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Querida Estefi, querido Juan

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Juan Sklar
Una historia sobre un amor de verano adolescente. Pero también sobre lo complicado que es a veces ser chico, estar enamorado y que los adultos no entiendan nada.

Verano 1991

Estefi me dijo que venía después de almorzar. No llegó todavía. Cuando ella no está, me aburro. Estoy solo en mi cuarto. Mis papás están durmiendo la siesta con mi hermanita en la habitación de al lado. Quisiera estar en la playa, pero los grandes dicen que el sol está muy fuerte.

En la casa no hay televisor. Mi papá dice que el verano es para desenchufarse. Soy el único chico de todo tercer grado que no tiene tele en las vacaciones. Papá tampoco compra el diario. Dice que leer eso a la mañana es como desayunar una sopa de mierda. Solo hay libros y juegos de mesa. A mí me gustan los de R. L. Stine, Elige tu propia aventura y la serie El Pequeño Vampiro. Ya los leí todos. También tengo la revista Action Games, un número viejo sobre Mortal Kombat. La abro. No me interesa leerla porque acá tampoco tengo el Sega. Solo miro las fotos del único personaje mujer: Sonya. Tiene piernas largas, calzas verdes y encima una bombacha negra. Es rubia y usa dos botitas blancas. Me tiro en la cama boca abajo, pongo las dos manos juntas y con ellas me aprieto el pito. Mi papá dice que eso es apretarse la gallina. A veces cuando me agarro el pito sin darme cuenta mi papá me dice la gallina es un ave pero no vuela y se ríe. No entiendo el chiste.

Me gusta tocarme el pito. Cuando lo hago la mente se me llena de imágenes. A veces es mi tía Julieta, a veces es She-Ra, a veces compañeras de la escuela. Casi nunca pienso en Estefi. Ahora miro a Sonya pegando un gancho desde abajo, haciendo que Kano vuele por el aire y salte sangre por todos lados. Cierro los ojos y aparecen las imágenes del jueguito —las patadas, las piñas— y sobre todo de la Fatality: Sonya le tira un beso al peleador que acaba de vencer y ese beso lo prende fuego. El derrotado se transforma en un esqueleto carbonizado.

De pronto se abre la puerta del cuarto. Es Estefi. Tiene puesta una remera blanca con un estampado de Mi Pequeño Pony.

—Hola —dice.

Doy un salto para atrás, agarro un almohadón y me cubro el pito.

—¿Qué hacías?

—¿Qué te importa?

Estefi revisa los juegos de mesa.

—¿Jugamos al Mil millas?

—Más tarde.

Agarra el mazo, mezcla y reparte.

—Yo sé lo que estabas haciendo.

La cara se me pone roja como un tomate. Estefi deja las cartas y se tira en la cama.

—Yo también lo hago, pero diferente —dice y agarra una almohada, la dobla en dos y se le sube encima.

Veo como su cola sube y baja mientras aprieta con fuerza.

—Yo le digo El caballito gris.

La imagen me hipnotiza. No puedo dejar de mirar el short rosa de Estefi, que cierra los ojos y sigue frotándose contra el almohadón. Me vuelvo a acostar boca abajo y otra vez me aprieto la gallina. Siento un calor extraño que me sube por el pecho y me sale por las orejas. No es como otras veces que lo hice. No pienso en nada. Solo me aprieto y miro a Estefanía. El calor crece desde mi calzoncillo celeste hacia el resto de mi cuerpo: la panza, las manos, los brazos, las piernas, todo es una gran bola de calor agradable.

De pronto Estefi para de moverse. Tiene los cachetes colorados. Abre los ojos y sonríe. Después se sienta en la cama y mezcla las cartas del Mil millas. Yo también freno y me siento en la cama.

—¿Jugamos al Mil Millas?

—Bueno, dale —respondo.

Estefi mezcla y reparte, pero enseguida escucho que se abre la puerta del dormitorio de mis papás. Un segundo después, mi mamá entra en mi cuarto.

—¿No tienen calor, chicos? Están todo colorados.

Atraviesa la habitación y abre la ventana.

—Es un día divino. ¿Vamos a la playa?

Estefi tiene dos años más que yo. Está en quinto grado. La conozco desde siempre, porque todos los años venimos a veranear a las mismas casas que están a una cuadra de distancia. Mi mamá le dice La Gorda Estefi. A mí no me parece gorda. Es verdad que es más alta que yo y bastante grandota, pero no me parece gorda. Yo le dije a mi mamá que no me gusta que le diga así. Ella se rio y me dijo que no sea maricón.

—¿Quién quiere tirita bien jugosa? —pregunta mi papá mientras saca un pedazo de carne de la parrilla. Estefi levanta la mano.

—Vos ya comiste suficiente —dice el padre y le baja el brazo. Nuestros papás son amigos, aunque solo se ven en el verano. Ellos viven en Baradero.

—Hoy podés un poco más —dice la mamá, que le sirve un pedazo desde su plato. Ella sonríe y se lo come con la mano.

—¿Vacío? ¿Colita? ¿Alguien? —sigue preguntando mi papá.

Los pedazos de carne se reparten en diferentes platos de madera. Estefi y yo comemos en silencio.

—¿Podemos ir a jugar arriba? —pregunto.

Estefi mira a la mamá.

—Dale, yo te llamo para el postre. Tomá —dice mientras le da un paquete. Estefi lo agarra y nos vamos a mi cuarto.

—¿Leemos de a dos? —pregunta.

—Ya leímos todo.

—Este no —dice y me da el paquete. Rompo el papel de regalo. Es un tomo de Elige tu propia aventura que yo no había visto nunca. El título es Tu nombre clave es Jonás.

—Guau. ¿Es para mí?

—Regalo de Reyes.

—Yo no te compré nada —digo.

—No importa.

Abrimos el libro y Estefi empieza a leer. Así es el juego. Uno lee y el otro elige. Es una aventura de espías secretos norteamericanos cerca de las costas de Groenlandia. Nuestra lancha se prende fuego y luego se hunde en el mar. Me encanta que Estefi me lea.

Si tratas de llegar a nado a la playa, pasa a la página 107.

Si nadas hacia el bote de goma, pasa a la página 121.

–¡Al bote de goma! —decido.

Pasamos de página y, buscando el bote de goma, nuestro protagonista es atacado por un grupo de ballenas y muere en alta mar. El final nos da risa. Después nos quedamos los dos cada uno tirado en una cama. El rato pasa, no hacemos nada. Estefi se pone a leer.

—¿Me la mostrás? —pregunto.

Estefi se ríe.

—¿Qué cosa?

—Lo tuyo.

—Está bien, pero vos me mostrás lo tuyo también.

El calor vuelve a subirme desde el calzoncillo hasta las orejas. Me da una sensación rara en la panza. Mi papá le dice glu-glu.

—No quiero.

—Dale, nene. No seas maricón.

—Dejame en paz. Me arrepentí.

Estefi se saca el short que tiene puesto y se queda en bombacha. Es amarilla y tiene florcitas. Siento un tirón en el cuerpo que me dice que me tengo que acercar a eso. Me paro.

—Mostrame vos primero —dice.

Siento que mi pito se hincha. Me da vergüenza. Nunca me había pasado delante de otras personas. Al mismo tiempo, tengo unas ganas enormes de tocármelo.

—Dale, Juan.

Me saco el pantalón y me quedo en calzoncillos. Este es blanco y tiene toalla en la parte del pito, para absorber las gotas de pis que se te escapan.

—Ay, siempre dando vueltas.

—¡Basta, nena! —digo y me doy vuelta. Quiero irme y quiero quedarme. Quiero sacarme el calzoncillo, quiero ponerme el pantalón. Quiero ver lo que hay debajo de la bombacha de Estefi. Estoy paralizado.

—Listo.

—¿Listo qué? —pregunto y cuando me doy vuelta, Estefi está en remera y nada más. Lo que veo me deja sin palabras.

—Mis amigas del cole le dicen la cola de adelante. A mí me parece un nombre horrible. Yo le digo el agujerito. Mi mamá me dijo que le diga como yo quiera.

Sin darme cuenta, me estoy tocando el pito.

—Bueno, ahora vos.

Obedezco y me bajo el calzón. Estefi se ríe.

—No te rías, tarada.

—Es que me hizo acordar a un ñoqui.

Me miro el pito. Es verdad, se parece un poco a un ñoqui. Yo también me río.

