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Sobremesas de Revista Orsai N3 T1

admin
Las sobremesas de la tercera entrega de Orsai están intervenidas por diferentes formas de kayaks creados por Ermengol, el histórico dibujante de todas las charlas entre Chiri y Hernán en la revista.

Antes de leer Pienso, luego estorbo, de Ricardo Galli Granada.

Martillazos

Mientras hacíamos Orsai, empezamos a oír martillazos. Crecía en España un movimiento de jóvenes que, hasta entonces, parecían clavados a la madera del sistema. El movimiento no tiene un nombre único, ni tampoco líderes. No contempla ideologías políticas hijas del siglo veinte. Propone volver a la simplicidad y a la honestidad. A que hagamos cada cual lo que mejor sepamos hacer, sin molestar a nadie. A que la política vuelva a ser un lugar transitable, sin imbéciles de corbata y doble moral. El quince de mayo de 2011 muchos ciudadanos salieron a las calles sin banderas, y los días posteriores se generaron acampadas en diversas ciudades, primero de España, y después de Europa. Latinoamérica mira de cerca estos martillazos pacíficos, y cruza los dedos para que se mantengan a buen ritmo. En las siguientes páginas Ricardo Galli, uno de los autores del primer #Manifiesto, cuenta la epopeya en primera persona.

Antes de leer Prólogo a un diario clandestino, de Giovanni Guareschi.

Botella al mar

Había una vez un libro que amábamos. Se llamaba Diario clandestino y lo había publicado la editorial Fides-Criterio en 1953. El volumen estaba descascarado y sus hojas amarillas olían a humedad. El autor del libro murió en 1968. La editorial ya no existe. La obra no está digitalizada ni se puede descargar en pdf. Sin embargo, ese libro es fundamental para leer en estas épocas de democracia falsa. Giovanni Guareschi era un humorista italiano que sobrevivió a un campo de exterminio (o lager). Allí escribió, pensando que moriría, para sus compañeros. Les leía en voz alta cada capítulo a la luz de las velas. Guareschi pudo escapar del lager y publicó el libro. Nosotros queremos reeditarlo (es una obra imprescindible) pero no sabemos quién tiene los derechos. Si alguien lo sabe, que nos avise. Publicamos a continuación el prólogo, el maravilloso prólogo, como quien lanza una botella al mar.

Antes de leer Reivindicación de los bajíos, de José Cervera.

Huevos fritos

Se acaba de hacer muy famoso un libro (Superficiales, de Nicholas Carr) que postula esta teoría: internet está convirtiendo al hombre en imbécil; le está friendo las neuronas con hipertextos, fragmentación y frivolidad; la red es la abolición de la profundidad y el reinado de lo superfluo; con los viejos libros de siempre, el cerebro del hombre se había convertido en un nutritivo huevo duro; con internet, lo estamos transformando en un huevo frito grasiento. Fin de la teoría. A nosotros nos pareció una hipótesis aberrante y tuvimos miedo de que fuese cierta, entonces le preguntamos sobre el asunto a José Cervera, uno de los estudiosos que más sabe sobre el cerebro, internet y las metáforas gastronómicas. Nos dijo que los huevos fritos son tan nutritivos como los duros y, según con qué aceite se frían, pueden serlo todavía más. Además, nos propuso responderle a Nicholas Carr, para dejarnos tranquilos.

Antes de leer Basdala, de Hernán Casciari.

Ferrari

Internet le dio una herramienta nueva a la literatura: la velocidad. A principios del siglo veinte, los folletines por entregas llegaban por barco. Los lectores, ansiosos por la continuación de la trama, se acercaban al puerto. Cuando divisaban al buque que traía los libros en los bodegones oscuros, le gritaban desde tierra a los marineros, que ya habían leído la obra en altamar: “¿Ha muerto Estela?”, “¿Ya le han propuesto matrimonio a la señorita Kinderman?”. Aquella hermosa fascinación por la lectura, generadora de impaciencias y angustias, hoy se convirtió en un nuevo gesto: pulsar frenéticamente la tecla F5. Actualizar una página hasta que aparezca el cuento que nos tranquilice. Aquellos viejos barcos son ahora Ferraris con historias que van y vienen a la velocidad de la luz. Algunas veces —incluso— es el lector quien escribe el cuento, y el autor el que se queda pasmado y pregunta: “¿Ha muerto Estela?”.

