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El mundo según mi hermano

Escribe
Pedro Mairal
Ilustra
Poly Bernatene
Una niña escribe poemas sobre distintos temas de la vida según la versión de su hermano.

La sangre

La sangre corre en el cuerpo
para arriba y para abajo.
Una vez se me hizo un tajo 
con la bici en la rodilla,
parecía una canilla:
¡Sangre roja! Yo lloraba
y mi hermano me explicaba,
poniéndome una curita:
Se te hace cascarita
y te queda igual que antes,
lo mismo a los elefantes, 
a los monos y a lo teros. 
Si sos bicho verdadero,
con corazón, sangre y huesos,
entonces no sos de esos
como máquina con cables,
ni un androide inoxidable
ni un robot sin emoción,
estás viva y la canción
te da ganas de cantar, 
la rodilla va a sanar,
la bici sigue girando
y vos ya no estás sangrando. 
Mirá, me dijo mi hermano,
y señaló con su mano
mi herida y era verdad. 
Me dijo: ¡Rajá de acá,
sos un simple ser humano!

Los muertos

Cuando la gente se muere, 
no se sabe lo que pasa.
No vuelve más a la casa,
eso sí, sin excepción.
Se queda en el corazón
de todo el que lo quería,
ahí se esconden sus manías,
sus chistes medio pavotes
y su risa y sus bigotes
y su receta del pan
y su cuento de un volcán 
y su forma de vestirse.
Por eso no hay que mentirse
y pensar que el muerto es muerto.
No se pierde en el desierto.
El muerto revive un rato
cuando alguien recuerda un dato
y dice ¿vos te acordás
de lo mal que aquel cantaba?,
¡y cómo desafinaba!,
y el día que se graduó
y esa vez que vomitó 
desde ese globo aerostático,
arriba de un matemático
que gritó ¡qué asquete, loco!,
y el día que pegó un moco
en el velorio de Juan.
Porque hay muertos que se van
y hay muertos que están viniendo
y el cuerpo se va volviendo
comida de los gusanos
que no son vegetarianos
y los usan de carnada
por eso no importa nada
si van a la eternidad,
si es un lugar de verdad
o es pura imaginación,
porque es solo el corazón
donde están en realidad.

El avión

¿Te acordás cuando nos fuimos
a Brasil en ese avión
y lo que fue el sacudón 
al ver por la ventanilla
la increíble maravilla
de la ciudad diminuta,
los autitos en la ruta,
los barrios como en un mapa?
El avión así se escapa
del gran imán del planeta
y reduce a una maqueta
la ciudad y las afueras,
las montañas, las praderas,
los kilómetros de brisa.
Todo eso lo minimiza,
lo miniaprieta, lo achica,
y el piloto comunica:
Bienvenidos a este vuelo,
el mundo es como un pañuelo,
literalmente lo digo,
acaban de ser testigos
de cómo esta maquinita
hizo la tierra chiquita,
la compactó y ahora el viaje
es volar sobre un paisaje
de juguete, tus amigas
ahí abajo como hormigas,
el estadio del campeón
del tamaño de un botón,
y el gran río Paraná
esa cinta por allá. 
Por eso el viaje es veloz,
dijo por el altavoz
el capitán de la nave 
y se calló, porque sabe
que poco antes de llegar
tiene que maximizar
el planeta nuevamente.
No vaya a ser que la gente
al llegar a tu destino
tenga altura de pingüino
o de cuis o de ratón.
Imaginá el papelón 
de llegar y ser gigante,
la criatura visitante,
la Godzilla en la ciudad.
Una gran calamidad
aplastando las esquinas,
los autos con sus bocinas,
ser el turista monstruoso,
porque el piloto dudoso
se olvidó, por ir al baño,
de devolverle el tamaño 
al paisaje que achicó.
Por suerte todo volvió
a su dimensión normal,
aterrizó muy puntual
y el vuelo se terminó. 

La sombra

Y cuando apagás la luz,
¿adónde se va tu sombra?
¿Se va abajo de la alfombra,
se refugia en la guitarra,
sale a la noche de farra,
o se queda por tu casa?
Porque en una de esas pasa
que vos querés ir al baño
y sería muy extraño
que enciendas la luz y vayas
y te seques con la toalla
y vuelvas por el pasillo
y notes por el rabillo
que tu sombra está faltando
y anda por ahí festejando
que vos te fuiste a dormir.
A veces hay que seguir,
toser y disimular,
tu sombra no puede estar
copiándote todo el tiempo,
quizá tuvo un contratiempo,
se demoró y te suplica
que no mires, que le pica,
quiere rascarse el sobaco
como cualquier pajarraco
y no puede porque vos
estás mirando a las dos,
a tu sombra y a vos misma,
y aunque ella tiene carisma
casi siempre te obedece,
se alarga a la tarde y crece
cuando el sol se va a poner,
y empieza a retroceder
al mediodía, la ves,
que se trepa por tus pies
y queda como un murmullo
oculta debajo tuyo.
Hay que dejarla tranquila,
que te acompañe en la fila,
que te copie más o menos,
que se amolde a los terrenos,
las paredes, las veredas
y que por las arboledas
junte monedas de sol
y que también grite gol
y hacer lo que puedan juntas,
aguantarse las preguntas
que quedan sin contestar.
Ella no va a protestar,
algunas veces se olvida,
pero se acuerda en seguida.
Tu sombra siempre va a estar.

