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Nahir Galarza viene de asesinar a su novio. Una cámara de seguridad toma su imagen mientras camina por la calle. Se ve una figura rubia, flaca, de pelo largo, con la mirada quieta y los hombros deshabitados, y esa mezcla de aplomo y torpeza que suelen tener las chicas a los diecinueve años.
El arma no está a la vista. Tampoco hay rastros del pasado reciente.
Un rato antes, en la madrugada del 29 de diciembre de 2017, Nahir y su pareja, Fernando Pastorizzo, salieron a dar una vuelta en moto por Gualeguaychú, la ciudad entrerriana donde ambos vivían. Hasta que a unos metros de la casa de la abuela de Nahir, donde ella había pedido ser llevada, la chica sacó una 9 milímetros, la apoyó en la espalda de su novio y le descerrajó un tiro que le perforó un pulmón. Después vino otro balazo. De pie, desde un ángulo oblicuo, Nahir apuntó al pecho de Fernando, quien ya estaba en el piso y con la moto entre las piernas, y volvió a disparar. Luego se fue a su casa a pie. Hizo más de veinte cuadras con el arma escondida, mientras Fernando agonizaba. Parte de ese trayecto está registrado. Nahir primero camina, después corre. No parece estar llorando.
Al llegar apoyó el arma en el mismo lugar del que la había sacado —su padre, policía, la dejaba sobre la heladera— y se fue a su cuarto. No se sabe si durmió. Sí se sabe que algunas horas más tarde subió a Instagram Stories una foto suya con su novio. Parecen tirados en una cama; Fernando, con los ojos cerrados, le da un beso en el hombro. Sobre la foto, Nahir escribió en letras fucsias: «5 años juntos, peleados, yendo y viniendo pero siempre con el mismo amor. Te amo para siempre mi ángel».
El Instagram Stories es una aplicación que permite conservar fotos y videos solo por veinticuatro horas. Esa imagen y ese epígrafe, por lo tanto, se desvanecieron pronto, conforme ganaba espacio otra escena más cruda. Casi veinticuatro horas después del asesinato, Nahir confesó la autoría del crimen para barrer las sospechas que caían sobre su padre, quien era el principal acusado. Y con esa declaración entró en un juego atendible por un lado, e impensado por otro. Nahir está detenida con prisión preventiva —ese es el desenlace esperable—, y a la vez su imagen circula en redes, noticieros, revistas y programas de la tarde como si Nahir fuera una estrella teen: eso es lo sorprendente. ¿Cómo es posible que una asesina haya entrado en el circuito de la farándula? La respuesta inmediata es que Nahir es linda y que eso siempre abre las puertas de los medios, aunque se trate de una belleza con prontuario. Y la segunda respuesta, vinculada a la primera, es un poco menos obvia y más grotesca: Nahir tiene, como no tuvo nadie en la historia del crimen universal, un asesor de imagen. Un hombre dedicado a darle a su aspecto angelical un sentido que intervenga en el universo penal y convenza a la opinión pública de que nadie que tenga esa carita puede ser demasiado malo.
El hombre a cargo de semejante operación se llama Jorge Zonzini y hasta ahora sólo había promovido a figuras del espectáculo.
Sobre él, finalmente, es esta historia.
«¿Quién sos?», le pregunta el periodista Diego Sehinkman a Jorge Zonzini en un panel de La Nación +, la señal de cable del diario La Nación. Este es el primer video que miro antes de entrevistar a Zonzini, y esta es la pregunta que se hace mucha gente. El tono de Sehinkman es burlón y todo indica que la conversación seguirá en esa línea. Zonzini, sin embargo, contesta con seriedad: él es un manager de celebrities y entre sus ex clientes se cuentan famosas vedettes como Andrea Rincón y Natacha Jaitt. En los últimos años también estuvo detrás de escándalos como el de «la cheta de Nordelta»: una polémica generada en los medios a partir de un audio que se viralizó hasta alcanzar más de un millón de visitas en YouTube, en el que una vecina de zona norte habla mal de los pobres.
—Soy un actor social y genero algunos debates —resume Zonzini en la pantalla.
Tiene un traje gris oscuro, habla con un ceceo casi imperceptible en una voz que por lo demás es clara y agradable, y está algo más flaco que en otros videos que circulan en la web. Cuando nos veamos, él dirá que le cuesta controlar el peso y que canaliza la angustia comiendo, así como otros caen «en otras cosas»: la droga, la violencia, el crimen organizado. O el desorganizado, como el que fue a discutir al piso de La Nación +.
Zonzini fue invitado para hablar de Nahir Galarza: una cliente que, si solo se tratara de imagen, no desentonaría entre sus otras representadas. Nahir tiene la sonrisa perfecta, los pómulos saltones y el cuerpo esculpido por horas acumuladas de gimnasio. Por supuesto, esto es el siglo XXI y nadie se desloma en los aparatos para mostrarse solo ante la gente que conoce en persona: el Instagram de Nahir —que ella alimentaba antes del crimen y que luego fue cerrado, Zonzini no sabe por quién— estaba repleto de imágenes que la mostraban de frente y por detrás (como las heridas de Pastorizzo), en su cuarto mirándose al espejo, en la playa, en el boliche y en una fiesta de disfraces a la que Nahir había asistido disfrazada de ángel, con una corona blanca y unas alas de tul.
La diferencia obvia entre Nahir y las demás representadas por Zonzini está en los titulares de los diarios. Pero después hay otra más compleja que fue armándose detrás de la línea principal, y que exige pensar en un contexto. Desde 2015, con la primera marcha bajo la consigna «Ni Una Menos», la Argentina vive su primavera feminista. Entre los temas centrales está el de la violencia contra las mujeres, particularmente la que termina en femicidio. El movimiento intenta mostrar que esas víctimas que aparecen en las noticias no son un cúmulo de casualidades ni el resultado de la acción de «un par de manzanas podridas» sino el producto de un sistema endémico que celebra masculinidades agresivas y vínculos enfermos. Pero a cada revolución le llega su resistencia, y las redes sociales se llenaron de personas (mayormente varones) que abrieron un abanico de comentarios que van desde «no todos los hombres son violentos» hasta «son todas putas». Nahir Galarza se convirtió en el emblema de esa contrarrevolución a la que muchos llamaron «Nadie Menos». Y la mirada fría y ausente de sus ojos claros fue amplificada por los medios, que difundieron su imagen cuando nunca antes habían hecho lo mismo con un femicida.
