—1—
Me duele un huevo. El derecho. Es como si tuviese apoyado algo justo ahí, haciendo presión. No es un dolor insoportable pero si constante, permanente. Empezó hace tres días y no se va. Lo comenté con Bata, mi hermano.
—A mi me pasó varias veces —me dijo— una vez por tener sexo anal. Se me puso un huevo rojo. Tuve que hacerme baños de agua caliente en el bidet y ponerme un suspensor para caminar.
—¿Y el culo como te quedó?
—¿Que tiene que ver el culo?
—¿No me dijiste que fue por tener sexo anal?
No entendió.
—¿Tuviste sexo anal sin ponerte un forro? —le pregunté mientras el recalculaba
—Si, obvio, no podés embarazar a una piba si te la cogés por el culo, hermanito —me dijo el infeliz— ¿para que te vas a poner una goma?
—Bueno, para no agarrarte ninguna peste —le expliqué, didactico, cumpliendo mi rol de hermano mayor— y para que no se te infecte un huevo, se te ponga rojo y tengas que terminar con las bolas en el bidet y un suspensorio abajo del boxer.
—¡Eso me pasó a mi! ¿Estás con lo mismo? ¿Querés que te preste el suspensorio?
—Chau Bata.
Probé hablarlo con mi viejo y tampoco sirvió para nada. Lo llamé por teléfono, nos vemos poco, el y mamá viven a veinte cuadras de mi departamento pero nunca encuentro un motivo para visitarlos, o siempre tengo una buena excusa para no hacerlo.
—Que raro —dijo papá— a vos no deberían dolerte los huevos. Sos soltero y esos síntomas son de hombre casado.
Escucho de fondo un insulto y una amenaza de mi vieja por la humorada machista
—Bueno, quería saber si te había pasado y qué hiciste.
— Cada tanto me duelen pero no les doy bola. Igual si querés le tomo una muestra de saliva a tu madre y vemos si a partir del veneno podemos dar con la cura.
Otra puteada de mamá, esa vez mas cerca del teléfono, así que termino la comunicación antes de que me la pase.
—Chau viejo.
Me decidí y ayer fui a una guardia, me revisó un clinico, me dijo que para él no era nada pero que por las dudas me haga una ecografía y pida un turno con un urólogo.
—2—
—Si vos supieras, Bajo. Si Bata y vos supieran las cosas que me hacen Javi y Leo.
Fernando, el manager mas sufrido del planeta, y su eterna cantinela: llorarme a mi lo que sufre con la banda. Como si yo no fuera un integrante y como si los integrantes del grupo fuesen dos y no cuatro. Javier y Leonardo son los lideres, cantantes, guitarristas y principales compositores de Los Rápidos, la banda de rock que completamos Bata y yo. En realidad, Bata se llama Víctor y yo Adrián, pero todos nos identifican por lo que tocamos en el grupo. Así figuramos en el disco y así nos llaman nuestros compañeros en la sala, los fans en la calle y los periodistas en las notas. Así —incluso y de tan acostumbrados— nos llamamos entre nosotros. Siguiendo la logica de apodar por instrumento, Leo y Javi podrían ser “Guita” y “Viola”, y teniendo en cuenta lo que le gusta la plata al primero y la cantidad de denuncias por acoso y abuso que carga el segundo, los alias les quedarían pintados. Fernando es el manager del grupo, asistente, esclavo y vocero de sus lideres, aunque sus ingresos salen de lo que generamos entre todos. Empezó a trabajar con nosotros hace cuatro años, recién divorciado de una millonaria —hija del dueño de unos laboratorios importantes— que en la división de bienes le dejó una buena tajada. Fer estaba fascinado con las historias de noches y excesos que le contaban Leonardo y Javier, aunque el verdadero protagonista de las anécdotas mas memorables era Bata, mi hermano. Los tres trabajaban en los laboratorios del suegro de Fer, donde el futuro manager tenía un puesto administrativo que lo mataba de aburrimiento y los dos rockers —mejores amigos desde la escuela primaria— eran cadetes. Para Fernando, manejar una banda no era solo una oportunidad laboral, sino también la chance de vivir en primera persona las aventuras que los chicos le contaban los lunes por la mañana, cuando llegaban resacosos a trabajar. Nosotros habíamos armado el grupo un año antes, a partir de la relación que empezaron Bata, Leo y Javi en los transitados baños del desaparecido Único Bar. Mi hermano me invitó a participar y yo, que me dedicaba al diseño gráfico y había renunciado al rock al cumplir los 30 años —exactamente un lustro antes del convite— desempolvé mi bajo y me di una nueva chance. Lo cierto es que Fer hizo una inversiÓn importante de dinero, se puso la historia al hombro y trabajó de manera incansable para que la banda crezca. Pero en este momento no tengo memoria, solo ganas de putearlo…
—Me importa un carajo, en esta perdemos nosotros dos.
Y perdemos —Bata y yo— porque Leonardo y Javier decidieron reducir nuestro porcentaje de ganancias para subir el suyo. Hasta ahora, desde que entró Fer, la guita —poca, maso o mucha, según el caso— se repartió en cinco partes iguales, el veinte por ciento para el manager y el veinte para cada uno de los cuatro músicos. Pero ahora…
—Insitieron para que yo siga recibiendo lo mismo, pero quieren el sesenta por ciento de la ganancia para ellos dos —dijo Fernando hace un minuto, sin que se le caiga la cara de verguenza después de usar el pretérito perfecto simple “insistieron” en su descargo—, asi que se van a tener que ajustar ustedes o los chicos desarman todo y se cortan solos.
Su plata —que es mucha— no está amenazada, entonces el manager quiere mantener la paz, la calma y —sobre todo— el negocio funcionando.
—El diez por ciento para cada uno sigue siendo un montón de guita —dice con tono complice mientras me rodea los hombros con su brazo— tragate el orgullo y pensalo bien.
—Quiero el doce
Me mira sorprendido sin dejar de abrazarme.
—Quiero el doce por ciento para mÍ y que Bata se quede con el ocho.
Ahora sÍ me suelta, se apoya en la barra y le pide un whisky al barman.
—Bueno, háblenlo entre ustedes, son hermanos —dice sin mirarme.
Correcto, Bata es mi hermano menor, y sí, quiero cagarme en él como los lideres del grupo se cagan a mí. No tan distintos.
—No, hacete cargo, ni Leo ni Javi están hablando conmigo, te mandaron a vos. Ahora te mando yo.
Hoy Fernando cumple 48 años y estamos en la barra de Buscemi, el bar de Palermo que el manager eligió para celebrarlos. De los veinte invitados que se agrupan en un rincón del salon, la mayoría tiene entre 45 y 55 años. Todos peleando —y perdiendo, porque es inevitable— contra el paso del tiempo. Hombres panzones, con entretejidos en la cabeza, tatuajes en los brazos, anteojos con marcos de colores y camisas de lino que se les pegan al cuerpo, y mujeres vestidas con la ropa de sus hijas y rejuvenecidas a fuerza de tintura, extenciones, botox y… ¡ortodoncia!
“Los tipos se calientan con los brackets”, escucho que una invitada le dice a otra mientras se señala la boca. Y yo intento descifrar que clase de hombre, además de un pederasta, puede sentirse atraído por los aparatos dentales. Separadas del resto, hay cuatro veinteañeras que permanecen ajenas a las conversaciones pero atentas a los movimientos de los otros invitados —sobre todo los que conducen a los baños— porque a estas horas la nariz les empieza a picar cantidad.
—¿Vienen los chicos? — así, con una pregunta, me respondió Fer cuando lo saludé con el “feliz cumpleaños” de rigor.
—Bata me dijo que si —le contesté— hablé con el hace un rato. Los otros dos no se.
—Ok —me dijo ocultar su decepción— después tengo que comentarte algo.
Una hora mas tarde, cuando parecía que nadie mas se sumaría a su celebración, Fernando me hizo una seña para que nos separemos del grupo y vayamos a pedir algo a la barra. Para mí fue un alivio levantarme, porque el huevo me duele mas cuando estoy sentado. Con el barman de testigo, Fer me contó sobre la decisión de mis compañeros y el impacto que eso tendría en mi economía. Lo hizo por despecho, por el dolor que le causaron las ausencias de Javi y Leo.
—¿A vos te parece? Yo hago todo por la banda y ellos no son capaces de venir a mi cumpleaños.
—Ya se Fer —le digo— son unos hijos de puta
—Eh, tampoco para tanto, che… ¿a vos qué te hicieron?
Me siento en una comedia surrealista.
—¡Me sacan la mitad de lo que gano y se lo quedan ellos, me lo acabás de decir vos!
No me escucha y sigue lamentandose en voz alta.
— Yo los quiero como hijos y así me pagan. Si vos supieras, Bajo, si Bata y vos supieran.
Me pregunto cuándo me habría enterado de la mala nueva si los guitarristas del grupo se hubiesen dignado a aparecer por Buscemi. Quizás al dia siguiente, cuando nos juntemos a armar las canciones para el proximo disco. La idea es estar tres semanas en la sala ensayando, una en el estudio grabando y después salir a tocar.
Cuando la noche parece terminada, se escucha una frenada en la calle y treinta segundos después se abre la puerta del bar y entra Bata. Del sector donde está nuestro grupo se escucha una exclamación de jubilo. Mi hermano —flaco, alto y desgarbado, con sus rulos largos y su cara cortada a cuchillo— está acelerado, como siempre. Después de darme una palmadita en la bragueta con el reverso de la mano, me pregunta por mis genitales y vacía de un trago el vaso que estoy tomando. Después manotea el whisky de Fer y repite el movimiento. Mas aliviado, le da un beso al manager, lo felicita por su natalicio y encara para el baño seguido por las veinteañeras invitadas a la fiesta, que explotaron de alegría apenas lo vieron entrar.
—En quince minutos sale —le digo a Fernando mientras le palmeo un hombro para despedirme— invitale unos tragos, ya que vos seguís cobrando lo mismo, y decile que a partir de ahora le toca el ocho por ciento. Va a estar todo bien.
—3—
—Lo voy a repetir aunque ya te lo dije mil quinientas veces: si tiene 18 años y un día pueden filmar una porno y subirla a Facebook; si tiene 17, once meses y tres semanas no pueden ni darse un beso.
—¿Una porno en Facebook? No se puede subir pornografía a Facebook. Algún boludo te va a denunciar.
—¡Olvidate de Facebook! No te cojas menores porque vas a ir preso. Y tampoco las traigas a tu casa a tomar merca.
Pasé a buscar a Bata y atrás suyo salieron las cuatro chicas que estaban anoche en la fiesta y que lo siguieron al baño cuando llegó. Me di cuenta de que erré cuando calculé sus edades en Buscemi. Con la luz del sol y los maquillajes gastados, es evidente que ninguna llega a las dos décadas. Salieron duras como una tapia, igual que mi hermano, y se quisieron subir al taxi con nostros. El tachero se volvió loco por el nunero de pasajeros, las eché a ellas, lo metí a el y arrancamos.
—Se te llega a dar vuelta una pendeja de estas y estás en el horno.
—¿Qué querés que haga? ¿Qué les pida los documentos?
— ¡Obvio que tenés que pedirles los documentos! —le grito— ¿y no te podías rescatar al menos la noche anterior a empezar a ensayar?
—No me rompas los huevos, Bajo, somos una banda de punk rock, no la Filarmónica de Berlín. Toco la misma mierda en todas las canciones, ¿o todavía no te diste cuenta?