—¿Puedo tocar? —pregunta Estefi.

—¡No!

—Dale, nene.

Estefi se acerca con el dedo extendido, como si estuviera por tocar un caracol que se quedó sin casita. Le da tres golpes suaves. Se ríe.

—Es gracioso.

Con dos dedos, lo aprieta un poco. Me da cosquillas.

—No, no, cosquillas no —le digo.

Estefi se emociona y me hace cosquillas en las axilas y en la panza. Caigo derrumbado en la cama y Estefi se me sube encima. Soy muy sensible a las cosquillas y lo sabe. Me ataca con todo.

—¡Pará, pará! —pido entre risas.

—¡Pedí por favor!

La risa que tengo ya me causa dolor.

—¡Por favor, pará, por favor!

Estefi para. Está arriba mío. De pronto se frota contra mí, igual que cuando lo hizo con los almohadones. Es raro, pero me gusta. Me mira de un modo extraño. No es como cuando estamos en la playa o jugando al Mil Millas. Yo también la miro. No puedo dejar de mirarla. Por un momento se detiene y deja de frotarse. Ahora solo presiona. Tiene el cuerpo todo tenso. Yo también. Es como cuando me aprieto la gallina, pero no estoy solo.

De pronto afloja. Respira un poco agitada. Yo también aflojo. Estoy derretido en la cama. Sonrío. Estefi aprovecha mi distracción y vuelve a hacerme cosquillas en las axilas. El ataque de risa es más fuerte que antes.

—¡Pará, pará! ¡Por favor, por favor!

—¿Lo pedís de rodillas?

—¡Lo pido de rodillas!

Desde abajo llega un grito de mi papá: ¿Quieren helado? Estefi se baja de encima mío. Los dos nos estamos riendo.

—Te salvaste porque hay helado de Vía 3.

—Rodolfo, ¿la viste a Estefi?

Rodolfo es el dueño del balneario donde mis papás alquilan carpa. Es morocho, alto y tiene un bigote muy tupido. Es canoso y ya debe tener como cincuenta años. Sale andar en kayak a la mañana y a correr a la tarde. En año nuevo saca su pistola y dispara al aire, apuntando al mar. ¿Te gusta cómo suena la matraca, Juancito? dice y tira unos buenos tiros y se ríe a carcajadas.

—Andaba con el Lechu.

Lechuguita es un chico que vino al balneario por primera vez este año. No me cae muy bien. Voy hasta el balneario de al lado, Dack, porque sé que al Lechu le gusta colarse en la pileta. Nuestro balneario no tiene pileta. Me pongo las ojotas. La arena está muy caliente. Camino hacia Dack. Antes de llegar a la pileta, en un paredón de cemento, sentada a la sombra, me encuentro a Estefi.

—Hola.

—Hola.

—¿Y el Lechu?

—Se fue al mar.

—¿Querés ir a mi casa? —pregunto. Mis papás se van a quedar a almorzar en Corales.

—No.

—¿Estás enojada?

—No —responde Estefi mientras con un palito toca un escarabajo de arena.

—¿Qué te pasa?

—Me pasa que el Lechu me dijo que vos gustás de Valentina y que le vas a preguntar si quiere ser tu novia.

Valentina es la hija de Rodolfo. Es morocha de ojos verdes y muy flaca. Hace gimnasia artística y se la pasa haciendo la medialuna y el rondó. Casi todos los chicos gustan de ella. Yo también.

—¿Y por eso no querés ser más mi amiga?

Algo debo haber dicho, porque Estefi aprieta los labios y los ojos se le cargan de agua. Está por decir algo, pero no lo hace. Se queda mirando hacia abajo, molestando al escarabajo de arena con su palito.

—¿Vamos al mar? —pregunto.

—No entendés nada —dice. Se para y se va.

Es un día nublado y un poco fresco porque ayer llovió. Mi mamá me dio dos pesos para ir a los jueguitos. Eso me alcanza para ocho fichas, que voy a usar todas en el Hat Trick. Me gusta porque es el único juego de fútbol y porque podés pegarle piñas al árbitro, que es un gordito pelado. Cuando llego a los jueguitos de la 3 y 129 está Lechu sentado en la puerta con otros tres pibes que no conozco. Apenas me ven empiezan a cantar Es tuya Juan, reclamala Juan, es tuya. Esa canción salió hace poco y suena en todas las radios. La odio. En el colegio también me la cantan y se ríen. Lechu no para. Es tuya Juan, reclamala Juan, es tuya y cada vez que paran uno grita: ¡Valentina!

—¡Callensé, pelotudos! —les grito, pero no me dan bola.

Intento ignorarlos y entro al local. Compro mis ocho fichas y voy hasta el Hat Trick. Elijo Alemania y como capitán elijo al número 11, uno de cara cuadrada. El partido empieza y enseguida tengo a Lechuguita y sus amigos cantándome Es tuya Juan. Trato de hacer como que no están ahí, pero no puedo, los ojos se me llenan de lágrimas, siento una piedra en el estómago. Quiero hacer algo pero no puedo, ni siquiera puedo gritar cállense, pelotudos y empiezo a llorar. Estoy lleno de furia y vergüenza, y lo único que puedo hacer es irme de los jueguitos llorando, mientras Lechu y los pelotudos cantan y uno de ellos se pone a jugar al Hat Trick que dejé andando.

Salgo por la 129, secándome las lágrimas con la manga del buzo. Cuando llego a mi casa estoy un poco más calmado, pero igual se nota que estuve llorando. Mi mamá riega el pasto en el jardín. Me pregunta qué me pasó. Le digo que nada, que me deje en paz y subo a mi cuarto. Cierro la puerta y me tiro en la cama. Al rato tocan la puerta.

—¡Dejame tranquilo, mamá!

La puerta se entorna.

—Perdón, Cuchi. Estefi vino a visitarte.

La puerta se abre un poco más. Ahí está Estefi, con un jardinero de jean, remera violeta, dos colitas y una gorra de Jugate Conmigo.

—¿Puedo pasar?

Digo que sí con la cabeza. Entra y se sienta en la cama al lado mío.

—Me dijo tu mamá que estás chinchudo.

No le contesto.

—No les des bola a esos idiotas.

—¿Cómo sabías?

—Fui a la 3 a jugar al Wonder Boy y cuando entré me empezaron a cantar El cachalote, con la canción de El meneaito. Lo agarré al Lechu y le escupí un garso en el ojo.

—¿En serio? Qué genia.

—Después el Lechu se me vino encima pero el dueño del local lo sacó a patadas. Mientras me iba los pelotudos gritaban cerda de mierda y gorda puta.

—Los odio.

—Yo también.

Los dos nos quedamos callados, sentados en la cama uno al lado del otro.

—Juan.

—¿Qué?

Giré para mirarla y apenas lo hice, me dio un beso. Un pico con los labios cerrados que duró un rato largo. Volví a sentir el calor, pero ahora en la panza, en las manos y en los cachetes. Después paró y se alejó un poco.

—A mí no me importa quién te gusta. Vos siempre vas a ser mi mejor amigo.

Verano 1992

—Vení, ponete la pulserita.

—No quiero, tía.

—Dale, antes te divertía.

Mi tía Julieta es la hermana menor de mi papá. Como son seis hermanos y mi papá es el mayor, se llevan muchos años de diferencia. Ella tiene veintiuno. Vino a pasar unos días con nosotros y duerme en un sofá cama en el living.

A pesar de la queja, me dejo poner la pulserita que dice Balneario Zákate – 131 y Playa – Carpa 20. Se la  ponen a los nenes más chicos, para que los traigan de nuevo con sus padres si se pierden. Paso a cuarto grado y ya no me pierdo. Mis papás me dejan andar solo por todo el sur de Villa Gesell. Pero esto es un plan de mi tía. Tengo que ir a buscar a un tipo que a ella le gusta y decirle que estoy perdido y que quiero que me lleve a la carpa 20 de Zákate. Ya me hizo hacerlo varias veces desde que soy chico. En general son los guardavidas.

—Andá a buscar al carpero de Noctiluca.

—¿Noctiluca? Eso es pasando el muelle.

—Dale, si me hacés el favor te llevo a Carlitos.

