y se sienta en la cama. Él se queda parado muy cerca. Ella le desabrocha el cinturón. Después el pantalón. Cuando está por sacarle la pija del bóxer para metérsela en la boca, gira y mira hacia la mesa. Hacia el punto exacto donde Jano la volvió a tocar. Entonces, se estira hacia el picaporte y, con un empujón suave, cierra la puerta.