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Steve Jobs: «Estamos preparando un Jesús con capacidad para dos millones de milagros»

Escribe
José Pérez
Orsai acaba de fichar al único periodista español que, a la vez, es médium. Esta entrevista exclusiva al reciente fantasma de Steven Jobs se realizó mediante el uso de la ouija.

—¿Señor Jobs?

Ruido  indescriptible.  Es  algo  así  como  un   skrrrch skrrrch, de ahí lo de indescriptible. El am­biente se vuelve súbitamente frío, fruto quizá de una  presencia  sobrenatural  o  de  un  mal  funcio­namiento de la caldera. Últimamente esa caldera no para de darme sustos. El casero se niega a cambiarla aunque tiene ya trece años. El martes, al encenderla, empezó a vibrar. Por un momento creí que iba a explotar. Llamé al casero y me dijo que probara a purgar los radiadores. No lo hice. Espero que no sea mi último error.

Otro ruido indescriptible. Ya no hay duda: es el sonido del más allá.

—Señor Jobs, ¿está ahí?
—¿A ver, sí, hola?
—Señor  Jobs,  buenas  noches.  Quería  hacerle una entrevista. ¿Le pillo ocupado?
—Yo  siempre  estoy  ocupado.  Siempre  estoy  creando. Una vez me cogí un martes libre e in-­venté el motor de agua. No salió adelante porque esos cabrones del petróleo secuestraron a mi hija. Soy un genio creativo sin parangón, y no lo digo yo, lo dice la Wikipedia. Donde la gente ve puntos yo veo una línea, donde ellos ven líneas yo veo el puto mapa del futuro.
—Eh…  Sí,  ya,  pero  pensé  que,  a  lo  mejor,  ahora que está muerto, tendría más tiempo libre.
—No uses esa palabra.
—¿Cuál?
—Muerto.  No  me  gusta. Yo prefiero decir que estoy en la nube. Y no, no tengo tiempo libre. Al contrario. Hace tres meses me hicieron CEO del cielo.
—¿En serio? Vaya, enhorabuena. Creí que ese puesto lo ocupaba Dios.
—Dios solo es un órgano consultivo, ahora yo me encargo de los proyectos. El catolicismo necesita ser repensado desde los cimientos. Cuando llegué aquí se lo dije a Dios, le dije: tío, te estás quedando atrás. Lo de la crucifixión fue buena idea, de acuerdo. La cruz es un logo cojonudo, simbólico, sencillo y efectivo, pero no puedes de­jar de innovar. No puedes vivir toda la eternidad de un buen logo. Si dejas de innovar, mueres.
—¿Pero Dios no es omnisciente?
—Su problema no es de conocimiento, es de concepto. Él está obsesionado con el libre albe­drío, ¿sabes? Y yo le digo: vale, ningún problema con  el  libre  albedrío,  pero  deja  que  la  gente  de  marketing haga su trabajo. Haz una buena campa­ña y ya verás dónde queda el libre albedrío.
—Entiendo.
—¿Sabes cuál es el verdadero problema?
—¿Cuál?
—Que la gente no quiere venir al cielo. Matan, violan, trabajan en banca… Les importa una mierda ir al infierno, ¿y sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque el cielo no mola. No tiene una imagen de marca claramente definida. Cada uno se imagina el cielo como quiere, y eso es un tremen-­do error desde el punto de vista de la comunica­ción. Cuando llegué aquí le dije a Dios: tienes que proyectar  una  sola  imagen  de  este  sitio. Y  tiene que ser una imagen cool.
—Y le hizo CEO.
—Bueno, no fue tan fácil. Ya sabes lo que pasa, en  sitios  tan  antiguos  como  este  es  muy  difícil  cambiar el paradigma. Hay muchas resistencias, es  complicadísimo  introducir  ideas  rupturistas.  Dios fue fácil de convencer porque es todo amor, ya  sabes,  pero  San  Pedro  es  un  cabrón  celoso  y  posesivo. No veas lo que me costó que soltara las llaves. Le dije: tío, yo necesito libertad, necesito poder entrar y salir del cielo libremente y no quiero andar pidiéndote las llaves cada dos por tres.
—¿Y se las dio?
—Sí, al final se rindió a las evidencias. Le dije: mirá, Pedro, tenéis aquí un producto cojonudo, el cielo es un must have potencial, ¿pero de qué sirve si nadie lo sabe? Para mí el problema está claro: es la experiencia de usuario. Tenemos que conseguir que no pecar sea atractivo. El consumidor siente que hacer ñiqui ñiqui, por ejemplo, es más cool que contener el flujo dentro de los genitales hasta el matrimonio. Hay que acabar con ese prejuicio.
—¿Y ya tiene alguna idea?
—¿Alguna  idea?  Hijo,  soy  un  manantial  de ideas, soy un géiser de ideas, ¡soy un puto quásar de creatividad! Una vez se me reventó un neumá­tico e inventé el coche volador. No salió adelante porque esos cabrones de la industria automovilística secuestraron a mi hija.