Linda y fatal: así se la mostró a Nahir y así fue consumida en el marco de un caso donde todo, de inmediato, se dio por hecho: que Pastorizzo era su novio (lo que implicaría una condena más dura para Nahir, dado el agravante por el vínculo); que no había habido accidente ni contexto atenuante (a pesar de que para esos días todavía no circulaban resultados ni de pericias balísticas ni psiquiátricas); y que Nahir no sentía remordimientos. La familia no ayudó: los padres de Nahir empezaron diciendo que no conocían a la víctima, pero el hallazgo de una foto de Pastorizzo con Nahir, su hermanito y su padre en Brasil en 2016 los obligó a reconocer que ese año lo habían llevado de vacaciones.
Fue entonces que apareció Zonzini, puesto a darle otro significado a la belleza de Nahir y a hacer que su imagen operara a favor. «Un periodista con base en Gualeguaychú le sugirió a la familia de Nahir que me contactara para hacer lo que en el ambiente se llama ‘control de daños» dirá en nuestro encuentro y dice ahora en el panel de La Nación +.
Las intervenciones de los periodistas en el piso se ponen más agresivas; el matiz irónico del principio se convierte en indignación. Todos quieren saber qué gana Zonzini con representar a una asesina; por cuánta plata está dispuesto a vender su integridad. Zonzini explica que nadie le paga.
«¿Entonces trabajás por amor al arte?», insiste Pablo Sirvén.
Zonzini contesta hablando de «principios» y después pregunta a todos si vieron el expediente: un latiguillo con el que corre a la prensa, aún cuando no está claro que él lo haya visto. En cualquier caso, la expresión de Sirvén parece el comienzo de una idea. Esa frase, «por amor al arte», quizás sea lo más ajustado que se dijo en esos once minutos.
Zonzini llega a la entrevista vestido igual que en televisión: traje oscuro y camisa también oscura. Su predilección por el negro y las texturas brillantes lo desmarcan de las pulcras camisas blancas o celestes de otros hombres de negocios, y lo acercan más al mundo de los cantantes latinos, al último Luis Miguel o a Ricky Martin antes de salir del placard.
—No podemos ir al estudio porque mis socios están filmando una película, yo comparto oficina con una productora muy importante, sabés…
Zonzini menciona una empresa que, en rigor, no es su socia: sus dueños simplemente lo conocen. Pero algo de ese lazo, aunque sea difuso, lo enorgullece.
—En 2016 yo produje un cortometraje sobre un ex combatiente de Malvinas protagonizado por mi amigo Coco Sily— dice mientras se acomoda en una mesa de bar.
Estamos afuera. El sol pega sobre su pelo plateado, abundante y cortado al ras. Mientras esperamos al mozo, tal vez para matar el tiempo, menciono el video de La Nación + y él responde hablando de los periodistas.
—Se quieren matar —dice casi contento—, porque ahora tienen que tratar conmigo en lugar de hablar con la familia. Porque vos como familiar estás desbordado, estás en crisis y te toca esto, entonces vengo yo y te digo: «¿Pero vos viste el expediente?».
Zonzini saborea las consonantes con confianza y sonríe como un tío que te saca una moneda de atrás de la oreja. Repetirá varias veces el tema del «expediente». Y dirá que él tuvo acceso al material, aunque la Justicia y la querella digan que no lo tiene porque no es abogado de la causa. De todas formas, Zonzini está en tema. Dice que los medios se equivocan al asegurar que hay tres versiones del relato de Nahir (que no disparó, que sí disparó y que el arma se disparó por accidente) y que ese error tiene que ver con que «no vieron el expediente».
—Las versiones que constan por escrito son solo dos: que no fue ella y que todo fue un accidente —dice Zonzini casi a los gritos mientras revuelve su café chico. La gente nos mira. Zonzini es un enclave de electricidad en un bar hipster que pretende ser lo contrario. El lugar tiene distintas variedades de café pero Zonzini no se deja distraer por los granos de Brasil o de Kenia, y pide un café negro y chiquito que toma de un sorbo antes de que el mozo llegue a irse.
—Aparte —sigue— imaginate que yo también tengo esa suerte de haberla visto a la piba.
—¿«Suerte»?
—Digo que yo no hubiera agarrado el caso si no la veía. Yo estuve adentro de la cárcel —Zonzini ya no sonríe—, no había aire acondicionado como decían en los medios, no había personal trainer, era un desastre total.
No solo la celda de Nahir era un caos: hasta la llegada de Zonzini, la causa entera parecía desorganizada. En primer lugar estaban las contradicciones de los padres de Nahir sobre si conocían o no a Fernando. Después estaba la filtración de una conversación de Whatsapp que comprometía a Nahir (mostraba que pocos días antes del crimen ella había atacado físicamente a Pastorizzo con la ayuda de una amiga). Y finalmente estaba la viralización de las fotos del Instagram de Nahir. La información en torno al caso parecía una historia inconexa a la que le faltaba un guión o, para usar una palabra más en boga, un relato.
Ese, aparentemente, es el trabajo de Zonzini.
—Mi estrategia es una sola: quiero que se entienda que el caso está encerrado en una sociedad rural patriarcal. Nahir es la chinita que cagó de un tiro al macho. Si el caso lo traigo a Buenos Aires, me aseguro de que lo cubran todos los canales del exterior —dice bajando la voz y marcando puntos imaginarios en la mesa, como si estuviera dibujando un mapa de guerra.
Para Zonzini, la familia de Pastorizzo y la Justicia entrerriana son los representantes del atraso y el conservadurismo rural. Y Nahir Galarza, aun cuando viene de ese mismo ambiente, es una chica inteligente y cosmopolita que vivía encerrada en ese mundo cultural adverso. Los padres de Nahir parecen tener un status más ambiguo: Zonzini no los incluye explícitamente en su caracterización de este «Gualeguaychú salvaje», pero a veces los califica de «ausentes», «complicados» o «medio perdidos” sin justificar demasiado su apreciación.
—Pastorizzo no estudiaba, no laburaba, el padre ese que tiene es un idiota —sigue Zonzini—, vos vas a la causa y el padre tiene todos incumplimientos de cuota alimentaria con él y con los otros hijos, viven de una manera miserable. Pero el tipo ahora va contento a los programas de televisión. ¿Y sabés cuándo lo veía al hijo? ¡Para los cumpleaños! Le decía «venga con papá» y se mamaban. Nahir tiene un tema de inmadurez, es una chica que se quedó en los catorce años emocionalmente, algo le pasó ahí, pero es brillante, estudiante de Derecho, muy buen promedio, fanática de Justin Bieber. Pasa que tiene ese tema emocional y una falta de contención también en la casa. El padre es un tipo que cuando yo lo vi me dijo «pero Jorge, escucháme, cuando pasó el año fui y le compré el iPhone», como si ser padre fuera eso, ¿entendés? Pero es una piba distinta, educada, inteligente…
Zonzini se acomoda en la silla con suficiencia y me mira con una sonrisa cómplice. No sé cómo corresponder a ese gesto y Zonzini parece notarlo. Entonces se corrige:
—Inteligente para algunas cosas, claro.
