Me dirijo a vos, joven curioso o muchacha despierta del año 2061, porque tenemos gente en común: tus bisabuelos. Ellos compraron esta edición de la revista Orsai en el mes de su aparición y la atesoraron durante muchos años. Nunca se la prestaron a sus amigos ni le tiraron encima el café de la mañana. Jamás perdieron esta revista en ninguna de sus mudanzas. La cuidaron como si fuera un libro.
En algún momento, entre 2027 y 2031, plastificaron la tapa; estuvo de más, porque los materiales con que hacemos Orsai aguantan décadas. Sea como sea, todos esos cuidados y mimos ayudaron a que el objeto que acabás de encontrar por casualidad se mantuviera inalterable durante años. Exactamente durante cuarenta y cuatro años.
Te escribo desde 2017, joven curioso o muchacha despierta del futuro. Esta revista pasó de las manos de tus bisabuelos a las de tus abuelos. Ellos se la regalaron a tus padres antes de morir, junto a otras pertenencias sentimentales. Y ahora vos, con dieciocho años recién cumplidos, abrís la baulera de tu familia un sábado de aburrimiento y te encontrás, sin querer, con esta página.
Me presento: soy el director de la revista y te estuve esperando todo este tiempo con la esperanza de que esta comunicación se cumpla. Sé que las posibilidades de que tengas dieciocho años recién cumplidos y estés leyendo estas líneas en el año 2061 son bastante altas. Pero también sé que las opciones de que sea sábado y de que estés en la baulera de tu familia son escasas; pero no me importa. Yo creo en este instante del futuro como otros creen en Dios o en la dieta de la cebolla.
Quiero decirte, joven curioso o muchacha despierta del año 2061, que ojalá leas las doscientas páginas que siguen y no te parezca una lectura aburrida. Tu veredicto me importa más que el de tus bisabuelos, que son los lectores originales. Porque con ellos me une la mirada (no es difícil conformar a los contemporáneos) y en cambio con vos solamente comparto la intuición del mundo.
El objetivo más sensato de cualquier proyecto creativo —no importa si es una revista, una película o un puente— es que el tiempo no destruya el sentido de la obra. Que nunca nadie pueda decir: «Ah, qué mal envejeció esto». Que nuestro trabajo no se convierta, con los años, en un ejercicio desfasado.
Por lo tanto, ojalá realmente tengas dieciocho años; ojalá hayas subido a la baulera; ojalá te hayas interesado en estas líneas; ojalá que sigas adelante y que, cuando llegues a este párrafo, cierres los ojos un segundo y puedas imaginártelos a ellos, a tus bisabuelos, leyendo estas líneas con una sonrisa en la boca. Y que al imaginarlos digas, con certeza flamante: «Hubiéramos sido amigos».
H.C.