—¿Señor Jobs?
Ruido indescriptible. Es algo así como un skrrrch skrrrch, de ahí lo de indescriptible. El ambiente se vuelve súbitamente frío, fruto quizá de una presencia sobrenatural o de un mal funcionamiento de la caldera. Últimamente esa caldera no para de darme sustos. El casero se niega a cambiarla aunque tiene ya trece años. El martes, al encenderla, empezó a vibrar. Por un momento creí que iba a explotar. Llamé al casero y me dijo que probara a purgar los radiadores. No lo hice. Espero que no sea mi último error.
Otro ruido indescriptible. Ya no hay duda: es el sonido del más allá.
—Señor Jobs, ¿está ahí?
—¿A ver, sí, hola?
—Señor Jobs, buenas noches. Quería hacerle una entrevista. ¿Le pillo ocupado?
—Yo siempre estoy ocupado. Siempre estoy creando. Una vez me cogí un martes libre e in-venté el motor de agua. No salió adelante porque esos cabrones del petróleo secuestraron a mi hija. Soy un genio creativo sin parangón, y no lo digo yo, lo dice la Wikipedia. Donde la gente ve puntos yo veo una línea, donde ellos ven líneas yo veo el puto mapa del futuro.
—Eh… Sí, ya, pero pensé que, a lo mejor, ahora que está muerto, tendría más tiempo libre.
—No uses esa palabra.
—¿Cuál?
—Muerto. No me gusta. Yo prefiero decir que estoy en la nube. Y no, no tengo tiempo libre. Al contrario. Hace tres meses me hicieron CEO del cielo.
—¿En serio? Vaya, enhorabuena. Creí que ese puesto lo ocupaba Dios.
—Dios solo es un órgano consultivo, ahora yo me encargo de los proyectos. El catolicismo necesita ser repensado desde los cimientos. Cuando llegué aquí se lo dije a Dios, le dije: tío, te estás quedando atrás. Lo de la crucifixión fue buena idea, de acuerdo. La cruz es un logo cojonudo, simbólico, sencillo y efectivo, pero no puedes dejar de innovar. No puedes vivir toda la eternidad de un buen logo. Si dejas de innovar, mueres.
—¿Pero Dios no es omnisciente?
—Su problema no es de conocimiento, es de concepto. Él está obsesionado con el libre albedrío, ¿sabes? Y yo le digo: vale, ningún problema con el libre albedrío, pero deja que la gente de marketing haga su trabajo. Haz una buena campaña y ya verás dónde queda el libre albedrío.
—Entiendo.
—¿Sabes cuál es el verdadero problema?
—¿Cuál?
—Que la gente no quiere venir al cielo. Matan, violan, trabajan en banca… Les importa una mierda ir al infierno, ¿y sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque el cielo no mola. No tiene una imagen de marca claramente definida. Cada uno se imagina el cielo como quiere, y eso es un tremen-do error desde el punto de vista de la comunicación. Cuando llegué aquí le dije a Dios: tienes que proyectar una sola imagen de este sitio. Y tiene que ser una imagen cool.
—Y le hizo CEO.
—Bueno, no fue tan fácil. Ya sabes lo que pasa, en sitios tan antiguos como este es muy difícil cambiar el paradigma. Hay muchas resistencias, es complicadísimo introducir ideas rupturistas. Dios fue fácil de convencer porque es todo amor, ya sabes, pero San Pedro es un cabrón celoso y posesivo. No veas lo que me costó que soltara las llaves. Le dije: tío, yo necesito libertad, necesito poder entrar y salir del cielo libremente y no quiero andar pidiéndote las llaves cada dos por tres.
—¿Y se las dio?
—Sí, al final se rindió a las evidencias. Le dije: mirá, Pedro, tenéis aquí un producto cojonudo, el cielo es un must have potencial, ¿pero de qué sirve si nadie lo sabe? Para mí el problema está claro: es la experiencia de usuario. Tenemos que conseguir que no pecar sea atractivo. El consumidor siente que hacer ñiqui ñiqui, por ejemplo, es más cool que contener el flujo dentro de los genitales hasta el matrimonio. Hay que acabar con ese prejuicio.
—¿Y ya tiene alguna idea?
—¿Alguna idea? Hijo, soy un manantial de ideas, soy un géiser de ideas, ¡soy un puto quásar de creatividad! Una vez se me reventó un neumático e inventé el coche volador. No salió adelante porque esos cabrones de la industria automovilística secuestraron a mi hija.
—¿Otra vez?
—¿Cómo?
—Nada, siga.