Carlitos es el mejor lugar de panqueques y hamburguesas de toda la Costa. A mí me encanta ir y pedirme un Diego Maradona, que es un panqueque de banana, dulce de leche, chocolate derretido y ralladura de coco. El problema es que este año no hay plata y casi no vamos al centro. Papá está trabajando en una oficina pero parece que no le están pagando. Acepto y salgo. Tengo que buscar a un carpero rubio de piel oscura. Camino, paso el muelle y llego. En seguida lo encuentro. Debería hacerme el perdido pero ya ni tengo ganas de hacer la farsa.

—Señor, estoy perdido. Me ayudaría a llegar a este lugar —digo y me señalo la pulserita.

—¿Y no sabés llegar solo?

—No, perdón —respondo.

El tipo me mira extrañado. Me siento un imbécil.

El carpero pide permiso en el balneario y me lleva hasta Zákate. Cuando llegamos está mi tía en la orilla, haciendo como que está desesperada buscando a su sobrino. Cuando me ve, corre y me abraza.

—Ay, Negrito, cómo me preocupé, si se enteran tus viejos me matan, ¿cómo estás?

—Bien, tía.

—Gracias por traerlo. No sé cómo lo perdí de vista.

—Ni lo menciones.

—Julieta —le dice mi tía, presentándose—. Vos sos…

—Christian.

—Christian, ¿te puedo invitar una cerveza?

La escena me molesta más que nada por lo repetida. Me voy al agua y la dejo ahí, hablando con el carpero.

A la noche estoy durmiendo en mi cuarto cuando me despierto para hacer pis. Antes de entrar al baño escucho unos ruidos que vienen desde abajo. Me asomo a la escalera de caracol y ahí está mi tía, en el sofá cama, en tetas, con Christian el carpero entre las piernas.

Todo me parece increíble. Mi tía Julieta, con su pelo colorado, su piel blanca y sus tetas desparramadas por todo su cuerpo. Tiene los ojos cerrados y la boca abierta. El carpero Christian con la espalda muy bronceada y el culo blanco al aire, hunde la cabeza en la concha de mi tía. Mi mano salta sola hacia mi pito y me la apretujo con todo gusto.

Christian el carpero se para y de pronto pone frente a la cara de mi tía una pija enorme y peluda. Es como la de mi papá, pero la de mi papá solo la vi en el vestuario del club, blanda y colgando. Esta está dura, grande y se dobla un poco hacia arriba. Mi tía se sienta en el borde del sofá cama, se acomoda el pelo detrás de la oreja y se la mete en la boca. Siento un escalofrío en todo el cuerpo. Lo más parecido a esto que vi alguna vez es la revista porno que Facundo Blanco llevó al campamento del colegio y que le sacó el profesor de Educación Física. Julieta se mete todo el pito en la boca y cuando no puede más, lo agarra del culo y hace presión hacia ella.

Me falta el aire. Tengo miedo de que me descubran, de que mi tía empiece a gritar y vengan mis viejos y me castiguen. Pero no puedo irme. Mi pito no me deja. Veo cómo Julieta, sin dejar de meterse y sacarse la pija de Christian de la boca, le abre los cachetes del culo y le mete los dedos. Todo me parece fantástico, de otro mundo. El tipo no se queja. De hecho, abre la boca como gritando un gol, pero en silencio. Él le acaricia el pelo, la peina, le hace una cola de caballo con las manos y la aprieta contra sí mismo. Mi tía tiene toda la cara enterrada en los pelos de Christian, y al mismo tiempo aprieta los cachetes del culo con más fuerza y le mete los dedos más adentro. Hasta que paran. Mi tía se tira de espaldas sobre el colchón y abre las piernas. Tiene la concha peludísima. Es una selva de pelo colorado. Christian se inclina sobre ella y se la mete. Mi tía cierra los ojos y la cara se le pone toda tensa, como cuando yo hago caca. No entiendo si le gusta o le duele. Él está ahí, arriba abajo, arriba abajo, cuando mi tía abre los ojos y me ve.

Siento el universo entero caerse encima mío. Me van a matar, o peor, me van a mandar de vuelta a Buenos Aires. Pero lo único que pasa es que mi tía se lleva un dedo a la boca y me hace el gesto de shhh. Después con la misma mano me da a entender que me tengo que ir de ahí ya mismo.

Mareado, con la cabeza liviana como un globo, subo hasta mi cuarto y me tiro en la cama. Sin esperar me aprieto el pito con todas mis fuerzas. No sé por cuánto tiempo lo hago, pero cuando me quedo dormido ya es de día y un poco de luz se mete por las rendijas de mi persiana.

—¿Vamos a Vía 3? —le pregunto a Estefi.

Es la hora de la siesta. Recién comimos y estamos viendo qué hacer, si volvemos al balneario o nos quedamos en su casa.

—No quiero.

La miro sorprendido. Estefi siempre quiere ir a Vía 3. De hecho, yo no sabía que había un Vía 3 en la 132 hasta que ella no me llevó.

—No puedo. Mi papá dice que estoy gorda y que la gordura hace mal a la salud.

Me quedo en silencio. No entiendo por qué todos dicen que Estefi es gorda, ni por qué se preocupan tanto. Joaquín, el primo de Valentina, es gordo y anda todo el día con un Frutidedo o un Patalín en la mano y nadie le dice nada.

—Ayer la vi a mi tía coger con el carpero de Noctiluca.

A Estefi se le abren los ojos como dos platos.

—En el sofá cama, mientras mis papás dormían.

—Mentiroso.

—Tiene los pelos de abajo colorados.

—¿Y qué hicieron?

Le cuento a Estefi todo lo que vi, con lujo de detalles.

—¿Y vos qué hiciste?

Ahora me quedo callado.

—Miré.

—¿Nada más?

No sé por qué, pero las preguntas de Estefi me pusieron incómodo.

—Me apreté la gallina.

Estefi explota de risa. Después nos quedamos callados. Lo único que se escucha son las chicharras. Estefi me agarra la mano y se la lleva a la panza. No entiendo qué está haciendo, pero me gusta. La mete apenas por abajo de su bombacha. Con los dedos siento la punta de unos pelitos. Estefi sonríe.

—Me salieron este año.

Ella agarra mi mano y la empuja para abajo. Los pelos de Estefi me dan electricidad.

—¿Te gusta?

Digo que sí con la cabeza.

—A mí también me gusta —dice.

Estefi estira la mano y la pone en mi panza. Aguanta unos segundos. No sé si está esperando algo o pidiéndome permiso. Después la pone abajo del elástico de mi calzoncillo. Mueve los dedos igual a como lo hice yo, la diferencia es que yo no tengo pelos ahí. Bajo la cabeza. Siento toda la cara colorada.

—No me salieron todavía —digo.

—No importa —responde Estefi y baja la mano un poco más, hasta mi pito, y la deja quieta ahí. El calor que a veces siento cuando me aprieto la gallina, ahora está completamente explotado, sale y crece en todas direcciones. El corazón me late a mil por hora, lo siento salirse entre las costillas y atravesar la piel.

Otra vez Estefi tiene eso raro en los ojos, como si adentro mío hubiera algo que ella se quiere llevar. Se baja el short hasta los tobillos y la bombacha un poco, hasta los muslos. Tiene un poco de pelo, no mucho. Parece la copa de un árbol chiquito.

Estiro la mano. Quiero tocarla pero no me animo. Estefi agarra mi mano y se la lleva al agujerito. Se siente raro, como tocar una herida. No hacemos nada. Solo dejamos nuestras manos apoyadas en el otro.

—Es como saludarse —dice.

Me da un poco de risa, pero dura poco. Enseguida vuelve el calor que invade todo. Cierro los ojos. Por un momento me transporto a otro lugar, estoy ahí y no estoy. Se parece a los jueguitos, pero distinto. Como si los jueguitos pudieran salir de la pantalla, tocarme el pito y meterse en mi cerebro. Entonces escucho que se abre la puerta y el papá de Estefi dice qué hacen. Después agarra a Estefi de la mano y se la lleva de un tirón. A mí me grita andate de acá pendejo de mierda. Yo me acomodo la ropa como puedo y salgo hacia la puerta. De camino veo que la está metiendo a Estefi a los empujones en el cuarto. Me paro. Quiero decir algo pero no puedo. Entonces se abre la puerta del cuarto de Estefi. Está el papá con la cara colorada.

—¿Qué hacés acá? ¡Tomatelás! —me grita y me pega con la mano abierta en la parte de arriba de mi cabeza. Estoy tan aturdido por el golpe, los gritos y la imagen de Estefi llevada a la rastra que no logro moverme. Como la agarró a ella me agarra a mí y me saca de la casa.