Bata no se la cree pero es un tremendo baterista —el mejor músico de Los Rápidos por afano— y, si bien es cierto que somos un grupo punk, el nos da un groove que los demás no tienen. Yo tocando soy discreto, compongo poquito y tengo quince años mas que los otros tres. Mi edad no viene al caso. Leo y Javi hacen lindas canciones, tocan mas o menos y cantan regular, pero ¿a quien le importa? Los dos son jóvenes, lindos y —según las revistas del corazón, que desde hace tiempo nos prestan mas atención que las de música— han tenido amoríos con todas las actrices de las novelas del prime time. Mientras los lideres del grupo se cogían a todo Buenos Aires, mi hermano se enamoró de la cocaína, y sus relaciones con humanos duran lo que dura la bolsa. Su vida personal es un caos, pero en la banda es la pieza clave, aunque el asuma un papel secundario y soporte, entre otras cosas, cobrar solo el ocho por ciento de las ganancias del grupo
— Vos componés, así que me parece bien que ganes un poco mas que yo —me dice mientras yo siento que se me derrite la cara de vergüenza—, los temas que metiste en el disco están buenísimos.
El primer CD de los Rápidos, que bancó Fernando y salió hace tres años, fue una producción de Bata aunque el grupo entero asumi+o el crédito. Tiene catorce canciones, yo presenté diez y entraron dos, las otras doce las firmaron —como dupla— Leo y Javi, “los Lennon y McCartney del punk argento”, como le dijo Leo a un periodista de la revista Rolling Stone sin ponerse colorado. Pese a tener un repertorio corto, mis dos aportes desaparecieron del setlist, y fueron reemplazados por “In the city”, de The Jam, y “Que ironía”, del Potro Rodrigo. Una de cal y una de arena, una para ser creíbles y otra para “salir del ghetto del rock”, como le aseguró Javi a un conductor de La 100. Nos va muy bien, en poco tiempo pasamos de tocar para doscientas personas en el Hogar San Martin a hacer viernes, sábado y domingo en lugares para mil. Aquel primer disco se grabó en una semana, después de estar tres en la sala puliendo las canciones, y ahora pensé que sería igual, pero Fernando me llamó hace un par de horas para decirme que nos veíamos directamente en el estudio.
Cuando llegamos, el manager está esperando en la vereda, fumando nervioso.
—¡Por fin se dignaron a llegar los hermanitos! —exclama mientras nos abre la puerta del taxi— vamos un minuto al bar de la esquina y les cuento las novedades.
“Las novedades” son que el disco ya está hecho, que las canciones están escritas y que las trabajaron Leo y Javi junto al productor Archy Gucci, un tipo que se hizo rico laburando con solistas de pop latino y bandas armadas en programas de televisión.
—Ni los chicos ni Archy quieren nuevos temas, ni cambios, ni arreglos —nos dice Fernando— está todo hecho.
Gucci asumió hace poco como Director Artístico de Rock Culture, el sello discográfico mas importante del país, y Los Rápidos firmaron —firmamos— un contrato 360 con él. La compañía se va a encargar de todo lo que tiene que ver con el grupo, y esto incluye no solo los discos, sino también el merchandising y los shows.
— Se acabaron los recitales para treinta tipos en pueblos de mierda —dice Fer— a partir de ahora no tocamos para menos de quinientas personas.
La operación —de la que Bata y yo nos estamos enterando ahora— incluyó un gran adelanto de dinero, y Javi y Leo se obnubilaron. Sin cuestionarse lo que iban a ganar ellos, consideraron que lo que nos tocaba a nosotros era demasiado y decidieron cambiar el reparto.
Hoy mismo les transfiero lo que le tocó a cada uno por la firma y el adelanto del disco —dice Fer mientras nos apura para salir del bar— ahora vamos que los están esperando.
Una hora después estamos grabando…
—Tocá simple —le dice Archy Gucci a Bata.
Traducción: “No te luzcas”.
En el estudio encontramos a Leonardo y Javier, nos presentaron a Gucci y el productor apretó play sin darnos tiempo siquiera a sentarnos. Las diez canciones del nuevo disco —en su versión despojada, demeadas solo por ellos tres— tienen una clarísima influencia: Green Day. Una mitad es pop punk, reversiones de “Basket Case”, y la otra son baladas, meros plagios de “Good Riddance”.
—Queremos que las bases sean bien elementales, sin ningún tipo de floritura —dijo Leo mientras escuchábamos los demos— ¿pueden empezar ahora mismo?
Traducción: “Háganlo rápido, no nos opaquen y váyanse de una puta vez”.
Imaginaba que nos íbamos a encontrar con quince o veinte canciones, y que por eso Leo y Javi no querían mas. Con diez temas el disco va a durar menos de media hora y yo tengo otras diez escritas que podría mostrarles. Pero no estoy fuerte como para soportar rechazos y Fer fue muy claro en el bar, así que le hago un gesto con la cabeza a Bata para no oponer resistencia, nos calzamos los auriculares y arrancamos. Al principio, Bata intenta ponerle un poco de su impronta a los temas, pero el productor lo baja de un hondazo cuando vuelve a reclamarle “simpleza”. Nos sacamos las canciones de encima, y en dos horas tenemos las diez bases grabadas y al productor y los líderes contentos.
Cuando estamos terminando llega Melina, la novia de Leonardo. Meli es youtuber, twittera, standupera y conduce un programa de radio, “Se va a caer”. Para vestirse combina naranja, violeta y verde —nada mas— y se ufana de ser referente del feminismo local, sobre todo para los (“les”, dice ella) adolescentes. En sus posteos recomienda no salir con músicos de rock, por ser frívolos y machistas, y justifica su relación con Leo con un argumento tan absurdo como egocéntrico: “los dos somos famosos, nadie se siente menos en esta pareja”. Hoy está emocionada por haber alcanzado el millón de seguidores en Instagram y habla a los gritos y con una sonrisa de oreja a oreja que se contrae cuando entra al estudio una morocha guapísima con una Nikon colgando del cuello.
— ¿Quien es la puta esta? —pregunta Melina.
Sororidad, te mando un abrazo.
— Es Julieta, la fotógrafa de Rock Culture —responde Fernando— va a hacer unas pics durante la grabación, para el packaging del CD.
Meli fulmina a Leo con la mirada y Javier se acerca a la recién llegada para empezar con el pavoneo. Javi es un ave rapaz con las mujeres, y debe ser por esa promiscuidad evidente que jamás se le conoció una novia. Pensándolo bien, ni novia ni nada, nunca lo vi irse con nadie de ningún lado. El pibe es una maquina de boicotearse, incluso con mujeres que obviamente quieren ligar con el. Esas mismas chicas que lo miran embelesadas cuando aparece, huyen despavoridas después de cinco minutos de charla. Estoy seguro de que si se quedara callado e inmóvil tendría más éxito, pero su estilo agresivo no solo lo hace acumular derrotas en sus flirteos, sino también denuncias en internet. Los testimonios —anónimos— son muchos y parecidos entre si, siempre con la misma linea de tiempo: “tomamos, fumamos, me dormí, amanecí desnuda en su cama, me echó a la calle”. Poco para la justicia pero suficiente para la opinion pública, que ya lo tachó de varias cosas, aunque los —y acá están incluidas “las”— fans del grupo descreen de los testimonios y lo defienden en los foros pese a no conocer los echos, ni a las denunciantes ni —realmente— al propio Javier. Me doy cuenta de que su plan de acercamiento empieza a naufragar, porque la fotógrafa no le presta la menor atención y, en cambio, mira hacia donde estamos parados con mi hermano. Igual no pienso iniciar un enfrentamiento de macho alfa con Javi y me limito a preguntar si nos necesitan para algo mas.
—Nada chicos —dice Fer— en algún momento los vamos a citar en el estudio de Juli para hacer unas fotos individuales.
—¿Y el disco? —pregunta Bata
—Lo suyo ya está —interviene Gucci—, cuando esté por salir los llamamos para organizar la prensa y la gira.
Melina pregunta si hay cerveza y, ante la negativa, se cuelga el bolso y sale para comprar unas latas. Un segundo después de cerrarse la puerta, Leo y Javi se van juntos al baño. Bata camina hasta el fondo del estudio, quita una tela y descubre un piano de cola blanco que yo no había visto hasta entonces. Le pregunta a Archy si van a usarlo en el disco y suelta una carcajada después de que el productor asiente con la cabeza.
—4—
Una semana después de grabar las bases, lo poco que se del nuevo disco es lo que cuentan en twitter Leonardo y Javier. Dicen que es “un trabajo mas maduro”, que su dupla compositiva está “mas afilada que nunca” y que los invitados que pasan por el estudio —un instagramer devenido en cantante de trap, una ex boxeadora y dos youtubers— “colaboran para darle matices la propuesta”. Ni Fernando —el manager— ni Archy —el productor— volvieron a comunicarse conmigo, pero si me llamó fue Julieta, la fotografa de la discografica, para que pase por su casa. Esta mañana, después de ocho horas de sueño reparador, duchado y con dos vasos grandes de Starbucks en la mano, me presento obediente a la hora combinada. Julieta abre la puerta y se sorprende con el detalle
—Bueno, sos el último en venir, todavía no dijiste una palabra y ya sos el que mejor me cae — dice mientras agarra uno de los cafés.
Está preciosa, aún mas linda de lo que la recordaba, con su pelo negro shaggy, decalza, vestida con una camisa blanca y una pollera corta de jean.
— ¿Los otros se portaron mal? —le pregunto con muchisima intención.
— Nah, tu hermano es un divino —responde— pero vino re duro, a las nueve de la mañana, sin dormir, con dos pendejas que no paraban de hablar. Se la pasaron caminando en circulos, revisando todo y me dejaron sin cerveza. Le pedí que se quedaran quieto cinco minutos para poder hacer las fotos y después los eché.
— ¿Y los kapangas?
Me arrepiento del tono de mi pregunta. Por resentido y porque se que un tipo que critica a sus compañeros ante desconocidos no resulta atractivo para nadie.. Ella no puede evitar sonreír, aunque no logro distinguir si eso significa que me acompaña en la amargura o que le parezco un bocón.
—Leo vino con la novia —me cuenta—, el casi ni habló pero ella se la pasó dando ordenes. Terminamos y quiso ver todas las fotos y seleccionar, así que las pasé a su computadora y les dije que eligieran en su casa.
—¿Y Javier?
—Javi me quiere garchar, asi que con el fue mas complicado… ¿Empezamos?
Uno, dos, tres clics…
—Te voy a ser honesta —dice Julieta— no van a usar mas de una foto tuya. Con el famoseo que están metiendo en el estudio, el arte del disco va a ser un monumento al choluleo.
Tira un par de fotos mas y conecta la cámara a su laptop.
—Vení, acercate —me invita— elijamos juntos.
Se aparta y deja que me apoye en la mesa donde está la computadora. Tengo una mano a cada lado de la Mac y acerco la cara a la pantalla para ver las miniaturas. Julieta se rie.
—Usá el cursor para abrir las pics, hombre de las cavernas —se burla, y en un movimiento rapido se para entre la mesa y yo— ¿vos no te diste cuenta que en el estudio te miraba fijo? —me pregunta mirándome directo a los ojos, a tres centímetros su cara de la mia.
—Sí, bueno, vi que mirabas para mi lado, pero pensé que estabas interesada en mi hermano —respondo un poco avasallado por el lance directo
—Bue, también es lindo —se rie, y en otro movimiento rápido se gira y me da la espalda.