A partir del ingreso de Zonzini al caso, la defensa de Nahir comenzó a esgrimir una hipótesis de violencia de género. Según esta argumentación, Nahir tenía con Fernando Pastorizzo un «noviazgo violento» que entraría en la misma línea de otras historias trágicas como la de Wanda Taddei (quemada en 2010 por su esposo, ex baterista de Callejeros) o Agustina Salinas (acuchillada por su novio en una esquina de Puerto Madero en 2015). Aunque por el momento solo hay pruebas de que Pastorizzo era hostigado por Nahir —en un mensaje de WhatsApp, les cuenta a sus amigos que Nahir y otra chica le dieron una golpiza— Zonzini asegura que la violencia era inversa y que eso se hará evidente cuando se conozca el peritaje de los teléfonos de ambos.
Con esa promesa en el horizonte, la defensa de Nahir —asesorada por Zonzini— pidió que la causa cambie de carátula. En vez de «homicidio doblemente agravado por el uso de armas y la relación de pareja» —que contempla la prisión perpetua—, querían que fuera «homicidio en el marco de una relación de violencia de género», que según Zonzini implicaría una condena de ocho a quince años.
Pero en enero de 2018, el juez rechazó la solicitud al considerar que esa carátula no es una figura penal en Argentina, es decir: no existe. Por su parte, la ministra de Gobierno de Entre Ríos, Rosario Romero, se sumó en esa dirección y en una entrevista con Télam desestimó la teoría y dijo que cambiar la carátula sería «desvalorizar la virtuosa lucha de Ni Una Menos».
—La ministro dijo «acá no hay violencia de género»; pero lo dijo porque alguien le dijo que lo dijera, porque lo cierto es que ni siquiera miró el expediente. El fiscal de la causa directamente me mintió en la cara. Me dijo «ella me mostró que sabe manejar el arma, hay un video».
—¿Lo dijo en Tribunales?
—No, en el programa de Iudica.
Mariano Iudica es un humorista y conductor de televisión que trabajó en La peluquería de Don Mateo, Polémica en el Bar y Showmatch. Para el momento en que sucede esta entrevista, Iudica conduce Involucrémonos, el programa al que fue Zonzini.
—¿Pero Nahir no sabe tirar? —pregunto. Yo también vi eso en algún noticiero.
—Mirá, yo no sé si sabe o no sabe, pero el fiscal salió a decirlo por todas partes y los medios, entonces, ¿qué hicieron? Armaron un personaje. Pero lo cierto es que eso de «saber tirar» no está en el expediente.
Es curiosa la insistencia de Zonzini con «el expediente»: los abogados de Pastorizzo dijeron muchas veces que Zonzini, al no ser abogado de la causa, no puede verlo, y afirman también que miente sobre sus contenidos. Sobre lo primero, legalmente tienen razón: a finales de febrero la Justicia rechazó el pedido de inclusión de Zonzini en la causa como «asesor técnico», una función que le permitiría, entre otras cosas, el acceso al material. Sobre lo segundo, el expediente no es de acceso público y no hay forma de que un periodista sepa quién está diciendo la verdad. Esto beneficia a Zonzini: estrictamente, podría estar diciendo cualquier cosa.
A veces parece dedicarse a eso.
—Yo también estuve atrás de la cheta de Nordelta.
—¿Qué querés decir?
—Que el audio me lo dieron a mí, es mi contenido, y yo lo que hice fue armar el debate desde mis redes. Vos entrás a mi canal de Youtube y vas a ver que dice «ricos versus pobres». Ahí puse la cara de una mina que parecía ella más un nene llorando, le metí el título y se generó el debate.
—¿Qué ganaste con eso?
—De plata, nada. Pero me sirvió para que los productores se den cuenta de que cada vez que yo genero un contenido es porque va a explotar. Todos los productores me consultan por todo. Yo hablo directamente con los conductores, te imaginás que ahora con el caso Nahir me llama Doman, me llama Dugann: todos la quieren a Nahir. Pero yo no se la voy a dar a nadie. Nahir es mía.
—¿En qué sentido?
—Si queda en libertad, o si pasa de la cadena perpetua adonde tiene que ir, que es «homicidio en ocasión de violencia de género», yo tengo la posibilidad de ir mucho más arriba.
—¿Arriba dónde? ¿Arriba en la Justicia?
—No, digo que en vez de que la nota la haga Dugann la puede hacer Omar Castañeda para El País de España o Carlen para Univision en Estados Unidos. ¿Entendés? Esto es criminalidad juvenil, es un temón. Es el tema del futuro en todo el mundo.
Zonzini hace planes. Se lo ve entusiasmado. Este proyecto parece ser su retruco para todos los que alguna vez lo ningunearon o no le atendieron el teléfono, y también podría ser la oportunidad de tener revancha consigo mismo. Zonzini quiso ser abogado, como Nahir, pero dejó Derecho por la mitad. Dice que el abandono respondió a que estudió en la época de Alfonsín («era todo paros, paros, paros»), y a que su papá falleció y entre eso y el trabajo —repartía tortas para una fábrica de Belgrano— se le hizo demasiado cuesta arriba seguir con la facultad. Para un hombre así de autodidacta, la llegada del «caso Nahir» podría ser una forma de acercarse al universo del Derecho con las herramientas que mejor conoce: las de la calle y el espectáculo. Zonzini mezcla el nombre de Nahir con el de Alejandro Fantino, Fabián Doman y otros personajes televisivos de los que habla, según el caso, con cariño o con bronca.
—Sabés las veces que dijeron de un perfil mío «esta negra no vale nada», y después mirala a la negra eh, así como la ves termina en el Bailando, haciendo temporada en Carlos Paz —dice y sigue con la voz arrebatada: —Yo les voy a mostrar lo que vale Nahir.
Entre la verborragia y la velocidad a la que se mueven sus ojos, cada tanto Zonzini parece entrar en una órbita errática. En esos momentos hace una pausa, suelta un comentario cómplice y trata de calmarse.
—Vos, que sos una nena, lo de la sociedad patriarcal lo debés vivir también… Pero no sabés lo que es ahí, no te das una idea —dice.