Paso toda la tarde en el balneario esperando que aparezca el papá de Estefi para pegarme. O peor, para contarles a mis papás. Voy al mar, juego al metegol, me tiro al sol. Pero todo el tiempo miro hacia la entrada del Zákate a ver si se asoma. Al final, no lo hace. No sé qué hacer. Si hablar con mis papás, o quedarme callado, o salir corriendo y no volver hasta que estén tan preocupados por mí que no les queden ganas de retarme.

Baja el sol y la playa se vacía.

—Cuchi, nosotros subimos. ¿Venís? —pregunta mi mamá.

Le digo que no, que me voy a quedar un rato más.

—Pero ponete un bucito que refrescó, ¿sí?

Camino hasta la orilla. Me siento en la arena húmeda mirando el mar. Entonces aparece mi tía Julieta, que se había ido a caminar.

—¿Todo bien, Negrito?

Digo que sí con la cabeza y mi tía sigue caminando hasta la carpa. Veo que agarra su equipo de mate, se pone un pareo y las ojotas. Antes de que salga de la carpa, corro hasta ella.

—Tía, pasó algo.

—Contame.

—¿Viste lo que vos y el carpero Christian estaban haciendo? Bueno, Estefi y yo lo estábamos haciendo y entró el papá y se la llevó de los pelos.

—¿Qué?

—Y yo me quedé duro y no sabía qué hacer y a mí también me sacó de los pelos y me pegó en la cabeza.

—¿Qué es lo que Estefi y vos estaban haciendo?

—Lo que vos…

Algo en la mirada de mi tía Julieta me dice que no está bien lo que estoy diciendo.

—Primero, no te preocupes. Sea lo que sea que estaban haciendo, no te va a pasar nada. Segundo, yo nunca estuve con ningún carpero Christian, ¿me entendés?

—Sí, tía.

—Ahora sentate, tomemos un mate y me contás tranquilo.

Mi tía Julieta me está llevando a comer a Carlitos. Cuando entramos, el mismísimo Carlitos Ciuffardi está parado junto a la caja con su gorro rojo estilo Capitán Piluso. Mi tía levanta los brazos y le grita ¡Carlitos querido! Él también levanta los brazos ¡Qué hacés, nena! ¿Cómo estás? Después se abrazan y nos acompaña a una mesa.

Comemos una hamburguesa de panceta y cebolla para compartir y un licuado de naranja, frutilla y limón. El postre es mi panqueque favorito: banana con dulce de leche adentro, chocolate derretido y coco rallado afuera. Después vamos a Alfonsina Libros. Mi tía me quiere comprar un regalo porque en todo el lío que se armó con lo de Estefi, nunca dije nada del carpero Christian. Mi tía me pregunta qué libro quiero. No sé qué contestar.

—¿A Estefi qué le gusta?

—Le encanta uno que se llama Querida Susi, querido Paul.

—¿Lo leíste?

Digo que no con la cabeza. Julieta compra Querida Susi, querido Paul y me lo regala.

—Ahora decime uno que te haya gustado a vos que Estefi no haya leído y se lo regalamos a ella.

Le elijo El pequeño vampiro.

Esa noche en mi cama leo el libro que me regaló mi tía. Me parece un poco para chicos, pero me gusta la idea de mandarme cartas, así que bajo a la cocina, arranco unas hojas del cuaderno donde mi mamá anota cosas del supermercado y vuelvo a mi cama. Apoyo las hojas sobre el libro y me pongo a escribir.

Querida Estefi:

Tu papá es un tarado. Yo sé que lo querés porque es tu papá, pero igual tenía que decírtelo. Primero, porque no te deja comer lo que quieras en el asado. Él también es gordo. ¿Por qué puede comer chorizo y vos no?

Encima no nos podemos ver y este verano es un aburrimiento. Lechu y los Pelotudos están insoportables. Y ahora se hace el canchero porque el padre le compró una tabla de bodyboard. En mi casa no se armó tanto lío. Solo me dijeron que hay cosas que soy muy chico para hacer y que no las haga más. Que puedo apretarme la gallina todo lo que quiera, mientras sea solo y en privado.

El único problema es que mi papá no cobró el sueldo y está preocupado. Parece que va a tener que volver a Buenos Aires unos días y yo me voy a quedar acá con mi hermana y mi mamá. Qué aburrido.

Mi tía te compró un libro porque vos tampoco dijiste nada de Christian el carpero. Lo elegí yo, espero que te guste. ¿Vas a estar castigada todo el verano? Ojalá que no.

Tu amigo,

Juan

Le conté a Julieta lo de la carta y me dijo que le parecía una idea hermosa y que ella se iba a encargar de que le llegara a Estefi. Al rato me vino a buscar y me dijo que se le había ocurrido un plan.

Estoy sentado en el jardín de la casa, con mi tía Julieta. Mi mamá se fue a la playa con mi hermana. Estamos esperando a ver si el plan funciona. Yo creo que sí.

Mi tía es muy ingeniosa. Primero lo de la pulserita y ahora esto. Hace tres días fuimos a una librería de la 3 y compramos papel marrón, de esos duros y gruesos con los que envuelven paquetes. Agarramos el libro y le metimos la carta adentro. Después lo empaquetamos y le pusimos una etiqueta que decía Estefanía de Cristófaro – Avenida 2, Nro 3050, Villa Gesell. Y en el remitente puso Club de Pequeños Lectores – Lautaro 315, Buenos Aires.

Después fue al correo del centro y mandó el paquete. Le dijeron que iba a tardar más o menos tres días. Hoy se cumplen tres días.

Paso toda la mañana en el jardín de la casa mirando hacia lo de Estefi, a ver si viene el cartero. No llega nunca. Mi tía me dice que la espere en la playa, que ella se queda vigilando. Para mí que me quiere despachar y meter en la casa a Christian el carpero.

Camino hasta la playa. Mi mamá y mi hermana están comiendo sánguches de miga dentro de la carpa. Hace un calor horrendo. Agarro uno de crudo y queso y me voy hasta la orilla, que está más fresco. Me quedo sentado al sol, mirando al mar. Cuando termino me doy vuelta y veo a mi tía caminando hacia la orilla. Me paro.

—Vino el cartero y entregó el paquete.

—¿Y?

—Lo agarró el padre de Estefi.

La garganta se me llena de arena y caen encima mío todos los médanos de la costa.

—Yo sabía.

—Pará. No sabemos si lo abrió o si se lo dio directamente. Y si lo abrió tampoco sabemos si encontró la carta. Y si la encontró no sabemos si la leyó.

—Sí, no sé…

—Negrito… —dice Julieta y me pasa el brazo por los hombros—. Vas a ver que va a salir todo bien.

Vivo los días siguientes esperando que pase algo. Que Estefi responda, que aparezca el padre a cagarme a trompadas, que mi papá se entere de todo, se meta y lo faje al papá de Estefi. A la noche estoy más atento. Me imagino que Estefi se escapa de la casa, me tira una piedra contra la ventana y vamos a charlar a la playa, parecido a una escena de Kevin, creciendo con amor. Pero nunca pasa. Mientras espero, leo. Momo, El ponche de los deseos y La historia interminable, todos de un tal Michael Ende que mi tía dice que es un genio.

Por las mañanas me cuesta levantarme y por eso suelo perder medio día de playa. Para compensar, me quedo hasta que se hace de noche.

Una de esas tardes veo que viene caminando por la playa la mamá de Estefi. Es petisa, de rulos y un poco gordita. En la mano tiene una bolsa de plástico, como de verdulería. Se acerca y me la da en la mano. Te lo manda mi hija, dice y se va.

Dentro de la bolsa hay un sobre y dentro del sobre, una carta. No puedo esperar a llegar a mi casa para leerla.

Querido Juan:

Mi papá es un tarado y lo odio. Me tiene acá encerrada y para que no me escape él tampoco va a la playa. Le dije que era un idiota y que le estaba arruinando las vacaciones a toda la familia. Me dijo que la que había arruinado todo había sido yo y me puso dos días más de castigo.

Ya ni sé cuánto tiempo llevo acá metida. ¡Esto es un embole total! Por suerte tengo los libros y tu carta, que la leí muchas veces. También planté una planta de romero.