Ahora estamos pegados, los dos mirando hacia la misma dirección, ella ve el monitor y yo su nuca. Hundo la nariz en su pelo mientras ella empieza a mover la cadera en círculos. No siento ningún dolor e intento concentrarme solo en lo que está pasando. Julieta se pone rígida y yo presiono mi pelvis contra su culo. Apoya las dos manos en la mesa, no deja de moverse y siento que la pija me va a explotar. Le desabrocho la camisa y agarro sus tetas. Me empuja hacia atras y, cuando creo que quiere zafarse, me doy cuenta de que busca espacio. Se queda apoyada con una sola mano y, mientras gira la cabeza y me besa, con la otra me desabrocha el pantalón. Yo suelto una teta, le corro la bombacha y la penetro. Me agarro de su cintura y la cojo con fuerza, mientras ella se aferra a la mesa con una mano y con la otra vuelve a tocar el cursor de la computadora.
—Hasta que no elijas una no podés salir —dice mientras va ampliando las fotos una a una
Me odio cuando dos minutos después ya no puedo contenerme…
—¡Esa! —grito— ¡Cualquiera!
Julieta me empuja hacia atrás, gira, se pone de rodillas y recibe mi descarga en su boca. Después yo retrocedo y me desparramo en un sofá. En ese momento vuelve el dolor. Es bastante intenso, pero agradezco que no haya aparecido hasta ahora.
—Tengo que ponerme a laburar —me dice Julieta mientras se abrocha los botones de la camisa— después te mando la foto que elegiste y algunas más por mail.
Y yo, que había fantaseado con Netflix, delivery y —si el huevo no jodía— otro round de amor, me levanto, paso por el baño y salgo a la calle. Todo en dos minutos y sin intercambiar mas que un “chau” y un beso en la mejilla con la dueña de casa
—5—
—Adrián González —lee en su monitor el Dr Alejandro Vitale.
—Correcto.
—¿A qué te dedicás Adrián? — pregunta sin mirarme
El dolor siguió. No aumentó pero se mantuvo constante. El urólogo es un pibe de cuarenta y pocos que hoy llegó tarde a su consulta y me tuvo dos horas en la sala de espera. No tuve coraje para enojarme y mandarme a mudar, quiero saber que tengo.
—Soy músico, toco el bajo en una banda de rock.
—¿Algo que conozca?
—No sé —respondo impaciente— si conocés algo nos conocés, y si no, es que no tenés ni puta idea.
Deja de revisar el resultado de la ecografía y me mira —mal— por sobre el marco de sus anteojos.
—Los Rápidos, un grupo de punk rock —me apuro en informarlo, cuando recuerdo que este tipo va a tener, literalmente, mis huevos en sus manos.
—¿Vos sos Bajo? —se sorprende— ¡Me gusta tu grupo! —me sorprende— ¿Que te anda pasando?
—Me duele un huevo.
—A ver, mostrame.
Me revisa con cuidado, sin producirme ningún dolor extra, y escribe órdenes para una nueva ecografía y una tomografía, todo mientras canturrea “Tu hermana”, una canción del primer disco de Los Rápidos. “No puedo pensar en nada, que no sean las tetas y el culo de tu hermana, la voy a vestir de colegiala, ya no va a volver al cole y se va a mudar a mi cama”, dice la onanista letra que escribió Javier y que suena aun mas bizarra en boca del Doctor Vitale.
—6—
—¿Cuál va a ser la estrategia comercial? —pregunta Leonardo, mas preocupado por como se va a vender que por lo que se está vendiendo.
Leo tenía 20 años cuando empezamos con la banda. Venía de integrar otros grupos, con poca o nula repercusión, aunque en Palermo ya era una estrella. Favorito de hombres y mujeres, mejor amigo de todos y amante ocasional de todas, era el Presidente de Honduras —de Scalabrini Ortiz a Dorrego—, siempre acompañado de Javier, su amigo de toda la vida. Por entonces, Javi ya tenía una personalidad errática y conflictiva, siempre al borde de la agresión y el acoso. Leo, en cambio, era amable y simpático, preocupado por el entorno y porque su amigo no molestara de mas o terminara cagado a trompadas. Después de publicar el primer disco con Los Rápidos, la fama de Leo explotó, al menos en su patria chica, su personalidad afable sufrió un cambio rotundo y se volvió cínico y terriblemente desconfiado Por esos días conoció a Melina, quien venía labrándose una reputación en las redes como vocera autodesignada de un sector de la juventud que comenzaba a identificarse con causas progresistas. Melina, seis años mayor que Leo, fue una influencia decisiva para el, que cayó rendido ante la inteligencia y el coraje que veía en ella. Sin embargo, la intimidad de la pareja se parece mas a una amistad sólida, o —incluso— a una sociedad, antes que a un romance. Leo siempre fue un sexopata total, y se encontró, a los 22 años, en una relación seria con una chica que de tanto abrazar causas nobles se olvidaba de abrazarlo a el. Entonces, mientras ella dedica su día a sumar favs y likes, subiendo proclamas a las redes para un publico cautivo —los que la contradicen son inmediatamente bloqueados—, el pone su libido en acumular dinero. La obsesión de Leo por la guita se fue agravando con el tiempo, y su paranoia lo llevó a convertirse en un auditor permanente para Fernando, a quien le cuestiona todos los gastos de la banda, incluso los que son imprescindibles.
—La principal estrategia es poner como “anuncios” los videoclips en YouTube —le cuenta Archy Gucci a Leonardo
—¿Qué videoclips? —digo yo, pero nadie me escucha.
—¿Cómo funciona? —indaga Javier
—¿Vieron los videos de YouTube? —pregunta Archy sin esperar respuesta— antes de que arranquen tienen una publicidad, ¿no?
Javi y Leo asienten
—Bueno, nosotros vamos a meter los videoclips que armamos durante la grabación como anuncios antes de los clips de otros artistas —explica el productor— y la gente que entre a YouTube para escuchar otra cosa va a toparse con Los Rápidos y tendrá la posiblidad de ver y escuchar un tema entero o cortarlo, como cualquier otro anuncio, pero si o si va a tener que fumarse quince segundos del clip.
—“Fumarse” —recalco yo
—Bueno, no seas tan sensible —me dice Fernando— es una estrategia buenisima: van a estar los clips de Los Rapidos antes de cualquier otro. Puede ser uno de Metallica o uno de Maluma, da igual. Eso nos va a sumar público de distintos palos.
—Claro, y si el pibe que puso Metallica o Maluma se fue a bañar, entre canción y canción de su grupo favorito va a tener que “fumarse” un tema entero de Los Rapidos—se burla Bata, que hasta simula las comillas con sus dedos.
—¡Exacto! —exclama Fer sin darse cuenta de que mi hermano está siendo irónico. Mira a Bata sonriendo y este le devuelve una mueca de reproche.
Estamos en una parrilla de Palermo, celebrando a cuenta de la compañia el final de la grabación del nuevo disco. El boliche esta bien puesto pero no es nada del otro mundo, los presupuestos de la industria discografica ya no son lo que eran. Sentados a una mesa redonda, de un lado, muy juntos, están Javier y Leonardo, del otro, Bata y yo, y entre ellos y nosotros, enfrentados, Archy y Fernando. Nada es casualidad.
—¿Y en los medios tradicionales? —pregunta Leo
—Tapa en Rolling Stone y en los suplementos de espectáculos de los principales diarios, y altísima rotación en La 100 —se entusiasma Fernando.
—Ah, el método “Roma” —dice Bata.
Archy y Fer lo miran curiosos.
— Claro —explica mi hermano— “repetición enferma y tarasca atrás”.
— ¿Tenes alguna estrategia mejor? —lo apura Gucci.
— Sí, la de siempre —responde Bata— subirnos a mi camioneta y hacer treinta recitales en un mes, por todo el país. Les damos notas a los medios locales y vendemos remeras y discos en los shows. ¿O pensás que llegamos a donde llegamos porque nos fogoneó Santiago del Moro?
Sin esperar respuesta, Bata mira a Leo y Javi, que desde hace un rato tienen las manos abajo de la mesa, juegan entre ellos y se ríen.
— ¿Ustedes que hacen ahí, che? —pregunta— se están pasando un papel desde hace una hora pero no van al biorsi a tomar, hijos de puta. Voy a tener que gastar de la mía.
Leo y Javi dejan los que estaban haciendo y las cuatro manos aparecen sobre el mantel, Bata encara para el baño y Fernando se inclina para hablarme al oído.
—Tu hermano esta al limite —me dice— hacé que se calme.
—No hizo nada, Fer.
—¿Como “nada”? Pidió el plato mas caro de la carta y ni lo tocó, se tomó tres botellas de vino el solo, habla de merca a los gritos en la mesa, torea a los lideres del grupo y se burla de todo lo que decimos Archy y yo.
Bata sale del baño y después del restaurante sin pasar por la mesa para despedirse, Archy les pregunta a Leo y Javi si quieren algo mas y, ante la negativa, pide la cuenta
—7—
—¿En qué estás pensando? —pregunta Julieta.
—En nada.
—¿Estás pensando si tenes algo grave?
—No.
—¿Estas pensando si me cojo a todos los músicos que vienen acá?
—No… bueno, si, eso aveces lo pienso, pero no ahora.
Se acerca bailando, me agarra de frente, por la cintura, y pone su cara cerca de la mía.
—Ya se chiquitín… estas pensando en como te perdiste esta música todos estos años.
—Sí.
Y entonces me besa.
Fui a hacerme los estudios. La nueva ecografía estuvo en diez minutos, pero para los resultados de la tomografía voy a tener que esperar tres días. Cuando salí de la clínica llamé a Juli y le caí en la casa con una pizza y dos six pack de Corona. Abrió, entré, le conté de donde venía y ella, lejos de dramatizar, empezó a hacer chistes mientras comíamos en la cocina.
—Si te morís, en tu funeral, voy a poner una canción de Cruzando el Charco y le voy a decir a la gente que era tu banda favorita.
—Hija de puta.
—Podrías grabar un mensaje y subirlo a youtube, como hizo Adam Yauch… Te apuesto lo que quieras a que lo subís hoy y el día de tu muerte no llegaste a las mil views.
—¿Quien es Adam Yauch? —pregunté.
— El de los Beastie Boys que murió —respondió.
— Nunca le di bola a los Beastie Boys —dije con suficiencia.
Y ella me miró con desprecio.
— Limpiate las manos, abrí dos cervezas y seguime —ordenó
Volvimos al living, la habitacion mas grande, donde hicimos las fotos y cogimos la primera vez que estuve aca. Juli caminó hacia un extremo y lo que yo creí que era una pared cubierta por una tela azul en realidad era una cortina. La corrió y apareció la otra parte del cuarto, un poco mas chica, con un sofa, dos bafles —que suman cuatro con los dos que están en la otra mitad del living—, una especie de estación de disc jockey con dos bandejas, dos compacteras y una laptop, y un mueble con —a ojo— dos mil quinientos vinilos. Casi me caigo de orto.
—¿Por que tenes esto escondido?
—Porque los boludos que vienen siempre quieren toquetear, justo como vos estás haciendo ahora
Los vi y no pude contenerme. Fui pasando los elepés, sacando, abriendo, mirando. Es un vicio.
Juli buscó en el extremo izquierdo del mueble y sacó un disco. Se quedó con el vinilo y me pasó la carpeta. La portada era una imagen de ciudad, una esquina sucia con carteles oxidados: “BAR RESTAURANT”, “BEN’ S SHOES”, “LEE’S SPORTWEAR”, “PAUL’S BOUTIQUE”.
—Esto hacían Adam Yauch y sus amigos hace treinta años —me dijo mientras apoyaba la pua.
Juli se acomodó en el puesto de DJ y, luego de hacerme escuchar entero el segundo disco de Beastie Boys, fue intercalando vinilos. Yo duré cinco minutos sentado en el sillón y después me dediqué a elegir por la tapa discos que no conocía, y a ir y venir de la heladera con cervezas. Siempre bailando. Liquid Liquid, LCD Soundsystem, Radio 4, Kasabian, The Rapture, The Slits. Mas nuevo o mas viejo, mas rock, mas pop o mas punk, todo bailable ¡y esos ritmos! Bata se volvería loco.
