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El Puma Flores en tres pasos

Escribe
Enrique Medina
El Puma Flores en tres pasos es un momento de la historia de un policía retirado, que sufre los achaques de su edad, que perdió el filtro para hablar con otras personas, pero que mantiene sus valores intactos.

1                 

Mientras va subiendo cuenta los escalones. Treinta y tres, y llega al piso alto de la hamburguesería. Está casi vacío. Allá una parejita. En el rincón un barbeta comiéndose el celular, y contra la pared un vago durmiendo en el largo asiento.  El Puma-Flores cruza entre las mesas para ir a su preferida. Al pasar descubre que el vago, en realidad es una vaga. Deposita la bandeja. Por propia profesión, por ser un veterano comisario retirado, mirando a través del enorme ventanal no puede dejar de controlar la gente que va y viene, el tráfico embotellado, bicicletas cargando pizzas, cartoneros empujando carros atados con alambre… 

Una chica de trenzas rubias limpia las mesas y luego barre. Él, sin saber por qué, al ver a la chica piensa en Borges. Se quita el barbijo y disfruta el café con leche con dos facturitas de membrillo, que son su vicio. Abre el diario. Primero lee las páginas de fútbol, y cuando está buscando las policiales, llegan, a una mesa próxima, dos pungas con pinta de pungas y un fuerte olor a pungas. Como Cristo la cruz, el narigón y el pelado cargan en el brazo los chalequitos que les sirven para cubrir las operaciones dentro de los colectivos. Es el momento de la repartija… 

El Puma no quiere meterse en líos, se desentiende y se abstrae en el diario. Intenta concentrarse en la lectura, pero no lee. Dentro de su cabeza ha sonado un clic alertándolo de algo. Ese algo está en lo que vio sin ver. Vuelve a mirar a los pungas y descubre al pelado con sus anteojos negros. No los anteojos del punga, no, los del Puma. Éste se rasca la frente, bufa por lo bajo, se putea por no haber ido a otro bar, mira la calle, piensa que un par de anteojos aunque sean buenos, no son más que dos vidrios redondos, y además él ya compró otros de mejor marca… Decide olvidar el asunto, levantarse e irse a la mierda; y lo va a hacer, intenta levantarse pero no puede, no, claro que no, sería como aceptar que le toquen el culo, y al Puma Flores nunca nadie le tocó el culo. Otro clic le dice ¿para qué buscar problemas si hoy es un precioso día de sol?-no-seas-bo-lu-do… Decide irse para liberarse de la bronca… 

Pero cuando uno tiene tantos años de profesión la mente actúa por defecto. Por eso es que aun cuando él quiere ir hacia la escalera el cuerpo se desvía al mismo tiempo que, automáticamente, su mano descorre el cierre del bolsillo de su cazadora. Bien que se sorprenden los pungas al ver que un viejo de mierda se toma confianza apoyando las manos sobre la mesa, aunque saluda gentil y habla como quien escapa de un incendio:

-Hola, muchachos. Quería contarles que hace unos meses me senté en la misma mesa en la que estamos ahora, y fui al baño a echarme un meo dejando los anteojos para que se sepa que la mesa estaba ocupada. Al volver del baño, mis anteojos no estaban. Tampoco estaban los ocupantes de la otra mesa. Fácil es deducir que se fueron llevándose mis anteojos para hacerme una broma. La patilla derecha estaba apenas rota, por eso sé que esos anteojos que tenés puestos son los míos. Te agradezco el chiste y te pido por favor que me los devuelvas…

Divertido, aunque más bien tonto, sonríe el narigón, como quien festeja un poco de nada; en cambio el otro, sabiendo su papel en la película, mastica su parlamento con una escupida:

– ¿Por qué no te vas a la puta que te parió, viejo de…

El pelado no alcanza a terminar la frase porque cuando dice puta, el Puma ya ha extraído la pistola del bolsillo abierto y con el filo de la culata la da justo y seco debajo de la nariz abriéndole un apreciable río horizontal de carne roja muy brillante. Tan contundente es el golpe que, además de los anteojos, también caen dos dientes sobre el miserable botín a repartir. El narigón se mete mano buscando su defensa… Resuelto y con tono afable, el Puma Flores le advierte, antes de que el punga juegue una mala decisión:

