LUNES. El lector de Mario Benedetti, entre poema y poema, lee algo de autoayuda.
MARTES. Y porque el mundo sigue siendo mundo. —Flaco, dame la novela por la que Borges ganó el premio Nobel.
JUEVES. Los lectores de Ricardo Piglia y de Alan Pauls no tienen espíritu crítico.
VIERNES. Google es peligrosísimo en las manos de un idiota. Algunos crecieron con eso:
—¿La sección de cuentos sobre manos?
—Nunca escuché algo tan alejado de la realidad.
El vendedor sale a fumar un cigarrillo. Entonces, tal vez, mirando el cigarrillo y recordando la inmediata situación, piense: aquí, quizás, pueda
haber un cuento sobre manos.
SÁBADO. No todos los autores del mundo tienen obras críticas acerca de su trabajo. Pero explicáselo a una fanática de Mary Higgins Clark.
DOMINGO. Franco.
LUNES. Franco.
MARTES. Si querés ser librero deberías hacer una prueba en tu casa. La prueba consiste en que un familiar solidario te pregunte, entre ochenta y
ciento noventa veces al día, lo siguiente: «Joven, ¿cómo están ordenados los libros?» o «Lo que está en la estantería, ¿es todo lo que tenés de Isabel Allende?».
Si soportás esa jornada en tu propia casa, animáte y dejá un currículum en la librería.
MIÉRCOLES. El señor, cuarenta años, cara de apurado, se acerca a la caja con un libro del doctor Kusnetzoff: Toco y me voy, famoso texto sobre la
eyaculación precoz.
—Cincuenta y cuatro pesos. ¿Tarjeta o efectivo?
—Efectivo. Y, si puede ser, para regalo, por favor.
El cajero le cobra, se lo envuelve y el vendedor lo ve retirarse muy rápidamente, mirando paranoico para todos lados. Finalmente, se pregunta
en voz alta.
—¿Quién carajo regala un libro sobre eyaculación precoz?
JUEVES. Nota mental para todos: muchas gracias dicen los mozos. Los libreros no reciben propina: Las gracias las tiene que dar el cliente. No voy a decir más «gracias».
VIERNES. Día de la necrofilia ilustrada.
—¿Cuál es el libro famoso de Soriano?
—Muchos. A mí me fascinó Una sombra ya pronto serás.
—Sí, ese. Me dijeron que es increíble. Me lo llevo, pobre…
—¿Pobre? ¿Por qué?
—¿No acaba de morir?
—No, no. En el noventa y siete, más o menos.
—¿En serio? Me dijeron que había muerto recién.
—No, no.
—Entonces no me lo llevo. Qué boluda.
SÁBADO. El librero pide médico. Visita su domicilio. Le tocan las hemorroides para ver si es cierto. Es cierto. Las hemorroides complican la
tarea de trabajar parado. A veces sangra el culo. La doctora se va y el librero se queda acostado.
Lee y se duerme.
DOMINGO. Con cuidado de artista, pero mejor de salud, va a la casa de sus padres. Mima a su perro, charla con su padre sobre el Barcelona. Come poco asado y el morrón, explica, va a dejarlo pasar: no encaja en su dieta.
LUNES. Franco.
MARTES. Hay que decirlo: El principito inventó la autoayuda. O, por lo menos, es pionero.
MIÉRCOLES. Mujer joven: treinta años. Vendedor viejo: treinta y uno.
—Porfa, estoy re apurada. Dame El guardián entre el centeno.
El vendedor se lo trae. Le dice el precio. La clienta se aleja un paso y retorna.
—Te pregunto por si me llevo el equivocado. ¿Este es el libro con el que Chapman mató a Lennon?
El vendedor no responde y baja al lugar de descanso para respirar unos minutos.
JUEVES. El lector de suplementos cree que todo se consigue en todos lados. Ejemplo: «Hola, vengo de Islas Feroe. Vi en uno de los diarios de las islas que se publicó un libro sobre las aves de los árboles altos de mi país. ¿Lo tendrás? Si puede ser de bolsillo, mejor».
VIERNES. Diálogo matutino:
—…y para su sobrina, le recomiendo Nueve cuentos. Es fabuloso.
—Ah, sí, sí. ¿Este es del mismo autor que mató a John Lennon?
El vendedor se resigna a que la vida sea cíclica y esté mareada de dar vueltas.
—Sí, el mismo.
SÁBADO. Uno de cada veinte clientes termina de escuchar lo que decís cuando te pide una indicación.
