El año próximo ya no habrá revista Orsai. Le di muchas vueltas a las primeras palabras de este párrafo, pero supongo que es la mejor manera de decirlo. Este número de Orsai, el quince, es el penúltimo de una aventura que —cuando concluya, en noviembre de 2013— habrá durado dieciséis ediciones únicas y, para nosotros, irrepetibles. Tomamos esta decisión durante mi último viaje a Buenos Aires, mientras Chiri preparaba el mate en su cocina y, al revés de lo que pudiera parecer, no fue una charla meditada, ni mucho menos prevista. Fue un impulso parecido al que tuvimos hace tres años, cuando soñamos por primera vez empezar una revista sin publicidad, arbitraria y antojadiza. Entre las muchas promesas internas que nos hicimos entonces, hubo una que siempre nos resultó fundamental: en el exacto momento en que el juego se nos hiciera costumbre, teníamos que pegar un volantazo y correr hacia otra parte. No aburrirnos nosotros, si no queríamos aburrir al lector. No convertir todo este juego en un trabajo sacrificado. Hubo una frase de Chiri, en medio de la charla, que me pareció una síntesis perfecta: «Justo ahora, que habíamos aprendido a hacerla», dijo. Nos reímos entonces, y sonrío ahora mientras lo escribo. Es verdad: en estos últimos meses casi aprendimos a hacer Orsai, a estabilizar los contenidos, a conseguir un producto homogéneo. Y esa es, seguramente, una de las razones del cambio. Le tenemos pánico a la costumbre. Y lo peor que le puede pasar a una revista imposible es que, con el tiempo, se vuelva posible, esperable o rutinaria. Nos dio un vuelco el corazón cuando nos descubrimos hablando del asunto, cuando vimos que estábamos tomando la decisión en serio, porque para nosotros estos tres años no fueron únicamente la concepción de un medio gráfico: fue una época increíble de nuestras vidas. Todos los números de Orsai, incluido este en donde conseguimos entrevistar a Stephen Hawking, y sobre todo el próximo, que será el epílogo, habrán tenido un porqué. Ninguno se parece al anterior, y en todos los casos sentimos que mejorábamos, que subíamos la apuesta. Que conseguíamos algo nuevo que nos emocionaba. Hoy, si nos vendan los ojos, todavía podemos reconocer cada edición por el olor; cada número tiene una historia, una anécdota y una magia que lo hace único. Tenemos la sensación de que eternizar ese noviazgo lo convertiría en un matrimonio. Sospechamos que si existiera una Orsai N17, y después una Orsai N28, dejaríamos de reconocer cada una de forma individual. Llegaría un día en que las confundiríamos: no sabríamos en qué mes publicamos qué. Y eso sería tan grave como confundir los nombres de nuestros propios hijos; en un punto esa desmemoria no sería muy diferente a fabricar chorizos. La decisión es impulsiva pero tiene una raíz de preservación: queremos mantener intacto el objeto. Que Orsai no sea una revista interminable, sino una colección única, surgida en un tiempo único. Lo repito, más que nada para que yo mismo me lo crea: el año próximo ya no habrá revista Orsai. Y en el exacto momento en que lo escribo miro el anaquel de mi derecha, donde están las catorce ediciones pasadas (en breve estarán también las dos últimas) y sé que todas juntas habrán contado una historia con inicio y con final. En general las revistas tienen dos destinos: si fracasan es por falta de auspicios y el lector se entera en el último número. Si funcionan, son eternas. Inauguremos hoy una tercera fórmula: las revistas que duran lo que sus autores quieren. Es un placer poder decir, en la edición penúltima, que la próxima será la mejor, y que será la última porque se nos antoja.