Un día me intenté escapar, pero mi papá me alcanzó enseguida. Me trajo de vuelta a la casa y me metió abajo de la ducha fría. Le dije que era el peor papá del mundo y que lo odiaba. Me dijo que me iba a quedar tres días más castigada, por puta. Mi mamá le dijo que se callara la boca, que así no iba a solucionar nada.

Encima no puedo comer nada porque todo engorda. Solo me dejan comer ensalada y pechugas de pollo y enseguida me da hambre.

Todavía me queda una semana más de castigo. O sea que el otro martes ya me dejan salir. Papá dice que lo que pasó es muy grave. Mi mamá delante de él dice lo mismo pero después a mí me dice que no es tan terrible y que si no lo hago de nuevo va a estar todo bien. No los entiendo.

Mamá sabe todo sobre estas cartas. Si querés escribirme otra, dásela a ella. ¿Me vas a volver a escribir? Ojalá que sí.

Extraño charlar con vos y también extraño esas cosas que no se pueden hacer. A veces cuando estoy sola me acuerdo y me da un calor raro en la panza. ¿A vos también te pasa? Mi papá no me deja cerrar la puerta de la habitación, para que no haga nada extraño.

Perdón por tardar tanto en contestar. Para leer tu carta tengo que encerrarme en el baño o esperar a que mi papá esté dormido.

Te extraño,

Estefi

PD: Me encantó El pequeño vampiro. Le pedí a mi mamá que me comprara todos los que había de la colección en Alfonsina y en Azul Marina. Me trajo El pequeño vampiro se va de viaje y El pequeño vampiro y el gran amor, que es mi favorito.

Leí la carta de Estefi mil veces en la playa y mil veces más tirado en mi cama. Arranqué otro pilón de hojas del cuaderno y me puse a responderle.

Querida Estefi:

A mí también me pasa. Tengo una sensación extraña todo el día, como cuando llegás tarde a la playa y todos te dicen que la mañana estuvo re soleada pero ya se nubló. Cuando leo la carta se me pasa un poco, pero después es peor. Ahora que escribo estoy bien.

También pienso en las cosas que no se pueden hacer y entonces me encierro en mi cuarto y me acuerdo de vos. Las cosas que no se pueden hacer, ¿se pueden escribir? Me da miedo de que alguien lo lea.

Tía Julieta y mamá de Estefi: ¡no lean esto por favor!

Igual era un chiste, para mí que no se meten.

Igual la carta va en un sobre cerrado. Si llega abierta, nos están espiando.

Ayer mi tía me dijo que lo que nosotros tenemos es una relación epistolar. Y me dijo que eso significa ser amigos por carta. Creo que cuando salgas de tu casa nos tenemos que seguir escribiendo.

Yo estuve pensando en que somos más que amigos y se me ocurrió preguntarte. ¿Querés ser mi novia? Ojalá que sí.

Te mando un beso,

Juan

PD: Mi favorito del Pequeño Vampiro es El pequeño vampiro y el enigma del ataúd.

Cuando terminé me quedé acostado, mirando el techo. No pensaba en nada y me sentía muy bien.

Querido Juan:

Sí, re quiero ser tu novia. Pero por ahora va a ser solo por carta. Ayer mi papá me descubrió comiendo una porción de arrollado de dulce de leche y voy a estar castigada dos días más.

Hice una lista de las cosas que podemos hacer cuando salga ahora que somos novios.

  • Ir a Vía 3 y comer un kilo de helado.
  • Ir al Centerplay del centro y jugar al tejo de a dos (ese que tiene una cancha que tira airecito desde unos agujeros).
  • Ver el amanecer en la playa (hay que llevar mate).
  • Ir al Centerplay y jugar al Daytona (¡te voy a re ganar!).
  • Mandarnos cartas (aunque no sea necesario).
  • Escribir nuestro propio libro del Pequeño Vampiro: El pequeño vampiro se va a Villa Gesell (sería muy triste porque no podría venir a broncearse).
  • Hacer cosas que no se pueden hacer, ni decir, ni escribir.
  • ¡Escapar de mi papá!

Te quiero,

Estefi, tu novia.

PD: El sobre llegó cerrado. Estamos libres de espías.

Leo la carta de Estefi sentado en el médano que hay atrás de Dack. Me gusta ir a ese lugar porque se puede ver toda la playa y todo el mar y nadie te molesta. De día no voy porque la arena te quema mucho. No importa si vas con ojotas. La arena es tan finita que cuando caminás hundís el pie y te quemás lo mismo. Pero si venís a la tardecita ya está todo bien. Vuelvo a leer la carta. Ya la leí un montón de veces: en mi casa cuando me la dio la mamá de Estefi y a la noche antes de irme a dormir. La traje acá porque quería leerla mirando el mar. De pronto veo que por el caminito que sube al médano viene Valentina. Doblo el papel y lo guardo en el bolsillo.

—¿Qué leías?

—Nada.

—Algo estabas leyendo.

—No te importa.

—¿Es cierto lo que dicen de vos y Estefi?

—¿Qué dicen?

—Que el papá los agarró haciendo el sexo y te pegó una piña. Y que por eso no la dejan salir de la casa.

—Nada que ver, nena.

—¿Y qué hicieron?

—¿Qué te importa?

—Para mí está mal.

Ni contesto. Agarro una montañita de arena seca con las dos manos. Las abro un poco y la arena empieza a caer.

—Para hacer esas cosas hay que estar enamorado —dice.

—¿Vos qué sabés?

—¿Estás enamorado de Estefi?

Los granos se deslizan rápido. Las manos me quedan vacías.

—Pensé que estabas enamorado de mí.

La miro. Desde que terminaron las clases vive acá con su familia. Está muy bronceada. Sobre los cachetes hay un montón de pecas. Los ojos verdes tienen pintitas marrones y le brillan. Sus piernas son largas y flacas y se pinta de violeta las uñas de los pies. Usa una remerita blanca de bambula. Abajo solo la bikini. Debe haber ido al mar hace un rato, porque la tela parece mojada.

—Mañana a la noche vamos a hacer un fogón en el bosque de Mar de las Pampas. ¿Querés venir?

—Es re lejos eso. Tengo que pedirle permiso a mi mamá.

—Decile que va a estar mi hermano, él nos lleva en El Zarpado.

El hermano de Valentina es surfista y trabaja en el balneario. Tiene dieciséis años. Los papás lo dejan manejar El Zarpado: un Citroën Mehari con muchos kilómetros y varios golpes que nadie sabe cómo es que todavía anda. A veces nos lleva a pasear por el sur de Gesell (al centro no vamos porque no tiene papeles). Lo que más nos gusta es sacar la lona que cubre el techo y que el viento nos dé en la cara.

—Dejá de leer tanto y salí un rato.

Me da un beso en el cachete y se va caminando. Por unos segundos el olor del bronceador que usa se me mete en la nariz. Huele a limón mezclado con frambuesa.

—¿Tía?

—¿Qué?

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Decime.

Es de noche y hace un rato terminamos de cenar. Mi mamá se fue a un locutorio a llamar a Buenos Aires para hablar con mi papá. Hoy tenía una reunión importante y mi mamá quería saber cómo le había ido. Mi tía está sentada en el jardín delantero de la casa, fumando un cigarrillo armado. Agarro una silla y me siento al lado de ella.

—En realidad no es una pregunta. O sí. No sé.

—Menos vueltas, Juan.

—¿Qué significa estar de novios?

Julieta se ríe.

—O sea sí sé qué significa —aclaro—, pero no sé qué significa ese significado.

—¿Nunca un problema sencillo vos?

Mi tía pita su tabaco y tira el humo para arriba.

—La verdad, no lo sé —dice—. Depende un poco de lo que los novios quieran que sea. ¿Por qué me preguntás?

—Porque…

Trato de buscar las palabras pero me cuesta.

—¿Viste que Estefi es mi novia?

—Sí.

—Bueno, también está Valentina…

—¿Qué pasa con Valentina?

—Que también es linda.

—¿Y ella gusta de vos?

—No lo sé. Creo que sí.

—¿Y a vos quién te gusta?

Pienso.

—Valentina es más linda. Pero Estefi es más divertida. Y es mi amiga. A Valentina no la conozco mucho. Pero Valentina es flaca.

Algo se transforma en la cara de mi tía Julieta.

—¿Y eso a vos qué te cambia?

—No sé. Pero si sos gordo te cargan.

—¿Qué te dice tu corazón?

—Que tengo dos novias.

—OK. No sé si el corazón es un gran consejero.