-Si sacás la púa, te la llevás clavada en el ojo…

Juicioso al apreciar tanta claridad, el Narigón pone las manos sobre la mesa. Tomando noción del dolor, los ojos horrorizados del pelado comienzan a soltar lágrimas llorosas y muy aflictivas. Precavido, el Puma Flores echa una mirada al salón y comprueba que la parejita y el barba del celular han girado las cabezas en busca del ruido molesto, pero al ver que, salvo aquellos señores charlando, todo está normal, continúan en lo que estaban. La empleada que, barriendo, inocentemente se ha ido acercando, está perpleja como estatua de sal mirándose al espejo. Con un gesto sugestivo, el Puma Flores le indica que siga haciendo lo suyo:

-No te preocupes, estamos resolviendo cosas de amigos…

Guardando la pistola, el Puma Flores observa que la herida del pelado se va agrandando como si quisiera transformarse en una segunda boca, ya que se desgaja muy roja como porción de sandía ampliando el tajo por el peso del mismo labio, que cuelga, girando sobre sí, como si fuera el ojo de un perro andaluz. Humano al fin, le aconseja:

-Vas a perder mucha sangre si no vas rápido a una guardia para que te cosan…

Los pungas juntan sus cosas, también los dientes; con el pedazo de carne colgando se van dolientes… La empleada vuelve a respirar con normalidad. Salvo ella, nadie más se ha percatado de lo sucedido. El Puma Flores mira la calle y ve a los pungas partiendo en un taxi raudo a un hospital. Vuelve a mirar las trenzas rubias de la empleada, y ahora sí entiende el haber recordado a Borges, sí-sí, en un cuento un delincuente ordena matar a otro mientras acaricia las trenzas de una mujer, sí-sí, pero no sé si era rubia, mejor debería ser morocha, ¿era morocha?… 

Va saliendo el Puma Flores. La vaga continúa durmiendo. Baja las escaleras y comienza a reírse, ¡el pelado hijo de puta se fue con mis anteojos!, mi Dios, qué boludo soy… La vereda está llena de sol. Es enorme pecado no disfrutar el día. Decide ponerse a caminar sin desvelos, como un simple jubilado argentino, pero con privilegios de político… 

Por la noche acude a una ya pautada cena de amigos. Luego pasa por lo de su hija como lo hace cada tanto. Vuelve a su casa y sigue empinando el codo… Un fuerte dolor se le clava en el pecho… Se asusta bien, con inteligencia… La noche ya ha crecido, y ello apacigua. En paz sube a un taxi: ¡Al Rivadavia!… Se acomoda y respira como si nada, aunque algo raro debe estar aparentando, ya que el chofer lo relojea entrometido por el retrovisor…

Del Hospital Rivadavia lo trasladaron al Hospital Argerich. Estuvo casi un mes esperando que lo operaran. Recuperado, le dieron el alta…

2

Después de varias semanas de haber regresado a su casa, el Puma Flores, sintiéndose casi bien recobrado, piensa que ya es hora de contarles su experiencia a los amigos. Comentarles que después del festejo con ellos, transitó por lo de su hija y no pudo rehuir otra copa familiar. Pero, claro, y eso le atañe únicamente a él, al llegar a su casa siguió festejando solito, con un buen tinto y un pastelito de calidad que había sobrado y urgía sacárselo de encima. Eso hizo, como si fuera un pendejo, y no lo que es. 

Lo peor fue prender el televisor y ver una vieja película que tanto le había gustado en su juventud. Se creyó con derecho al disfrute y, mientras la peli avanzaba en su historia, también él, apoltronado en el sillón, continuó empinando el codo, como si nada. Dentro del pecho le tronó una estampida de búfalos salvajes escapados del infierno… Y adiós, que me voy, pensó el Puma Flores… Bueno, ya está… 

¿A quién llamo primero?… Sería un quilombo… Repetir la misma historia a veinte amigos… Sí, mejor un mensaje de texto, breve; o citarlos en el bar y chau… En lugar de eso, ya que tiene la compu prendida, el Puma Flores abre su correo. Mensajes a rolete, curiosos, indagando… Les echa una mirada…  ¡Beatriz!…  La pobre, que apenas puede con su alma y encima la pasó en el geriátrico con su mami, es la única que estuvo cerca de dar en el clavo con su misteriosa desaparición… Sin dudar, él entiende que a ella es a la primera que debe escribirle. Presiona la flecha que indica respuesta y escribe:

–Hola, linda, ¿así que anduviste chusmeando en internet sobre los golpes al cuore?… Ja, ja, ja… Te respondo riéndome. Sí-sí. Soy un reverendo tarado, no cualquiera se infarta al pedo. Comer y chupar, se paga. Pero mucho peor es la alarmante noticia de que una bomba explotará en la casa de gobierno, ja, ja, ja… Tenés razón, sí, pero no creas, sí, soy muy buen paciente, te lo juro, y respeto mucho a los médicos. Todos los remedios los tomo como corresponde. Ahora estoy muy bien. Deberé tomar esas pastillas por más de dos meses. Tengo la suerte de que me ayuda mi hija. Pienso en ella. ¿Quién la cuidará cuando yo no esté?… Es duro. Te diré que me hicieron de todo… Me revisaron mejor que la primera vez, hace 18 años, en otro lado. Esta vez sólo faltó que me metieran un caño en el culo, perdón. ¿O me lo metieron y no me avivé?… En la ingle me metieron una cosa que tira una especie de líquido, de agua, en el pecho y detecta cosas. Luego me metieron un caño en la boca que llega hasta cerca del corazón y también detecta cosas. Para esto te hacen firmar, como que vos consentís el riesgo, y si te morís es cosa tuya. Me sacaron mil veces sangre. Me hicieron electros a cada rato. Siempre estuve colgado de tubos y cables por donde me daban medicación y suero. También te toman la presión a cada rato. Una máquina la toma automáticamente, sin que venga el enfermero. Te ponen la faja alrededor del brazo y se van. Y la máquina ella solita te infla y desinfla y marca la presión en el monitor. Una maravilla. Lo más jodido es la posición. Es un horror. Tenía cagazo de que me aparecieran escaras… Pienso en lo que debió haber sufrido mi pobre madre desahuciada en la cama con esas úlceras comiéndole la espalda y lloro. Se te acalambran los músculos. Te duele todo. Tenés que orinar en una botella que llaman «Papagayo», supongo que se parecerá. Y para cagar te dan una «Chata», que es una palangana fina, efectivamente chata, y en punta. Antes te colocan un pañal absorbente. Pero la mayoría de la gente, como no está acostumbrada a esa posición se resiste a hacer sus necesidades. No por terquedad sino porque se atascan los atrevidos que deberían salir, pero, psicológicamente, uno no puede adaptarse a hacer sus necesidades frente a los demás. Y ocurren casos terribles de gente que aguanta sin cagar. Así la mierda se endurece y produce unos dolores terribles porque los soretes fastidiosos no pueden salir. Los gritos en la noche son de terror, no te dejan dormir. Entonces los enfermeros, luego de días de instarlo al paciente a que haga caca sin buenos resultados, lo dan vuelta, se colocan los guantes y le meten vaselina en el culo y con el dedo le van sacando de a poco la mierda que va surgiendo en pedacitos como si fueran piedras preciosas. Tuve suerte de que en mi noche fatal estuviera de turno un enfermero de muy buena onda. Le expliqué mi dramática situación: mi dulce mierda se negaba a experimentar nuevos modos de evacuación. Yo, que, cuando chico, no tenía más remedio que cagar en el baño de un bar, era tanto el asco que me daba, ¡que me paraba encima del inodoro! Y ni te cuento del alambre enganchado en los azulejos sucios de mierda y de los escritos pelotudos. En ese tiempo en los baños no ponían papel higiénico. ¡Se los choreaban! Diarios viejos enganchaban en esos alambres oxidados. Bueno, sigo, como eran las 4 de la mañana y todo era silencio, el buen enfermero me desconectó, me permitió sentarme en la cama y me dio un tacho grande de basura. Puso un pañal encima y yo, saliendo de la cama, pude sentarme en el tachón y hacer unos humildes esfuerzos con resultados positivos.  Eran humildes los chiquititos, pero salvadores, porque evitaban que yo imitara a los que gritaban. El tipo me dio grandes algodones húmedos para limpiarme. Una maravilla de enfermero el tal amigazo Roberto. Gracias a él aún mantengo el invicto. ¡Aún no me han roto el upite!, linda… ¡Todavía lo tengo sanito!… Y así como me cambiaron de un hospital a otro, también me cambiaron varias veces de sala. Parece que no lograban encontrar la máquina que necesitaban para hacerme un estudio del cuore, creo… La comida, mala y fea. Y fría. Un asco. No por maldad, sino porque desde que salía de la cocina y llegaba a la cama, antes pasaba por ascensores, pasillos, pabellones, etc. Era lógico. Esperemos que se invente una bandejita que mantenga el calor. Que no debe ser difícil, si ya se ha inventado la mujer perfecta en plástico, no debe ser mucho más complicado que ello. Por la noche en los hospitales, muchos pacientes sueñan y hablan en alto. Mucho no se les entiende, pero deben ser novelas grosas… Tuve buenos médicos y algunos practicantes hijos de puta. Todos eran extranjeros. Argentino, uno sólo; como tenía los ojos torcidos le pregunté si era japonés. ¡Soy argentino hijo de coreano!, me dijo con orgullo alegre. De los achedepé recuerdo muy especialmente un colombiano que al quitarme de mala gana el vendaje desde la ingle hasta el pecho, lo arrancó de un tirón llevándose pegada mi piel. Me dejó de recuerdo un camino rojo que aún me arde mientras te escribo. El muy hijo de su putísima madre conchuda de mierda sidosa. Tuve buenos compañeros… Dramas terribles. Gordos que no podían adelgazar para que los pudieran operar del corazón, porque era riesgoso para los médicos. La grasa dificulta el cicatrizado. Los flacos, salvamos. Tuve suerte porque del Hospital Rivadavia donde fui en taxi a las 3 de la mañana me atendieron bien y por los fuertes dolores tuvieron que darme morfina. Les dije que no, pero no me hicieron caso. Así que perdí el invicto y me enchufaron morfina. Algo me calmó los dolores. Ellos, un mediquillo bueno y varios estudiantes alegres y divertidos, me chorrearon de alcohol para hacerme el electro. Decidieron que me deberían operar. Entonces pidieron mi traslado al Argerich, en el barrio de la Boca. 

