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El mago de Valladolid

Escribe
Quintín
Ilustra
Matías Tolsà
¿Qué sería del cine sin la figura del operador? Quintín nos presenta a Álvaro Arroba, un titiritero del cine con el don de detectar referentes del cine actual que desafían las convenciones.

Me habían avisado que Miguel Rep iba a intervenir mi nota del número anterior, pero cuando el correo me trajo la Orsai quedé un poco sorprendido por la abrumadora presencia del dibujante. Como dice su biografía de la contratapa, Rep es el primer ilustrador del mundo en intervenir una revista completa. Y la verdad es que el tipo se lució: desplegó su talento de la primera a la última página multiplicando estilos e ideas. Eso sí, lo que me tocó en el reparto no fue lo más simpático. Rep ilustró algunas notas e intervino otras, pero la mía la escrachó. Los recuadros en los que su personaje se interna en la selva incluyen textos escritos a mano con una letra enorme, en la que declara que el artículo que acompaña sus dibujos es árido y dubitativo, un mazacote que le opone resistencia y ante el cual el dibujante protesta para, al final, encaminarse aliviado hacia tareas menos penosas. 

Debo decir que, de entrada, lo de Rep me molestó un poco, en parte porque la nota está precedida por una bajada en la que se dice que me convocaron para «arruinar la paz de cualquier mesa familiar» con mis opiniones, pero terminé haciendo otra cosa sobre la que nada se dice, como para ratificar la idea de Rep de que les tiré un pescado más seco que lengua de loro, un galimatías de incoherencias que no merece los elogios que los editores les dedican a las otras firmas. Es cierto que, en algún momento, me dan alguna palmada en la espalda como para justificar haberme llamado, pero yo esperaba una página al final de mi texto en el que me dijeran, como les dicen a los otros, que es un orgullo para la revista publicar algo tan brillante. 

Claro que no puedo decir que no me la busqué: en mi primera nota me propuse ser un opositor dentro de Orsai, escribir contra el consenso que la atraviesa, ese consenso que tiene una reveladora expresión en la contratapa del número anterior, en la que se les ordena a los lectores afiliarse al Partido Orsai y hasta imprimir el carnet. Frente a mi propuesta, el partido reaccionó como los partidos reaccionan contra los disidentes, mandando un sicario para que lo ponga en su lugar, negándose a escuchar lo que tiene para decir. Y lo que tengo para decir, una vez más, es que no importa la opinión que uno tenga de los temas que hacen a la discusión de sobremesa, lo importante es huir de ellas, no patear el tablero, sino cambiar de tablero o jugar sin tablero: hablar de lo que queda a un costado, de lo que no parece importante, de lo que no nos unifica como nación, generación o redacción. De todos modos, me alegro de haber provocado el desconcierto de Rep y la represalia del Comité Central. Después de todo, esa era la idea. Debo decir que Rep me escrachó con estilo y que la reprimenda fue amistosa. También debo decir que el calavera no chilla: ¿qué esperaba?, ¿que me dieran una medalla y me convocaran a una charla TED sobre nuevas formas del periodismo? 

Pero no me iré ni renunciaré, una frase que pronunció el presidente Frondizi el día anterior a su derrocamiento por los militares y que ahora no se usa mucho. Así que hoy les voy a contar una historia. Tiene que ver con el cine, hay un héroe, varios secundarios coloridos, y en ella se devela un secreto. Como proyecto, es magnífico. Ahora vamos a ver qué sale.  