LUNES. Veinte de cada veintiún clientes que no terminan de escuchar lo que decís cuando te piden una indicación vuelven a que les repitas lo que no escucharon.
MARTES. Diálogo vespertino:
—¿Cómo me llevo un libro a mi casa?
—Lo compra, se lo lleva…
—No, claro… Pero los que son para llevarse…
—Ninguno, a no ser que los compre.
—¿No hay ninguna parte de la biblioteca que entregue los libros?
—Señor, esto es una librería, no una biblioteca.
—¿Y cuál es la diferencia?
El vendedor no llega a abrir la boca que el cliente se va.
MIÉRCOLES. El lector de Bolaño tiene pánico de leer autores nuevos o vivos.
JUEVES. Conversación:
—Hola.
—Buen día, ¿en qué lo…?
—Sí, flaco, escuchá… Che, me enteré de que Stephen King está escribiendo una novela sobre el fin del mundo.
—Mirá, yo no escuché, pero…
—Lo que quiero saber es: ¿cómo hago para dejarla reservada?
VIERNES. El cliente asiduo a las novelas policiales, generalmente, cree que los libros de un autor son siempre sagas. Que todos tienen que ver con todos. Camilleri es Montalvano. Mankell es Wallander. Christie es Poirot. Y, si cambian de género, Asimov es un robot, Tolkien es Frodo, Anne Rice es un vampiro, y así: cada cual es su propio curro. Léase que Valerio Massimo Manfredi será citado en el suyo, las guerras romanas y esas cosas, a su debido tiempo.
SÁBADO. En la sección de niños, dos de ellos litigaban. Uno de nueve y otro de once. Uno de ellos decía que un personaje de Harry Potter no era del
todo malo. El otro decía que sí, que no importaba si no era del todo malo y que tuviera algo de bueno porque, al final de cuentas, quería matar a no sé quién. Se pelearon un rato y el segundo le dio algo de razón al otro con el siguiente argumento:
—Claro, puede ser. Es como Papá Noel: es bueno y trae regalos, pero trabaja para Coca Cola.
Hay futuro.
DOMINGO. Franco.
LUNES. Franco.
MARTES. El cliente de novela histórica cree que está leyendo Historia.
MIÉRCOLES. Una confusión histórica es aquella que consta de adjudicarle La náusea a Camus y La peste a Sartre. De ahí, también, que Camus rechazó el premio Nobel y que Sartre nació en Argelia. Simone de Beauvoir es la mujer de los dos, según el cliente. Pero lo que nunca sospechamos es que
alguien pueda llegar a elegir entre Sartre y Camus según esta condición:
—¿Cuál era el bizco?
Entonces el librero se pregunta si la peste trae la náusea o la náusea trae la peste. Quién sabe. A nadie le importa.
JUEVES. Todo lector de libros de actualidad política cree que si el libro que se busca no está, existe alguna conspiración por parte de los libreros para no venderlo ni exhibirlo.
VIERNES. Vemos que un taxi frena. Lo escuchamos. Lo identificamos entre otros taxis. Entre los miles que circulan y entre las decenas que frenan frente a la librería. Entonces baja una señora y la distinguimos entre todas las señoras de la calle Santa Fe. Entra en la librería y no puede solamente entrar y pedir algo: primero tiene que llevarse a todo el mundo por delante. Tiene que hacer actuar igual a su taxi; igual a todo lo que tenga que tratar con ella. Y antes de terminar de pensar en eso, antes de que cualquiera de nosotros pueda reflexionar sobre ese demonio, se acerca y absorbe al vendedor.
—Nene, dame Comen.
—¿Qué cosa?
—El libro. Dale, que tengo el taxi en la puerta, no puedo más.
Me fijo en la computadora. Mientras me fijo, sé que no encontraré lo que pide. Todo: ella, yo, los ritmos. Todo atenta contra el objetivo de encontrarle algo y hacerla circular.
—Señora: con ese nombre, nada.
—Dale, nene. Dame Comen y me voy. Si es re famoso…
—Bueno, pero así, así como me dice, no aparece nada… ¿Tiene el autor?
—No, nene, qué autor ni autor. Dame el libro. Es una historia de mucha gente. Y es muy famosa. ¡Por favor, traéme el libro de una vez! ¡Mirá el taxi, querido! ¿En dónde trabajás? Lo vendiste mil veces, che, no es tanto pedir. ¿Recién empezás en la librería vos?
—No, llevo ocho años en esto.
—No parece, flaco. No parece. Es un libro famoso. ¿Le pregunto a otro vendedor?
