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Ocho cuentos tempranos

Escribe
Malena Pichot
Malena Pichot escribió estos cuentos cuando tenía menos de doce años y su papá los guardó por años. Durante la pandemia, los volvió a encontrar en un cajón y en Orsai tenemos el privilegio de sacarlos a la luz.

Prólogo

Los siguientes cuentos los escribí cuando tenía entre siete y diez años, cuando escribir era más que nada jugar a ser escritora. No sé si me divertía escribir o interpretar el gesto adulto y pretencioso de sentarme frente a una máquina y golpear esas teclas pesadas. Recuerdo la alegría de completar un renglón solo para poder utilizar la palanca que corría la página hacia la siguiente. Al terminar cada cuento, se lo entregaba a mi padre y esperaba con nervios las críticas de quien no solo era mi público sino también mi editor. No recuerdo correcciones ni malas devoluciones, así que aquello de los nervios en la entrega era completamente autoimpuesto. Es que cuando jugaba a la escritora, jugaba fuerte. Mi padre guardó todos mis cuentos en una carpeta de esas con elástico y cuando cumplí dieciocho finalmente los editó. Los anilló, eligió una foto horrenda, que solo un padre puede elegir, en la que estoy muy mal arreglada para un bar mitzvah, y mi madre ilustró los cuentos. Presentaron el libro en el living de mi casa. Nunca más los volví a leer hasta que una pandemia mundial nos obligó a ordenar cajones.

Caperucita al rojo

Estaba Caperucita roja con unas ganas de franelear que se moría, y no conseguía a nadie. 

Entonces decidió ir al bosque, y se encontró con un lobo que le dijo…

―Caperucita, si tenés ganas de franelear, lo mejor será que te pases al cuento de al lado. Es el de Blancanieves, ahí te vas a encontrar a siete enanos, que lo único que les gusta es besuquear a las chicas.

Caperucita le dijo…
―Muchas gracias, lobito, y si la ves a mi abuela, decile que la canasta la vaya a buscar ella, porque… yo no soy empleada.

Y así vivió feliz con los siete enanos.

El espíritu del Soldado

Había una vez un Rey muy malo con la gente; si alguien le decía que había hecho algo mal, lo ponía en un calabozo por un año.

El Rey había robado una joya a los indios. Una mañana, el Rey ordenó a los esclavos que vayan a robar a los indios. Los esclavos, en vez de robarles, escaparon.

El Rey al saberlo se puso muy furioso, entonces tuvo que ir él.

A mitad de camino, el Rey escuchó unos tambores. Como tenía mucho miedo, se dio vuelta para volver al castillo.

Al otro día, vino un soldado que dijo al pueblo: «Prometo que sacaré al Rey». (Nadie le creyó)

Al otro día, el soldado fue al castillo del Rey a matarlo, pero los guardias lo mataron primero. A la noche el espíritu del soldado fue al castillo, entró a la habitación del Rey y… lo tiró por la ventana.

Al otro día, gobernó un criollo.

Un caso de política

En 1998 en EE.UU. el Presidente murió y Hambloud, uno de los detectivos más famosos, decidió trabajar en el caso. Hambloud entró en la Casa de Gobierno y vio al Presidente muerto, lleno de sangre y rodeado de policías.

Con solo ver los agujeros que tenía el cuerpo, se dio cuenta que las balas eran de una Magnum 44, y que alguien que le tenía mucha rabia le había disparados tantos balazos.

Al escuchar los disparos cercaron las puertas de la Casa de Gobierno, así que el asesino estaba todavía dentro del edificio.

En ese momento solo había guardas, porque era tarde, y el Presidente estaba haciendo un trabajo. No había nadie sospechoso, es decir, no había nadie, solo guardias y policías.

Ninguno tenía una Magnum 44.

Buscaron en cada rincón de la Casa de Gobierno, pensó que alguien al escuchar la alarma escpaó por una ventana o puerta trasera.

Un guardia dijo que en la oficina del Alcalde la luz estaba prendida y se escuchaba ruido de la máquina de escribir.

Pero era imposible que el Alcalde fuera el asesino, porque en el momento del asesinato, el Alcalde estaba en la fiesta de 15 de su hija; había muchos testigos.

El guardia Landon, que ya había delatado al Alcalde, dijo que en la oficina del Diputado estaba la puerta cerrada con llave y se escuchaban ruidos raros.