Empecé a pensar en esta historia hace un par de meses, cuando recibí un libro de Mario Varela llamado Diario de Camboya. Varela (Rosario, 1969) fue poeta en los noventa, después cineasta, pero su vocación es vivir en la Patagonia y ser guía de montaña. En 2018 filmó una película que se llama La vida que te agenciaste, un documental sobre los otros poetas de los noventa, en la que intentaba demostrar que sus compañeros de generación no se habían agenciado una vida envidiable, y que la suya era mucho más interesante. Lo conocí hace años en un festival en Bariloche en el que armamos un jurado abierto del cual formaba parte el cineasta José Campusano. Allí discutimos los premios delante del público y los realizadores, y Varela filmó la deliberación, pero parece que el material se perdió, y hoy nadie cree que hicimos algo así. Volví a encontrarme con Varela en un stand que quedaba al fondo de la Feria del Libro, donde se aburría mucho. Solía visitarlo allí, y a veces se nos unía Vanina Colagiovanni, directora de la editorial Gog y Magog, novia de Varela y editora del Diario de Camboya. En Bariloche, Varela se había hecho amigo de Campusano y, desde entonces, empezó a trabajar como cámara en sus películas. La última vez que lo vi en la feria, me contó que lo habían contratado para hacer de camarógrafo en Bruna, una película de un español llamado Gonzalo García-Pelayo. Eso fue —creo— en 2023, y no supe más de él hasta la llegada del libro que sirve de guía para nuestra historia. En estos días le pregunté cómo había resultado la experiencia de Bruna y me contestó: «Filmamos un viernes. La actriz se encontraba después de un año con el novio que la había abandonado para volver con la ex. Él también es actor, pero no se habían vuelto a ver desde la separación. Dependiendo de lo que pasara ese día en la charla entre los dos, Pelayo iba a escribir el guion para filmar a la semana siguiente. Me encantó, me pareció el director con menos ataduras del mundo. Entonces me quise hacer amigo». 

Casualmente, yo había conocido a García-Pelayo poco tiempo antes de que Varela me contara sobre su oferta de trabajo. De hecho, el español había estado en casa, en una gira solitaria que emprendió por la costa atlántica buscando locaciones para Bruna, que finalmente se rodó en el Gran Buenos Aires. En un almuerzo con Coca-Cola (Pelayo no fuma, no bebe, no se droga), tuvimos la oportunidad de oírlo contar la historia que lo califica como uno de los personajes más singulares de la fauna cinematográfica. Es probable que el lector la conozca, pero la resumiré brevemente. Pelayo (Madrid, 1947) empezó haciendo cine en Andalucía, donde rodó cinco películas entre 1976 y 1982. Una de ellas, Vivir en Sevilla (1978),es un clásico de culto y una de las películas más virulentamente eróticas del cine español. Harto de no obtener financiación y de no ser reconocido por la crítica, se cansó del cine y se dedicó a la producción discográfica, en la que tuvo mucho éxito. Pero más éxito tuvo en los noventa desbancando a los casinos. Ayudado por sus hermanos y sus hijos, Pelayo estudió mediante métodos estadísticos los desbalances de las mesas de ruleta y, apostando en conjunto a partir de esa ventaja, ganó mucho dinero antes de que los casinos corrigieran sus ruletas. Cineasta, productor, erotómano («viajé muchas veces a la Argentina por las mujeres»), jugador y matemático aficionado, acaso el rasgo más extravagante de Pelayo es que no solo les ganó a los casinos, sino que también quiso ganarles a los matemáticos profesionales. En aquel almuerzo afirmó haber demostrado la conjetura de Goldbach («todo entero par mayor que dos puede expresarse como la suma de dos números primos»). Formulada en 1742, la conjetura es uno de los problemas abiertos más famosos de la matemática, contra el que se han estrellado las mentes más brillantes. Ahí dudé un poco de la cordura de Pelayo, aunque en todo lo demás es un señor absolutamente sensato y de una inteligencia profunda.

Pero Pelayo estaba filmando de nuevo a partir de una especie de milagro. Cuando ya había renunciado definitivamente, un día dos críticos le tocaron el timbre y le dijeron que querían entrevistarlo porque lo consideraban un maestro del cine. Pelayo respondió que los había estado esperando durante treinta años, y aunque el reconocimiento circuló apenas entre un grupo reducido de cinéfilos, fue suficiente como para que Pelayo volviera a dirigir y lo hiciera como para recuperar el tiempo perdido. Así, entre 2013 y 2020 dirigió nueve largometrajes, pero entre 2021 y 2022 filmó diez en doce meses y diez más en los doce meses siguientes, entre ellos, Bruna. Luego hizo —por el momento— tres más. Una maratón de récord Guinness y difícil de creer. Salvo por un detalle: todas las películas de García-Pelayo se pueden ver gratis en su página web (y vale la pena darse una vuelta por Cine Pelayo). Entre sus últimas producciones hay por lo menos dos muestras de su pasión erótica, Tu coño (2022) y, la última, Cantar desnuda (2025), donde la cantante Annika hace lo que dice el título. Pero la mayoría de las películas no son de sexo: a García-Pelayo le interesan los viajes, los dramas familiares, la música, la vida cotidiana de la gente (hay, por ejemplo, una película sobre los trabajadores del delivery, PedidosYa). Hay muchas cosas en el cine de Pelayo, pero, en particular, hay vida. Y además, hizo treinta y dos películas en menos de diez años. Como suele repetir, en el arte la cantidad también importa.