—Entonces tengo dos corazones.

Julieta se ríe.

—¡No te rías, tía! A veces siento una parte de mí quiere ir a donde está Estefi y charlar con ella y otra parte que quiere ir a donde está Valentina ir mirarla. ¿A vos no te pasa?

—¿Como si tuvieras una soga que te tira para un lado y imán que te chupa para el otro?

—¡Eso! ¿Y cuál tiene razón?

— ¿La verdad, Negrito? No sé.

Estoy tirado en mi cama, despierto. Mi hermana duerme a unos metros. Salgo al balconcito de nuestro cuarto. Afuera hay una silla y justo arriba, el farol de la casa. Me gusta ese lugar porque es fresco y porque con el farol de afuera puedo leer sin despertar a nadie. Tengo un cuaderno que me regaló mi tía y otra carta que me mandó Estefi. Vine al balcón para escribirle una respuesta, pero no me sale. Vuelvo a leerla.

Querido Juan:

Hoy salí de casa. Mi mamá me llevó al centro y en la feria de artesanos te compré un colgante que se ata al cuello. Es un elefante gris. Espero que te guste.

Ayer le pregunté a mi papá si nos íbamos a poder ver y dijo que sí, pero con la puerta abierta y un grande cerca. También podemos ir a Centerplay o al Rey de la Papa Frita a comer rabas si nos acompaña un grande. Le podemos preguntar a tu tía.

Perdón que mande dos cartas seguidas, pero estabas tardando mucho.

Estoy muy contenta de que seamos novios.

Te quiero,

Estefi

Vuelvo a leer la carta una vez más. Quiero responderle pero no puedo pasar del primer renglón. Tengo un revoltijo en la panza y en la cabeza. Vuelvo a mi cama. Me tiro boca a abajo. Pienso en Estefi pero también en Valentina. En su bikini mojada y sus piernas bronceadas. ¿Tendrá pelos abajo? Mis manos se van solas hacia mi pito y me lo aprieto. Se siente bien. Pienso en Valentina, en clavarle los colmillos en el cuello y chuparle la sangre. También pienso en Estefi, en que se me suba encima y me haga cosquillas en el pito.

Paro. Mi hermana duerme y ni se inmuta. Agarro un libro. No me engancho. Trato de dormir, no puedo. Así paso la noche, dando vueltas en la cama, tratando de leer, pensando en Estefi y Valentina, apretándome el pito, saliendo al balcón a ver si puedo escribir la carta. De pronto veo que el cielo está un poco más claro del lado de la playa. Miro el reloj, son las cuatro y media de la mañana. Siento en el medio de la panza el lugar donde se anuda la soga. Tira. Trato de ignorarla. No puedo. Está ahí, tirando. Si no le hago caso, me va a arrancar el estómago. Todo lo que me pide me parece una pésima idea.

Agarro un pantalón largo, medias, buzo y zapatillas. Voy a la cocina. Trato de hacer todo sin que nadie me escuche y salgo de la casa con mi mochila a cuestas.

Entro al jardín de Estefi por atrás, desde el jardín de Maricarmen, que es una señora que no sale casi nunca y que si me agarrara tampoco habría problema. Siempre me deja entrar a su jardín y treparme a la higuera. Paso por al lado de la parrilla, rodeo el romero y cruzo el jardín. Las hojas secas hacen ruido, pero nadie parece escucharlo. Llego hasta la ventana del cuarto de Estefi. Está con la persiana baja. Toco muy despacito. Nada. Toco un poco más fuerte. Nada. Tengo miedo de despertar al padre, pero si no hago un poco más de ruido, no me va a escuchar nunca.

Me la juego y golpeo fuerte tres veces. Después me quedo en silencio. Escucho que Estefi se mueve en su cama. Golpeo de nuevo, más despacio.

—¿Juan?

—Sh…

Estefi levanta la persiana un poco y asoma la cabeza. Me susurra.

—¿Qué hacés acá?

—Está por amanecer. Vamos a la playa.

—¿Estás loco?

—Traje mate —digo y le muestro el termo que tengo adentro de la mochila.

—Andate.

Puedo escuchar, desde el otro lado de la pared, la soga tirando de la panza de Estefi.

—Fue tu idea, vos lo pusiste en la lista.

—Mi papá nos va a matar.

—A mí no me importa.

Entonces acerco mi cara a la ventana y la beso. Es la primera vez que doy un beso yo.

—Estás loco.

La soga tira y tira, en mi panza y en la de Estefi. O nos lleva a la playa o nos arranca los intestinos ahí mismo.

—Pará que me cambio —dice y desaparece.

Al rato aparece con unas calzas, zapatillas y buzo canguro. Sale por la ventana y cae en el jardín casi sin hacer ruido.

—Vamos por lo de Maricarmen —digo y le señalo el camino.

Cruzamos los dos jardines y llegamos a la calle. No hay un alma. Vamos despacio pero el corazón nos late como si estuviéramos jugando al fútbol.

Caminamos por el Paseo 130 en silencio, mirando para todos lados, a ver si alguien nos ve. Llegamos con el cielo clareando, pero el sol todavía no salió. Nos sentamos entre Zákate y Corales. La arena está fría.

—Nunca vi el amanecer en la playa —digo.

—Yo tampoco.

—¿Vos sabés hacer un mate? Porque yo no.

Estefi se ríe.

—Ay dame, nene.

Agarra el termo, el mate, la yerba y la bombilla. Ceba uno y chupa. Después escupe el agua verde en la arena.

—El primero es para el tonto —dice.

Nos quedamos mirando el horizonte, esperando que aparezca el sol.

—¿Qué te agarró?

—Hay una soga que me tira de acá —me señalo justo arriba del ombligo— y si no le hago caso, me duele.

Estefi se ríe.

—Ya sé, suena medio loco —digo.

—Yo siento una gelatina. No me tira, tiembla. Y si no te veo o te escribo una carta, no deja de temblar. A veces estoy leyendo y me agarra y no quiero que me agarre.

—Pero no para.

Ella dice que no con la cabeza y después se queda mirándome. Nos acercamos y nos besamos. Por primera vez ella abre la boca y también la abro yo. Estefi saca la lengua. Es chiquita y dura, su saliva está tibia. Mueve la lengua para un costado y para el otro. Yo también la muevo pero en círculos. Cuando terminamos de besarnos, el sol ya se está asomando.

—Casi me olvido. Tu regalo.

Estefi saca un sobrecito de papel. Adentro tiene un colgante. Es un elefante gris, con la trompa para arriba.

—Mi mamá dice que si tiene la trompa para abajo, da mala suerte.

Me lo pongo en el cuello. Me gusta cómo me queda.

—Yo también te traje algo.

—¿En serio?

De mi mochila saco una bolsita de plástico que adentro tiene una tobillera de macramé con una mariposa colgando.

—Mi tía me ayudó a elegirla.

—¡Me encanta! —dice Estefi y me da un beso.

Después se la pone. Se mira el tobillo, lo mueve para un lado y para el otro. Nunca la vi tan contenta.

—Gracias —dice y me da otro beso más.

Nos quedamos ahí dándonos besos con gusto a mate, hasta que me doy cuenta de que ya pasó mucho tiempo y tenemos que volver. Estefi asiente. Nos paramos y caminamos hasta la costanera. En el camino ni hablamos. Solo cuando estamos cruzando la 1, Estefi me dice:

—No me importa. Si ahora volvemos a mi casa y está mi papá parado en la puerta con un palo de amasar y me castiga lo que queda del verano, no me importa.

Hicimos el resto del camino en silencio. Cuando llegamos a la casa de Estefi, todos seguían durmiendo.

—Chicos, tengo algo que decirles —anuncia mi mamá después de la cena.

Mi tía, mi hermana y yo la escuchamos atentos. La cara de mi mamá está rara. Como si hubiera estado llorando.

—A papá lo echaron del trabajo. A la tarde fui al locutorio y hablé con él. No es nada para preocuparse porque tenemos algunos ahorros, pero no nos vamos a poder quedar la segunda quincena.

La miramos en silencio. Mi mamá toma aire profundo.

—Está todo bien, ¿sí? Va a estar todo bien. Todo bien. Ustedes no se preocupen que todo va a salir súper bien.

Miro el calendario. Hoy es 13. Nos quedan dos días más y nos vamos de la playa. A Estefi la iban a dejar salir el viernes, que es 15.

