Cada vez nos costaba un mayor esfuerzo que los autores entregaran a tiempo, que se concentraran plenamente en su trabajo o se comprometieran a dar lo mejor. Lo conseguíamos (ustedes saben que sí, porque tienen las revistas anteriores), pero a veces con reprimendas de preescolar o subrayándoles la importancia del reto.
—¡Ey, caramba, que les estamos pidiendo un trabajo desde la mítica revista Orsai! —y entonces volvían en sí y se ponían las pilas.
Más tarde descubrimos que no era desgana, porque nos empezó a pasar a nosotros también: alargábamos los tiempos de entrega, cometíamos errores que antes jamás, dejábamos de ser puntillosos. ¿Pero por qué? La razón un día se nos cayó de madura: la mayoría de los artistas a los que les pedimos su talento son freelance, una palabra inglesa que en nuestros países se traduce como «malabarista».
El freelance es un autómata al que han reprogramado para que solo pueda decir «sí, acepto el trabajo y creo que llego» cuando sabe que no podrá cumplir con la tarea, ni entregarla a tiempo, ni empezar a hacerla, porque ya le ha dicho esa misma frase a muchos antes que a nosotros. El freelance debe decir que sí y además creérselo, con la misma patología de aquellos que vivieron una guerra siendo jóvenes, y ahora guardan el pan duro por las dudas. Como ciertos perros de la calle, el freelance no es malo: es que ha recibido golpes.
Y así estuvimos, queridos lectores, durante toda la segunda temporada de Orsai: trabajando codo a codo con el nuevo artista de este siglo, que cuando no entrega tarde entrega a medias, y siempre pide disculpas (por el retraso o por el boceto) con tanta sinceridad y amor, con tanto dolor en los ojos, que nos recuerda a nosotros mismos pidiendo disculpas sinceras a un tercero… ¡porque nos pasa lo mismo! No es que ellos son freelance y nosotros terratenientes. Todos hacemos malabares para equilibrar nuestra vida y nos encantaría tener un poco más de tiempo para hacer lo que nos gusta un poco mejor.
Y entonces, un día, cuando ya no sabíamos cómo solucionar el entuerto, llegó una pandemia.
¡Ah, qué placer más enorme! En esta edición todos entregaron a tiempo, nadie nos pidió dos semanas más, los trabajos llegaron con triple edición y se notó desde la primera hora una dedicación desmedida, obse, rayana con el delirio místico. Posiblemente esta ha sido uno de los números más fáciles de componer, porque no debimos lidiar con el nuevo trabajador freelance que hace malabares con siete entregas, sino con el viejo artista del siglo veinte, el borracho en pijama, el que conversaba consigo mismo en las madrugadas insomnes, el que plasmaba sus ideas y pintaba el mundo con un talento personal.
Y así fue como descubrimos que los escritores y los dibujantes de este siglo pueden tener muchos trabajos mal pagos sin problemas: no era eso lo que les provocaba la dispersión y la impuntualidad. El problema es que salían, bebían, cogían y pasaban fines de semanas en la costa, en lugar de estar escribiendo o dibujando para Orsai.
A los lectores: disfruten de esta edición, que posiblemente sea la más sosegada y talentosa que hemos hecho. Y en lo personal, agradezco a la pandemia este descubrimiento sobre el trabajador freelance, que nunca hubiéramos hecho sin la ayuda del encierro.
H.C.