El fuego

Imagináte las tribus
de los primeros humanos
esperando los veranos
desde el fondo del invierno,
con un frío medio eterno,
acurrucados temblando
en sus cuevas, aguantando,
helados hasta el desmayo,
cuando de repente un rayo
partió un arbolito en dos
y apareció como un dios
una llama roja. ¡Fuego!
Habrán aullado entre ruegos
por el miedo y el terror
de sentir ese calor
ardiendo en los pastizales,
pero no eran animales
y entraron a sospechar
que se podían robar
un fueguito en una rama
y manteniendo esa llama
convertirla en gran fogata
y mirar la catarata
que va cayendo hacia el cielo.
Y entonces algún abuelo
o el más viejito del clan
empezó a decir: Están
todo el día hipnotizados
con ese brillo, embobados,
contando historias taradas
pasadas las madrugadas.
Es lindo ese calorcito
y espanta hasta los mosquitos,
pero sigan, van a ver,
se van a reblandecer,
y no van a soportar
si se llegan a quedar
sin esa cosa encendida.
Hay que aguantarse la vida
y el frío como su abuelo.
¡Yo pasé la era del hielo,
blanditos! Era otro tiempo
sin el sonso pasatiempo
del fuego y las fantasías.
Ahora cuentan cacerías,
las agrandan en la ronda,
la culebra es anaconda,
el ternerito es bisonte,
llegaron al horizonte
las flechas… ¡Paren un poco!
Encima escucha este loco,
el que pinta en las paredes,
y pinta el cuento de ustedes
con mamuts y con leones,
con manadas a montones.
¡La cueva de los engaños!
Cuando pasen muchos años
la gente se va a pensar
que podíamos almorzar
carne de bichos gigantes,
milanesas de elefante,
lomo de búfalo frito,
y no el triste pajarito
que me acabo de comer.
Paren la farsa, hay que ver,
no todo es risa y es juego,
no se envicien con el fuego,
no es tan tan extraordinario,
eso dijo el cavernario,
y se quedó calladito
aprovechando el fueguito
después de su comentario.

La basura

Anoche soñé una cosa,
dejáme que te la cuente,
un paseo de repente
se me volvió pesadilla:
iba solo por la orilla
caminando frente al mar,
de a poco empecé a encontrar
basura que traen las olas,
piezas de plástico solas,
un pedazo de chupete,
el envase de un juguete,
pañales viejos, un pato
que moví con el zapato
porque era igual a uno mío
y me corrió como un frío,
pero seguí caminando,
mejor dicho, tropezando
entre montañas de cosas,
latitas de mil gaseosas,
postrecitos ya comidos
de mi sabor preferido,
pedazos de algún disfraz
como un recuerdo fugaz,
media corona de rey,
un comando de la play
parecido al que yo usaba,
que tiré porque no andaba.
Lo levanté de la arena,
sentí miedo, sentí pena,
me asusté, empecé a correr,
no lo podía creer:
la basura que veía
era solamente mía,
a lo largo de la playa
era como una muralla
de bolsas, frascos, envases,
botellas de todas clases
de las cosas que tomé,
peluches que descarté,
mi juego de tatetí,
un triciclo que rompí,
paquetes de figuritas,
los vasos, las cucharitas
de cada helado comido,
lo quebrado, lo perdido,
la basura que yo hacía
y ahora el mar me devolvía
para que la pueda ver.
¿Te acordás que antes de ayer
pedimos carne y lentejas
que vinieron en bandejas
de telgopor que tiramos?
En el sueño con mis manos
las levantaba y pedía
perdón al mar que traía
cada cosa que arrojé.
Entonces me desperté,
nervioso y sobresaltado.
¡Lo que habré contaminado!,
me dije y ahora lo cuento
porque ya mi pensamiento
quedó fijo en lo que dura
esa catarata oscura
que tiramos cada día.
Ninguna tierra es baldía.
Hagamos menos basura.

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