Antes de leer La memoria de las casas, de Alexis Racionero.

Cucarachas

Hacemos esta revista en una casona que lleva el número treinta y dos de la calle Sant Martí, en Sant Celoni, un pueblo pequeño de la provincia de Barcelona. Cuando tenemos hambre, le pedimos empanadas al amigo Comequechu, que tiene una pizzería en el número treinta y seis. Las dos viviendas son antiguas, con techos altos y mosaicos de arabescos. A veces salimos al patio y pedimos nuestras viandas a los gritos, porque las casas están juntas. Sentimos que estamos en este lugar desde siempre, pensando revistas o amasando fugazas, pero no es verdad. Los únicos que pueblan las habitaciones desde el principio, sin irse nunca, son las cucarachas y los fantasmas. Cuando alquilamos estas casas nos sorprendió el oficio de su dueño. Si hubiera sido entomólogo le habríamos consultado sobre las cucarachas. Por suerte es escritor, y le preguntamos quiénes son los fantasmas que nos miran por la noche.

Antes de leer Un fin de semana con mi muerte, de Gabriela Wiener.

El ataúd

Pocos cronistas en Hispanoamérica se atreven con el periodismo gonzo, un subgénero del nuevo periodismo que plantea meterse de cabeza en la crónica, hasta el punto de influir en ella, padecerla, protagonizarla. En el primer número de esta revista se atrevió al juego Alejandro Seselovsky, dejándose deportar por las autoridades de migraciones en el aeropuerto de Barajas. En esta edición, la cronista peruana Gabriela Wiener intenta llevar este estilo narrativo al sitio más lejano de la fantasía humana: el momento de la propia defunción. A mediados de mayo Wiener se inscribió en un taller vivencial de la muerte, en donde un grupo de personas sería inducida a experimentar vivencias muy parecidas a la agonía y el fin. En ese escenario, la idea del taller era la de comprender y asumir la futilidad de la vida. Gabriela entró al seminario con escepticismo, pero salió de allí con su ataúd a cuestas.

Antes de leer Mi selva desde adentro, de Pilar Quintana.

El pan

Había una vez una chica que se ganaba el pan de cada día en una agencia de publicidad. Como su vida en la oficina la aburría, por las noches salía a beber y a ser bohemia. Pronto descubrió que le aburría también la bohemia y empezó a escribir una novela para evadirse. La protagonista de su novela era una chica que trabajaba en una agencia de publicidad y salía a beber, pero se cansaba de todo y se iba a vivir a la selva, al medio de la selva, donde no hay nada. Para que la historia resultara más convincente, la autora también renunció a todo y se fue a la selva. Construyó su cabaña de madera y allí escribió ese y otros libros hermosos. También descubrió animales nuevos y estrellas. Y dejó de ganarse el pan de cada día. Pilar Quintana lleva ya ocho años amasando su propio pan.

Antes de leer Los suicidas, de Edmundo Paz Soldán.

Bañera

Dicen las estadísticas que el suicidio más habitual es el que ocurre por depresión o soledad. Se da los domingos por la tarde, después de un fin de semana anodino en el que no ha ocurrido nada, y el método más utilizado es recostarse en la bañera con las venas abiertas, y dejarse ir. En la Universidad de Cornell (Nueva York), la tasa de suicidio estudiantil es la más alta de Norteamérica. El escritor Edmundo Paz Soldán tiene una cátedra allí desde hace años. Cuando llegó a esas aulas intuyó que “la fama del suicidio” era una de muchas leyendas urbanas. ¿Por qué iban a querer suicidarse unos jóvenes que tenían todo el futuro por delante? En la crónica de las siguientes páginas Paz Soldán nos cuenta cómo fue, paulatinamente, cambiando de opinión, y de qué forma se vio él mismo, un domingo por la tarde, mirando su propia bañera.

Antes de leer Personajes imaginarios, de José Playo.