Cuando habla de «sociedad rural patriarcal», Zonzini abandona su voz aplomada, de cadencia de conductor televisivo, y pasa a un agudo nasal y achinado. El acento que inventa recuerda más a las cantoras de bagualas del norte argentino que al hablar tranquilo de los habitantes de Gualeguaychú. Con ese recurso, Zonzini quiere mostrar al entorno de Fernando y Nahir como si fueran parte de una especie atrapada entre la civilización y la barbarie: gente que come con la boca abierta y se agarra a los tiros por diversión.
En ese mundo —pareciera que en todos— Zonzini se mueve con comodidad. Desde enero de 2018, cuando tomó el caso, viaja a Gualeguaychú lo más seguido que puede. En la ciudad ya es famoso. El Día, uno de los principales diarios locales, lo puso en tapa dos veces bajo la etiqueta de «enemigo público». Pero eso no parece perturbarlo demasiado, es más: su trabajo le resulta ejemplar. Tanto es así que una vez decidió llevar consigo a Cesare, el tercero de sus cuatro hijos, dos años menor que Nahir.
Zonzini quería que Cesare lo acompañara a la cárcel a conocer a la chica.
—¿Querés venir, boludo? Dale, es la experiencia, tenés diecisiete, vení conmigo, tus amigos se mueren.
—No sé, pa, no quiero…
—¿Tenés miedo? ¿Qué te va a pasar? Nada te va a pasar.
—No quiero.
Zonzini, entonces, lo dejó en la casa de Nahir, jugando en la pelopincho con el hermano de ella, un chico de dieciséis años pero con capacidades mentales de tres.
Una vez en la celda, Zonzini miró a Nahir. Ella estaba ausente. No quedaba claro que comprendiera qué estaba pasando, así que Zonzini fue claro: quería que Nahir supiera quién era él, de qué lado estaba.
—¿Sabés dónde está mi hijo? —le preguntó entonces. Y antes de que Nahir abriera la boca, Zonzini respondió: —Jugando con tu hermanito en tu casa.
Zonzini tomó el caso porque —dice— lo contactó alguien de la familia de Nahir y lo invitó a sumarse. Sin embargo, cuando se le pide el nombre de ese enlace se niega a darlo, y arma tal misterio en torno a ese dato menor que es casi inevitable sospechar una segunda opción: que Zonzini se haya ofrecido espontáneamente. Aunque no lo admita.
—No, a mí me llamó el papá y me dijo «yo quiero saber cuáles son tus costos». Le dije «mirá, si yo tomo esto es por convicción». Yo asumo los riesgos, porque algún idiota puede decir «este defendió a la asesina», ponele que mañana va a una perpetua, puede decir eso. Pero yo no defendí a la asesina, lo que yo dije es que esperemos el juicio justo en vez del linchamiento mediático y la condena social. Cuando llegué a Gualeguaychú parecía que a Nahir se le venía la guillotina, como si estuviéramos en 1815.
El padre de Nahir es un policía de rango medio; la madre es ama de casa. Ninguno parece tener recursos para pagar un dinero por el que valga la pena poner el pescuezo como lo está poniendo Zonzini. ¿Por qué lo hace, entonces? Una opción es creer en la «convicción». Otra, en los planes internacionales de los que Zonzini habló antes. Sin embargo, no queda claro que Nahir sea tan buena como apuesta a futuro. El crimen mundial tiene algunas bellezas en su lista y ninguna llegó demasiado lejos. Cualquiera que busque «hottest killers» en internet podrá verlas. Son, en general, mujeres. Y suelen ser como Nahir: rubias, flacas, con rasgos armónicos, nariz porotito. Parte de su atractivo reside en la paradoja de que parezcan angelicales. Quizás esa asociación griega entre verdad, bondad y belleza, que nos hace sospechar siempre antes de la gente fea que de la linda, no sea solamente una herencia de Platón; quizá la tengamos cableada evolutivamente. De hecho, una de las fotos de Nahir que más se viralizaron la muestra de espaldas y oscura, ofreciendo la curva exagerada de su cintura y lo que viene debajo. El comentario, agregado a modo de meme debajo de la imagen, preguntaba: «¿No le pueden dar menos años por estar tan buena?».
El punto es que ninguna de las asesinas hot que hay en Internet logró armar una carrera mediática, ni siquiera en la más subterránea de las catervas de chimentos. Por ahora el público tiene un límite. Un estafador o un narcotraficante pueden redimirse y contar una historia edificante: si tienen algo de pinta y se arreglan el comedor pueden llegar con su mensaje al sillón de Oprah Winfrey. Pero no pasa eso con quienes tienen un muerto en el placard. ¿Zonzini no lo sabe? ¿No lo intuye? ¿O le gustan las misiones imposibles?
Ahora, en el bar, Zonzini vuelve a hablar de «convicción» y después pasa sin mayores preámbulos al resto de los casos en los que estuvo metido. Es fácil perderse en los detalles de las intervenciones mediáticas que menciona, las versiones que circulan y los pormenores de cada historia, aunque todos los caminos terminan en los mismos remates: «un desastre», «una locura», «es todo así, una garcha».
Otra palabra que Zonzini repite seguido es «perfil». La usa con distintas funciones. Dice que a Nahir le armaron un perfil y dice también que hace poco estaba en una fiesta «con un perfil», es decir: una chica, una actriz, una modelo. Algo que se construye con insistencia y con cálculo, y que acerca el trabajo de Zonzini a esa categoría esgrimida burlonamente en aquel panel de La Nación + donde Sirvén habló de «amor al arte». Zonzini es, antes que nada, un artista del collage: va creando sus cuadros con las cosas que tiene a mano, y aunque sean fideos pegados con poxirán en un papel, les elige un nombre poético y los vende como obras maestras.
—Yo he posicionado lo-que-tei-ma-gi-nes —dice Zonzini subrayando las palabras—. Yo lancé el único mentalista de la Argentina, le escribía los libros, un negocio millonario que después falló porque el tipo entró en un delirio místico y terminó hecho mierda, fue preso, en fin… le soltamos la mano. Yo no sé si te acordás porque sos muy joven, uno que se llama Ricardo Schiariti.
—Escuché de él.
—Y también hice lo de Andrea Rincón, manejé la transición de vedette a actriz y me peleé con cada periodista que levantó mis gacetillas y eliminó el «actriz» debajo del nombre de Andrea —dijo Zonzini con un gesto de satisfacción primero, y de disgusto después—. Y más tarde hice su internación, una lástima —agregó, en referencia a la depresión y la adicción a las drogas que llevaron a Andrea Rincón a meterse en un tratamiento que tomó estado público. Después siguió: —Me preguntaba el otro día el Coco Sily en un programa: «¿por qué tenés ese imán?» Y yo le dije que el imán con los reventados lo tenemos todos, el tema es si nos involucramos o no.
