A mediados del año pasado publicamos una charla con un músico que tiene muchos seguidores en Argentina. Este músico dijo, durante la entrevista, que aquella sería la última vez que hablaría con la prensa, y esa noticia se multiplicó en los diarios, las radios y la tele.
De pronto, muchísima gente que no tenía idea de la existencia de Orsai empezó a pedir la revista en los quioscos de Buenos Aires. Los quiosqueros, que tampoco sabían qué era Orsai, durante esa semana se cansaron de escuchar a sus clientes decir «Ernesto, deme la Orsai», o «Ricardo, ¿cuándo llega la Orsai?». A mediados de agosto el sindicatos de quiosqueros se reunió —lo hacen siempre una vez al mes— y uno de los temas a tratar fue cómo conseguir la revista Orsai con la entrevista al músico. Encontraron en la web mi correo electrónico y me escribieron un mail escueto: «Necesitamos cincuenta mil ejemplares para la red de quioscos de diarios y revistas de Buenos Aires». Supongo que están acostumbrados a pedir las cosas así.
Nosotros habíamos prometido a nuestros lectores imprimir seis mil ejemplares de esa edición, y de las anteriores, y de las que vendrían. Seis mil ejemplares fue, durante 2012, la cifra de venta que nos alcanzaba para pagar los sueldos del staff, la imprenta, la distribución y los honorarios de los colaboradores. Reimprimir cincuenta mil ejemplares más de la Orsai N8 nos habría reportado unos beneficios limpios cercanos al medio millón de dólares. Y también nos habría convertido en una revista de quioscos. Una revista que acepta las condiciones abusivas de la distribución tradicional, una revista que promete algo a sus lectores y después hace otra cosa por dinero. Es decir, una más.
La respuesta al mail de los quiosqueros fue inmediata: «Orsai es una revista que distribuyen sus propios lectores y sus ediciones no se venden sueltas. Muchas gracias». Cuando le di al botón enviar sentí, sobre todo, alivio. Yo suelo ser muy bocón, y me encanta decir en voz alta de qué forma pensamos y hacemos las cosas. Pero es fácil ser bocón cuando la sombra de la codicia está lejos. El mail de los quiosqueros, en cambio, fue una tentación puntual. Y decirles que no con tranquilidad fue, para nosotros, una forma de saber que estamos a gusto.
Estos proyectos del siglo veintiuno, basados en comunidades que confían, tienen que ser transparentes y mantenerse, dentro de lo posible, en círculos pequeños y con lectores reconocibles. El día que no podamos responder personalmente un mail a nuestros lectores estamos fritos, porque ya no seremos lo que queríamos ser. Orsai es un proyecto amateur, una empresa familiar en comunicación directa con seis o siete mil amigos. Cualquier giro oscuro, cualquier mínima traición a las promesas iniciales, le rompería el corazón a los que confiaron en nosotros. Nos equivocamos mil veces y nos vamos a equivocar más, pero esos errores no serán nunca codiciosos. Únicamente queremos tener un sueldo y divertirnos las noches de cierre. Vivir de este oficio con dignidad. Pagarle bien, y a tiempo, a los que trabajan con nosotros. Tener lectores exigentes, felices de leer historias nuevas. Darle voz a periodistas y escritores que admiremos, incluso si no estamos de acuerdo con lo que dicen. Ser optimistas con el mundo que viene. Intentar que nuestros hijos estén orgullosos de nuestro trabajo. Y pensar siempre que cada número de la revista tiene que ser el mejor.
Esos son nuestros beneficios. En ese tipo de interés nos gusta invertir el capital. Bienvenidos a la Orsai número doce. Y gracias a ustedes, otra vez, por el cheque en blanco.