Hambloud le preguntó:

―¿Qué tipo de ruidos?

Landon con tono preocupado no supo contestar.

Hambloud dijo:

―Landon, ¿puede venir?

―¿Para qué, señor? (contestó Landon)

―Para revisarlo.

―¡Ah, no, señor, ya me revisaron! ―y salió corriendo hacia la salida.

Hambloud, seguro de que era el aseisno, lo siguió hasta un callejón, lo amenazó con su revólver y comprobó que debajo de una venda en su pierna izquierda tenía la Magnum 44.

Con tranquilidad le dijo:

―Usted es el asesino, y no ses ista, diga por qué lo mató y puede que esté menos tiempo en la cárcel.

Landon no sabía qué hacer y empezó a hablar…

―Me estaba por ir y le dije al Presidente… Señor, me podría dar la plata que me debe??

Me contestó:

―¡¡Ni loco!! … yo no le debo nada. Usted tiene que trabajar porque es un pobre nabo con muchos hijos analdabetos, y tendría que pasar sobre mi cadáver para sacarme un centavo.

Me enojé tanto al escuchar lo que dijo de mis hijos, que tomé una pistola y lo maté.

Usé otra pistola para que no se den cuenta de que fue con la mía.

La estaba por esconder en el cajón del Alcalde, pero llegó usted y me sorprendió.

Landon fue a la cárcel.

Hambloud, el famoso detective, recibió otra medalla.

Tanito el pobre

Había una vez un pueblo muy pobre y en una esquina vivía una familia muy numerosa, pero pobre, demasiado pobre. Los once hijos que tenían eran tan perezosos que ni borrachos salían a trabajar. Tanito, uno de los hijos, no era como sus hermanos: era inteligente y bueno.

Una mañana el padre de Tanito le dijo: Debes ir a buscar trabajo, tus hermanos son muy perezosos.

Tanito recorrió todo el pueblo pero no encontró nada, siguió caminando y sin darse cuenta se encontró perdido en medio de las montañas. Se estaba haciendo de noche pero no podía quedarse dormido, tenía que seguir caminando.

De repente vio una pequeña casa. Pensó que estaba salvado, corrió hacia ella y tocó la puerta. Un enano atendió y le dijo: ¿Qué se te ofrece?

―Me perdí buscando trabajo y pensé que me podía ayudar.

―Sí, te puedo ayudar ―dijo el enano―. Te daré trabajo.

―¿Y qué trabajo me va a dar? 

―De leñador. 

―Pero si en estas montañas no hay árboles.

―Tendrás que cruzar las montañas, llegar al bosque, volver a cruzar las montañas y llegar a mi casa.

Tanito, al ver todas las bolsas de oro que había en la casa, dijo que sí sin pensarlo. A la mañana tomó sus cosas, un poco de comida y se marchó de la casa, anduvo días perdido en el bosque. Estuvo días cruzando montañas.

Una mañana se sentó en un tronco y pensó que iba a morir, pero de repente vio una hilera de hermosos caballos y detrás una deslumbrante carroza. Tanito la siguió. La carroza paró frente a un hermoso y desconocido castillo.

Tanito estaba seguro de que iba a conseguir trabajo en el castillo. Entró, se arrodilló ante el Rey y le pidió por favor que le de un trabajo. El Rey le dijo que vaya a la cocina, donde trabajaría de cocinero. Estuvo mucho tiempo trabajando en el castillo.

Una mañana la princesa despertó como loca gritando ¡¡Me robaron la corona!! El rey dijo que el que encontrara la corona se casaría con la princesa.

Al día siguiente un cocinero que trabakaba con Tanito le dijo: Adiviná quién se robó la corona… YO, y quiero decirte si quieres ser mi cómplice.

A Tanito se le ocurrió una idea y dijo que sí. El otro cocinero escondió la corona y al otro día Tanito llevó la corona al Rey. Al mes siguiente se casó con la princesa.

Un amor exagerado

Una mañana en la escuela llegó Teresita, llegó a la clase y dijo llilli llollo.

Los chicos se reían, menos Santiago.

Teresita era coreana.

Santiago estaba enamorado de Teresita, le miraba sus ojos, son laureles, sus chachetes redondos como pelotitas.

La maestra la abrazó y la llevó al baño.

Al otro día Santiago le dijo: ¿Querés ser mi novia?

