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Un agujero esconde una casa

Escribe Agustina Bazterrica
Algunos techos nos protegen mejor cuando se vienen abajo, un cuento de Agustina Bazterrica.

La mujer hierve el agua y acomoda el fuego. Hace calor. Necesita terminar con todo antes de que llegue el Patrón, que está en el monte. Hoy es su último día trabajando para ese hombre, y hoy le va a pagar la miseria que le corresponde por dos días de trabajo. No lo hace por la plata, lo hace por la chica que está en la pieza. El Patrón se la arrancó al padre y ahora la tiene de amante y cocinera, de mujer y criada, de prostituta y lavandera.

Tiene quince años. No sabe cómo se llama. El Patrón le dijo «Atienda a la chica» y se fue, y lo único que hace la chica es mirar por un agujero que tiene en el techo de la pieza, acostada en la cama. Ya no está grave, pero ayer casi se muere. La mujer se sienta y traga un pedazo de pan seco. Ahora tiene que preparar el guiso, barrer la mugre y amasar el pan. Tiene que alimentar a los animales, lavar la ropa y secar la yerba al sol.

La mujer busca entre la basura algún papel, un pedazo de cartón para tapar el agujero. Cada vez que entra a la pieza de la chica, siente un frío seco en la espalda. No está bien que una enferma tenga que descansar con el techo roto, por donde entran bichos y un viento helado que es raro en esta época del año. No hay nada, ni siquiera un pedazo de tela.

Ayer sangró mucho. Hace poco le cambió las vendas y le llevó una sopa. El agujero parecía más grande, más negro. Ahora se hizo tarde y no puede arreglarle el techo, no puede tapar el agujero ni siquiera con hojas secas. El Patrón está por llegar y hay que terminar con todo.

La pieza es grande. No tiene ventanas. La chica oye cómo la mujer que contrató el Patrón barre el piso de tierra. Mira el hueco en el techo. Se mueve poco, respira poco. Puede ver el cielo azul, verde, por momentos blanco. Es solo un agujero que esconde una casa. Es solo una casa que, poco a poco, o más bien de golpe, se va a ir cayendo a pedazos. No hay juncos secos tapando el hueco geométricamente, en forma infinita. No hay ni siquiera una manta o un papel. El Patrón le dijo que tenía que acostumbrarse, que no podía ocuparse de esas cosas. Por esos lugares ya no llueve, y el día que las nubes griten va a correr la cama a un costado y se va a quedar mirando cómo se inunda la pieza.

Estira las sábanas viejas y si tiene frío es porque tiene el útero vacío, lleno de aire. El Patrón la obligó a matar al bebé que tenía ahí, donde ahora hay frío. Como la obligó a abortar al que iba a nacer en marzo y al que concibió en febrero de algún otro año.

Prende un cigarrillo y el humo se pega a las paredes. El Patrón no sabe que ella fuma, no sabe que el humo se va mezclando con el frío. Ahora puede oler cómo la mujer hierve la carne y oye cómo corta las verduras. Los bichos entran por el hueco. Las arañas y los mosquitos van invadiendo la pieza. La mujer trató de matarlos, trató de tapar el hueco, pero no pudo.

Tiene un facón debajo de la almohada. Se lo robó hace dos meses al peón que trabaja en la estancia de al lado. Fue a vender unos huevos y cuando el hombre buscó una canasta para guardarlos dejó olvidado el cuchillo en la mesa. No sabe por qué lo hizo. Simplemente lo agarró, lo acarició y lo escondió entre el pan y las tortas fritas.

La mujer está preparando los cacharros con la comida para las gallinas. Ya se va y ella va a tener que encargarse del resto.

Alguien entra a la casa. Sabe que es el Patrón por el olor a caballo y a transpiración. Apaga el cigarrillo, lo esconde. Finge que duerme. El Patrón no le va a dar ni un día de descanso, la va a obligar a trabajar, a acostarse en su cama, a trabajar en la casa y con los animales, porque así pasó las veces anteriores y ahora, que ella está más vieja y dolida, no va a ser distinto.

Entra. Ella tiembla. Aprieta los ojos. El hueco parece más grande, más negro.

—Ya es hora. Levantáte, vamos.

No puede hablar, solo quiere escaparse por el hueco.

—¡Levantáte, carajo! Ya le pagué a la mujer. Hacete cargo del resto.

—Me duele.

—Levantáte o te mato a rebencazos.

La chica acaricia el facón. Mira el hueco y siente frío. Se levanta despacio ayudándose con la pared. Se sienta y respira. Mira al Patrón a los ojos como suplicando, pero él se acerca sosteniendo el rebenque y no deja de mirarla, como si quisiera penetrarla, vaciarla, matarla.

Ya no lo mira. Quiere dormir, dejar de sentir el frío. El Patrón ya está con el rebenque sobre la cabeza, y mientras ella ve cómo el hueco se achica, acaricia el facón y le da una puñalada rápida. Le mata el corazón muerto y le arranca los gritos con un tajo en la garganta. Está tirado en el piso y ella puede ver que el hueco se agranda, que un pedazo de techo cae en la cama. Le saca la camisa ensangrentada e intenta taparlo, pero el techo está podrido y se cae a pedazos.

El cielo la inunda y puede sentir que es blanco, verde, por momentos negro. El hueco la cubre. No hay juncos ni camisas que lo puedan tapar. No hay papel ni mantas. Quiere gritar, pero ya no tiene fuerzas. Aprieta los ojos y cae.

El cielo es verde, azul, por momentos rojo.

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