—¿Cuándo nos vamos, ma?

—Tenemos pasaje para el sábado 16, mi amor. A la mañana, ¿sí? Va a estar todo bien.

Querida Estefi:

Mi papá se quedó sin trabajo y nos tenemos que ir de la playa. Mi mamá dice que está todo bien pero me parece que nos miente porque a la noche la escuché llorar en su cuarto.

Mi hermana se enfermó y mi tía dice que está purgando la angustia. La llevamos a la Clínica del Sol y le dieron antibióticos. Todos estamos un poco tristes.

Nos vamos el sábado a la mañana. O sea que solo nos vamos a poder ver un día. ¿No podés decirle a tu papá que ya está, que ya cumpliste tu condena? Decile que nos vamos a portar bien.

Te quiero,

Juan

PD: ¿Te dijeron algo de lo del otro día?

Querido Juan:

Qué feo. Pobre tu mamá. Y pobre tu papá. ¿Lo llamaste para preguntarle cómo está? Una vez a mi mamá la echaron del trabajo y me dijo que es horrible, como repetir de grado y que tu mejor amigo te deje de hablar, todo al mismo tiempo.

No importa si nos vemos solo un día. Yo ya le pregunté a mi mamá y me dijo que de Baradero hasta Almagro no hay tanto tiempo de viaje y que si quiero un día me lleva.

Igual es una noticia re fea.

No creo que mi papá me deje salir antes. Ya no está más enojado, pero sigue siendo mi papá.

Te quiero,

Estefi

PD: ¡No sospecharon nada de nuestra aventura! Somos como el Pequeño Vampiro, escapando sin que nadie se entere. Por suerte podemos ver el sol.

Es la tarde en la playa. Jugamos un partido de fútbol en la parte que el mar deja libre cuando baja. Es la mejor parte para jugar al fútbol, porque la arena queda lisa y la pelota rueda bien. Hay chicos de otros balnearios. A mí me mandan abajo porque no soy muy bueno. No me molesta. Cuando el partido termina, vamos todos al mar. En la carpa, mi mamá me está esperando con una toalla y una malla seca. Mi tía se fue para la casa con mi hermana. Levantamos las cosas y empezamos a caminar hacia el Paseo 131. Antes de salir, me encuentro con Valentina.

—¿Vas a venir hoy al fogón?

—No sé —la miro a mi mamá.

—Por mí no hay problema.

—¿Entonces? —insiste Valentina.

Me quedo callado. Mi mamá pesca lo que está pasando y arranca a caminar sin mí.

—No sé. ¿Mar de las Pampas?

—Dale, Juan. Va mi hermano con la novia que toca la guitarra, vamos a llevar salchichas para hacer al fuego, y hay luna llena.

—¿Va el Lechu?

—¡No! Nadie se lo banca a ese pelotudo. Bueno, no seas aburrido. Nos encontramos acá después de la cena —dice y me da un beso en el cachete.

Termino de bañarme. Me pongo un jean que me compró mi mamá y un buzo Rip Curl con capucha. Me encanta ese buzo. También me pongo mis zapatillas Reebok Pump que mi tío me trajo de Estados Unidos. Me pongo perfume. Después me siento en el living.

—¿No vas a ir al fogón? —me pregunta mi tía.

—No sé.

—Tu mamá y yo vamos a ir al centro. Tu hermana se fue a dormir a lo de Micaela, ¿qué vas a hacer? ¿Quedarte solo acá leyendo?

No me gusta quedarme solo en la casa, menos después de que me enteré de que entraron a robar en dos casas de otras personas del balneario.

—Nunca fui a un fogón —digo.

— ¡Y andá entonces! La vas a pasar genial.

Me encanta el fogón. Estamos en un claro del bosque de Mar de las Pampas, justo afuera de Villa Gesell. Los pinos que nos rodean son muy altos y en la punta se doblan un poco, haciendo una especie de techito que igual tiene un agujero por donde se ve la luna llena. La fogata es enorme y somos un montón. La novia del hermano de Valentina toca la guitarra. Sabe muchas canciones de rock nacional. Sui Generis, Spinetta y Los Redondos, que es la banda favorita de mi mamá. Yo no sé muy bien las letras pero me gusta escuchar canciones que conozco. Al principio comemos salchichas al fuego, que están riquísimas. Después Valentina saca una bolsa donde hay chocolate, dulce de leche y crema, y pone todo en una canastita hecha con papel de aluminio, arriba de unas brasas. Eso se derrite y con unos palitos metemos fruta y la sacamos embadurnada. Muy rico.

Algunos chicos más grandes toman alcohol de unas botellas que, me entero, se llaman petacas. Yo paso. Me parece horrible. Otros fuman cigarrillos parecidos a los que fuma mi tía, pero los comparten. El olor me resulta conocido. A veces lo siento en casa.

Es una noche apenas fresca. Es lindo estar junto al fuego. Yo estoy sentado al lado de Valentina, que es la persona que más conozco. De pronto su hermano y la novia se van de la ronda. Le dejan la guitarra a un amigo de ellos, que se pone a cantar Esa estrella era mi lujo. La conozco porque es la canción favorita de mi mamá. El tipo canta mordí el anzuelo una vez máaaaaaas, y la a suena como si estuviera llorando. Me encanta. Quiero que siga toda la noche.

—¿A dónde se fue tu hermano?

—Al auto.

—¿Y nosotros cómo volvemos?

Valentina me sonríe.

—Se va al auto con la novia, pero vuelve.

La ronda está más chica. Además del hermano de Valentina también faltan algunos chicos que se fueron al mar. El de la guitarra también se fue. Miro a los demás. Son todas parejas. Dos se están besando. La otra pareja nos mira, se ríe y se empiezan a besar ellos también.

Valentina mira el fuego en silencio. La cara está iluminada por las llamas y los ojos le brillan un poco. Tiene puesto un vestido violeta con flores y una campera de jean.

—Hace calor cerca del fuego —dice y se saca la campera.

—Sí.

El vestido tiene dos breteles finitos que dejan ver los hombros. Están llenos de pecas.

—¿Te gusta Charly García?

—Sí.

—¿Tocás algún instrumento?

—No.

Hace quince minutos que no digo otra cosa que monosílabos. Miro al fuego. Cada tanto me animo a mirar a Valentina, sus piernas bronceadas y el brillo que se puso en los labios.

—¿Querés ir a caminar por el bosque?

—Sí.

Nos paramos y dejamos a las parejitas solas. A los pocos metros la luz del fogón nos deja de iluminar. La luna está muy brillante, pero los pinos hacen sombra. De pronto Valentina se frena. Es igual de alta que yo. Tiene dos hebillas en el pelo que le quedan muy lindas. Huele a durazno.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sí.

—¿Por qué le dijiste a Lechu que gustabas de mí?

—No sé.

Sí, no, no sé. Nene, ¿no sabés decir otra cosa?

—Porque me gustás.

—¿Y no querés darme un beso?

—Estoy de novio con Estefi.

—No tiene por qué enterarse.

Valentina da un paso hacia mí. El imán que me atrae hacia ella ahora es enorme, gigante, y tira hacia adelante todas las partes de mi cuerpo. Doy un paso hacia ella. Estamos muy cerca. Puedo oler su perfume, su shampoo, su piel. Puedo ver sus dientes, chiquitos y blancos, la boca apenas abierta, como si estuviera a punto de decir algo.

No sé qué es lo que me hace dar el paso final y besarla. Es algo adentro que tiene vida propia.

Los labios de Valentina no son como los de Estefi. Son más chicos, más suaves y tienen gusto a frambuesa. Todo es más frutal, más liviano. La saliva es más fresca. La agarro de la cintura. Es mucho más flaca también. Podría levantarla por el aire si quisiera.

Paramos un segundo. Nos miramos. Es tan linda. Me mira a los ojos y después me mira los labios.

—Tenés labios muy gorditos, ¿sabías?

No se me ocurre nada para decirle. Solo quiero besarla y seguir besándola.

Ahora nos besamos con la boca abierta. Su lengua es la cosa más rica y suave que probé en mi vida. Me gusta porque apenas la saca pero cada tanto me la mete entera en la boca.

Mis manos, que la estaban agarrando de la cintura, bajan solas, en bloque, hacia su cola. No sé qué es lo que debería hacer con mis manos ahí. Aprieto. La sensación es hermosa, como tocar un algodón de azúcar con forma de chica. Lo que le pasa a mi pito no lo puedo describir. Me incomoda dentro del calzoncillo, parece que se mueve solo.