Zonzini cree que algo de este magnetismo con las personas complicadas le viene de su papá, que fue médico forense de la morgue judicial y Director Nacional de Rehabilitación Psicofísica. Él lo llama «empatía con el débil»; una tendencia a comprar muñecas rotas para maravillarse con su propia capacidad de restaurarlas. Nahir sería, en esta línea de pensamiento, el desafío supremo: una muñeca hecha pedazos con la que, encima, a todos les cuesta empatizar.
Su estrategia, sin embargo, no es embellecer a la muñeca en el sentido literal: Zonzini no hace coaching ni manda a sus chicas a clases de actuación o a entrenar a un gimnasio. Si las toma como clientes es porque ya tienen lo que tienen que tener: belleza física, por supuesto, pero también ese ingrediente de la persistencia, eso que a él le hace pensar que pueden llegar lejos. Siempre y cuando se dejen llevar. El modus operandi de Zonzini consiste en anular a los demás actores y ubicarse él mismo en un rol central. Tal vez por eso, una de sus frases de cabecera es «déjenme a mí». Y tal vez por eso, también, puso la exclusividad como condición para tomar el trabajo: nadie más, ni los abogados, ni los padres, ni mucho menos Nahir, vuelve a hablar con los medios hasta que Zonzini lo decida. El otro requisito fue el acceso irrestricto: hablar con Nahir todas las veces que quiera.
—Tengo pin de abogado así que voy a la cárcel y paso —dice en el bar.
—¿De dónde lo sacaste?
—Lo tengo porque lo tengo.
Zonzini también pidió acceder a todas las fotos y pertenencias de Nahir y de la familia, hasta donde lo permita la Justicia o hasta donde se pueda. Y tener libertad absoluta para hacer y decir lo que quiera en nombre de la defensa de Nahir, sin consultar previamente a nadie.
Zonzini, en síntesis, tiene sobre Nahir el poder que un gerente de marca tiene sobre la comunicación de su producto. Acaso por eso una palabra que Zonzini repite todo el tiempo, además de «perfil», es «contenido». Él produce el contenido desde cero: encuentra el personaje, le arma el perfil y lo vende. En el caso de Nahir, que ya estaba detenida cuando él tomó el caso, esto requirió ante todo un trabajo de montaje. La difusión de fragmentos del supuesto diario íntimo fue una de las primeras muestras de esta labor: esas páginas daban cuenta de la relación de violencia entre Nahir y Fernando («se aparecía en mi casa con la excusa de que teníamos que hablar —dice uno de los fragmentos difundidos— y justificaba su violencia hacia mí diciendo que yo lo había hecho enojar»).
—Por estas cosas a mí en el medio me admiran —dice Zonzini, y da el siguiente ejemplo.
Un par de semanas después de su ingreso al caso, Zonzini tuvo contacto en Gualeguaychú con Paula Bernini, la periodista que cubría el caso para el canal Todo Noticias (TN). En un audio de WhatsApp se la puede escuchar a Bernini ponderándole a Zonzini su manejo de los medios («me saco el sombrero», le dice), pidiéndole que no se tome los ataques como algo personal y aclarando que si hay tipos que lo destrozan en los medios es porque “hacen lo que pueden, no son malos, no tienen otra». Horas después, y al aire, el tono de Bernini es distinto: en el móvil se muestra compungida y emocionada y, sin aportar pruebas, lo acusa de estar detrás de una serie de ataques y amenazas que recibió la familia Pastorizzo. Zonzini tiene guardado ese registro en su propio canal de YouTube, junto al audio de WhatsApp de ella. Las dos situaciones aparecen intercaladas en el video: unos segundos de lamento, unos segundos de elogios. Bernini es buena actriz: el contraste entre la empatía creíble que despliega hablando del dolor de la familia Pastorizzo y el tono canchero y superado de WhatsApp dibuja una semblanza perfecta del amarillismo del siglo XXI y la máquina de cinismo, mentira y melodrama que lo alimenta.
—Bueno, todo es así: una garcha —resume Zonzini—. Y frente a eso tenés pibes vacíos, entonces ahí, por más que te dé bronca, lo tenés que aceptar: tu pibe puede ser Nahir o puede ser el otro pelotudo, que va cagando a trompadas a las minas mientras que vos pensás que anda encaminado porque te dio un abrazo y a la noche le contaste un cuento. Los casos como éste te hacen debatir con vos mismo y preguntarte «a ver, ¿qué herramientas le di a mi hijo?» Cuando mi hijo Cesare se pone rebelde yo le digo: «¿Vos sabés cómo te aman, boludo? Porque a veces tenés algunas actitudes…». Está bien, a los dieciséis están en una búsqueda y son capaces de cualquier cosa. Pero a veces parecen resentidos a los que no quiere nadie. Y yo le digo a Cesare: «Vos te levantás, tenés la leche lista, tenés la ropa, tenés todo…». Y sin embargo el pibe igual trata a veces de salir del cascarón y hace una pelotudez. Si eso le pasa al mío, imagináte lo que es el resto. Pensá en estos pobres pibes en Gualeguaychú con familias que no les dan ni la hora.
Zonzini saca un pañuelo de su bolsillo y se seca los ojos. Pensé que le brillaban de lo encendido que estaba, pero explica que le dan alergia unas plantas que tenemos al lado. Es un pañuelo de tela celeste con una guarda azul, como los de antes.
—Nahir se puso muy mal, pobre, cuando le cerraron el Instagram, que no sabemos quién fue: yo no fui. Pero bueno, cosas de chicos: estás preso y te preocupás por tus fotos perdidas. Ahí ves que Nahir es chiquita, los chicos se angustian con cosas así aunque les esté pasando algo mucho más grave.
Los movimientos físicos de Zonzini son precisos y ordenados. Toma un nuevo café, se seca otra vez las lágrimas y dobla su pañuelo de tela para guardarlo con rapidez. Esa seguridad de sus gestos es el secreto de su carisma, y casi compensa y organiza el caos voraz de su discurso. Esta especie de elegancia porteña acompasa sus cambios de tono: va de la ira a la ternura o de la indignación al orgullo, como ahora, cuando habla de la disciplina de Nahir como si él mismo la hubiera criado:
—Es mentira que tiene personal trainer y gimnasio, pero sí sigue haciendo mucho ejercicio, flexiones, abdominales, todo con peso libre porque no tiene elementos. Es así la piba, entendés, es estudiosa, es responsable, no se deja estar. ¡Imaginate que ni siquiera come la comida de la comisaría! Hubo quilombo con eso pero finalmente le permitieron comer solo lo que le lleva la mamá, todo cuidado, todo balanceado.