Teresita le dijo: Sí, Santiago.

Al otro día él juntó millones de flores, las puso en su patineta, fue a la casa, tocó el timbre y salió corriendo dejándole una tarjetita, que decía: «Para Teresita, con amor Santiago».

Una tarde le hizo un corazón de telgopor más grande que la puerta de la escuela, hasta que un día Teresita le dijo llorando: Me voy a mudar, Santiago.

Teresita y Santiago lloraron mucho hasta que la mamá de Santiago no soportó más y Teresita no se mudó.

El mundo de los muertos

Cuando estaba en el avión yendo para China, me encontré con Chancun, el mejor profesor de karate.

Al fin llegué a China, entré al hotel, me puse un kimono rojo con lunares dorados. Cuando salí a pasear por la calle, me encontré con mi amiga María, me dijo: Vamos a comer.

Cuando llegué con María al restaurant, lo que había era arroz con tuco, arroz con ensalada y arroz con mayonesa. Yo elegí arroz solo.

En el hotel, María me dijo: Estoy en el mismo hotel que vos, y rápidamente desapareció. Desde el fondo del pasillo se veía a María corriendo hasta que llegó a mí, quise entrar en mi habitación pero ella dijo: Esperá, yo no soy el fantasma, los fantasmas son los que me hacen desaparecer.

Me alivié un poco, pero María apareció con un cuchillo y no sabía si era ella o los fantasmas. María dijo: 

―Te creíste todo, que era tu amiga desde que Emilio y vos salieron, pero yo me suicidé, soy un fantasma.

―¡Esperá María, eso es verdad, pero yo no sabía que también salía con vos!

―Ya es tarde para perdonar, quiero que conozcas el mundo de los muertos.

Y así fue, estoy en el mundo de los muertos relatando esta historia.

Las aventuras de Clotilde:
las berenjenas asesinas

Un mediodía mientras Clotilde comía su ensalada diaria de berenjenas con zanahorias, algo extraño pasó.

Cuando Clotilde estaba por comerse un pedacito de berenjena, el pedacito dijo:

―¡¡Espera, no me comas, tengo que hablar contigo!!

―¿Quién habló?

―Yo, paparula.

―Ay lo siento, no acostumbro a hablar con las berenjenas.

―Bueno, eso no importa, las berenjenas nos vamos a rebelar.

―¿Ah, sí? ¿Y qué van a hacer un par de berenjenas contra mí?

―No somos un par, van a venir berenjenas de todo el mundo y nos reuniremos, viste esa placita que tiene unos caballitos colorados y un arenero que…

―¡Síiii! Esa placita que está al lado de un kiosco.

―¡Ahá!

―¡Ay! Esa plaza me trae tantos recuerdos, me acuerdo un día…

―Bueno, silencio, nosotros estábamos discutiendo.

―Ah, sí, cierto… ¿y qué van a hacer?

―Vamos a hacer un paro y no solo eso, vamos a atacar al universo.

La máquina

Una mañana en Inglaterra, un hombre llamado Howard recibió una carta que decía:

Sr. Howard:

Necesitamos que desaloje la casa, el alquiler está vencido. Tiene tres semanas para buscar un nuevo domicilio.

Pasó una semana y Howard no conseguía ninguna. Era una mañana de domingo y Howard estaba desesperado, faltaba solo una semana, y seguía sin conseguir casa, hasta que vio una hermosa, en una colina llena de flores.

Las puntillas de las cortinas eran realmente fabulosas.

Las ventanas estaban muy bien decoradas.

Tenía un parque muy trabajado, lleno de árboles. Flores amarillas por un lado, flores blancas por otro y así con muchas flores, la entrada tenía un camino que venía desde que empezaba la colina.

Era imposible describir todos los detalles. Aunque sabía que se iba a quedar sin plata, decidió comprarla.

Al día siguiente se mudó.

Por la noche decidió bajar a la cocina, y descubrió una puerta que creyó no haber visto cuando conoció la casa.

La traspasó, prendió la luz, una escalera larga que no se veía donde conducía, se presentó delante de él.

Bajó y bajó.

Se pegó un susto tremendo.

Una horrible cámara de torturas era el final de la escalera, pero se dio cuenta que esta no terminaba nunca.

Alguien lo tomó por detrás y lo llevó a una de esas máquinas.

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