Jamón del medio

Córdoba es la provincia central de la Argentina. Si el país fuese un jamón ibérico (como realmente parece si lo miramos de lejos) Córdoba es el jamón del medio. En la provincia de Córdoba hay más humoristas gráficos que gente. Y los que quedan sin dibujar, lo que hacen es escribir. De entre todos, hay en Córdoba un muchacho que escribe como los dioses, y teníamos muchas ganas de publicarlo en Orsai. Este muchacho es muy conocido en Córdoba, pero en cambio no lo leyeron nunca en Centroamérica, ni en otros sitios del mundo donde se habla castellano. Nosotros leemos a José Playo desde hace años, y si alguna vez soñamos con hacer una revista, fue en parte también para publicar sus cuentos. Los cuentos de José son, como Córdoba, jamón del medio. Y estamos contentos de que ahora lo lean también en Centroamérica, donde la palabra “playo” significa “puto”.

Antes de leer Sábat bajo perfil, de Pablo Perantuono.

Tinta

La redacción está en su punto de hervor, pero Hermenegildo Sábat (Montevideo, 1933) la atraviesa sin prisa. En el estrépito típico de las tres de la tarde de un diario, su presencia cruza los cien metros de Clarín en silencio, ligeramente encorvado, un caracol que se pierde en el anonimato de un shopping. Tras dejar algunos saludos a su paso, ingresa a su oficina, un santuario de dos metros y medio por uno ochenta empapelado hasta el techo con los héroes de su vida. Como cada día de los últimos cuarenta años, Sábat deposita su leyenda frente al escritorio, revisa su correspondencia, charla con algún editor, atiende un llamado, y luego se lanza a cumplir con su jornada laboral: ilustrar el mundo y a su especie más rara: los políticos. Es la sencilla rutina de un empleado pero, también, la consagración cotidiana de un genio. “Es mi trabajo”, dice. “De esto vivo.”

Antes de leer La madre de todas las desgracias, de Juan Sáenz Valiente y Hernán Casciari.

Boca cerrada

Quien no nació en una familia signada por las premoniciones no sabe cuánto sufre el hijo de madre vidente. Desde chico conviví con lo esotérico sin desearlo en absoluto. Así como otros niños asumen que han nacido en una familia de carpinteros, o de intelectuales, o incluso de ciegos, yo asumí muy temprano que si mi madre abría la boca era para anticipar el destino. Mi juventud fue un infierno. Supe de muertes, de desgracias y de felicidades mucho antes de que ocurrieran. Una tarde del año 2000 ya no soporté más y decidí dejar Argentina para siempre. Soñaba con tener una vida normal, sin adelantamientos trágicos. Quería una historia de amor con final incierto, una mascota con la que poder encariñarme a ciegas, un Mundial de fútbol con semifinales inesperadas. No sabía bien a dónde ir, pero sería a un sitio en donde mi madre tuviera la boca cerrada.

Antes de leer Cinco discos imprescindibles, de Leo Ferri.

Bongós

La historia contemporánea lleva, escondido, un ritmo interno. Nadie es capaz de escucharlo porque el presente, rabioso, es un continuo bombardeo de ruidos y pedorretas sin gracia. Pero el ritmo está. Siempre hay manos que llevan el ritmo de los tiempos. Cuando pasan los años y contemplamos la Historia en perspectiva, el ritmo aparece inconfundible. Hace exactamente veinte años, entre julio y septiembre de 1991, se editaron en el mundo cinco discos. En ese momento nadie supo que eran obras que cambiarían la forma de oír música y de vestir. Nirvana publicó Nevermind. Red Hot Chili Peppers puso a la venta Blood Sugar Sex Magik. Apareció Ten, de Pearl Jam. Los Guns N’Roses editaron Use your illusion. Y Metallica trajo al mundo su Álbum Negro. Ninguno de estos músicos se puso de acuerdo ni sincronizó los relojes. Pero en menos de cien días habían plasmado el ritmo de la época.

Antes de leer Breaking Bad, la ultraserie, de Nacho Vigalondo.