—¿Otra vez?
—¿Cómo?
—Nada, siga.
—Mira, este es un momento inmejorable para un relanzamiento del cristianismo. La crisis de va­lores supone una serie de oportunidades de negocio que la fe tiene que aprovechar. La gente le da al Prozac porque funciona mejor que Dios. ¿Por qué triunfa la autoayuda? Te lo diré: funciona porque los estafadores que escriben esos libros saben lo que quiere la gente. La gente quiere frases cor­tas, sencillas y positivas. No verás un libro de au­toayuda que te diga: si no haces lo que yo digo, arderás por toda la eternidad entre horribles dolores. ¿Qué clase de mensaje de mierda es ese? La Biblia es una cosa espantosa, parece escrita por un montón  de chiflados. Le hemos encargado una nueva versión del Antiguo Testamento a Paulo Coelho y le hemos dado libertad total para que se invente lo que quiera. Va a ser un hit, ya verás.
—No tengo ninguna duda.
—Y también vamos a mejorar la asistencia al usuario.
—¿La  asistencia  al  usuario?  ¿No  querrá decir al católico?
—Sí,  ya  sabes,  los  curas,  las  monjas  y  todo  eso. Esa gente no proyecta una imagen atractiva de  nuestra  organización.  No  son  guays,  ¿sabes  cómo te digo?
—Sí, fui a un colegio católico.
—Exacto,  son  como…  viejos.  Y  cutres.  Y  feos. Yo no quiero nada feo en mi organización. Quiero que veas a un cura y pienses: jo, tío, yo quiero ser así de guay. Quiero que todo el mundo twitee: Dios mola.
—¿Y qué van a hacer con el Vaticano?
—Bueno, ese es un tema delicado. El Papa representa todo lo que debemos dejar atrás. Un se-­ñor mayor, con pelos en las orejas, cubierto de cosas doradas… El Vaticano, sin embargo, es clave en nuestros planes. Después de todo, ¿quién más tiene un Estado Tienda? No vamos a renunciar al Vaticano, pero hay que replantearlo desde la base. No quiero ancianos por allí paseando, no quiero gente triste vestida de negro y violeta y, desde luego, no quiero cosas doradas.
—¿Y  qué  me  dice  de  las  otras  religiones?  El Islam, por ejemplo, está pegando fuerte úl­timamente.
—Sí, bueno, yo no tengo nada contra el Islam. Creo que la competencia dinamiza el mercado y potencia la innovación. El Islam nos obliga a ser mejores. Si ellos ofrecen setenta y dos vírgenes, nosotros  tenemos  la  obligación  de  ofrecer  algo todavía mejor. San Pedro abogaba por ofrecer se-­tenta y tres vírgenes, pero le convencí de que no es una cuestión de cantidad, ¿sabes? No se trata de ofrecer más vírgenes que la competencia, sino de ofrecer algo radicalmente diferente, algo que nadie espere.
—¿Por ejemplo?
—La segunda venida. Estamos planificando el regreso de Jesús. Los chicos de marketing están trabajando en varias direcciones, y hay ideas realmente potentes. Ya tenemos el eslogan: “Everything be­gins. Again”. Creo que tiene una fuerza enorme. Va a ser un Jesús mil veces superior al anterior, con capacidad para dos millones de milagros. Queremos que dure treinta y ocho años, es decir, cinco años más que el anterior. Ah, y una cosa más. Queremos que vuele. Va a ser alucinante.
—¿Tienen fecha para el lanzamiento?
—Probablemente  sea  en  primavera,  pero  no puedo concretar más. Ahora mismo estamos bus-­cando a una mujer virgen que cumpla con nuestras necesidades.  No  es  fácil.  Encontramos  a  un  par  que nos gustaban, pero una nos pedía dinero y la otra disparó contra San Gabriel sin mediar palabra.
—¿Nacerá en un establo otra vez?
—¡Por supuesto que no! El packaging es fun-­damental en nuestra estrategia. Estamos en el siglo XXI, no puedes pedirle a la gente que se arrodille ante alguien con el pelo sucio. Esa idea de “como es  pobre  es  bueno”  murió  con  Charles  Manson.  La gente quiere higiene y elegancia. Se acabaron los burros y las vacas, se acabaron las togas con lamparones. El nuevo Jesús va a ser algo completamente distinto. Vamos a reinventar la espiritualidad. La religión, como nunca la has visto.
—Señor Jobs, le deseo mucha suerte en sus proyectos.
—Muchas gracias. Ve y difunde La Palabra. La caldera empieza a vibrar. Va a explotar, esta vez sí. Mi vida pasa ante mis ojos como si fuese la vida de otro. ¿Qué he hecho? He sido tan irresponsable, tan superficial, tan… vacío. Y mientras me precipito a purgar los radiadores, comprendo que  Steve  tiene  razón.  Siempre  la  ha  tenido.  Y siempre la tendrá.

 

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