—Viste que hay vida mas allá de los Ramones, corazón —se burla Julieta después de besarme—. Y no, boludazo, no me cojo a todos los musicos que vienen acá… solo a los que me gustan.
—8—
La foto de tapa del primer disco de Los Rapidos la sacó Fernando en Salta. Estabamos de gira por el norte, viajando en la Volkswagen de Bata y tocando donde podíamos. En todos los pueblos teníamos un contacto que nos dejaba dormir en su casa y nos prestaba la ducha. Hacíamos notas en las radios y diarios locales, tocábamos, dormíamos y seguíamos viaje. En la imagen aparecemos los cuatro integrantes del grupo, en un gomón, haciendo rafting. Leo y Javi adelante, Bata y yo atrás, todos con la cara desencajada mientras bajabamos por un rio caudaloso y lleno de saltos. La noche anterior habíamos tocado en Cafayate, para veinte pibes que, despues del recital, nos invitaron a un bar a comer empanadas y tomar unos vinos riquísismos. Al día siguiente hicimos una excursion mas tipica de un viaje de egresados que de una gira de rock, bajamos el río, sacamos la foto y terminamos los cuatro vomitando por la borda. Esa también fue una foto y quedó en la contratapa. En la portada de “Juntos” —nuestro nuevo disco— aparecen solo Javi y Leo, en una imagen muy similar a la de Carl Barat y Pete Doherty en el segundo de los Libertines, solo que nuestros líderes aparecen abrazados y sonriendo en lugar de buscándose una vena.
Hoy es la presentación en sociedad del nuevo cedé y estamos en el camarín de La Trastienda esperando para dar la conferencia de prensa. . Sin dar detalles sobre mis dolencias, cuento la anécdota con el médico—fan y mi relato provoca una tensión inesperada.
—No tienen que tocar mas esa porquería —se enoja Melina, la novia de Leonardo, cuando les describo como el Doctor Vitale se sabía completa la letra de “Tu hermana”— es la canción mas misógina y cosificante del mundo. Pensé que ya la habían sacado de la lista —barre el lugar con una mirada asesina hasta dar con los ojos de su novio— ¡Leonardo!
Todos miramos a Leo, que se pasa una mano por la cara como para despabilarse. Lleva un pañuelo verde en la muñeca y mas arriba, en el antebrazo, un tatuaje nuevo con la cara de Soledad Rosas.
—Sí, bueno —se ataja— iba a hablar de eso con Javi, la letra es suya. Yo pensé que podíamos cambiar “tetas” y “culo” por “ojos” y “boca” y sacar las referencias a que la piba es menor.
—¿Y por qué mejor no la hacemos instrumental? —interviene Javier, ofuscado.
—Es buena idea, Javi —dice Melina sin captar la ironía— la música es re linda.
Entra Fernando y nos avisa que en dos minutos tenemos que salir. Meli levanta su bolso y sale primera. Desde que vio a Julieta revoloteando por el estudio, descubrió una vocación oculta y ahora también es fotógrafa. Se adelanta para estar en un lugar de privilegio y, apenas cierra la puerta, Leo y Javi cruzan una mirada, se levantan a la vez y se encierran en el baño.
—Chicos —nos dice Fer a Bata y a mi— vamos a dejar que sean ellos dos los que contesten las preguntas ¿Ok? Salvo que los miren para que completen alguna idea traten de mantenerse en silencio, así sale todo mas prolijo.
Cuando los guitarristas vuelven estamos listos. Subimos las escaleras y recibimos los aplausos y vítores de los presentes con sonrisas de banda feliz. Saludamos y nos sentamos en linea, con la tapa del disco proyectada a nuestras espaldas y la prensa y los invitados enfrente. Cagándose olímpicamente en lo que nos había pedido Fernando, Bata responde primero…
—El disco se llama “Juntos”, como el viejo eslogan de Telefé —dice uno de esos periodistas que, en lugar de poner signos de pregunta, deja puntos suspensivos.
—Sí, la diferencia es que Telefé tiene pelotas —escupe mi hermano, y Fer se agarra la cabeza.
Rápido de reflejos, Archy Gucci manda a su tropa a repartir bolsitas con souvenires de Rock Culture entre los periodistas y toma el micrófono.
—Señores, vamos a dejar que hable la música y “Juntos” se defienda por si mismo —dice, y hace una seña para que alguien de un play salvador.
Se apagan las luces y en la pantalla comienza un video de treinta minutos con las diez canciones del disco ilustradas con imágenes —foto y video— que Julieta registró durante la grabación. Bata y yo, que estuvimos solo una tarde en el estudio, prácticamente no aparecemos, y tampoco estamos presentes en La Trastienda una vez que la proyección termina y vuelven a encenderse las luces para continuar con la conferencia de prensa.
Dos horas mas tarde, por teléfono, Fernando comunica la mala noticia.
—Tu hermano está afuera del grupo —me informa.
—No pueden echarlo —respondo convencido.
— Si, y a vos también, así que no hagas bardo —amenaza— la banda es una empresa registrada y está a nombre de Javier y Leonardo.
— ¿Eh? El grupo lo armamos juntos —vuelvo a responder, aunque ahora no estoy seguro de nada— siempre fuimos los mismos cuatro boludos.
—No, siempre fueron dos boludos y dos vivos —ironiza Fer— y un día los dos vivos fueron a registrar el nombre y abrieron la empresa. Esto fue antes de que yo entre, así que no te la agarres conmigo.
Un minuto de silencio mientras le doy golpes a la mesa con la mano abierta. Se que lo que dice es verdad, y me quema la cabeza ser tan pelotudo y que dos pibes quince años mas jóvenes me hayan pasado por encima
—¿Como nos vamos a dividir el ocho por ciento de Bata? —pregunto por preguntar algo y para fingir cierta dureza, mientras me miro la palma colorada
—De eso te iba a hablar —dice Fernando, y por primera vez en esta charla cambia el tono— los chicos quieren que empieces a cobrar un fijo.
—¿Qué? —finjo sorprenderme, aunque es algo que me venía venir.
—Vas a cobrar por los shows, los ensayos y un viatico en las giras —enumera Fer, y por la seguridad con la que me lo dice se nota que esto es algo que venían planificando hace un tiempo— si faltás o llegás tarde pagás multa. El número va a ser mas o menos el que te llevas ahora, pero no vas a depender de porcentajes y lo tenés asegurado. Te conviene.
Me quedo mudo otro minuto. Se que si Leo y Javi quieren esto es porque les conviene a ellos, no a mi. Busco algo para patear y le entro a un puff hasta que se rompe.
— Está bien, sigo adentro —me resigno rapidito, mientras el piso se llena de bolitas blancas.
— Una cosa mas —cierra Fernando— tenés prohibido hablar con la prensa.
—9—
—¿Me trajiste la tumorgrafía? —pregunta el Doctor Vitale, haciéndose el gracioso y burlándose de mis peores miedos, mientras me saca los estudios de las manos
Me gustaría saber si es igual de informal con el resto de sus pacientes
—Varicocele severo e hidrocele en el testículo derecho —lee— el izquierdo está diez puntos
—¿Y qué hacemos? —pregunto nervioso
—Extirpamos, obvio —responde el humorista frustrado— con un huevo solo te tenés que arreglar.
Pautamos la operación para la proxima semana, salgo de la consulta y paso a buscar a Bata. No lo veo desde la conferencia de prensa y Julieta me pidió que lo invitara a su casa para sacarlo de la depresion post despido de Los Rapidos. Cuando llegamos está viendo el documental “Part of the weekend never dies”, de Soulwax, y a mi hermano, que está enojado con el mundo, lo primero que se le ocurre es citar a Norberto Napolitano y su recordada intervencion en Sabado Bus
—Que se busquen un trabajo digno, como bien dijo Pappo en el programa de Repetto —escupe Bata señalando el monitor.
Y Juli no se la deja pasar
—¿Como bien dijo quién? —suelta la pregunta retorica— ¿el que votaba a Menem y después cantaba sobre su mama jubilada? Pappo era un pelotudo.
Y entonces se cruzan en una estupida discusion de rock vs electronica en la que Bata, pese a ser un chico de clase media con secundario completo, usa un vocabulario tumbero impostado que no pega en lo mas minimo con su verdadera personalidad. Y Julieta lo sabe
—Pará cabeza —se burla— ¿que te pasa? ¿venís del casting de “Un gallo para esculapio”?
Bata relaja y se rie, Juli va hasta la cocina a buscar unas cervezas y cuando vuelve pega un grito que asusta a mi hermano y casi lo hace volcar la bolsa de merca que tiene en la mano.
—¡Ni se te ocurra! —grita Julieta— guardá esa porquería.
Después nos entrega una botella de Corona con su correspondiente rodaja de limón en el pico a cada uno, deja la suya sobre un posavasos y saca de un bolsillo una cajita de tic tac de la que extrae tres pastillas. Se mete una en la boca y nos ofrece las otras dos.
— Tómense esto.
Bata se afloja y abandona el papel de lumpen, mientras las pastillas suben y hacen su trabajo. Julieta apaga la TV, baja las luces, pone un cedé —es “The Warning” de Hot Chip— y lo deja rodar. Se acerca a mi hermano y, como si estuvieran en una discoteca, lo saca a bailar. El sonrie y acepta, mientras yo me desparramo en el suelo y los miro moverse al ritmo de la música. Supongo que estoy un poco celoso, pero se ven hermosos y el MDMA bloquea cualquier sentimiento negativo. Un poco mas tarde, Juli deja que Bata se entusiasme con su colección de vinilos, desconecta la laptop de la mesa de DJ y se sienta a mi lado.
— ¿Las conoces? —pregunta mientras me enseña en YouTube la demo de una caja de ritmos Korg— ustedes dos harían magia con una de estas.
Dos horas después atravesamos la ciudad a toda velocidad en la Volkswagen de Bata. Vamos a Pompeya a buscar una Korg chiquita que compramos a precio de saldo en Mercado Libre. Preguntamos por varias, pero el dueño de esta fue el único que aceptó entregarla enseguida. Asi que a las diez y media de la noche y con los ojos como platos, golpeamos la puerta de una casa sobre la Avenida Cobo. El buen hombre que nos abre se lleva abrazos efusivos y besos en la mejilla, Julieta le apoya las tetas y nosotros lo mareamos con palabras de agradecimiento. Bata le manotea la caja, le da otro beso, volvemos a la Van y después a la casa de Juli a jugar con el chiche nuevo. Conectamos la compu y la caja, elegimos discos, buscamos referencias en YouTube y nos pasamos seis horas tirando ideas y combinando sonidos. A las cinco de la mañana, Juli me mete una bolsita con cuatro pastillas en el bolsillo y nos echa porque quiere irse a dormir. Con Bata pasamos por mi departamento y levantamos la laptop, un microfono, el bajo y todo el alcohol disponible. Después nos encerramos en el suyo con la caja de ritmos y una batería electrónica que usa para ensayar sin que lo puteen los vecinos. Instalamos un programa en la compu, nos calzamos los auriculares y empezamos a grabar.
