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Aún no es el fin

Escribe
Fredric Brown
Ilustra
Lucas Nine
Dos exploradores de otro mundo llegan a la Tierra en busca de esclavos para salvar a su raza. Lo que encuentran desafía sus expectativas y define el destino de la humanidad.

Había un matiz de luz verde e infernal dentro del cubo metálico. La luz hacía que la piel pálida de la criatura sentada frente a los controles pareciera ligeramente verdosa.

Un único ojo, labrado en facetas, situado en el centro de la frente, observaba los siete diales sin parpadear. Desde que habían dejado Xandor, ese ojo jamás se había apartado de los diales. El sueño era algo desconocido para la raza a la que pertenecía Kar-388Y. La piedad también lo era. Una simple mirada a los rasgos incisivos y crueles que había debajo de aquel ojo habría probado eso.

Las agujas de los diales cuarto y séptimo se detuvieron. Eso significaba que el cubo se había detenido cerca de su objetivo inmediato. Kar extendió el brazo superior derecho y accionó el interruptor del estabilizador. Luego se levantó y estiró sus músculos entumecidos.

Kar giró hasta quedar de frente a su compañero del cubo, un ser igual a él.

—Llegamos —dijo—. La primera parada, estrella Z-5689. Tiene nueve planetas, pero solo el tercero es habitable. Ojalá acá haya criaturas que puedan ser buenos esclavos en Xandor.

Lal-16B, que había permanecido rígidamente inmóvil durante todo el viaje, también se levantó y se estiró.

—Esperemos que así sea, sí. Entonces podríamos regresar a Xandor y ser honrados mientras la flota viene a buscarlos. Pero tampoco nos hagamos demasiadas esperanzas: encontrar el éxito en la primera parada sería un milagro. Es probable que tengamos que mirar en mil lugares.

Kar se encogió de hombros.

—Entonces miraremos en mil lugares. Con los lounacs muriendo, necesitamos esclavos; si no, nuestras minas tendrán que cerrarse y nuestra raza se extinguirá.

Se sentó nuevamente frente a los controles y accionó un interruptor que activaba una pantalla para ver lo que había abajo. Y dijo:

—Estamos sobre el lado nocturno del tercer planeta. Hay una capa de nubes debajo de nosotros. Utilizaré los controles manuales a partir de aquí.

Comenzó a apretar botones. Unos minutos después, dijo:

—Mira la pantalla, Lal. Luces regularmente espaciadas… ¡Una ciudad! El planeta está habitado.

Lal había vuelto a su puesto en el otro panel, donde estaban los controles de lucha. Ahora él también estaba examinando los diales.

—No hay nada que temer. No hay ni rastros de un campo de fuerza alrededor de la ciudad. Los conocimientos científicos de la raza son rudimentarios. Podemos arrasar la ciudad de un solo golpe si nos atacan.

—Bien —dijo Kar—. Pero déjame recordarte que la destrucción no es nuestro propósito… aún. Queremos especímenes. Si resultan satisfactorios y la flota viene y recoge los miles que necesitamos como esclavos, entonces será el momento de destruir no solo la ciudad, sino el planeta entero. Para que su civilización no pueda progresar hasta el punto de ser capaces de tomar represalias.

Lal ajustó una perilla.

—Correcto. Activaré el campo megra y seremos invisible para ellos, salvo que puedan ver en la gama de los rayos ultravioleta, pero, por el espectro de su sol, dudo que puedan.

Mientras que el cubo descendía, la luz en su interior cambiaba del verde al violeta y más allá. Se detuvo suavemente. Kar manipuló el mecanismo que accionaba las compuertas. Salió de la nave, y Lal lo siguió.

—Mira —dijo Kar—, dos bípedos. Dos brazos, dos ojos… No muy diferentes de los lounacs, aunque son un poco más pequeños. Bien, aquí están nuestros especímenes.

Levantó su brazo inferior izquierdo, cuya mano de tres dedos sostenía una varilla delgada envuelta en alambre. Primero apuntó a una de las criaturas, luego a la otra. No se vio nada saliendo del extremo de la varilla, pero ambas se quedaron inmóviles al instante, como si fueran estatuas.

—No son grandes, Kar —dijo Lal—. Yo llevaré a uno, tú lleva al otro. Podemos estudiarlos mejor dentro del cubo, cuando estemos nuevamente en el espacio.

Kar miró a su alrededor, era todo penumbra.

—Correcto, dos son suficientes, y parece que uno es macho y el otro es hembra. Vámonos ya.

Un minuto después, el cubo estaba ascendiendo. Tan pronto como estuvieron fuera de la atmósfera, Kar accionó el interruptor del estabilizador y se unió a Lal, quien había comenzado a estudiar los especímenes durante el breve ascenso.

—Vivíparos —dijo Lal—. Manos de cinco dedos, capaces de realizar trabajos razonablemente delicados. Pero… pasemos al examen más importante: la inteligencia.

Kar tomó los examinadores mentales. Le dio un par a Lal, quien puso un auricular en su propia cabeza y el otro en la cabeza de uno de los especímenes. Kar hizo lo mismo con el otro espécimen.

Después de unos minutos, Kar y Lal se miraron desolados.

—Siete puntos por debajo del mínimo —dijo Kar—. No podrían ser entrenados ni siquiera para la labor más rudimentaria en las minas. Incapaces de comprender las instrucciones más simples. Bueno, los llevaremos al museo de Xandor.

—¿Debo destruir el planeta?

—No —dijo Kar—. Quizás dentro de un millón de años, si es que nuestra raza logra perdurar, ellos puedan haber evolucionado lo suficiente como para adaptarse a nuestros propósitos. Vayamos ahora a la siguiente estrella con planetas.

El editor del Milwaukee Star estaba en la sala de composición, supervisando el cierre de la página local. Jenkins, el maquetador jefe, ajustaba la penúltima columna con las regletas.

—Pete, en la octava columna entra una noticia más —dijo—. Son cerca de treinta y seis cíceros. Quedan dos, ¿cuál pongo?

El editor miró de reojo los tipos en las galeras, que descansaban sobre la piedra, junto al marco tipográfico. La práctica le permitía leer titulares al revés de un solo vistazo.

—La noticia de la convención y la del zoológico, ¿no? Bah, pon la de la convención. ¿A quién le importa que el director del zoológico crea que anoche desaparecieron dos monos del Monkey Island?

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