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Un hombre tipea bajo la nieve

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La narradora argentina Claudia Piñeiro perdió un ejemplar de Orsai (precisamente el N2, agotado) y cuenta la historia sobre el reencuentro con esa edición.

Me escribe Casciari. Quiere que haga una nota para Orsai. Un cuento, prefiere. Me encanta la idea. Le digo que sí, pero que necesito tiempo porque tengo varios escritos pendientes, y una serie de viajes por delante, y largas lecturas para concursos, y… Casciari me dice que sí, que me espera. Y aunque sé que no haré la nota en el corto plazo quiero conseguir cuanto antes algún ejemplar de Orsai, leerla en detalle.

Conozco la revista, claro, su salida armó revuelo y tiene fanáticos hablando de ella en cada reunión literaria. Y no literaria, también. No estoy suscrita, el sistema de juntarse de a diez para encargar el envío se tuvo que enfrentar con mis fobias y mis fobias siempre ganan, así que me quedé afuera. Pero si es que voy a cumplir con mi compromiso con Casciari, necesito leer algunos artículos para estar a tono con la publicación. La llamo a Débora Mundani, escritora, amiga, fanática de Orsai y suscriptora de la primera hora. Le pido que me elija el ejemplar que más le haya gustado, y que me lo preste. Selecciona para mí el ejemplar número dos de la primera temporada.

Unos días después nos encontramos y me entrega la Orsai. «Dice el Gordi que este ejemplar es extraordinario». El Gordi es el marido de Débora, tan fanático de Orsai como ella. O más. En la tapa: nieva sobre un hombre que escribe en su computadora. La doy vuelta y la contratapa devela que aquello que parecía exterior, es interior: nieva dentro de su propio escritorio. Una portada donde predominan azules y naranjas, algo de blanco. Y de negro. La revista va a la pila de lecturas pendientes. La hojeo una noche, leo algunos artículos: el editorial de Casciari, el texto de Josefina Licitra sobre el presidente uruguayo José Mujica. Voy a la última página y me entero de que en ese espacio no se pueden publicar chistes bajo pena de sanción porque «resulta punible de multa hacer chanzas o distracciones voluntarias en el entorno de una comunicación jurídica». Pero no me queda claro si la anécdota de los dos hombres informándole a Casciari acerca de esa infracción y de la pena correspondiente es cierta o efecto de la acaroína. «Una vez cumplida la orden, diré que todo lo que puse antes es falso y que lo escribí bajo los efectos de la acaroína». Un artículo, un editorial y una posdata, pero mi artículo, ese que yo tengo que escribir, se sigue aplazando. Otros textos pendientes por compromisos asumidos con antelación, viajes, lecturas para concursos.

Sobre finales de 2011, Casciari escribe por segunda vez. «¿Y cómo va el cuento?». «Aún no va», le digo. Le doy explicaciones, él me disculpa, siento vergüenza. No mucha, no tanta como para ponerme ya a escribir el artículo. Una cierta molestia tolerable. No quiero perderme la oportunidad de escribir para la revista, eso está claro. Y si sigo así me la voy a perder. Pido un nuevo plazo. Casciari me lo concede. La vida continúa. Procrastino. Otros escritos, viajes, lecturas para concursos, otras lecturas urgentes. Débora me recuerda que tengo su revista. Me dice que no la necesita, que la tenga el tiempo que me haga falta, pero que cuando ya no la use se la devuelva. Que se la devuelva porque «yo la colecciono». Le digo que se quede tranquila, que en cuanto termine la nota, o el cuento, se la llevo. Pero el cuento no está ni siquiera iniciado, se resiste. Miro nevar sobre el hombre que tipea en su computadora portátil. Nieva mientras él escribe. Yo no.

Comienza 2012. Segunda temporada de Orsai. Casciari vuelve a mandarme un mail, yo vuelvo a fallarle, Débora reclama una vez más su revista: «Yo las colecciono». El hombre bajo la nieve ya no me mira desde la pila de lecturas pendientes. Sobre él se montaron otras lecturas y otros hombres. No lo veo cada tanto, pero sé que está ahí. A veces lo tengo presente, muy presente; por momentos lo olvido. «En realidad la colección es del Gordi», me presiona un tarde Débora mientras tomamos un café, «el otro día, mientras la ordenaba, se dio cuenta de que falta el ejemplar número dos de la primera temporada, le dije que lo tenías vos y me dijo que no había problema, pero acordate, cuando ya no la uses…, ¿vas a escribir la nota finalmente?». Le aseguro que sí, que la voy a escribir, que tengo textos anteriores pendientes, y viajes, y lecturas urgentes. Pero la escribo seguro. Le pido que me deje la revista un tiempo más, que quisiera leer algunos artículos que me faltaron y releer los que ya leí. Igual que Casciari, Débora me cree y me concede ese nuevo plazo. Me pregunto si el hombre bajo la nieve, esperando su turno con paciencia en la pila de lecturas pendientes, también me creerá. ¿Será paciente ese hombre? Mientras tanto, yo procrastino.