—10—
Hubo un tiempo que fue hermoso y ensayar era una fiesta. Los Rápidos nos juntábamos en una sala de Villa Crespo a las siete de la tarde y le dábamos hasta medianoche. Pasábamos cuatro veces el setlist del show completo y nos exigíamos caer a diario con ideas para nuevas canciones. Lo que sea. Una linea de bajo, un riff, dos frases para una letra, un título. Era nuestra rutina de lunes a lunes, y la cumplíamos con alegría y compromiso. Pero ese era otro tiempo, ahora cualquier encuentro con Leonardo y Javier es un incordio. Malas caras, fastidio, llegadas tarde, maltratos, los entornos de ellos dos opinando sobre todo y enfrentados entre si, y la obviedad de que las opiniones de Bata y mías dejaron de tener peso y relevancia. En los últimos meses, había mas chances de que se hiciera algo propuesto por un amigo de Leo que algo sugerido por mi.
Con mi hermano fuera del grupo y mi nuevo status de musico contratado, este tipo de cosas deberían chuparme soberanamente un huevo. Me pagan por ensayo, y los horarios están estipulados por contrato, así que yo me tengo que presentar a la hora convenida, y si los porongas quieren hacer la parodia de llegar últimos, aunque estén en el bar de la esquina mirando por la ventana y esperando a que entren todos, a mi no debería importarme. Pero me importa, y no logro relajarme mientras veo como esta historia que armamos entre los cuatro se va a la mierda.
El mejor músico de Los Rápidos sigue siendo el baterista. Bata no está, pero Germán, el sesionista al que Fernando convocó para el puesto, es un animal. 26 años, casado y con dos hijos, es serio, pulcro y reservado, pero no se come ninguna. Amago con maltratarlo un poco para hacerle pagar su derecho de piso y me corta en seco.
—Mirá jovato — me dice ante el primer boludeo— no me vengas con imbecilidades de viejo rockero porque me durás dos minutos.
Y yo retrocedo en chancletas, le digo que es una joda y me preparo para dejarlo elegir la cama cuando nos toque dormir juntos en los viajes. Llegan John y Paul y empezamos a ensayar. Las canciones nuevas desentonan muchísimo respecto a las del primer disco, son aburridas de tocar y no quiero imaginarme el horror que debe ser escucharlas en tu casa. No hay velocidad ni ritmo ni distorsión, y dan bastante vergüenza en su intento de sonar grandilocuentes. German es un profesional y las toca con esmero, yo acompaño poniendo un mínimo de entusiasmo y Leo y Javi se turnan para dirigir los momentos en los que —según dicen— “el publico hará suya la letra y nosotros solo tendremos que acompañar”. Algo que podría decirle Bono a The Edge antes de arrancar una gira, pero estos son los lideres de un grupo de punk rock argentino hablando sobre canciones de tres acordes con la lírica mas naif de la historia de la música popular. El ensayo nunca fluye, porque a cada rato los guitarristas dan la orden de parar de tocar y dejar apenas la marca del bombo para esos coros multitudinarios que, por ahora, solo existen en sus mentes. Apenas llegamos a probar las diez canciones del disco nuevo, dirigidos por Melina, que ahora mutó en coreógrafa y guía a la banda por un escenario imaginario en el que a veces se corre, a veces se salta y otras se extienden los brazos para recibir el calor de un público invisible. Bizarro es poco.
—11—
—A vos teníamos que ponerte tetas, ¿no? ¿o era una operación de cambio de sexo?
El Doctor Vitale entra al quirófano cuando yo llevo un rato largo acostado boca arriba, en pelotas, rodeado de gente que ya no sabe de que hablarme.
—A ver como está eso —dice después de que ni yo ni nadie de su equipo le ría el chiste. Y en un movimiento mete la mano abajo de las sabanas para tocarme los huevos.
—¡Ni se te ocurra! —grito mientras le agarro la muñeca con mi mano derecha— ahí atrás están los estudios que me pediste . Dormime primero y después tocá todo lo que quieras.
Piden que me mueva hacia la izquierda, que deje el gluteo derecho levantado y que cuente hasta diez. Siento un pinchazo, llego hasta cinco y quedo knock out.
Me despierto en la coqueta habitación que cubren mis seis lucas mensuales de obra social. Ya se sabe, la salud es lo primero. Vitale pasa a verme a última hora de la tarde, con cara de demacrado y ganas de irse a su casa. “¿Hielo? dale; ¿analgésicos? msé; ¿antinflamatorios? puede ser… mañana tempranito viene mi asistente a darte el alta y charlás con ella”. El Doctor se va, la enfermera me cambia el suero y el vendaje un par de veces y la asistente de Vitale cae recién al anochecer del día siguiente, apurada, después de que yo esté ocho horas reclamando su presencia. Se disculpa en nombre de toda la comunidad médica, porque obviamente el querido Alejandro se olvidó de avisarle que tenía que pasar. Me receta cinco cosas, me dice que me cuide, se disculpa un par de veces mas y me firma el alta. Salgo de la clínica y pienso en irme a casa, pero extraño a Julieta, asi que le doy su dirección al taxista. No se nada de ella desde hace un par de días y, aunque está claro que recién operado no da para que me haga el porno star, tengo ganas de verla. Cuando abre la puerta, esquiva el pico y me besa en la mejilla. Entro y mientras me estoy acomodando en el sillón escucho una voz familiar.
—Hola brother, ¿que tal está la huevera?
Bata sale en calzoncillos del cuarto de Juli y se sienta a mi lado. Me apoya una mano en el hombro y con la otra toma de la cintura a la dueña de casa y la sienta en sus rodillas.
“¿Por que no fui directo a mi casa?”, “¿cómo no me di cuenta antes de que acá pasaba algo?”, “¿lo que me duele es mi ego machirulo patriarcal o es mi corazón explotando en mil pedazos? —me pregunto, todo a la vez, mientras intento disimular el shock y que la angustia no se me note en la cara .
Paso la siguiente media hora mirando al piso o algún punto fijo en la pared y hablando de cualquier cosa. Les cuento sobre la operación aunque, por percepción o paranoia, estoy incomodo y siento que están esperando que me vaya. Finalmente, con la excusa de que tengo que comprar remedios y hacer reposo en una cama, pido un auto para irme. Juli me acompaña hasta la puerta y, aunque yo no digo absolutamente nada, se da cuenta de mi estado.
— No pongas esa cara de velorio, boludazo —me dice con una media sonrisa— te aclaré que me cojo a los que me gustan. Y tu hermano me gusta un montón.
—12—
La promoción del disco nuevo incluye, ademas de las clásicas entrevistas en diarios y revistas —respondidas en exclusividad por Leonardo y Javier—, algunas presencias de la banda en radios, para tocar sets acústicos, y en televisión. La primera de las visitas televisivas es en un canal abierto, para participar de un programa vespertino de información general, conducido por un tipo que —hasta hace un par de años— hablaba de política y economía, y ahora chusmea de divorcios, cuernos, peleas entre famosos y tilenguerío variado. No se que pintamos nosotros acá, pero acá estamos. Nos recibe un pibe con una remera que dice MATO POR RATING, y nos hace un mini tour no solicitado: pasamos por la oficina de producción, las islas de edición, el switcher —desde donde se dirige, se escucha y se ve el bodrio que nos tiene como invitados— y finalmente entramos al estudio, donde el programa del que vamos a participar ya lleva un par de horas al aire. Leo y Javi darán una entrevista, tocaremos un tema en vivo y nos iremos por donde vinimos. El mini escenario ya está armado y, mientras me acerco para chequear que mi equipo esté en condiciones, diviso a una chica bajita, de espaldas a mi, metida adentro de un vestido blanco que solo podría entrarle a una adolescente muy delgada, pero con un culo que a Dios le debe haber llevado todo el domingo en el que supuestamente descansó. Si la piba se da vuelta ahora, se asusta y pide prestado un botón antipánico, porque mi cara debe ser la viva imagen de la perversión, asi que levanto la vista .Como había previsto, la chica gira la cabeza y nuestros ojos se encuentran. Es probable que yo esté desencajado, pero es seguro que ella está llorando. Paso de largo y, en lugar de subirme al escenario para chequear el bajo, salgo por un lateral, doy un rodeo, y enfilo para la puerta por la que entré al estudio. Una vez en el pasillo, me aseguro de que nadie me mira y allano una oficina en la que se destaca un enorme ramo de rosas que me había llamado la atención mas temprano. Deben ser dos docenas, así que es posible que María Laura —la destinataria del ramo según la tarjeta que está pegada al celofán— ni siquiera se de cuenta de que falta una. Vuelvo al estudio y al rincón donde está armado el escenario y donde sigue plantada la maja llorona del culo perfecto, de espaldas a las miradas de los demás. Me le paro adelante y le extiendo la rosa. “No vale la pena”, le digo, y después de que ella se sorprende y acepta el regalo con una sonrisa triste, me doy la vuelta, agarro mi bajo y finjo afinarlo, sin volver a mirarla. Más cool imposible. La chica vuelve a su lugar, es una de las seis panelistas del programa que conduce el ex analista político devenido en chimentero y por lo visto lloraba porque las otras cinco —que la doblan en edad y la triplican en fracasos amorosos— se complotaron, con la venia del presentador y seguramente de la producción, para burlarse de ella por una imagen en la que su ex salía bastante deteriorado de un boliche de Mar del Plata, colgado del brazo de una chica de moda. Eso lo vi en el ratito que estuvimos en el control, pero pensé que la chica era una invitada, no una compañera de quienes la atacaban. Cuando se fueron al corte nosotros aprovechamos para entrar al estudio y la piba para llorar sin que la vieran, por eso la encontré cerca del escenario y no sentada en su lugar. Cuando el programa vuelve de la tanda, cada uno está en su sitio: el conductor parado en el centro, junto a Javi y Leo —sentados en banquetas, listos para ser entrevistados—, y las seis panelistas divididas en dos lineas de tres, sentadas en sillas bajas, con las piernas cruzadas y el escote visible para el plano levemente picado de las cámaras. Germán, detrás de su batería, y yo, con el bajo colgado, esperamos en el escenario. Atrás de nuestra visita hay un acuerdo comercial entre el sello y el canal, pero la excusa para tener a Los Rápidos en un programa que solo incluye al rock es su agenda cuando un rockero se manda una cagada —o se acuesta con una famosa—, es la discusión del cupo femenino en festivales, que intenta alcanzar un 30 por ciento de mujeres sobre el escenario.
— Me parece genial que haya mas chichis en estos eventos —dice Javier cuando el conductor le pregunta su opinión— mas posibilidades de garche para mi y menos olor a bolas en los camarines.
Se escuchan algunas risas desde la oscuridad del “detrás de cámaras”, pero la canchereada no surte efecto en el piso, así que Leo toma la palabra con su léxico de posteo de facebook:
—Nah, hablando en serio, si esto va a servir para que la piba que está en su cuarto componiendo canciones con una guitarra criolla sepa que hay un futuro mas allá de las paredes de su casa, bienvenido sea, hay que apoyarlo. Tiene que ser un impulso para esas chicas, que sepan que el patriarcado no rige también en el rock y que su futuro está en manos de ellas y de su talento.
El clima se distiende, las panelistas y el conductor miran embelesados a Leonardo, y Melina y Fernando explotan de orgullo por su chico de oro…
—Igual que se hable de esto acá es un poco hipócrita, ¿no?
Todos me miran pero yo no abrí la boca, la voz vino de atrás mio. Me doy vuelta y ahí esta German —el nuevo, el sesionista, el que no tiene ni voz ni voto, el ultimo orejón del tarro— metiendo texto en vivo para un millón de argentinos.
—Perdón, ¿a que te referís? —pregunta el conductor— chicos, ¿podemos por favor alcanzarle un microfono al baterista?