Un tiempo atrás, Zonzini fue al Instituto Nacional de las Mujeres (INAM) para sumar aliadas. De la versión que me dio él, las fotos que encontré, lo que vi en el encuentro con Zonzini en el bar y lo que me dijeron las autoridades del INAM, deduzco que la escena fue algo parecido a esto.
Zonzini entró como un torrente al edificio blanco y anodino que el Instituto tiene en el centro porteño. Antes había ido a la CONSAVIG (Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de Violencia de Género), pero le habían dicho que ellos solo atendían violencia obstétrica y que él estaba buscando otra cosa. Una vez en el INAM, anunció su presencia —había acordado una cita— y se quedó esperando en el hall de entrada. Entonces tuvo una idea. Apoyó su carpeta y sus anteojos oscuros en el mostrador de recepción, tomó su celular y se sacó una foto. En la selfie se lo ve revisando papeles con el cartel que dice «Instituto Nacional de Mujeres» de fondo, como si fuera el banner de una marca en una fiesta patrocinada.
Después pasó a la reunión. Lo recibieron Silvia Lommi, subsecretaria del INAM, y Emilia Cabrera Horn, directora de legales.
Zonzini trató de ganárselas como trata de ganarse a todo el mundo: apelando a su vanidad y denigrando a algún tercero.
—Qué linda fragancia a mujer, vengo de Tribunales y es todo hombre, macho, todo fiscales —dijo con una sonrisa seductora. Las dos sonrieron con cortesía y se sentaron. El estilo de Zonzini las apabullaba.
—Desde el Instituto ya nos expedimos sobre el caso —adelantó una. Se refería a un comunicado de prensa que había reproducido el INAM en sus propias redes sobre el tratamiento mediático del caso de Nahir, el uso de su figura para deslegitimar al feminismo y la exposición excesiva de sus fotos en los medios.
—Pero ustedes todavía no vieron nada. No lo van a poder creer —arremetió Zonzini y desplegó sus papeles sobre la mesa. Eran los mensajes que habían intercambiado Fernando y Nahir por Twitter entre el 28 de junio de 2015 y la fecha del asesinato. Zonzini leyó algunos tramos en voz alta: —«Hija de puta, gato, trola, te vas con otros, sos estúpida, te comés a todos». ¿Me van a decir que no hay violencia de género acá? Díganme ustedes, ¿acá hay violencia de género? Fue su primer hombre, con quince años. ¿Por qué no se le hicieron las pericias psiquiátricas a ella? ¿Será que tienen miedo de encontrar lo que van a encontrar?
Lommi y Cabrera Horn escucharon, pero no entendían qué quería Zonzini de ellas. El ritmo y el tono de voz que él había llevado a la charla no pertenecían al repertorio que ellas están acostumbradas a manejar. Miraron los mensajes, se miraron entre sí. Le dijeron a Zonzini que analizarían el caso y le explicaron el procedimiento para elevar una nota por mesa de entradas.
Zonzini asintió e hizo todo tal como se lo indicaron. Finalmente, sacó una foto a su nota con el sello que le habían puesto en la mesa de entradas, y se fue. Ya tenía todo lo que había ido a buscar.
Pocas horas después, subió a sus redes sociales todas las imágenes tomadas y les sumó el siguiente epígrafe: «La alegría de haber estado con Silvia Lommi y Emilia Cabrera Horn, que en nombre del INAM decidieron intervenir en el caso Nahir». Nadie en el INAM lo podía creer. El teléfono empezó a sonar. Frente a la multitud de preguntas y especulaciones de los medios, las autoridades decidieron sacar un comunicado en el que la propia Fabiana Tuñez, directora del INAM y militante histórica contra la violencia contra las mujeres, desmintió los dichos de Zonzini y dijo que en el Instituto se sentían vulneradas por sus acciones.
—Yo dije «caso Nahir», nada más. —me dice Zonzini con una sonrisa pícara—. No dije «en la causa».
La única de las ex clientes de Zonzini que contesta mis mensajes es Natacha Jaitt, una figura que saltó a la fama a partir de una versión española de Gran Hermano y que en estos días —mientras se cierra esta nota— volvió a los medios con un nuevo escándalo en el que habló de trata de menores e incluyó en ese delito a figuras del deporte, la televisión y el periodismo. Lo primero que Jaitt me manda son unos audios furiosos: «¿Qué querés decir cuando decís que fui cliente de Zonzini? ¿Qué soy, una prostituta de 840?». No entiendo en qué mundo la palabra «cliente» se confunde con «prostituta», pero le pido disculpas. Las acepta. Dice que la llame en un rato, que ahora está entrando «a fiscalía». Unas horas después, hablamos. Cuesta entender qué dice y es imposible hacerla responder preguntas: ella solo va a hablar de lo que quiera.
—Zonzini es un oportunista del morbo. Esa chica tiene que estar tras las rejas.
—¿Te sorprende lo que está pasando con el caso?
—No me sorprende nada, como no me sorprende que Rial ahora diga que evolucionó y no sé qué. Están desvirtuando todo, la educación, la moral y las buenas costumbres. Y el feminismo también. Dicen que el feminismo es odiar a los hombres y el feminismo no es eso. No me sorprende nada, todo es show show show.
Natacha no aporta nada sobre Zonzini, pero en su asociación libre sumó la referencia a la conversión feminista de Jorge Rial como algo relacionado con Nahir y, particularmente, con el intento de Zonzini de instalarla como víctima. En las redes sociales, muchas mujeres celebramos el desfile de feministas en el set de Intrusos (América), el tradicional show televisivo de chimentos y espectáculos.
Desde que la comediante Bimbo Godoy mencionó en el programa el misoprostol, un fármaco que permite abortar de un modo seguro y sin salir de casa, se dispararon en Google Argentina las búsquedas de información sobre esa droga. Pero hay otras razones por las que se celebra ese raid mediático, y esos motivos los sabe Natacha: si ella intuye que el feminismo, más que una piedra en la picadora de carne, es una mercancía novedosa, vale la pena pensarlo. Quizás Zonzini sea uno de los que lo pensaron primero.
—En las redes tengo pendejas hermosas de dieciséis años que se están puteando con los medios, que ponen «vamos Nahir» y que arman clubes de fans. Hay una pendeja que se mata con todos, me parece que se llama Agustina Villarreal. Vos la ves y es una bomba, no sé ni de dónde es, creo que de Rosario, y veo que me retuitea algunas cosas y se putea con todos —dice Zonzini.