Pasan algunos meses. Casciari vuelve a escribir. Pido otro plazo. Débora me extiende el préstamo de la revista por un tiempo más. Si el Gordi se queja, yo no me entero. Me olvido del asunto. Hasta que un día la periodista María O’Donnell (trabajo en su programa de radio) menciona la revista durante una emisión y yo me quedo muda: la imagen del hombre bajo la nieve me asalta en medio de la charla al aire. Decido que tengo que poner manos a la obra de una buena vez. Esa misma noche busco la revista en la pila, no está. La debo haber llevado al escritorio de la planta baja, me digo. O a alguna de las bibliotecas. O a otra pila. No importa, es tarde, aún no escribo la nota. La escribiré en esos días. Pronto. Decidir que ya debo escribirla, no es escribirla. Otros escritos, lecturas urgentes, viajes. Avanza la temporada 2013 de Orsai. Casciari ya no vuelve a mandarme mails. Sospecho que la nieve que cae sobre el hombre que tipea en su máquina de escribir se debe haber derretido. Hace mucho que no me lo cruzo, que la tapa azul de la Orsai número dos de la primera temporada no me llama, ni desde otras pilas, ni desde mi escritorio, ni desde ninguna de las bibliotecas de mi casa. La vida sigue, escritos pendientes, lecturas urgentes, viajes. El Gordi arma una nueva biblioteca en su casa y nota que el espacio previsto para el ejemplar número dos de la primera temporada de Orsai sigue vacío. Le reclama a Débora. Débora me reclama a mí. «Nosotros la coleccionamos». Asumo que por más que quiera escribir para Orsai, ser parte de ella, ya no puedo seguir pidiendo que me esperen. Aunque sospecho que Casciari ya no me espera. Busco la Orsai de Débora en la pila de lecturas pendientes. No la encuentro en una primera pasada. Reviso la pila en detalle, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. No está. Desparramo sobre mi cama los libros y revistas que la componen. El hombre que tipea bajo la nieve no aparece. Me inquieto. La busco en el estante donde pongo el material que no es mío y que tengo que devolver. Tampoco está allí. Trato de recordar. Me parece que hace un tiempo, luego de ordenar una biblioteca, la puse en el estante donde coloco otras revistas, LaMujerdemiVida, El Malpensante. Busco pero allí tampoco está. Les pregunto a mis hijos. No saben de qué les hablo. «Un hombre vestido de azul que tipea bajo la nieve», me miran con una mezcla de indiferencia y preocupación. En dos días tengo que ver a Débora. Reviso todas las pilas una vez más, todas las bibliotecas, cada rincón. No aparece. Me baja la presión. Pienso en el Gordi y la presión me baja un poco más. No sé cómo voy a hacer para enfrentarlo. No puedo enfrentarlo. Porque el verdadero problema no es Débora sino el Gordi. Tengo que conseguir otro ejemplar. No va a ser fácil. No la venden en los quioscos. Los que la suscriben la coleccionan, como el Gordi. Busco en MercadoLibre, nadie la oferta. Intento otras búsquedas en la red sin resultado. Empiezo a sospechar que la solución será dicotómica: o enfrento al Gordi o enfrento a Casciari. Prefiero enfrentar a Casciari. Le escribo, le cuento la situación. Le pregunto si a pesar de no estar suscrita hay alguna forma de conseguir un ejemplar de la revista Orsai número dos de la primera temporada. Casciari se ríe. No puedo asegurarlo porque él está de un lado del océano y yo del otro y apenas nos comunicamos vía mail. Pero estoy convencida de que al leer mi correo Casciari se ríe. Sospecho que si pudiera encontrar al hombre que tipea bajo la nieve sabría que él también se está riendo. «¿Podés creer que es el único número de la revista que está totalmente agotado?». No, no lo puedo creer. Me manda un link a una página donde se venden los ejemplares atrasados de la Orsai. El del hombre que tipea bajo la nieve está cruzado por un cartel blanco con letras rojas de imprenta mayúscula que dice: AGOTADO. El único ejemplar inconseguible de las tres temporadas. Ese que Débora eligió para prestarme unos meses atrás. Imposible de reponer. Casciari me escribe: «Viajo en octubre, tengo un ejemplar en casa, si querés cuando voy te lo llevo». «Sí, quiero», contesto. «Y si lo necesitás con urgencia te lo mando por correo puerta a puerta a cambio del cuento que me debés». Touché. «No, tráelo en octubre, no hay apuro, pero por supuesto te escribo el cuento que te debo». «¿Fin de este mes?». «Fin del próximo», contesto y gano unos días. Los últimos días.