Dos minutos exactos son los que pasan desde que el pedido se hace hasta que se acepta, y son dos mas los que tarda un gordo con cara de aburrido para recorrer los tres metros que separan la silla en la que estaba despatarrado y el escenario, y darle un microfono de mano a Germán. Así que 240 segundos después de haberla formulado por primera vez, el conductor repite la pregunta:
— ¿Por qué decís que es hipócrita que se hable acá sobre el cupo femenino en festivales de rock? —amplía, con mucha cancha, el presentador, poniendo en contexto al público que puede haberse sumado al programa mientras el equipo técnico resolvía la crisis provocada por el micrófono extra.
—Bueno —empieza Germán— cuando llegamos al canal tu productor nos llevó de recorrida, y, salvo en la oficina de producción, no vimos mujeres. Yo tengo amigos que laburan de esto y reconozco las funciones, y te aseguro que el operador de video, el iluminador, el sonidista, los microfonistas, los utileros, el director, los camarógrafos y sus asistentes, además de los editores que vimos en las islas, son todos hombres. Que de acá pretendan presionar a Palazzo para que ponga mas mujeres en el escenario del Cosquín Rock es hipocresía pura. Deberían empezar por casa.
Silencio total en el estudio, incomodidad absoluta, incluso entre las panelistas. Ni siquiera Melina, que está parada junto a la grúa, celebra el discurso de Germán. Distinta sería la historia si la catarata hubiese salido de la boca de su novio, pero el lucimiento de un actor de reparto no es bienvenido, mas allá de que sirva para apuntalar la causa que, según ella, es la razón de su vida. El conductor reacciona rápido y pide el corte, y a la vuelta, después de una presentación breve en la que se menciona el disco nuevo y una gira sudamericana en ciernes, tocamos la canción que vinimos a tocar sin mediar mas palabras que las de la letra, desarmamos y nos vamos cada uno por su lado. Mientras cruzo la avenida para tomar el subte, me entra un mensaje de Fernando.
— Un productor del programa me pidió tu teléfono, no se para que. Se lo di, pero acordate que vos no estás autorizado a hablar en nombre del grupo.
—13—
Vane Van se llama, en realidad, Vanesa Araujo. Su mamá es Elodia Vangionni, y de ese apellido sacó Vane la abreviatura “Van”; su papa, Luis Araujo, las abandonó cuando Vanesa tenía cuatro años y a partir de entonces nada fue facil para la chica. Después de una infancia nomade, yendo de aca para alla con su madre, a los 18 años Vane se cortó sola y empezó a buscarse la vida. Hizo unos primeros pinitos como modelo y bailarina en Pinar de Rocha, pero a los 20 quedó embarazada, no se atrevió a someterse a un aborto clandestino y nueve meses después dio a luz a su primer hijo, Agustín. Ocho meses después del parto, y cuando el padre del bebe ya se había borrado, Vanesa empezó a trabajar en un departamento del microcentro haciendo webcams hot en vivo y, mas tarde, como scort para los huéspedes de un hotel de lujo. Consciente de su belleza natural, se encargó de potenciarla a fuerza de dietas y ejercicio, y, cuando pudo permitírselo, bisturí. A los 24 años se convirtió en una bomba, y gracias a contactos surgidos de su exclusiva clientela, se metió en el ambiente artístico y nocturno de Buenos Aires. Pasó por el teatro de revistas, modeló para marcas de lencería y desembarcó finalmente en la TV —como modelo, bailarina, panelista o soñadora, según convenga o haga falta—, y muy pronto se convirtió en objetivo de empresarios y futbolistas. Pero en lugar de engancharse con un crack de equipo grande y destino europeo, se enamoró de Brian Diaz, un burro de Huracán, centrodelantero, con doce goles en 73 partidos, que repartía su tiempo entre el Ducó, Esperanto y Cocodrilo. Pese a que siempre dijeron que se conocieron en el antro de la Avenida Juan B. Justo, fue el futbolista el que, en medio de una de sus tantas riñas mediaticas, contó la verdad:
— A la trola esa me la levanté en un cabarulo — dijo el imbécil mientras hacía un óovil para un programa de chimentos.
Desde el estudio, el conductor, que aun no estaba surfeando oportunamente la ola verde que lo llevó del machismo mas rancio a una poco creíble militancia feminista, se limitó a despedirlo con cariño y deseale lo mejor para su carrera y su vida personal.
Vanesa hacía excepciones y volvía a intercambiar sexo por dinero cuando la tele y las marcas no tenían nada que ofrecerle, las cuentas impagas se acumulaban y sus necesidades —y las de su hijo— tenían carácter de “urgentes”. Su manager, un fiolo disfrazado de representante de modelos, le conseguía clientes en la noche de Buenos Aires que Vane atendía a domicilio. En general eran empresarios con unas copas de mas que se ponían cargosos de madrugada y estaban dispuestos a desembolsar un dineral con tal de cumplir el capricho de cogerse a la piba que habían visto bailando en TV. Vanesa ya era medianamente famosa, así que solo iba a Cocodrilo si su representante la convocaba, y siempre le pedía a alguna amiga que la acompañara, para aparentar una salida de chicas si se cruzaban con periodistas o fotógrafos, o si algún boludo pretendía escracharla con su celular. Una noche —de esto hace mas o menos tres años— después de empatarle a Banfield sobre la hora, los muchachos del Globo salieron a festejar y terminaron en Cocodrilo. Ahí fue donde se conocieron la modelo y el futbolista, hermanados por la mala puntería, la de el, a la hora de patear al arco, y la de ella, a la de elegir un hombre con quien compartir su vida. Vane buscaba a su cliente cuando Brian la vio y la abordó. La chica cayó rendida a los encantos del chico, que en cinco minutos le prometió el mundo y todo lo que hay en el. Se despidieron con un beso en la mejilla, el pibe y sus compañeros enfilaron para Shampoo y la piba cumplió con sus obligaciones laborales. Al día siguiente hablaron por teléfono, al mes se mudaron juntos y al año nació Dina, la primera hija de la pareja. Dos meses después del nacimiento, los tortolitos tuvieron su primera —pero no última— separación. Desde entonces, Vanesa y Brian —que se aman se pelean y se vuelven a amar— pilotean una relación que, si bien potenció la imagen de ambos y les rindió dividendos, sufre los mismos sobresaltos que la carrera del futbolista, que en los ultimos dos años pasó por tres clubes: Oriente Petrolero, de Bolivia, Aucas, de Ecuador, y el ignoto Tampico Madero, de la segunda división mexicana.
Vane Van es la chica a la que le regale la rosa robada, y fue ella quien le pidió a un productor del programa que le consiguiera mi teléfono, y quien me mandó ese mismo día un whatsapp agradeciéndome el gesto. Y es también con quien me mensajeo y hablo por teléfono a diario desde entonces, por motivos —creo yo— antagónicos —. Ella —que atraviesa la enésima separación con Brian, el mismo que aparecía en pedo y con otra chica en el tape que pasaron cuando fuimos con Los Rápidos a tocar en el programa— se siente sola y cree que encontró un nuevo amigo, con quien hablar sobre sus penurias amorosas, o el trabajo que le dan sus hijos o el destrato que sufre en su laburo. Yo, mientras tanto, fantaseo con cogérmela de todas las formas posibles y tejo estrategias para que lo ilusorio se convierta en real. Por ahora, y mal que me pese, triunfa la amistad.
“Yo no tomo alcohol”, me respondió la primera vez que la invite “a tomar una cerveza”, y a mi hasta me dio ternura. La supuse naïf, desamparada y pensé que sería fácil llevármela a la cama. Me equivoque en todo. Después de aclararle que me daba igual lo que tomemos, mientras lo hagamos juntos, terminamos en Las Violetas compartiendo un te con tortas rodeados de señoras que nos señalaban y hablaban por lo bajo. “Compartiendo” es una forma decir, ella en realidad no tocó los dulces, y mientras yo arrasaba con la mesa, se sacó selfies —el autografo de estos tiempos— con todas las mujeres que se acercaron a saludarla, y les contestó todo tipo de preguntas —incluso algunas de pésimo gusto— sin perder la sonrisa.
—Acostarme por guita en un telo de cuarta con un gordo transpirado era peor —me respondió cuando la felicité por la paciencia.
Cometí la estupidez de fingirme sorprendido y ella, lejos de mandarme a la mierda, puso sus ojos en blanco pero me tuvo una paciencia amable.
—Dale Adrián —me retó en broma— a esta altura espero que al menos me hayas googleado.
—Si, tenés razón, perdón —me disculpé— es que me sorprendiste con la sinceridad.
—Y ahora te quedaste pensando en que el gordo me pagaba y esto es gratis.
O esta piba lee la mente o yo soy muy predecible…
—Esto a la larga también paga —me dijo mientras yo me servía la cuarta taza de te—, estas mujeres son el público que me tengo que comprar. Enojadas y con un telefono a mano te pueden bajar del panel de un programa o hacerte perder el Bailando.
—¿Por que vinimos a Las Violetas? —le pregunté, aunque ya intuía al menos una parte de la respuesta— esta claro que no comés nada de lo que nos sirvieron.
—Quería verte de nuevo y que comieras rico vos —me respondió con dulzura, antes de mostrar todas sus cartas— y yo aprovecho para hacer prensa de guerrillas mientras tanto. Me sirve ser vista en un lugar como este.
—¿Hasta con un cachivache como yo? —le dije apichonado, impresionado por su mixtura de honestidad, belleza y pragmatismo furioso
—Con cualquiera que no sea Brian Díaz —dijo, mientras agarraba mis manos con las suyas y me miraba a los ojos—. Y vos no sos ningún cachivache.
Me derretí y le creí cada palabra: que le sirve ir a Las Violetas, que quería volver a verme y que no me considera un cachivache. No tengo por que enroscarme con boludeces a esta altura de mi vida, y si un bombón como este quiere usarme para aparentar alguna cosa y llevarme a comer escones y masas finas un martes a las 5 de la tarde, yo estoy disponible. Esa fue la primera vez que nos vimos, dos días después de conocernos en el canal. En las tres semanas que pasaron de aquella cita, nos encontramos otras siete veces y hablamos todos los días. Conocí su casa, a sus hijos y a varios de sus amigos, y en ese grupo me ubicó ella: la profunda bolsa de las amistades sin roce. Me cago en todo.