Mientras la ambulancia volaba por mi Buenos Aires Querido, el chofer se encontró con una calle cerrada debido a un operativo policial contra un piquete antipático. Lo convenció al agente jurándole que trasladaban un paciente que se estaba muriendo. Entonces el enfermero me dijo: no se preocupe, siempre se dice eso para poder pasar. Y así fue. Llegamos. Bajaron la camilla conmigo encima y atravesé galerías. Me atendieron muy bien, me pincharon por todos lados, me sacaron sangre, radiografías, electros y otras cosas que ni me acuerdo. Pero, todo bien. Zafé. Después de la semana que ya te conté antes, me dieron el alta con un sobre en el que estaban todos mis resúmenes para que se los diera al doctor de mi obra social. También me dieron los medicamentos que debería tomar durante un tiempo. 

Mientras estuve internado no me faltó nada. Recuerdo que me daban a tomar siete medicamentos de una vez. Faltaba uno que no tenían, entonces mi hija lo tuvo que comprar afuera. Me dio una diarrea tan fuerte que mi culo parecía una manguera de incendios desparramando mierda desde un ventilador furioso… Ni te cuento el enchastre que hacía… Por supuesto yo limpiaba bien. Muy bien. Pero al volver a la cama, me reaparecían las ganas. Un viacrucis de lo más pedorro. Le dije a Mariano, el médico bueno del hospital que recetar «Colchicina» era negligencia-criminal, lo menos. Y sí, si hasta pronunciarlo causa daño. Él me dijo que no lo tomara más. En broma, pero en serio, le dije que se lo recetara al narcotraficante hijo de puta que estaba enfrente custodiado por tres muchachos policías que se la pasaban comiendo galletitas y tomando mate. Encima que el estado-estúpido lo estaba atendiendo gratis gracias a la gente decente que labura, el muy hijo de puta le estaba haciendo juicio al estado porque el señor traficante había mermado en su salud por la persecución de la justicia. La jueza vino con el secretario a tomarle declaración. Me gustaría saber en qué terminó todo eso… 