En enero de 2024, Varela ya se había hecho amigo de Pelayo y formaba parte de su equipo habitual. En ese carácter, viajó a Camboya para hacer cámara en dos películas del español. Una a filmarse en Camboya (Angkor-Camboya-Damiana), y la otra, en Vietnam (Al sur del Mekong). También se ocupó de los archivos electrónicos y hasta hizo de actor, al igual que el resto del equipo.El modo de trabajo de Pelayo queda documentado en el Diario de Camboya: un cine de guerrilla, con un equipo que filma rápido y se mete en lugares no permitidos, una enorme flexibilidad para cambiar el guion, incluso la estructura de la película. El personaje de Damiana, una mujer a punto de morir, es tan cruel con su marido que Pelayo decide que es demasiado. Por eso introduce un segundo grado y transforma un drama familiar en un rodaje sobre un drama familiar, y fabrica una película dentro de la película que le sirve de red de contención. 

Flashback. En abril de 2006, recibí la película de un desconocido cineasta catalán llamado Albert Serra. La película se titulaba Honor de caballería y erauna curiosa adaptación del Quijote ambientada en un baldío. Pocos días más tarde se estrenó en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes. Fascinado con el film, creo haber sido el primero en publicar una reseña. Serra se convirtió en un director de culto, para crecer luego a un público más amplio. La última película de Serra —que venía de filmar La muerte de Luis XIV con Jean-Pierre Léaud y Pacifiction, un oscuro thriller en la luminosa Polinesia francesa— se llama Tardes de soledad y se la considera la mayor expresión cinematográfica de la tauromaquia. Serra es hoy una alta figura en el cine de los festivales y en la mirada de los críticos. Aunque es lo menos woke que existe, la fiesta de los toros tiene importantes prosélitos, como el filósofo francés Francis Wolff, que la ha defendido en sesudos libros. 

Volvemos a Camboya en 2024. El director de producción de las películas y otro de los personajes del libro es José Celestino Campusano. Campusano (Quilmes, 1964) es un original, y su cine vanguardista y brutal es acaso la única expresión en el cine argentino de una épica de la clase baja sin demagogia ni condescendencia. Películas como Vil romance, Vikingo y Fantasmas de la ruta,entre otras, son clásicos de la producción underground y del talento de Campusano como cineasta, pero también como descubridor de un mundo que incluye los motoqueros y como organizador de su cine bajo pautas parecidas a las de Pelayo: equipos chicos, velocidad, flexibilidad, inspiración.En Camboya, Campusano filma además una película propia. Es un documental sobre Pelayo que se llama Pelayo por Campusano e incluye una larga entrevista del argentino al español (o viceversa, porque Campusano no es de los que se callan). En un momento, le pregunta a Pelayo quiénes son, según él, los grandes directores actuales. Pelayo responde que Mariano Llinás, Pedro Almodóvar y Lucía Seles. Si Campusano es de culto, Seles está alcanzando el estatuto de adoración, y el círculo más exquisito de la cultura local ya la considera un genio. Nacida Diego Fernández, aparentemente en Chile, en una fecha imprecisa, Seles irrumpió en el Bafici 2022 con su trilogía (luego, tetralogía), que transcurre en un club de tenis. Sin improvisación alguna, con un ritmo y una precisión marcados, su elenco de actores encarna los personajes más radicales, más beckettianos, más románticos, más autistas que se hayan visto en una pantalla. Entre esos personajes, la más impresionante es la tenista, interpretada por Laura Nevole, que logra generar una tensión insoportable cada vez que aparece frente a la cámara. 