Días después de ese encuentro en el bar, le escribo por Twitter a Agustina, que no parece tener muchos más años que Nahir y que efectivamente es muy linda. Cuenta que la preocupa mucho la violencia de género en el caso de Nahir, que se ganó la confianza de Zonzini, que él le cuenta detalles de la defensa y que le encanta lo que está haciendo él: que solo quiere justicia. Llama un poco la atención, en las redes de Agustina, el foco exclusivo en el caso de Nahir y el desinterés casi absoluto por cualquier otro caso de violencia de género de los que están dando vueltas en los medios. Tal vez la belleza cree su propia solidaridad: acaso las chicas lindas efectivamente pertenezcan a una cofradía con lazos propios. Al fin y al cabo, si a algunas militantes feministas les está costando la empatía con un perfil como el de Nahir, quizás sean sus pares, las bombas sexies, quienes tengan que hacerse cargo del asunto.
En Twitter, entro también a la cuenta de Zonzini, a quien Agustina retuitea seguido. Entré varias veces estos días pero nunca había prestado atención a la foto que tiene de fondo: es una imagen de él en una oficina donde cuelgan dos fotos de mujeres perfectas y semidesnudas. Él les da la espalda y habla por teléfono.
En tres oportunidades quise conocer ese lugar. La primera vez fue previa a la entrevista: le pedí quedar en su despacho, pero habló de la productora de cine —con la que aparentemente comparte oficina— y ofreció ir a un bar. La segunda vez fue pocos días después de nuestro encuentro, pero dijo que estaba de vacaciones y, de paso, agregó que estaba al tanto de que yo había contactado a Agustina Villarreal. «Dame el teléfono de tu editora» exigió en un tono que interpreté como el de una maestra que quiere hablar con mi mamá. Le pasé el mail, sabiendo que jamás le escribiría.
La tercera vez fue casi un mes y medio después de la segunda. En ese intervalo explotó el escándalo de pedofilia en el fútbol que salpicó a grandes nombres de los medios. Ahí es que apareció Natacha Jaitt. En el programa de Mirtha Legrand acusó (sin pruebas a la vista) a conocidos conductores y periodistas de formar parte de una red de abuso que se aprovechaba de adolescentes menores de edad que se quedaban en la pensión para jugadores de las inferiores de Independiente. Tras esa denuncia mediática, el procurador de la provincia de Buenos Aires declaró públicamente que no hay ningún famoso involucrado en la causa y que quienes hablaron del tema en los medios serían citados a declarar y, en caso de seguir sosteniendo versiones falsas, investigados por falso testimonio.
La justicia, en cierto modo, estaba empezando a poner freno a una lógica que no había empezado con Jaitt: la de intentar construir verdades judiciales desde los medios, aun cuando no se tenga una sola prueba a mano.
Zonzini sabe de eso.
«Tami querida», me dijo por audio de WhatsApp, «en mi oficina siguen filmando la película que te dije por tres semanas más. Igual, vos sabés lo que pasa, con todo el tema de los servicios y todo lo que está pasando, la cama que le armaron a Fantino, a todos, uno en un contexto como este no muestra sus armas…intelectuales sí, claro, pero lugares físicos…». Después insistió en que no era mala voluntad y agregó que igual podía encontrar un video y fotos de su oficina en su página de internet.
Volví a entrar al sitio. En letras grandes se lee «Jorge Zonzini. Manager. Imagen consciente», a la vez que corre un video de inicio donde Zonzini, de traje y lentes oscuros, parece George Clooney entrando a un despacho similar al showroom de una constructora de Puerto Madero. En la puerta de ingreso a la oficina hay un cartel de televisión que dice «Aire», como si ese espacio —supuestamente suyo— fuera en realidad un escenario de televisión.
Quizás el «arte» de Zonzini tenga que ver con eso: con el montaje audiovisual. De hecho, una de sus acciones más célebres en lo que va del «caso Nahir» fue la difusión de un video de la chica con sus amigos del colegio. Con el título «Adolescencia que adolece» se la puede ver en una celebración del Día del Estudiante. El video ya existía, pero Zonzini le cambió la música y sumó unos sobreimpresos que dicen cosas como «¿Qué te sucede Argentina, que nuestros maravillosos adolescentes finalizan siendo los protagonistas del drama juvenil que nos conmueve tanto?» o «No son mascotas pintorescas, ni animalitos, ni mucho menos materia comestible picadoras de carne conformadas por las redes sociales y las maquinarias periodísticas».
—Yo hice poesía ahí nomás para generar un debate —explicó Zonzini en nuestro único encuentro. Él sabía que el video iba a tener muchas repercusiones negativas (casi todas, por lo que se puede ver en los comentarios de YouTube), pero lo que a él le servía, en ese momento, era que se discutiera el caso. En su pintura de Nahir, Zonzini está buscando ese punto dulce que busca cualquier escritor: el lugar exacto donde se encuentran la particularidad y la universalidad, el modo en que una historia personal y específica puede empezar a hablar de todos nosotros. La imagen de la psicópata fría no solo falla en la Justicia (sobre la que Zonzini, aun de forma indirecta, espera incidir); también presenta desafíos narrativos. Nahir tiene que verse vulnerable y tiene que ser una manifestación de todo lo que la sociedad hizo mal.
No es fácil, pero allá va Zonzini con su intento.
—Nahir puede ser tu hija. Nahir puede ser tu culpa —sentenció en el bar—. Una periodista del Trece me dijo: «Jorge, cuando la vimos salir nos quedamos todos en silencio, porque, Jorge, ¡es una nena!». Y sí, es una nena, cuando la ves en persona te das cuenta. Cuando le hablás, cuando le preguntás, «Nahir, ¿por qué te autoinculpaste?».
Zonzini puso voz de bebota y levantó los hombros:
—«No sé», te dice ella, «me dijeron que no me quedaba otra». Y entonces yo le grito, a ver si entiende: «¡Pero boluda, estás en cana!».
En febrero de este año, Zonzini fue otra vez a visitar a Nahir. Antes de entrar saludó con la cabeza a Rosa, la chica que estaba presa en la celda de al lado, detenida por no presentarse a las audiencias de un robo por el que la habían inculpado. Rosa estaba mirando para afuera, sentada, con los brazos colgando a través de las rejas. Así solía pasar las horas. Nahir, en cambio, acostumbraba estar acostada o tratando de hacer sus ejercicios. No tenía aire acondicionado ni personal trainer ni nada de lo que se había dicho en los medios.
Zonzini quiso sentarse pero no encontró dónde. Pidió entonces dos sillas para la celda, para que si él o alguien entraba a verla no tuviera que acomodarse en la cama con ella. Le daba asco la imagen: una nena en una cama con un tipo grande.