Por la mañana, cuando me llegó el momento crucial, apareció el cirujano que me clavaría el cuchillo. Me pareció un tipo cualquiera y no un operante de corazones. Joven. Cancherito. Me habló de fútbol para que yo me ablandara. Le respondí pavadas y él, mirando el monitor, muy tranquilo, me dijo: “La verdad es que no veo que usted necesite ser operado”. Sonreí y le dije que yo pensaba lo mismo. Y fue así de simple. Hablamos dos pavadas más y se las picó. Me dejaron unos días más, por si acaso… Y luego de ese tiempo de prudencia, me dieron el alta. Me despedí de los compañeros de sala. También lo hice, cariñosamente, de una santiagueña que hacía la limpieza mientras estudiaba enfermería. Era hermosísima y jamás me daría cinco de bola. La estimulé y le juré que iba a tener éxito en la vida a condición de que nunca bajara los brazos, y que recordara que todo esfuerzo a la larga da sus beneficios. Salí de la sala. Me encontré en el pasillo ancho y largo. Tomé consciencia de que era la primera vez que había entrado en ese hospital en mis 80 años de vida. Lo recorrí. Con comodidad. Lucían la limpieza y el orden. Médicos de excelencia. Atención de excelencia. Tomé conciencia de que el edificio, además de ser un hospital, era un monumento. Una pirámide egipcia. El Louvre. Todo San Petersburgo. Hollywood, si querés… Me encontré frente a una placa en la pared que me explicó su inauguración en 1945. Bendije haberla visto. Si hoy se construyera un solo piso del Argerich, sería para aplaudir con las manos y los pies porque la obra sería excepcional y extraordinaria, colosal, tanta es la falta de perspectiva y grandeza de las generaciones de hoy. El Argerich se inauguró en 1945. Y si hoy, el hospital es un inmenso orgullo para el país, ¡qué habrá sido en esa época!… Qué generaciones maravillosas eran aquellos argentinos. Pensaban en grande. Tenían corazón de gigantes. Ya nunca más… Besos, linda… Y gracias por preocuparte. Cuidate y cariños a tu mami…

Mientras el Puma Flores va al baño y vuelve a sentarse frente a la compu, parece que Beatriz tuvo tiempo de responderle:

–Sos un inconsciente. Debiste avisarme. A mí o a tus otros amigotes. Me alegro de que la hayas pasado bien, con la ayuda de Dios. Imagino que a partir de ahora te cuidarás mejor, espero. En cuanto a tu historia, para darle un poco de alegría a lo tuyo, te aviso que, no ahora, supe de algunos amigos que también se internaron en otros hospitales y tuvieron experiencias desopilantes. Hubo alguno que tuvo el alta y lo mandaron a casa y el pobre, mal diagnosticado, tuvo que volver a ser ingresado el mismo día por un pariente. Son tontos, por no decir otra cosa. Doble trabajo. Retaron al pariente que lo reingresó: ¡¿Por qué se llevó al paciente?!… ¡Porque ustedes firmaron el alta, caramba!… Bien, peor está el que le cortaron la pierna equivocada… Por otra parte, te diré que el tuyo no es un mail que me impresione mucho: mierda más insultos groseros (y para una mujer, insoportables, sencillamente), más y más mierda explotándome en mi sorprendida cara. ¿Qué te pasa? ¿Te crees que porque alguna vez nos acostamos juntos podés expresarte de ese modo? El presunto final feliz no quita que lo anterior no sea pesado y hediondo, no le veo el chiste, vaya, ni se me ocurre qué vuelta más melodiosa darle, porque se trata de un feo mail, no podés anunciarme que el enfermero bueno y la limpia-pisos-bella terminan casándose, y tendrán muchos hijos y serán espléndidamente felices… No niego que algo me hubiera aliviando, habida cuenta de la miserable realidad que estamos viviendo en el país y el hediondo futuro que sin dudas nos aguarda… Ojalá que este mail que te escribo despierte tu imaginación, por lo que veo bastante exigua y decadente. Un beso grande, aunque inmerecido, pero no en el trasero, ¡se me queda pegado el asco del mail, te lo confieso! De todos modos, te mando un beso en la preciosa camisa blanca que llevabas para la última vez, distinguido sultán de mis amores…