El productor de las últimas películas de Seles es García-Pelayo. Uno de los films de la maratón de Pelayo se llama La próxima película de Carmen Trevilla. Trata sobre un director español (interpretado por Iván Pelayo) que viene a la Argentina para producir la película de una directora, Carmen Trevilla, interpretada por Seles. Es un excelente retrato de Seles, en particular de su curioso lenguaje, de su imperiosa extravagancia. Es también una película de Seles, quien figura como guionista. En una escena, Seles le pide a Campusano que le enseñe a manejar una moto. 

Seles no viajó a Camboya, pero sí Laura Nevole, «la tenista», como la llaman sus compañeros de rodaje. Ella es la coguionista de los films y protagonista de ambos. En Camboya, entre templos budistas y el museo del holocausto local, es la mujer despiadada que viaja para conocer al hijo que tuvo con un funcionario khmer rojo. En Vietnam, es una devota laica que lleva una pequeña réplica de la Virgen de Luján para dejarla, humilde y escondida, en una iglesia vietnamita. Varela da cuenta en el libro de la fascinación que siente con la actuación de Nevole.

Hemos llegado al momento del gran vuelco, de la revelación de esta historia. La cinefilia tuvo siempre un costado secreto o esotérico, fue de algún modo una circulación entre susurros de ciertos nombres que el gran público ignora hasta el momento en que se hacen masivos. Para que eso ocurra, son imprescindibles los artistas y sus obras. Y también, desde luego, una crítica que los difunda. Pero la promoción de un cineasta desde el anonimato a su reconocimiento como autor requiere de otra figura, la del operador. El operador es un personaje que se mueve entre bambalinas y va influyendo en la opinión circundante como para que se produzca una metamorfosis y el solitario ninguneado se transforme en un objeto de admiración. Dicho de otra manera, en el cine hay quien se encarga de descubrir, comunicar, promover, establecer, imponer. Si se me permite una metáfora desproporcionada, así como hay magos del Kremlin, también hay magos en la ciudadela cinéfila. Para dar un ejemplo, uno de ellos fue Pierre Rissient, el hombre que logró que Clint Eastwood, un actor despreciado como realizador en EE. UU., se consagrara en Francia y su prestigio terminara rebotando en su propio país. 

Ha llegado la hora, entonces, de presentarles a un titiritero del cine, a un mago del séptimo arte. Es español y se llama Álvaro Arroba. Arroba nació hace cincuenta años en Valladolid, una de las ciudades más insulsas de España. Allí trabajó mucho tiempo cubriendo el turno noche de las emergencias municipales, atendiendo llamadas de posibles suicidas a los que debía contener. Cinéfilo precoz, se inició como crítico, pero nunca practicó asiduamente la escritura. En cambio, tuvo siempre una pasión por identificar aquello que tenía potencial, no solo en cine, sino en cualquier otra disciplina. Viajando a festivales, comenzó a conocer gente, a vincularla entre sí y a difundir sus méritos. Es posible que su solitario oficio de las madrugadas le hiciera desarrollar la capacidad de persuasión, que siempre corrió pareja con su entusiasmo. 

En esta historia, Arroba aparece silenciosamente en todas partes. Por ejemplo, fue uno de los críticos que le tocaron el timbre a Pelayo y lo sacaron del ostracismo para hacerlo volver al ruedo. En otra escala, fue Arroba quien le mandó la película del desconocido Serra a un oscuro crítico argentino para que alguien escribiera sobre ella. Con el tiempo, Arroba desarrolló una relación especial con la Argentina, empezó a viajar seguido, se puso de novio con Mara, se casó en 2018 y tuvo un hijo llamado Bosco Rozier. Esos viajes fueron esenciales en la carrera de Llinás, otro cineasta singular a quien  hizo conocer en Europa y a cuyo nombre ayudó a ascender hasta lo más alto en la apreciación de la cinefilia francesa. Sus amigos Fernando Ganzo, jefe de redacción de la revista So Film,y Marcos Uzal, responsable de cine en el diario Libération, se convirtieron, gracias a Arroba, en destacados admiradores del cine de Llinás, tanto que La flor,su película de catorce horas, llegó a ocupar la portada del célebre diario francés. Pero Arroba apuntaba más alto. Uzal y Ganzo terminaron accediendo a los puestos de redactor en jefe y secretario de redacción de los Cahiers du cinéma, nave insignia de la cinefilia francesa y universal, en la que instalaron una alianza franco-española con un ojo puesto en la Argentina. No es que Llinás le deba su carrera a Arroba, ya que su propia capacidad de trabajo y networking es tan notable como su habilidad para ofrecer productos novedosos, de una dimensión colosal. Pero la alianza fue altamente beneficiosa y, a su vez, abrió caminos para los directores argentinos, hoy sostenidos como nunca antes en la paradigmática revista de cine.