—14—
Cuando salió el primer disco de Los Rápidos, Fer —envalentonado por la buena respuesta en las redes— armó una mini gira por España. El tipo estaba cebado y contactó a distintos grupos de allá para que nos inviten a tocar en Madrid, Sevilla, Valencia, Barcelona y Bilbao. Cinco shows al hilo en una semana mortal, que incluyó los vuelos de ida y vuelta y en la que se durmió poco y nada. Fue un viaje iniciatico en varios sentidos, salvo el manager, ninguno había viajado a Europa, así que aprovechamos para rompernos en la noche de cada ciudad y degustar los sabores locales: mucho Rioja, poca paella y un montón de drogas. Los cuatro probamos heroina —la fumamos, nadie se atrevió a picarse, aunque Bata llegó a comprar una jeringa que le obligamos a descartar mas preocupados por la continuidad de la gira que por su salud— y tragamos pastillas de extasis como si fueran caramelos. Sin embargo, y pese a que la calidad del MDMA era infinitamente superior, a la tercera noche ya estabamos desesperados por conseguir cocaína. Nos vendieron —a 60 Euros, lo mismo que costaban cinco pastillas con resultado probado de felicidad instantanea— una ración minima de una sustancia gomosa envuelta en el papel metalizado de un paquete de Marlboro. Y ahí quedamos nosotros, sin reclamar ni pedir devoluciones, encerrados en un baño de Valencia, estirando con una tarjeta ese medio gramo de vaya a saber que, solo para que nos den arcadas y nos suba la ansiedad. La coca sigue siendo la primera en el mercado, la mas buscada de la gondola, producto lider, cabeza de cartel, elegida por millones alrededor del globo, mas allá de su calidad o de las novedades que intente imponer la competencia. Las demás duran un verano, dos tapas de diario, se llevan el mote de “Droga de la muerte” por un rato y después desaparecen, como la triquini y la Cherry Coke. A la cocaína no hay con que darle. Y así como vos te morías por comer “algo dulce” los domingos a la noche cuando mirabas BakeOff, o se te seca la garganta ante un cartel de Heineken, los merqueros corren a cagar apenas se cruzan por casualidad el telefono del dealer en su celular, y después lo llaman desde el baño, sentados en el inodoro y con los calzones por los tobillos, aunque sus planes iniciales fueran otros. Me acuerdo de la gira por España y la atracción irresistible de la merca cuando Julieta me abre la puerta de su casa después de tres semanas sin cruzarnos. Nada que se vea a primera vista, pero mucho si tenés un poco de experiencia. La sonrisa de antes ahora es una mueca desencajada, el tono de voz es mas agresivo, mas cortante, ya no hay abrazos ni gestos de cariño, el trato es distante y la mirada es otra. Bata ganó, impuso el polvo a las pastillas y hace tres días que los tortolitos no se van a dormir. No puedo evitar sorprenderme por el estado del lugar —antes impecable, ventilado y luminoso—, con las persianas bajas, los ceniceros repletos, vasos a medio tomar, una botella de whisky vacía asomando debajo del sofa y el aire viciado, al principio irrespirable. Acepto una raya y, ante las quejas de la parejita, abro un par de ventanas —y subo sus respectivas persianas— para que corra un poco de aire. El ambiente mejora y destapo tres de las doce cervezas que traje conmigo. Bata me cuenta que Juli consiguió una fecha en el Hogar San Martin para que debutemos con nuestro duo dj/rockero/electronico y yo no puedo mas que sorprenderme y alegrarme. Desde que compramos la caja de ritmos, nos juntamos varias veces en mi casa y, si bien no se puede decir que lo que hicimos sean canciones, armamos un set de dos horas en el que mezclamos cedés y vinilos ajenos, samplers, bases pregrabadas en la caja, bateria electronica y un teclado, todo operado por nosotros dos. Julieta nos hace unas fotos para promocionar el show en sus redes y aporta una idea al momento de buscarle un nombre al duo.
— Ponganle Dramanbeis, todo junto, la pronunciación criolla de Drum&Bass. Son ustedes: Bata y Bajo.
Dramanbeis debuta una semana después de ser bautizado, una noche lluviosa de sabado en el Hogar San Martín, entre Plaza Italia y Puente Pacífico. Consigo que Bata no toque la bolsa y se controle con la botella, así que a las 2AM, cuando es nuestro turno de subir a escena, lo único que tenemos en el cuerpo es cerveza, bastante MDMA y un poquito de acido que nos convidan los chicos que tocaron antes de nosotros. Encaramos un set de dos horas exactas, parejo y redondito, sin cortes, que vamos cumpliendo mirándonos entre nosotros, ajenos a lo que pasa abajo del escenario. Demasiado ajenos. En un momento me hago cargo de la batería electrónica, cierro los ojos y ya no vuelvo a abrirlos por un largo rato, hasta que escucho a Bata llamarme a los gritos. Salgo de mi ensueño, miro hacia donde debería estar el público y encuentro a Julieta, sola, sentada en el centro de un gran cuadrado vacío, riendo a carcajadas, y atrás de ella, en otra parte del Hogar, veo a un pibe barriendo.
Resulta que tocamos tres horas, sin parar, un show que se quedó sin gente a los 40 minutos de haber empezado, así que Juli se lo bancó sola sin decir ni mu ni llamarnos a silencio.
—Los vi tan sonrientes —dice ahora, mientras vamos de vuelta a su casa en la Van cargada de equipos— que no quería cortarles el trance, pero la verdad es que fue un embole. Se colgaron demasiado.
Queremos culpar al acido que tomamos antes de subir, por ser lo único que se salio de un libreto rígido en el que teníamos cronometrada hasta la ingesta de drogas, pero mas allá del cuelgue, es posible que el set instrumental que armamos sea muy lindo de tocar pero muy aburrido para ver y escuchar.
“Tenemos que conseguir un cantante”, digo antes de desparramarme en el sofa del living de Julieta y quedarme dormido.
“El cuarteto de Homero” es el episodio N82 de The Simpsons, en el que Bart y Lisa encuentran un disco grabado por Los Borbotones, un cuarteto vocal formado por su padre, Barney, Apu y el Director Skinner. Una de las escenas mas recordadas es cuando Barney Gómez, arrodillado en el baño del bar de Moe, sorprende con su voz a los otros tres y es inmediatamente sumado al grupo, en lugar del Jefe Gorgory, a quien habían despedido por su falta de talento. Unas horas después del fracaso en el Hogar San Martín, Bata me despierta y se lleva el dedo indice a los labios para que yo no abra la boca. Estamos del lado secreto del living de Juli, ella esta limpiando en el otro y nos separa la gruesa cortina que la chica mantuvo cerrada amablemente para que no nos molestaran el ruido y la luz. Bata me cuenta en voz muy baja que discutieron cuando yo ya estaba dormido y que ella lo echó de su cuarto, así que el tuvo que arrastrar un puff y dormir cerca de su hermano mayor, como cuando eramos chicos. Me hace señas para que lo siga y nos arrastramos cuerpo a tierra hasta pasar apenas nuestras cabezas por debajo de la cortina. Juli escucha música mientras limpia la casa. Tiene su teléfono conectado a un pequeño parlante y canta a voz en cuello una playlist latina que incluye a Thalia, Alejandro Sanz y Robi Rosa. La lista de canciones podría ser una pesadilla para un rockero de ley, pero hoy nosotros somos dos chicos sensibles, resacosos y enamorados, y lo que escuchamos nos conmueve hasta las lagrimas. La voz de Julieta es maravillosa, como para que se me ponga la piel de gallina cuando canta a los gritos una de Ricky Martin que parece escrita por Arjona. Nos miramos con Bata y no hay mucho que decir, solo que encontramos a nuestra Barney.
— ¿Qué hacen ahí tirados, par de pelotudos? —nos descubre mientras la miramos embelesados— ¡ayúdenme a limpiar!
No nos cuesta nada convencer a Juli de sumarse al dúo —ahora trio— y enseguida empezamos a adaptar el set —finalmente dividido en canciones— a su voz y a una enorme carpeta con letras que Bata rescata del eterno desorden de su camioneta. Tardo apenas un par de días en sentir que sobro en la nueva formación. Se que Bata puede hacerse cargo de los instrumentos mientras Julieta canta, y que la tecnología hará el resto, así que cuando quedo en la encrucijada de irme de gira con ellos —en la Van, tocando por casi nada, durmiendo en casa de amigos, a dieta de alcohol y drogas— o arrancar con Los Rápidos —en avión, cobrando buena guita, durmiendo en hoteles, comiendo en restaurantes— voy a lo seguro y me embarco en el JUNTOS Y RAPIDOS TOUR, por seis ciudades de Sudamérica.
—15—
—Esta piba estaba en el canal, ¿no? —pregunta Germán mientras me muestra la pantalla de su laptop.
Estamos en una habitación doble del NH Colection Quito Royal de la capital de Ecuador. Anoche hicimos el primer show de la gira, como cabezas de cartel del segundo stage en un festival en el Parque Simón Bolivar, en Bogotá. Viajamos esta mañana y ahora descansamos antes de subirnos nuevamente al escenario. Lo que Germán me muestra es una publicación de Exitoína, la sección de espectáculos de Perfil, y ahí aparece una vieja foto de Vane Van y Brian Diaz abrazados y un textual de Vane para titular: “Vamos a intentarlo una y mil veces”. Estamos en nuestras camas, con las espaldas en los respaldos, cada uno con su computadora. Busco la página y me entero de que “la modelo y el futbolista decidieron darse una nueva oportunidad y en breve ella viajará a Guatemala para instalarse con sus hijos y Brian, que está a préstamo en el Deportivo Malacateco de aquel país”. No termino de leer la nota cuando aparece en la pantalla una llamada entrante de FaceTime y la cara de Vanesa en cuanto hago click para aceptarla.
— ¿Estás solo? —me pregunta, y el volumen está lo suficientemente alto como para que Germán escuche, se levante de su cama, se cuelgue la mochila y me tire un besito antes de abrir la puerta y salir del cuarto.
—Ahora si, ¿cómo estás?
Vane va al grano y me cuenta lo que acabo de leer. No me está dando explicaciones —no tiene por qué hacerlo— solo está preocupada por como pueden haberme caído las novedades.
—No te preocupes Vane —le digo un poquito conmovido por su actitud— me tranquiliza saber que te diste cuenta que no quería ser solamente tu amigo.
— Ja —se ríe— se notaba que me querías coger, ¿por qué mierda me ibas a acompañar a Las Violetas si no? Pero yo quería estirar la amistad porque sos un divino, y si te demostraba que sabía lo que querías iba a ponerse todo un poco incomodo. Era meterme en la cama con vos o dejar de vernos. Me hice la gila.
Vanesa está en un camarín, que me muestra moviendo su celular. Camina por el lugar y cuando le apunta al espejo me doy cuenta que solo tiene puesta una musculosa larga y una tanga. Va hasta la puerta y cierra con llave.
—Estoy por hacer una suplencia en el Bailando, me llamaron porque una patadura dijo que se torció un tobillo para no hacer un papelón y quedar eliminada. Pasado mañana me voy a Guatemala —me cuenta antes de sorprenderme con una pregunta— ¿Vos sabías que yo hacía webcams hots en una época?
—Si, algo de eso escuché —digo haciéndome el desentendido
— ¿Así que algo de eso escuchaste? —se burla mientras cuelga el teléfono de un perchero— ahora vas a ver.
Ella mira directo a la cámara y yo siento que se me cierra la garganta y que un calor me recorre todo el cuerpo. Dejo la computadora a un costado y me desabrocho el jean. Vanesa ya se quito la remera y esas tetas increíbles quedan en primer plano. Atrás, gracias al reflejo en el espejo, se ve su culo redondo y perfecto. El teléfono está ubicado en el lugar correcto. Vane saca de algún lado un objeto negro, parecido a esos tapones que se usan para tapar botellas de vino abiertas. Me mira fijo y pregunta “¿adónde pongo esto?”. Yo estoy sin habla, así que ella va a tomar sus propias decisiones. Se mete el chiche en la boca, lo chupa y después de darse vuelta y dejar su culo en primer plano y su cara reflejada en el espejo, se lo mete primero en la vagina y después en el ano. Yo intento no tocarme demasiado porque no quiero acabar enseguida, pero es difícil contenerse. Vane deja el juguete donde lo puso, se apoya en una silla y se acaricia una teta, que levanta y lame por momentos, mientras con la otra mano recorre su entrepierna, presionando cada vez con mayor intensidad. Cuando me doy cuenta de que está por acabar, acelero yo también y llegamos juntos. Vanesa se da vuelta, retira el tapón, se pone la remera y sonríe a la cámara con picardía.
—Voy a salir muy relajada a bailar —me dice antes de despedirse— chau bombón, te veo cuando vuelva a separarme.
Se corta la comunicación y yo bajo la pantalla de mi laptop. Hay tipos que se acuestan con mujeres como Vane Van, otros nos masturbamos fantaseando con ellas. ¿Esto que acaba de pasar está en el medio? No, sigue siendo una paja.
Suena el teléfono de la habitación, seguramente es Germán preguntando si puede volver o avisando que ya es hora de salir para el show. Levanto el tubo con la mano limpia y escucho del otro lado la voz de Fernando.
—Bajo, no te asustes, tu hermano tuvo un accidente.