—Dígame al menos de qué trata el libro. Por Comen no me sale nada ni tampoco me suena… Tal vez tiene mal el dato, considérelo.
—¿Mal el…? Ay, querido… Parecías inteligente. Si vi la película treinta veces. Y vos también. La de los chicos que se caen con el avión en Los Andes y…
—Y se comen entre ellos…
—Por eso, ¿ves? Sabías…
—Viven. El libro que busca se llama Viven.
—¿Viven? Bueno… Comen, viven, es lo mismo… Dame el libro que el taxi está esperando.
Le doy el libro, lo paga y se va. No decimos una sola palabra. Ni un gesto de cortesía. El taxi sale disparado.
SÁBADO. Los libros de arte son hermosos. Grandes artistas en libros de quinientos pesos. ¿A qué voy con este comentario? A que un verdadero artista nunca compraría un libro de quinientos pesos. Nunca hay artistas en la sección de arte.
DOMINGO. Estrategias de venta para clientes adictos a la muerte a los que les importa un pomo el genio y el contenido de un libro. John Kennedy Toole: «Señor, este tipo se suicidó y la madre hizo que lo publiquen. Es groso». Juan José Saer: «Un grande. Se exilió. Ahora es reconocido en todos
lados». Ernesto Sábato: «Vivió casi cien años». Hebe Uhart: «Está viva, pero pronto, cuando muera, será un éxito». Charles Bukowski: «Fue un exito de ventas en los ochenta por textos que escribió en los cuarenta y cincuenta». John Fante: «Firmó su mejor contrato editorial en el hospital, con una pierna amputada». William Goyen: «El mejor autor de los sureños. Es coetáneo de Faulkner, pero recién ahora fue traducido al español. Creo que ya vendió más de quinientos ejemplares». Roberto Bolaño: «Murió joven». Raymond Carver: «Murió joven». Oscar Wilde: «Estuvo preso por puto».
LUNES. Franco.
MARTES. Cuando se acercan con la frase «hace mucho que lo estoy buscando» o «no lo encontré en ninguna librería», solo uno de cada cincuenta hace efectiva la compra. Generalmente, buscan para seguir buscando. Es buscar por la idea de la búsqueda como fin. Y si, para colmo de males, el ejemplar que tenemos es barato, el cliente pondrá de manifiesto su decepción: lo que busco es mierda barata.
MIÉRCOLES. Cliente elegante dice:
—¿Puedo abrir este libro?
—Mmm, sale casi mil pesos, y no es de mi sector…
—Pero no lo puedo comprar si no lo veo, che…
—Bueno, vamos a preguntarle al encargado del sector…
—Sí, ya le dije y me contestó que no se puede porque casi no hay de estos y no sé qué verso me tiró…
—Y… Yo mucho no puedo hacer.
—Quiero preguntarle al gerente. Alguna lógica tiene que haber. No se compra algo si no se lo ve.
—Bueno… Ahí está… Julián, ¿podés acercarte un segundo?
Aparece el gerente.
—Señor, lo que yo quería era ver este libro, primero, antes de comprarlo.
El vendedor reconoce un cambio en el lenguaje. El cliente dice que quiere verlo antes de comprarlo como si ya hubiese decidido hacerlo.
Pero el vendedor sabe que un pequeño cambio en el tiempo verbal de la conversación anterior, a la posterior con el gerente, resuelven todo en cuatro palabras: mentiroso hijo de puta.
—¿Por qué no? —dice el gerente—. Es justo…
El cliente le da de soslayo el libro al vendedor para que se lo abra mientras conversa con el gerente y le cuenta algunas cosas sobre su vida que a nadie le importa. El vendedor lo abre y se lo da y el cliente toma el libro sin mirar al vendedor a los ojos nunca más. El gerente saluda y sigue con sus actividades.
El cliente gira tres páginas. Una de acá, otra de allá. Mira la tapa: como si no se viera a través del film.
—Está bien… Muy lindo… Te lo dejo, eh…
—¿A mí?
—Ahá…
Y se va caminando sin saludar.
JUEVES. El lector de filosofía es insoportable.
VIERNES. El vendedor ordena. Mientras ordena, atiende. Mientras atiende, tiene que vender. Mientras vende, tiene que tolerar cosas como esta:
—¿Sos vendedor?
—Sí, sí… Lo escucho…
—Mirá, me fijé en Murakami y no tenés nada ¿Dónde está?
—Ahí, sí. En el orden alfabético.
—Sí, pero lo que necesito es que me atiendas, si no ni te molesto. ¿Me mostrás? Busco Sputnik, Mon amour.