—Mira, este es un momento inmejorable para un relanzamiento del cristianismo. La crisis de valores supone una serie de oportunidades de negocio que la fe tiene que aprovechar. La gente le da al Prozac porque funciona mejor que Dios. ¿Por qué triunfa la autoayuda? Te lo diré: funciona porque los estafadores que escriben esos libros saben lo que quiere la gente. La gente quiere frases cortas, sencillas y positivas. No verás un libro de autoayuda que te diga: si no haces lo que yo digo, arderás por toda la eternidad entre horribles dolores. ¿Qué clase de mensaje de mierda es ese? La Biblia es una cosa espantosa, parece escrita por un montón de chiflados. Le hemos encargado una nueva versión del Antiguo Testamento a Paulo Coelho y le hemos dado libertad total para que se invente lo que quiera. Va a ser un hit, ya verás.
—No tengo ninguna duda.
—Y también vamos a mejorar la asistencia al usuario.
—¿La asistencia al usuario? ¿No querrá decir al católico?
—Sí, ya sabes, los curas, las monjas y todo eso. Esa gente no proyecta una imagen atractiva de nuestra organización. No son guays, ¿sabes cómo te digo?
—Sí, fui a un colegio católico.
—Exacto, son como… viejos. Y cutres. Y feos. Yo no quiero nada feo en mi organización. Quiero que veas a un cura y pienses: jo, tío, yo quiero ser así de guay. Quiero que todo el mundo twitee: Dios mola.
—¿Y qué van a hacer con el Vaticano?
—Bueno, ese es un tema delicado. El Papa representa todo lo que debemos dejar atrás. Un se-ñor mayor, con pelos en las orejas, cubierto de cosas doradas… El Vaticano, sin embargo, es clave en nuestros planes. Después de todo, ¿quién más tiene un Estado Tienda? No vamos a renunciar al Vaticano, pero hay que replantearlo desde la base. No quiero ancianos por allí paseando, no quiero gente triste vestida de negro y violeta y, desde luego, no quiero cosas doradas.
—¿Y qué me dice de las otras religiones? El Islam, por ejemplo, está pegando fuerte últimamente.
—Sí, bueno, yo no tengo nada contra el Islam. Creo que la competencia dinamiza el mercado y potencia la innovación. El Islam nos obliga a ser mejores. Si ellos ofrecen setenta y dos vírgenes, nosotros tenemos la obligación de ofrecer algo todavía mejor. San Pedro abogaba por ofrecer se-tenta y tres vírgenes, pero le convencí de que no es una cuestión de cantidad, ¿sabes? No se trata de ofrecer más vírgenes que la competencia, sino de ofrecer algo radicalmente diferente, algo que nadie espere.
—¿Por ejemplo?
—La segunda venida. Estamos planificando el regreso de Jesús. Los chicos de marketing están trabajando en varias direcciones, y hay ideas realmente potentes. Ya tenemos el eslogan: “Everything begins. Again”. Creo que tiene una fuerza enorme. Va a ser un Jesús mil veces superior al anterior, con capacidad para dos millones de milagros. Queremos que dure treinta y ocho años, es decir, cinco años más que el anterior. Ah, y una cosa más. Queremos que vuele. Va a ser alucinante.
—¿Tienen fecha para el lanzamiento?
—Probablemente sea en primavera, pero no puedo concretar más. Ahora mismo estamos bus-cando a una mujer virgen que cumpla con nuestras necesidades. No es fácil. Encontramos a un par que nos gustaban, pero una nos pedía dinero y la otra disparó contra San Gabriel sin mediar palabra.
—¿Nacerá en un establo otra vez?
—¡Por supuesto que no! El packaging es fun-damental en nuestra estrategia. Estamos en el siglo XXI, no puedes pedirle a la gente que se arrodille ante alguien con el pelo sucio. Esa idea de “como es pobre es bueno” murió con Charles Manson. La gente quiere higiene y elegancia. Se acabaron los burros y las vacas, se acabaron las togas con lamparones. El nuevo Jesús va a ser algo completamente distinto. Vamos a reinventar la espiritualidad. La religión, como nunca la has visto.
—Señor Jobs, le deseo mucha suerte en sus proyectos.
—Muchas gracias. Ve y difunde La Palabra. La caldera empieza a vibrar. Va a explotar, esta vez sí. Mi vida pasa ante mis ojos como si fuese la vida de otro. ¿Qué he hecho? He sido tan irresponsable, tan superficial, tan… vacío. Y mientras me precipito a purgar los radiadores, comprendo que Steve tiene razón. Siempre la ha tenido. Y siempre la tendrá.