Un ojo

La televisión ya no es un aparato. Ya no es una cosa que se enchufaba en el comedor como la lustraspiradora Yelmo o el velador de pie. El viejo artefacto llamado televisor ha muerto. Las épocas en que nos sentábamos a ver qué daban en la tele ya no existen. Ya no somos un culo en el sofá, ahora somos un ojo enorme que puede mirar al frente o a los costados, o cerrarse, o entornarse. Desde hace casi una década podemos enfocar lo que queremos ver, y desde entonces las series dejaron de ser entretenimiento vespertino para chicos de doce años. Ni Sheriff Lobo, ni La mujer maravilla, ni BJ McKay y el mono. Ahora es el cine un ambiente infantiloide con sus tres partes de Spiderman y sus cuatro de Piratas del Caribe. Nosotros, los cíclopes de un solo ojo, nos quedamos en casa y miramos Breaking Bad.

Antes de leer Deconstruyendo a Harry, de Ana Prieto.

La flauta

Las dos historias se parecen bastante. En Hamelín había una plaga de ratas y nadie sabía qué hacer con ellas. En el mundo moderno los jóvenes no leían y nadie sabía cómo hacer que leyeran. Un día apareció en Hamelín un músico, hizo sonar su flauta, y las ratas lo siguieron, felices y contentas. Una tarde apareció en el mundo la señora Rowling, escribió unos libros, y millones de jovencitos empezaron a leer sin parar. Más tarde el flautista regresó a Hamelín a buscar reconocimiento y los habitantes del pueblo, liberados de la plaga, le dieron la espalda. Tiempo después la señora Rowling, constructora del mayor clásico literario de estos tiempos, se vio relegada al triste papel de fenómeno comercial. Ni en el pueblo de Hamelín los habitantes mencionaron nunca las virtudes musicales del flautista, ni en el mundo moderno se consideró jamás la grandeza literaria de la señora Rowling.

Antes de leer La media vuelta, Episodio 3, de Adriá Cuatrecases.

El pez

Aunque el lugar común se empecine en dar por buena la metáfora “como un pez dentro del agua”, la historia de Albert Casals no conoce de adverbios mejores o peores. ¿Dentro o fuera, cerca o lejos, delante o detrás? A principios de año, el catalán, junto a su novia Anna y su silla de ruedas, comenzó a darle media vuelta al mundo sin dinero ni planes trazados con antelación. Su objetivo: llegar a las antípodas de su casa, una granja en Nueva Zelanda, y golpear la puerta de ese lugar remoto para saber si el dueño lo dejará pasar una noche allí. ¿Será, el señor que vive abajo, una buena persona? Este es el tercer y penúltimo capítulo de la historia. Conoceremos el entorno de Albert, su familia, y algunos nuevos porqués de este viaje. Mientras tanto, el aventurero sigue rumbo firme a Oceanía, como un pez fuera del agua.

Antes de leer Nueve cuentos cortos de amores y ancianos, de Javier Villafañe.

Perlas

Únicamente algunas ostras, si hay suerte y se busca bien, guardan dentro una perla. Y solamente los finales de algunas revistas, si hay muchísima suerte, acaban con nueve cuentos de Javier Villafañe. Las páginas que siguen son hermosas y necesarias. Villafañe (nacido en 1909, titiritero ambulante, poeta y narrador infantil) es muy poco conocido como escritor para adultos. Y sobre todo, es un injusto olvidado de la narrativa argentina y latinoamericana. Nos complace mucho cerrar este número con sus cuentos, y agradecemos a su viuda, Luz Marina, que nos los haya cedido. Las nueve narraciones cortas de Javier hablan de la vejez y la muerte de un modo que al lector le quedará, al final, la sensación de un único y poderoso relato. Los dibujos que ilustran cada cuento son de María Wernicke, que hizo magia en cada composición. Aquí están. Son nueve perlas para las últimas páginas de Orsai.

Páginas ampliables

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Una advertencia de

Como en cada número de Orsai desde el principio de los tiempos, el director de la revista escribe un único párrafo que pareciera ser en broma, pero es totalmente cierto.

Escribe

León Watzky, un fotógrafo en busca de inspiración, llega a Corrientes con la esperanza de capturar la belleza de su fauna. Sin embargo, el viaje toma un giro inesperado cuando conoce a Tabi, una mujer de belleza singular.

Escribe

En el tranquilo pueblo de Los Milagros, la vida parece transcurrir a un ritmo pausado- Sus habitantes, gente sencilla y creyente, encuentran consuelo en la fe y en las tradiciones. Sin embargo, bajo la aparente calma se esconde una historia oscura que se niega a ser olvidada.