Nahir estaba flaca, pálida y sin maquillar, pero no se la veía descuidada. Tampoco la veía mucha gente. La visitaban solo Zonzini y los padres, así que aunque no estuviera de ánimo siempre le daba algo de charla a Zonzini. Esa vez tenía una mueca entusiasta. Sacó un libro y señaló una página.
—Yo soy un 11 —le dijo Nahir—. ¿Ves? Soy un número maestro.
Era un libro de numerología. Zonzini sabía algo de eso. Desde los tiempos de Ricardo Schiariti, el mentalista que terminó preso, Zonzini tiene elementos para hablar holgadamente de mentalismo, esoterismo, metafísica y numerología. Así que miró lo que Nahir le mostraba, examinó la tapa del libro y lo cerró con violencia.
—Es la boluda de Conny Méndez —bufó—. Es una chanta que mezcla todo con todo. Los que te describen cómo sos son los antiguos egipcios.
Nahir escuchó atenta y decepcionada.
—Para los antiguos egipcios el 11 es el león con bozal. Una persona con todas las posibilidades de comerse el mundo, pero contenida por una cosa. Hay algo que la detiene.
Nahir volvió a agarrar su libro, como una nena enojada. Le mostró su otro número, el 8.
—Acá aparece el poder —dijo Nahir.
Zonzini volvió a reírse.
—No, nena. El 8 es el infinito. ¿No ves? Un 8 acostado es un infinito. Eso habla de vos. Vas en círculos todo el tiempo y no llegás a ningún lado —le dibujó un infinito con el dedo, le mostró la circularidad.
Nahir se quedó en silencio. No sabía cómo discutirle a Zonzini, que siempre tenía una respuesta para todo.
—Esto te contenía, este era tu bozal —siguió Zonzini—. Ahora vas a empezar a ser persona. ¿Y sabés qué es lo peor? Te estás haciendo persona acá.
Nahir miró con los ojos apagados, pero sin llorar. La atención se le fue perdiendo. Entonces Zonzini se puso en un rol que mezclaba los condimentos de un padre con el de un entrenador y un coach motivacional.
—Sos una mina que no tiene techo. Yo lo que quiero es que vos tengas un futuro. ¿Y sabés qué? No solo lo quiero. Lo creo. Yo creo que vos tenés mucho por delante —siguió. Después miró la celda: un ventilador, un catre, una mesa. Dos sillas. —Tenés que sacarte esto de encima —Zonzini la miró fijo—. Es esto, nena. Y nada más.
En el mundo de Zonzini, “nada más” es, siempre, un concepto volátil. Con él nunca se sabe cuándo o dónde terminan las cosas. A mediados de abril, a pocos días de que este texto fuera a imprenta, Zonzini anunció a través de sus redes sociales que renunciaba a seguir como vocero de Nahir Galarza. Clarín tituló con la razón que dio Zonzini («Caso Nahir Galarza: el vocero Zonzini se baja porque no confía en los padres»), pero en la nota agregaron, a modo de información relevante, que José Ostolaza, importante penalista que semanas antes había aceptado tomar el caso en reemplazo del primer abogado que había contratado la familia, había puesto como condición que «no se mediatizara el caso». No había dado nombres, pero el mensaje estaba claro.
Cuando le escribí a Zonzini para preguntarle qué había pasado, respondió que no había dejado el caso y que solo había decidido «no renovar su designación como vocero de Nahir», un cargo que en rigor no existe y que por lo tanto no es renovable. Después, palabras más o menos, preguntó cuándo salía la revista y ofreció mandar fotos para publicar. Le advertí que no íbamos a usarlas, pero unas horas después entró a mi casilla un mail con seis adjuntos: dos fotos en blanco y negro en la oficina que aparece en su sitio, otra en blanco y negro de Zonzini delante de un edificio público y dos a color de él hablando ante unos micrófonos y varios vasos de agua.
El sexto archivo era el comunicado final. Este es el resumen:
«Habiéndose cumplido en el día de la fecha los 3 meses pactados inicialmente tras mi designación por parte de Nahir Mariana Galarza como manager y su voz ante la opinión pública y los medios de comunicación, he decidido en forma unilateral no renovar mi función por diferencias substanciales e irreconciliables con su entorno, fundamentalmente con su grupo primario.
No así con Nahir, quien contó, cuenta y contará siempre con mi lealtad y confidencialidad hasta el instante final en que, de llegar a la instancia de tener un juicio justo, se la condene o se la absuelva de esta causa viciada por la mentira, la intriga y el lamentable desempeño de la justicia entrerriana.
Es menester ratificar en este comunicado que, así como lo hiciere en cada programa de televisión que estuve o en cada nota radial y en todo debate ante la opinión pública y medios nacionales e internacionales, son cuatro los puntos fundamentales confirmados tras mi comprometida inserción en el caso:
Mi absoluta e íntima convicción de que la joven Nahir no jaló el gatillo (…).
Mi absoluta e íntima convicción de que Nahir no declaró en la justicia por voluntad propia sino que lo hizo siendo digitada, instada y coaccionada para que se auto incriminara en una suerte de sugestivo acuerdo entre partes donde todos parecieron quedar conformes.
Mi absoluta e íntima convicción de que habiendo podido ver quien suscribe todas las pericias psicológicas (las oficiales y las de confronte de partes), Nahir no cuenta con las herramientas ni la estructura emocional para haberse podido negar al pedido de la “autoridad” para que se auto incrimine y que, lo que es más grave aún, en su fuero interno permanece erróneamente su convicción de haber realizado un acto de amor puro inmolándose ella misma para proteger a terceros y velar por el cuidado y futuro de sus seres más queridos (…).
Por último transmito mi preocupación por las miles de chicas como Nahir que se encuentran en total estado de indefensión detenidas en celdas de nuestras provincias, muchas de ellas bajo estados chacareros, patriarcales y machistas que, como hace cien años, aún encarcelan primero a las mujeres en lugar de brindarles contención, ayudarlas a contar la verdad y prestarles asistencia integral por medio verdaderos equipos de peritos psiquiátricos y psicológicos especializados en Violencia de Género.
Asimismo confirmo que lejos de retirar mi más alto interés en el caso, habiéndome transformado en una de las personas que más conoce sobre el mismo, seguiré debatiendo, confrontando y aportando toda mi experiencia y conocimiento para llegar a la verdad. La única diferencia es que, a partir de ahora, lo haré en forma de consultor independiente e imparcial.
Atte.
Jorge Zonzini
Manager»