Bata venía rápido —muy rápido— por una recta larga de la Ruta 3, no vio una curva, pasó de largo y se metió al paisaje con Volkswagen, Julieta y todo. La camioneta mordió algo y dio cuatro vueltas y media antes de quedar —con las ruedas para arriba— sobre el árido suelo patagónico. “Venían atados, heridas leves, se salvaron de pedo”, me cuenta Fer. Los dos están en observación en un hospital de San Antonio Oeste y nuestro amigo Omar Smith está viajando en este momento para encargarse de todo. Obviamente, Bata no va a dar bien en un examen toxicológico, y la Van debe tener coca escondida hasta en el velocímetro, asi que Omar —que es abogado— va a encargarse de que la pareja díscola pueda regresar a Buenos Aires sin nuevos contratiempos. Conozco a Smith hace veinte años y se que es capaz de dar vuelta cualquier cosa y hacerle un juicio a Vialidad Nacional por poner esa curva justo ahí, así que me quedo tranquilo y se que estos dos bobos van a salir limpios cuando me entero que es él quien está yendo a buscarlos a Río Negro.
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El video se subió hoy a las 3:15 AM —hace siete horas—, tiene 37 mil visualizaciones, dos mil “me gusta” y cinco mil quinientos pulgares para abajo. Dura 55 segundos y está grabado con un teléfono, desde arriba, en un baño. La acción ocurre en un cubiculo y se deduce que el improvisado paparazzi está apostado en el vecino, estirando un brazo desde abajo para que el teléfono supere la altura de las paredes de durlock, o directamente parado sobre el inodoro. Se ve a un hombre arrodillado —Javier— practicandole sexo oral a otro —Leonardo— que está de pie. A los 15 segundos, Leo aprieta la cabeza de Javi contra su entrepierna, suelta un quejido, mira hacia arriba y descubre la lente. Está a punto de gritar, pero la puerta que está a su espalda se abre hacia afuera y el trastabilla.
— ¡Con razón a mi no me cogés nunca, bufarrón de mierda! —se escucha que grita una voz de mujer.
La cámara hace un movimiento brusco, sale del cubiculo donde se desarrolla la acción, entra en el que está parapetado el voyeur y después —en un plano secuencia desprolijo pero rendidor— se asoma al pasillo. Ahí está Melina llamando “maricones”, “putos” y “chupapijas” a los líderes de Los Rápidos. La cámara muestra a la chica de espaldas y a Javi y Leo —aún con los pantalones por los tobillos— de frente. Alguien grita “¡Dejá de grabar!” y, en efecto, la grabación termina.
— Fui yo el que gritó—me cuenta ahora Fernando— y corrí al pibe hasta afuera del bar y tres cuadras mas, pero no lo alcancé. Los de seguridad no me dieron bola cuando les hice señas y en la calle no había un solo policía.
Estamos desayunando en el hotel de Quito con Germán, Fer y los roadies. Javier sale del ascensor pero se sienta en otra mesa, cabizbajo. Fernando se para para acompañarlo pero el cantante y guitarrista lo frena antes de que el manager de dos pasos en su dirección.
¡Ni te acerques! —grita Javier sin siquiera mirarlo— estas son las cosas que tenés que resolver vos, inútil de mierda.
Fernando me mira y pone los ojos en blanco
—¿Viste cuando te digo “si vos supieras las cosas que me hacen”? —me pregunta por lo bajo— de estas tengo diez por día. No aguanto mas.
Fer enfila para la recepción a encargarse del check out y yo me acerco a Javi
Siempre fui un cobarde, Bajo —me dice cuando me siento— y chongueaba con Leo hasta juntar coraje para salir a buscar a alguien que realmente me guste. No es el amor de mi vida, es mi mejor amigo, nos conocemos de siempre, y es un fiestero total. No puede estar con minas porque Melina le sigue todos los movimientos y tiene un radar, pero de mi no iba a sospechar. Así que mientras yo intentaba descifrar que carajo me pasaba con los hombres, el se divertía un poco. Nos servía a los dos.
— ¿Y pudiste entender lo que te pasa? —pregunto
— Si, soy gay, las pibas no me interesan hace rato. Con Leo me aseguré de que lo que el cuerpo me pedía era real. Soy homosexual, me gustan los hombres, lástima que por no tener los huevos para buscar por otro lado lo terminé metiendo a el en un quilombo bárbaro.
Cuando Javi dice “él”, hace un gesto con la cabeza para señalar un rincón del salón. Recién ahora veo a Leonardo, en una mesa retirada, tratando de convencer a Melina de que estaba jodiendo, probando, experimentando, y que seguir juntos va a ser bueno para la imagen pública de ambos, esa de pareja progre, abierta e inclusiva que llevan años construyendo. Su reacción en el video le trajo a Meli algunos problemas con sus seguidores, que ahora debaten sobre ella con recelo, y les armó un picnic a sus haters, que básicamente la acusan de mostrar la hilacha. Va a tener que remar bastante para que ese ataque verbal impropio de la lider liberada y libertina que pretende ser no le cague la carrera. Ella sabe que seguir con Leo le garantiza credibilidad y que separarse la hace retroceder un montón de casilleros. Nadie va a creerle que rompe la relación por haber sido traicionada, en su reacción no hubo una sola referencia a la infidelidad, toda su furia estuvo dirigida a la presunta homosexualidad de su novio.
— Vos no sos un cobarde, Javi —empiezo yo— solo estabas confundido y no sabías que carajo hacer. Entonces buscaste apoyo en un amigo, tu mejor amigo. Un cobarde soy yo, de toda la vida. De pibe no sabía hacer willy con la bicicleta, nunca supe tirarme de cabeza a la pileta y es el día de hoy que no se conducir un coche. ¿Sabés cual es la posta? Nunca me animé. Ni a andar en una rueda ni a tirarme de cabeza ni a manejar. Siempre fui un cagón. Y con el tiempo no mejoré. Si querés te cuento, aunque supongo que ya lo sabrás, como me comí los mocos cuando Fer me dijo primero que iba a cobrar menos y después que pasaba a ser un contratado, o como mi hermano se quedó con una mina que me encantaba, o como me tome tres litros de te con otra pero no me animé a decirle lo que quería.
Javi me mira y sonríe. Se queda en silencio un minuto y finalmente habla.
—¿De verdad no sabés manejar?
—No, no se —me rio— ¿te puedo hacer una pregunta?
—Yo soy el pasivo —dice, y nos reímos los dos.
—No, imbecil. Es que no entiendo como tenés tantos escraches por abuso.
—Eso es algo que se le ocurrió al hijo de puta de Leo —me cuenta—, las denuncias las escribíamos nosotros y las mandábamos desde casillas truchas. ¿Viste que en ninguna había algo concreto? Todo era “no me acuerdo” o “me desperté mareada”, pura sarasa. Pero funcionaba para mantener a las mujeres alejadas.
Leo, Fernando y Germán se suman a nuestra mesa. Un momento limpio, de atípica privacidad, en una banda que últimamente está todo el tiempo rodeada de gente.
—Suspendemos la gira —dice Leo— en las redes nos están despedazando, no tiene sentido seguir. Nos quedan Perú, Bolivia, Chile y Paraguay, y nos van a putear en todos lados. Me vuelvo a Buenos Aires.
Leo se va con Melina, Fer empieza a organizar el regreso y Germán sube a la habitación a buscar su equipaje. Javi vuelve a mirarme.
—¿Este es el público que supimos conseguir? —pregunta con tristeza y sin esperar respuesta— ¿un montón de adolescentes intolerantes que se ofenden porque su ídolo es gay?
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—En seis meses voy a cumplir 49 años y no se que carajo será de mi vida —dice Fernando mientras acomoda las brasas debajo de la parrilla.
—¿Eso estamos festejando? —se burla Bata mientras adelanta el postre y peina rayas de coca en un plato negro— ¿tus 48 y medio? Pensé que esto era por el natalicio de mi hermano, la señora de las cuatro décadas.
Hoy cumplo 40 años y Fer nos invitó a una quinta a pasar el fin de semana. Mi cumpleaños es una excusa, Fernando se está despidiendo de la vida disipada a regañadientes. Está remando para volver con la heredera de los laboratorios y sabe que en cuanto le abran esa puerta tiene que dejar la joda atrás. Su comentario y la broma de mi hermano me recuerdan un mal momento: seis meses antes, el manager celebraba su cumpleaños en Palermo y me informaba que Javi y Leo habían decidido que Bata y yo cobráramos menos por nuestro rol en Los Rápidos. El principio del fin. Pero este finde lo paga él, de su bolsillo, todo incluido, y yo estoy encantado. Le acerco un Campari a la parrilla y le paso un brazo sobre los hombros.
—Gracias por esto —le digo con sinceridad— es una pena que Leo y Javi no pudiesen venir.
— No pasa nada, Bajito, con ustedes dos me alcanza y me sobra —responde mientras brindamos—, bienvenido a los 40.
Los Rápidos se acabaron aquella mañana en Quito, y Javier y Leonardo encararon un nuevo proyecto apenas regresaron de la gira trunca. Ahora son un dúo. Cantan los dos y se turnan para tocar teclados y guitarras. Hacen canciones de la banda y cierran con 53&3 de Ramones y I Will Survive. Es un show simpático para teatros chicos, con el que ya encararon una gira nacional de quince fechas. Fer no trabaja mas con ellos, ahora los maneja Melina, que se reconcilió con Leo cuando entendió que era lo mejor para todos y que, a fin de cuentas, “el puto es Javi”, según palabras de su novio.
—Les tendría que haber prestado el suspensorio antes de que se vayan —dice Bata— deben tener los huevos todos rojos.
Yo me rio ante el desconcierto de Fernando, que no entiende de que habla mi hermano, así que le explicamos de suspensorios, sexo anal y testiculos colorados mientras Omar Smith entra en la quinta con su auto de alta gama. Cuando baja lo aplaudimos por su brillante labor como abogado del diablo en Rio Negro, y detrás suyo descienden las cuatro chicas que Fernando invitó para que nos acompañaran este fin de semana y que Omar se ofreció gentilmente a trasladar hasta acá. Bata se acerca a la mas delgada, la toma de la mano, levanta el plato negro y se mete en la casa. No lo vamos a ver por un par de horas. Su relación con Julieta terminó después del accidente, sin rencores ni reproches. Juli se internó en un centro de rehabilitación disfrazado de casa de reposo y ya le adelantó que al salir no volverá a verlo. No es nada personal, la piba solo quiere seguir viva.
Pasamos un fin de semana intenso y divertido, y el domingo a ultima hora de la tarde Smith se va con las chicas mientras Bata y yo nos subimos al auto de Fernando para ir a Ezeiza. La banda Corazones Muertos —de São Paulo— busca músicos para renovar su formación y un cambio de aire parece un buen plan. Buenos Aires no da para mas. Llegamos, bajamos las maletas, nos despedimos de Fer con un abrazo triple y tomamos una última cerveza en el bar del aeropuerto.
— Gracias por no intentar salvarme la vida —me dice Bata mas tarde, antes de desaparecer por la puerta del preembarque.
Yo me quedo un rato en el hall, dando vueltas sin rumbo, tratando de ordenar mis ideas, y después salgo a buscar un taxi para volver a casa. Quiero descansar porque mañana empiezo en mi nuevo trabajo. Archy Gucci me consiguió un lugar en el departamento de arte y diseño gráfico de Rock Culture. Mi primera tarea será el pack gráfico de Angelitos, un quinteto adolescente surgido de un reality show. El programa terminó ayer, mañana los chicos arrancan con las clases de canto y en dos semanas tienen su primer Luna Park. La van a romper.