Le cuento el episodio a Débora. Le digo que se quede tranquila, que la revista la consigo, que el Gordi no se preocupe. La vida sigue, textos pendientes de escritura, viajes, lecturas urgentes, y una fecha pactada para mi entrega a Orsai. Empiezo a darle vueltas a ese cuento que voy a escribir, pronto, en estos días, pero no ya. Ahorita, como dicen los mexicanos. Me encuentro en el Tortoni a tomar un café con el escritor Javier Sinay. Hablamos de su último libro. Hablamos de otros libros. Hablamos de revistas. Me cuenta que a fin de año Orsai no saldrá más. La noticia me impacta. Si no hubiera sido por el hombre que tipea bajo la nieve, nunca habría salido una nota mía en la revista. «¿Qué hombre bajo la nieve?», me pregunta. Le cuento. «Pero ese es el cuento», me dice, «el del ejemplar número dos perdido». Me lo quedo pensando. «¿Sabés que sí…?», le digo finalmente. Y me alivio pero aún no escribo.

Arranca octubre. Escribe Casciari, «¿te habrás olvidado?». «No, no, este fin de semana lo tenés». Escribo a cuatro manos, sin parar, corrijo, agrego, quito. La crónica del ejemplar perdido de Orsai está lista. Este texto. Me acomodo en el sillón donde suelo sentarme cuando doy clases de escritura creativa, allí leo el borrador impreso de mi texto. Junto al sillón tengo una mesa auxiliar con los cuentos que van escribiendo mis alumnos a lo largo del año. Busco una lapicera en la mesa para hacer una marca sobre mi relato. Revuelvo un poco, no encuentro la lapicera a primera vista. Entre los textos de mis alumnos se asoma un papel de otro espesor, azul, celeste, negro, con manchas blancas. Lo tomo con cuidado, pero también con cierta indignación. Es. No hay dudas. El hombre sigue tipeando. La nieve no se derritió. Tengo en una mano mi texto y en la otra el ejemplar número dos de la primera temporada de Orsai. Dejo mi texto a un costado. Busco dentro de la revista al hombre que tipea. Lo encuentro en un relato de Hernán Casciari adaptado por Javier Olivares. Se me pone la piel de gallina. El relato cuenta una situación similar a la que intento contar en la novela que quiero escribir y no escribo. Todo tiene que ver con todo. Otros textos pendientes, lecturas urgentes, viajes. La protagonista es una mujer, no el hombre bajo la nieve. No puedo escribirla porque sé que va a doler mientras lo haga. Una novela que vengo posponiendo con más vehemencia que esta nota para Orsai. El de Casciari es un hombre que cree haber matado un niño, su sobrina, pero no, lo que atropelló es un tronco. Leo y cito. «Por suerte, casi siempre es un tronco y vivimos en paz. Pero todos sabemos, por debajo de la risa y del amor y del sexo y de las noches con amigos y de los libros y de los discos, que no siempre es un tronco. A veces es Finlandia». Porque en Finlandia, allí donde nieva hasta incluso dentro del propio escritorio, es donde el hombre se refugió a escribir mientras pensaba que había matado a un niño. Ahí también transcurrirá mi próxima novela, en ese lugar donde se escribe bajo la nieve. Otra Finlandia. No la de Casciari. Pero Finlandia al fin.

Primera certeza después de tanta búsqueda: mientras tipee mi próxima novela, nevará dentro de mi escritorio. Segunda certeza: el Gordi tendrá que acostumbrarse a ver su colección incompleta, este ejemplar de Orsai se queda conmigo.

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