El Puma Flores está petrificado y con el sacudón de la cachetada aun ardiéndole en el rostro. ¿Ésta está loca? ¿Qué le pasa?… ¿Qué le hice yo?… Deja de conflictuarse y va a prepararse un café, sin acordarse de que debe escribirles a sus otros amigos. Prende la televisión y pone TCM en el canal 318. La peli vieja que pasan no le interesa. Apaga.  Termina su cafecito. Lava la taza. Vuelve a la compu. Toma aire queriendo fortalecerse, en vano… No sabe si responder, escribir a los amigos, o qué… Hace clic en la lupa del margen izquierdo de la compu. Al abrirse las opciones cliquea en Solitaire y Casual Games. Vuelve a cliquear en Spider. El programa reparte las cartas en la pantalla y él comienza a jugar con la firme determinación de ganar como tantas otras veces ganó; haciendo trampa, por supuesto…

3

Beatriz y el Puma Flores arriban en el viejo Peugeot. Como corresponde, el bueno de Mandizábal y su esposa Clarisa fueron los primeros en llegar, ya que el homenajeado es él, Mandizábal. Abrazan al Soviético, que se había encargado de arreglar la reserva en el restorán y, haciendo honor a su fama de responsable y juicioso, estuvo desde temprano controlando que los vinos y el asado fueran de la calidad pactada. Lamentan que la noche esté tan dudosa, pero bueno, hay que ponerles el hombro a las circunstancias. Lo importante es estar juntos, dice Colombres. Y al mismo tiempo en que la noche se va encapotando, los amigos van apareciendo. En los percheros del muro se van encimando los abrigos y algún sombrero. En la mesa del rincón se van depositando los regalos. Cuando Mandizábal ve al gordo Alex, se emociona altivo y hasta casi lagrimea. Tanto tiempo sin vernos. Se te ve muy bien. Se ríen y se burlan impiadosamente: para estar a un paso del hoyo, vos no te podés quejar, ja-ja-ja… 

Homero, el dueño del restorán, también un amigo más, en la playa de estacionamiento orienta los autos que van arribando para que haya lugar para todos. Los que van llegando saludan con distinción al Puma Flores; como lo festejan muy efusivamente, Mandizábal les recuerda que el homenajeado es él, y le da una fraternal palmada al Puma. El gordo Alex, serio y con un nudo en la garganta levanta la copa y dice: cuando un jefe fue buen jefe es jefe para siempre. Festejan y aplauden. Se solidarizan los truenos sacudiendo la noche. Es tanto el arrebato que ellos manifiestan, que el Rojo Luis critica: parecemos los periodistas de radio que hablan todos al mismo tiempo y nadie escucha a nadie y ni se les entiende lo que dicen. Lo abuchean.  

Cuando el asador avisa, el Soviético va estableciendo la ocupación de las sillas, y sugiere que los que están calzados pueden dejar el arma en aquel cuarto. Por supuesto, Mandizábal, el irreverente que cumple años, va en la cabecera de la mesa. Disfrutan el asado con ensalada acompañado de excelente Malbec mendocino. Colombres se burla del texto en la etiqueta: añejado en roble francés, rojo sangre, ciruela, vainilla, armónico y ¡sensual!, ja-ja-ja… Luego de que cada uno cuenta lo más importante que le pasó en estos últimos tiempos, se extienden en médicos, remedios, cuidados indispensables, curiosos comportamientos del cuerpo que sin avisar produce nuevos dolores que aparecen de la nada como enigmáticas luciérnagas blandiendo puñales. 

Y caen en Messi; que tiene mala suerte, que sigue siendo el mejor de todos los tiempos, pero que el éxito lo aburguesó, que no le pasan la pelota y que el negro le tiene envidia, pero que él y la mujer son todo un ejemplo de familia… Mandizábal afirma que el de hoy no es fútbol, es una mierda, parece una partida de damas, todos ellos son unos geniales actores cuando simulan una falta para que el árbitro la compre, no patean al arco, ya nunca más un Pelé o un Maradona o el mismo Messi que cuando se les escapa es el duende de siempre, y ni hablar del genial “Charro” José Manuel Moreno del que ni los periodistas deportivos se acuerdan… Clarisa explica que ella tiene la desgracia de haber elegido a Pami que es una porquería, y que, por más mala que sea, la obra social de los sindicatos siempre será mejor que Pami… Victoria, la mujer de Colombres, comenta que sí, que ve mucha televisión y que está harta de los carteles que tapan la imagen, le explican que se llaman zócalos y que además están mal escritos, sin concordancia y con errores garrafales, es la decadencia general del país… 