—Se llama Sputnik, mi amor… Pero bueno, acompáñeme a la zona…
Se acercan al sector, pero justo cuando llegan el cliente le gana la posición.
—¿Por aquí?, está bien, está bien.
—Déjeme que le muestre.
—Ya veo, ya veo. Gracias. Yo busco.
—Pero me dijo que le enseñe dónde.
—Ya está, ya está: yo conozco a Murakami.
—Bueno.
Vuelve a su trabajo: ordenar, atender, vender.
Pero vuelve el cliente.
—Flaco… No veo el que busco. ¿Me podés buscar el libro?
—Sí. Estaba en eso pero me mandó a volar.
—Nooo, pibe. Mandar a volar es como que te insulté.
—Bueno, bueno. Era una expresión. Lo acompaño.
El vendedor lo acompaña, el cliente se le adelanta y le gana la posición.
—¿Me deja el lugar para que le busque el libro?
—Sos problemático, eh. Te estoy ayudando.
—Pero usted me pidió ayuda a mí. ¡Mire! Acá está el libro.
—Qué chiquito que es.
—Claro, es de bolsillo.
—¿Es resumido?
—¿Qué? No, es… normal. Pero de bolsillo.
—¿Qué significa de bolsillo?
—¿Nunca vio un libro de bolsillo?
—Yo vivo en Estados Unidos desde hace quince años, flaco.
—En Estados Unidos se inventaron los libros de bolsillo.
—Bueno… ¿Cuánto sale esto?
—¿Esto? El libro que me pidió, el libro que quiere leer sale… Cincuenta y siete.
—¿Por esta cosita? Voy a preguntar en la librería de al lado. Perdonáme, pero tiene que estar más barato.
—Lo siento, hay una ley que impide que los libros estén más baratos en un lado que en otro.
—Estás muy equivocado, pibe. En la avenida Corrientes salen mucho más baratos.
—Claro… Son usados.
—Bueno. ¿Dónde está la parte de usados acá?
—Pregunte en la librería de al lado. Tal vez sí está más barato.
más barato.
El vendedor da media vuelta y hace lo de siempre: tomar un café, pensar en renunciar, calmarse y volver a ordenar.
SÁBADO. Cuando a cualquier cliente le contás que los libros también mueren, que muchos no se encuentran más, que no se publican más, que ni siquiera una biblioteca los tendrá, te miran como si fueras el culpable de esos males de la cultura.
DOMINGO. Franco.
LUNES. Franco.
MARTES. Médico. Visita a domicilio. Revisión de hemorroides. Dedo en el culo. ¿Duele? ¿Te pusiste crema? ¿Estás comiendo fritos? Ponete crema que mañana estás bien. Eso sí: relajáte un poco que eso es estrés.
MIÉRCOLES. Mujer lánguida pregunta:
—Hola. Dame Sentido y sensibilidad, de Paul Auster.
—Ja. No…
—¿De qué te reís? ¿Qué te causa tanta gracia?
—Tranquila. Tampoco me dio tanta gracia, si apenas me reí fue porque…
—¡No me interesa lo que te pasa! ¿Tenés el libro o no?
—Mirá. Primero, no me grités. Segundo, no es de Paul Auster el libro, eh. Es de Jane Austen.
—¿Me vas a decir a mí de quién es Sentido y sensibilidad? Yo soy la que lee. Vos trabajás acá, nada más.
El vendedor siente que algo se rompe dentro suyo.
—Sí… La verdad…
Le alcanza Sentido y sensibilidad, de Jane Austen.
—¿No te dije de Paul Aster?
—Perdón…
Le trae cualquier libro de Paul Auster.
—No, me llevo el otro. Aunque no sea lo que estoy buscando. Traémelo…
—Sí, cómo no…
Le vuelve a traer el libro de Jane Austen.
—¿Cuánto cuesta?
—Cincuenta y nueve pesos.
—Ah… Te lo dejo. Paso mañana…
JUEVES. Médico. Visita a domicilio. ¿Estás bien? A ver. Están hinchados. Y mucho, pibe. ¿Te pusiste crema y están así? Te dijimos ya que estés tranquilo. Vamos a la clínica. Hay que operar.
VIERNES. Gelatina en la cama del hospital. Lectura de revista de chimentos. Zapping. A su derecha, un señor, también de blanco, internado y con la garganta rasposa.
—Eh, joven…
—¿Sí?
—Usted trabaja en la librería, ¿no?
—No… Acabo de salir de la cárcel.
—Ah…