Mientras tanto, Arroba llegó a ser programador del Bafici, puesto que dejó cuando empezó a trabajar como productor de Pelayo, con el que incluso fundó una editorial que se propuso publicar a ambos lados del Atlántico. El ímpetu inicial de Serie Gong (el mismo nombre que siempre tuvo la productora cinematográfica de Pelayo) permitió editar importantes libros de cine, como la Política de los actores,traducción de un clásico de Luc Moullet; los libros del crítico español Paulino Viota (otro nombre que Arroba mueve en el mercado) sobre John Ford y Jean-Luc Godard; la novela La sibila,de Agustina Bessa-Luís, que fue la musa del maestro portugués Manoel de Oliveira; e incluso un suculento libro sobre música de Francis Wolff, el filósofo de los toros mencionado arriba. Decididamente, el desembarco de Pelayo en la Argentina como director y productor fue obra de Arroba, como también lo fue que terminara invirtiendo en Lucía Seles y trabajando con Campusano, esos nombres que Arroba hizo circular como bandera del cine que llegaba para imponerse. En algún momento del documental de Campusano, Pelayo subraya la importancia de quienes reconocen el talento. Sin decirlo, está hablando de Arroba. Incluso cuando el autor de Tu coño dice que los tres mayores cineastas mundiales son Seles, Llinás y Almodóvar, está expresando las preferencias de Arroba, respondiendo a su persuasión. Está claro que Arroba no descubrió a Almodóvar. Pero fue muy llamativo, en este caso, cómo se hizo eco y amplificador de una curiosa transformación del núcleo duro de la cinefilia hispano-francesa, que pasó de burlarse del kitsch almodovariano a convertirlo en bandera. Este fue uno de los poquísimos cambios de opinión registrados en el corazón de la tradición cahierista. Aunque Arroba no inventó ese giro, lo detectó y lo difundió con su clásico apasionamiento.

Arroba dejó el Bafici, pero su carrera como programador fue en ascenso. Primero asesor y ahora programador de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, quedó en un lugar de poder para que sus elecciones estéticas circulen con más fuerza. Ahora está empeñado en hacer reconocer la serie Okupas como uno de los grandes logros del séptimo arte. Y, confirmando que siempre está una jugada por delante de sus colegas, empezó a viajar a Cuba a dar clases, y es muy probable que vuelva de allí con algunos nombres que circularán en Cannes. Las últimas movidas de Arroba parecen tener una dimensión geopolítica (hasta un dejo a «Argentina campeona del mundo») y apuntan a la latinoamericanización de la crítica francesa, una operación que, hace medio siglo, ejecutaron con éxito Pino Solanas y Glauber Rocha, quienes, además de demostrar desiguales capacidades como cineastas, fueron grandes magos del Kremlin cinéfilo.

Esta historia llega a su fin. Pero tal vez quede un último punto por esclarecer. ¿Qué tienen en común los realizadores a los que Arroba ha lanzado al juego grande, en qué se parecen Serra, Llinás, Pelayo, Seles, Campusano? Hay algo que los une, que no tiene que ver con una estética ni con un estilo ni con una concepción del cine (en ese sentido, son muy distintos entre sí). Por un lado, sus películas no buscan ser mejores que las de sus colegas, sino radical y grandiosamente distintas, incluso espectaculares y extravagantes por la longitud, la cantidad, la agresividad, la combatividad, el extrañamiento. No hay en ellos nada que sea de pequeña escala, salvo el presupuesto. Pero también tienen una común manera de gestionar su tarea como cineastas. Los cinco funcionan como conductores de un equipo estable al servicio de una estrategia a largo plazo. Esos cinco cineastas tienen algo de generales de ejército y responden más a la figura que comúnmente se le atribuye a un militar en campaña que a la de un artista. Es que, en la era de Arroba, los directores saben cuál es el perfil adecuado para trascender.

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