De la nada germinan los postres. Con esto reventamos, dice Matías. Nuevamente brindan. Comen los flanes con dulce de leche, los helados… Mandizábal es obligado a hacer un discurso. Se niega tímidamente, pero se nota que en el fondo está orgulloso de que sus amigos lo escuchen, así que repite los consabidos lugares comunes para muchachos como nosotros de setenta y ochenta pirulines; ensalza la amistad, la vida hecha, su mujer y sus hijos, y muy especialmente le pide a Dios que deje de abofetear al cuerpo policial y ayude a la oficial que fue atacada a fierrazos por un delirante y ahora está en terapia intensiva. Finaliza pidiendo un minuto de silencio por los compañeros que ya no están y los muertos en acción. Levanta la copa y sin querer salpica, por suerte ensucié la servilleta, se disculpa, si no mi mujer me mata. Ríen… 

En un aparte, el Puma Flores le pide al gordo Alex que le aclare sobre la charla que tuvieron ayer por teléfono. Alex le dice que se echará un meo. El Puma lo acompaña. Mientras orinan, Alex le cuenta sobre Palmieri, que está mal, mucho, está perdido, no acepta ayuda, llora porque no tiene valor para tirarse bajo el tren, por momentos te reconoce y al segundo te dice quién es usted, no hay manera de ayudarlo, come de la basura, la droga lo mató, yo no lo vi, no quiero verlo, Alejo me pidió que te lo dijera…, algo hay que hacer para ayudarlo… Vuelven a la mesa. 

Termina la celebración. Abrazos, besos, promesas, y todos se retiran felices. El Puma Flores primero deja a Beatriz en su casa. Ella le dice que ya es tarde y que se quede. Él le promete que tiene que hacer algo y vuelve. Seguro, quedate tranquila, y le da un beso de garantía. Da marcha atrás y conduce el coche hacia la dirección indicada por Alex. Siente que los truenos y relámpagos le son fieles. Bajo el puente detiene el auto. Se pone la gorra de cuero, palpa el arma en el bolsillo. Alumbra con el celular. Debe saltar un alambrado. Imposible, ya no está para eso. Busca. Halla una entrada camuflada. Camina con cuidado. Una rata le pasa entre las piernas. Hay llamas de triste fuego y dos bultos calentándose. Pregunta. Por allá está el loco, le dicen. Busca y busca sin hallar nada; hasta que se topa con gente acostada en la tierra; un perro gruñe, lo sostienen y señalan la casucha del loco. Allí va el Puma Flores… 

Los relámpagos le revelan a su oficial favorito recostado en el muro. ¿Quién es usted?…Tu jefe… ¿Jefe?, ja-ja… Soy el comisario Flores… Palmieri, apenas humano, ríe y los relámpagos muestran una boca sin dientes. Ahora llueve muy fiero. Embarrándose y con mucho esfuerzo, el Puma lo arrastra para que tenga más protección y no se moje tanto. Los rayos relumbran y descubren que a Palmieri le falta una pierna. El otro pie está infinitamente llagado, mordido… El Puma Flores se gira al costado y vomita. 

Miles de murciélagos prorrumpen desde lo alto del muro y bailan alegres bajo la lluvia. El Puma Flores se sienta al lado de Palmieri y le habla al que fue un modelo de joven oficial y en un enfrentamiento le salvó la vida a él, cuando era comisario. Por momentos Palmieri amenaza recordar, pero de inmediato retorna a volar en su enajenación. Es apenas un conjunto de huesos encubriendo una piel ulcerada.  

Aun sabiendo que no lo escucha ni lo escuchará jamás, lo mismo el Puma Flores le cuenta su vida, aunque en verdad se la cuenta a sí mismo. Recuerda sus años de infancia, sus maestras y novias; el asesinato de sus padres que lo llevó a ser policía; y los operativos más peligrosos… Perdido en su mundo, Palmieri ríe y sacude los brazos espantando espectros. La lluvia ya es unánime tormenta y los relámpagos hacen trepidar el puente. Herido por el lúgubre espíritu de la noche, el Puma Flores se estremece… Cuando los truenos astillan el cielo, tragando aire, aprieta el gatillo…

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