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Cambió todo

Un editorial de
Hernán Casciari
Ilustra
Powerpaola
Esta revista Orsai, que dentro de unos meses festejará quince años, nació como un grito raro en medio del monopolio industrial y de la estupidez publicitaria, pero una vez consolidada me cuesta recordar que es un milagro.

En esta época, además, en donde todo lo que huele a siglo pasado parece no ser rentable, la existencia de un medio gráfico con folletines del siglo diecinueve es magia. Y lo sé. Pero Orsai existe, acá está, y quizás, lamentablemente, ya no sea una novedad que exista. El primer año de Orsai no se parece en nada a este último. En 2010 nadie nos conocía; llamábamos por teléfono a los autores y nos mandaban a hablar con sus representantes: los representantes nos preguntaban solo por dinero, y nosotros decíamos que pagábamos bien; entonces querían saber a qué grupo pertenecíamos, y les decíamos que éramos «un grupo de mercedinos», y todo era confuso y lento. Ahora, quince años después, es difícil que una persona dedicada a la narrativa no sepa qué es Orsai, y todos los autores parecen encantados de participar. Suena fácil, y esa es la cagada. Tampoco es igual la logística de hace quince años, que era carísima y provocaba que los lectores tuviesen que coordinarse para recibir las revistas de a diez ejemplares. Ahora todo es más sencillo: tenemos tiendas en Buenos Aires y bares asociados en muchas ciudades del mundo; tenemos experiencia y ya no cometemos aquellos errores que, además de hacernos mierda en lo financiero, generaban anécdotas hermosas. Cuento esto porque estoy compilando un libro (todavía no tiene nombre) que explica cómo nació esta revista imposible. Y encontré un párrafo, muy al inicio de la aventura, en donde intento explicar a los lectores de mi blog una nueva aventura editorial. Ese párrafo, que me genera enorme ternura, dice así: «Nuestra obsesión, de ahora en adelante, es demostrar que no hay crisis editorial ni económica, sino moral. Lo que hay son medios tradicionales que piensan nada más que en el dinero y se cagan en el lector, lo arrinconan y lo vician de mentiras y de engaños. Nuestro antojo es un medio de comunicación humano, honesto, de una transparencia obscena, un medio gráfico que den ganas de recibir por abajo de la puerta, pero ganas en serio. Como recibíamos en los ochenta y los noventa las revistas que nos gustaban. Y que murieron. Todas murieron. ¡Ah, poder hacer un medio sin pensar si Fundación Banco Montoto pagará o no lo que nos debe por el auspicio de la contraportada! Ese es el sueño. No pensar en las mafias de la distribución, porque eliminamos intermediarios. No pensar en recortes presupuestarios, porque hemos decidido ponerla toda, porque esa plata la hicimos jugando, y porque no queremos duplicarla ni encanutarla. Queremos seguir jugando». Cambió muchísimo todo desde entonces y, sin embargo, no le quitaría ni una coma a ese sueño hermoso que estaba por venir.

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