Valentina me saca las manos de su cola. Vuelvo a agarrarla de la cintura. Segundos después las dejo bajar hasta la parte de adelante del vestido.

—Pará, pará.

Saco las manos y nos seguimos besando. Ahora le agarro la mano y la llevo hacia mi pantalón.

—¡Pará, nene! Sos un sacado.

Valentina se separa de mí y se hace un silencio incómodo.

—Perdón.

—Mejor volvamos al fogón.

Caminamos hasta el círculo de troncos y nos sentamos juntos. Solo queda una parejita besándose. Los demás no sé dónde están.

—Perdón —vuelvo a decirle.

—Está bien.

Me paro, agarro un tronquito y lo tiro en el fuego. Cuando vuelvo me siento más cerca y pongo mi mano arriba de la de ella. No la saca. La agarro. Me agarra. Estoy perdonado. Entonces giro y la vuelvo a besar. Este beso es todavía más fresco y más rico. Ella me agarra la cara. Me besa y yo inspiro fuerte, como si pudiera meterme en la nariz un pedazo de este momento.

De pronto Valentina deja de besarme. Se separa. Está mirando algo atrás mío. Me doy vuelta y la veo a Estefi, parada a cinco metros del fogón, con los brazos muertos al costado del cuerpo. Me mira con la cara vacía. Quiero decir algo, hacer algo, pero no me sale nada. Estefi se da vuelta y camina por donde vino. Se mete en la oscuridad del sendero que va a la calle. Entonces escuchamos una puerta que se abre, un auto que se pone en marcha, unas luces que se prenden, una puerta que se cierra, un motor que arranca. A lo lejos me parece ver a Estefi sentada en el asiento del acompañante y a su papá en el del conductor.

—Negrito… —dice mi tía Julieta—. No sabía… Te juro que no sabía, pensé que ibas a estar contento de que Estefi fuera al fogón.

Estoy tirado en mi cama, boca abajo. La almohada mojada por haberle llorado encima. No le contesto.

—Vino a verme a la noche toda emocionada porque el padre la había dejado salir y se me ocurrió que quizás…

—Ya está, tía. Dejá.

—Perdón, lindo. Estefi está en casa pero no te quiere recibir.

La mamá de Estefi me habla y pareciera que es ella la que se mandó un cagada.

—¿Podrías darle esta carta?

La mira. Duda. Me mira a mí. Al final la agarra y dice:

—No te preocupes, yo se la alcanzo.

Querida Estefi:

Perdón. Me porté re mal. ¿Me perdonás? Quiero que volvamos a ser novios. Valentina no me gusta y estoy arrepentido de lo que hice. Es linda pero es aburrida. Yo quiero estar con vos y leer los libros del Pequeño Vampiro y jugar en tu habitación. ¿Qué tengo que hacer para que me perdones? Por lo menos dejame despedirme. Me voy mañana a la mañana.

Te quiero

Juan, tu ex novio arrepentido.

PD: Si querés verme, voy a estar en mi casa esperándote.

Es de noche. Estoy en mi cuarto. Hace un rato le di la carta a la mamá de Estefi. Entra mi tía.

—¿Cómo estás, Negrito?

—Más o menos.

—¿Le diste la carta?

Digo que sí con la cabeza.

—Quizás venga.

—¿Y si no viene?

Mi tía mira por la ventana. Piensa un rato antes de responder.

—Entonces vas a estar triste un tiempo, hasta que se te pase y te vuelvas a enamorar de otra chica.

—¿Y Estefi?

—Esa otra chica quizás sea Estefi.

—La quiero ir a buscar.

—Ya le diste la carta. Si ella quiere estar con vos, va a venir.

—No me gusta sentirme así.

Mi tía agarra su cartera, la abre, revuelve y saca un cassette TDK de 60 minutos.

—Yo cuando estoy así hago dos cosas. Escucho música y escribo. Tomá, es para vos.

Agarro el cassette. Dice Compilado contra la tristeza. En la parte de atrás están los nombres de las canciones y de las bandas. El primero dice Serú Girán: Seminare. Lo pongo en mi walkman, me calzo los auriculares y le doy play. Escucho un minuto.

—Tía, esta canción es re triste.

—Así funciona. Si estás triste, te ponés una canción triste. La escuchás muchas veces y te imaginás que estás en una película triste y que la canción la escribieron para vos. Después de un tiempo vas a ver que la tristeza queda en la canción y que vos estás mejor.

Me da un beso en el cachete y sale de la habitación.

Miro el walkman. No tengo ganas de escuchar canciones tristes. Quiero que Estefi aparezca caminando por la 2 y nos demos un beso en el jardín.

Levanto la persiana, así puedo mirar hacia la calle.

Bajo a la cocina. Me hago un sandwich con pan lactal. Subo. Estefi no aparece.

Salgo al balcón. Me siento a esperar con un jugo Cipoletti de manzana verde. Es mi favorito. Me gusta morderle la punta al envase plateado y apretarlo desde abajo hasta que no queda nada.

El tiempo pasa. A las cuatro de la mañana ya estoy seguro de que Estefi no va a venir. Entonces agarro el walkman y le doy play al Compilado contra la tristeza. Seminare, Viernes 3AM, Nos veremos otra vez, todas de Serú Girán. Los dinosaurios, De mí, Ojos de videotape, de Charly García. La lista es larguísima. Brillante sobre el mic, Fue amor, Yo vengo a ofrecer mi corazón, de Fito. Barro tal vez, Laura va y Muchacha, de Spinetta.

Escucho todas las canciones y lloro. Pero la primera que realmente siento que fue escrita para mí es Filosofía barata y zapatos de goma. Habla de una terminal, de un ómnibus, de arena. Hay alguien muerto de pena, enamorado de las sirenas. Me acuerdo del consejo de mi tía, agarro mi cuaderno y escribo las frases de la canción que me gustan.

En este torbellino donde nada importa

me sentí aliado y te perdí

Todo me parece una gran revelación. Me siento mal pero no puedo creer que exista esta otra persona que no me conoce, que en algún momento se sintió igual que yo y con eso hizo una canción, un montón de sonidos que coinciden perfectamente con lo que les pasa a mi estómago, mi corazón y mis pulmones. Que esa canción haya llegado a mi tía, que ella haya sentido cosas y que después de verme a mí haya pensado que eso se podía parecer a lo que me estaba pasando. Mientras dura la canción me siento parte de un club de gente que sufre parecido.

Ya estoy un poco mejor. Escribo pedazos de letra hasta que empiezo a escribir cosas que se me ocurren a mí y que no sé de dónde salen. Después de un rato de escribir frases desconectadas sale algo que tiene una forma, aunque no sé qué es.

Yo tenía una amiga

que me quería

la más rara

y divertida

un día fuimos novios

me dio beso

cuando el sol salía

pero soy un tonto

ahora no tengo novia

ni tengo amiga

Sigo escribiendo. Me entra el sueño y largo la lapicera. Escucho el compilado hasta que me quedo dormido. Cuando vuelvo a abrir los ojos mi mamá está adelante mío diciéndome que nos tenemos que ir a la terminal.

Paso la mañana haciendo el bolso y mirando hacia afuera, esperando que Estefi aparezca. Vamos a la terminal de Gesell. Subimos al ómnibus. Hasta el momento en que arranca tengo la esperanza de que venga y me salude por la ventana.

Cruzamos la rotonda de Los Pinos, doblamos por la Buenos Aires. Voy mirando por la ventana, escuchando el Compilado contra la tristeza. Cuando salimos a la Ruta 11 vuelve a sonar Filosofía barata y zapatos de goma y yo copio en mi mi cuaderno otro pedazo de la letra.

El ómnibus se ha ido

el amor se ha vencido

quise quedarme pero me fui.

En los asientos de adelante, mi hermana duerme apoyada en mi mamá. A lado mío está mi tía.

—Tía, ¿puedo usarte de almohada?

Mi tía asiente. Agarro un buzo, lo hago un bollo y lo pongo sobre su hombro. Me quedo dormido mientras me rasca la cabeza. Sueño con un partido de fútbol al atardecer, donde no hay arcos ni goles. Me despierto con el ómnibus entrando a Retiro. El buzo tiene una aureola de baba.

—Arriba, Negrito —dice mi tía —, llegamos a casa.

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